¿H 8 an visto las películas de apocalipsis de zombis clasificación b donde una ola de ellos se abalanza en un lento y agitado impulso hacia cualquier humano, e incluso una anciana puede escapar fácilmente?
Bueno, este no era el caso.
Los aullidos partían la noche, haciendo que mi piel se erizara. La masa de hadas se movía con velocidad y sigilo sobrenaturales, como vampiros, y con una gracia felina que nunca había visto antes. Y había demasiadas como para contarlas. Diablos. ¿Por qué siempre me pasaba esto a mí?
—Parece que el Hada de los Dientes ha estado ocupada, —gruñó Tyrius —. Y yo que pensé que los conejos eran prolíficos.
—¡Quítamelas! —Jeeves se puso frente a mí antes de que tuviera la oportunidad de prepararme para luchar. Una neblina blanca apareció en la esquina de mi ojo. Tyrius estaba empezando a transformarse en su alter ego, una enorme pantera negra, y en ese momento, desee tener solo un poco de esa magia demoníaca, suficiente para transformarme en algo tan malo como una pantera negra de trescientas libras.
—¡Rowyn! ¿Qué estás haciendo?, ¡ahí vienen!, —gritó Tyrius, con los ojos brillando con magia demoníaca. Antes de que pudiera responder, Jeeves me puso las esposas en la cara otra vez—. ¿Quieres que Jax muera roído hasta los huesos por estas abominaciones? ¡Quítamelas!
Histérica, maldije en voz alta.
—Sé que me voy a arrepentir de esto.
Apenas y tenía unos segundos antes de que la primera ola de hadas nos golpeara. Con el corazón en la garganta me decidí, me acerqué al bolsillo de mi chaqueta y saqué una pequeña llave de hierro.
—Toma, —le dije, tirándosela a Jeeves. Lo vi atraparla y me agaché, justo cuando una mano-garra rozó la parte superior de mi cabeza.
Antes de que terminara el primer ataque de las hadas, había girado y cortado la garganta de las hadas más cercanas con mi espada. Giré como un Página 62 trompo, cortando y abriendo los vientres de otras dos. Empujé a una de las hadas muertas a un lado mientras metía mi espada de la muerte en lo más profundo del intestino de otra más.
Escuché mis propios gruñidos mientras me movía, cortando y rebanando.
La adrenalina corría por mis venas mientras las hadas caían rodando por el suelo. Sus muertes me eran indiferentes. Jeeves tenía razón, eran abominaciones.
Volví mi mirada alrededor de la calle. Las hadas, que supuse habían sido humanas hacía tan solo unas horas y todavía llevaban su ropa limpia, se derramaban a las calles desde las sombras, en un desordenado y fluido flujo que era difícil de seguir. Era difícil saber si había cientos o incluso miles.
Sus ojos me hicieron volver a ver con más cuidado. Eran oscuros, casi negros, como algunos de los que había visto en otras hadas, pero había un fino borde blanco a lo largo de sus pupilas, un anillo blanco brillante.
Y entonces la voz de Isobel se elevó por encima de la multitud y me tensé.
—¡Aliméntense bien, hijos míos!, —dijo, resonando a nuestro alrededor como si hubiera usado un megáfono—. Tomen lo que es de ustedes.
¡Tómenlo todo! ¡Aliméntense!
Usando los pocos segundos que tuve antes de la siguiente embestida de hadas devoradoras de humanos, me tomé un momento para buscar a su alteza real. No me importaba lo que Jeeves hubiera dicho, estaba bastante segura de que una reina decapitada no podía volver a crecer una cabeza.
¿De dónde había salido la voz? Había sonado como si estuviera por todos los lados. Isobel tenía que estar aquí en alguna parte, alguien estaba convirtiendo a estos humanos en hadas. ¿Dónde estaba? ¿Y dónde diablos estaba Danto?
Podía oír los golpes de carne sobre carne y gritos enfurecidos. El fuerte rugido de Tyrius se elevó sobre los demás sonidos de la pelea. Un hada con el pelo largo y rojo salió disparada hacia mí, silbando como un gato salvaje. Sin mucho esfuerzo le corté el cuello, salpicándome con sangre negra como el aceite, y cayó al piso convulsionando. Al caer me subí sobre ella para poder ver mejor a Tyrius, la pantera negra. Era glorioso. Las hadas, aunque aparentemente más viciosas y tal vez aún más poderosas que las hadas promedio, no eran rivales para el gato gigante. Sujetó a una apretando alrededor de su cuello y, aunque no escuché el chasquido de los huesos ni el desgarre de la piel, la cabeza rodó sin mucha gracia a los pies de Tyrius y él se relamió mientras sus ojos amarillos brillantes se encontraron con los míos.
Buen chico, Tyrius.
Página 63 No había señales de Jax… más bien de Jeeves, lo cual no era una sorpresa. El bastardo nos había abandonado.
Gruñí cuando logré ver a Isobel, la reina de las hadas de la Corte Oscura.
Llevaba el mismo vestido blanco como de novia que llegaba hasta al suelo, arremolinándose alrededor de sus pies. Lucía alta y delgada, con la belleza fría y antinatural de las hadas. Tejida entre su única parte de cuero cabelludo con pelo color cuervo que le llegaba más allá de su cintura había una corona de dientes humanos, y bien sujeta entre sus manos estaba la piedra blanca brillante… la Gracia Blanca.
Los ojos negros de Isobel se fijaron en mí con un brillo ardiente. Su piel blanca como la nieve parecía casi plateada a la luz de la luna y sus labios se retorcieron en una sonrisa malvada, triunfante.
Odiaba esa sonrisa.
Estaba rodeada por una colección de hadas con uniformes de cuero y arcos en sus manos, sus Flechas Oscuras. Apreté la mandíbula cuando vi a Daegal junto a ella, el comandante de las Flechas Oscuras. El cabello rubio del hada y su piel clara contrastaban fuertemente con su largo y negro abrigo.
Daegal y yo teníamos asuntos pendientes, pues me había arrebatado a Ugul y lo había llevado a Isobel para que le abrieran el pecho frente a su audiencia. No me importaba cuántas armas llevara consigo, podría vencerlo.
Iba a matar a ese bastardo descolorido. Mi atención estaba tan centrada en Daegal que apenas logré esquivar la siguiente sólida pared de hadas que salió a las calles, arrojándose contra mí en una fracción de segundo.
Las hadas recién creadas estaban por todas partes, corriendo hacia nosotros con las bocas abiertas y silbando un espantoso grito de guerra.
No pude detener el escalofrío que corría por mi columna vertebral mientras miraba hacia la masa de hadas mestizas que habían sido humanos recientemente. La agonía explotó en mis entrañas y me doblé hacia adelante colocando mis rodillas hacia mi pecho, rodé en el suelo y salté a mis pies.
Giré, sintiendo que iba a ser golpeada de nuevo, y lloré de dolor mientras una masa de ojos y dientes negros mordió a través de mi chaqueta de cuero llegando hasta la carne suave de mi antebrazo.
—Eso dolió, perra, —le dije cuando pude ver que era un hada hembra la que tenía los dientes apretados alrededor de mi brazo.
La pateé e hice contacto con su estómago, pero ella se mantuvo firmemente y no dejó ir. Furiosa, y sabiendo que sin el uso de mi brazo derecho estaba frita, cambié de táctica. Levantando bruscamente al hada, Página 64 dándome una visión clara de su estómago, pasé el borde de mi espada de la muerte a través de su vientre, abriéndolo como una bota de vino.
El hada cayó al suelo echando burbujas desde su garganta. Llena de rabia corrí por la calle hacia Isobel. Sus ojos negros nunca se apartaron de mi mientras atravesaba el mar de hadas destripadas y desgarradas dirigiéndome hacia ella.
Un cuerpo se estrelló contra mí, tirándome al suelo. Instintivamente, levanté mi antebrazo, sosteniéndolo contra el cuello de un hada macho mientras empujaba hacia abajo. El sudor goteaba por la cabeza calva del hada que era casi del doble de mi tamaño, y el miedo se me clavó en el pecho mientras sonreía, mostrando su boca de pescado.
—La reina dice que debes morir, —dijo, con la boca a centímetros de mi garganta—. Voy a beber tu sangre como un buen vino.
—No lo creo, aliento de pescado, —mascullé y la empujé con mi antebrazo. Tenía que evitar que me agarrara la garganta. Grité cuando me mordió el brazo y desgarró mi hermosa chaqueta de cuero.
Ahora estaba realmente enfadada.
Haciendo un puño con mi otra mano, le golpeé el cráneo con todas mis fuerzas. Se sacudió y soltó mi brazo.
Gruñendo me hice hacia atrás, a lo que ella reaccionó golpeando aún más salvajemente, pero mi propia ira y adrenalina excesiva no cederían. Tenía que matar a la reina.
—¡Estúpida hada! —Grité, golpeando mi puño contra su sien mientras gritaba—. Mira lo que le hiciste a mi chaqueta. ¡Me gustaba mucho! ¿Qué te parece esto? ¿¡Ah!? —Le pegué una y otra vez—. ¿Quieres más? ¿De veras?
—La golpeé de nuevo, y una vez que su cuello estuvo expuesto, lo corté, rodando hacia atrás antes de que la lluvia de sangre negra cayera en mi cara.
Salté a mis pies y el miedo me heló la sangre. Había una Flecha Oscura delante de mí, apuntando una flecha con precisión letal.
Me tomó dos segundos reconocer que no era Daegal cuando soltó su flecha hacia mí. Me retorcí para evitarla, solo para descubrir una segunda flecha dirigida hacia mí, anticipando mi maniobra. La segunda flecha cayó al suelo cerca de mi pie, y si no me hubiera movido, habría atravesado mi garganta. Malditas flechas oscuras… eran rápidas, pero yo lo era más.
Agachándome, sonreí ante la sorpresa en la cara del hada.
—Fallaste.
La pálida piel del hada se oscureció. Claramente molesto, apuntó tres flechas.