El Amanecer de la venganza

El abismo estelar se abría ante él como una grieta en el tejido del universo. Kai Solis avanzaba con paso firme, con la resolución de un guerrero que ya no temía a la muerte. Cada estrella a su alrededor brillaba con la intensidad de su determinación. La sombra de su venganza se proyectaba en la inmensidad del cosmos.

A lo lejos, las torres del Imperio resplandecían con un fulgor gélido, como espadas clavadas en el corazón de la galaxia. Aquellas estructuras habían sido testigos de la caída de incontables guerreros, pero pronto serían el escenario de la batalla final. Kai no necesitaba ejércitos. No necesitaba aliados. Él era la tormenta que acabaría con el reinado del Emperador.

A medida que se acercaba, los centinelas mecánicos del Imperio despertaron. Sus ojos rojos centellearon, fijándose en él como depredadores hambrientos. Sus sistemas analizaron su energía, registrando un poder que desafiaba toda lógica.

—Intruso detectado. Nivel de amenaza: incalculable.

Kai alzó la mirada. Su puño se cerró. Un instante después, el vacío se llenó con el estruendo de su furia. Una explosión de energía azul estalló desde su cuerpo, pulverizando a los centinelas en una ola de destrucción pura. Fragmentos de metal incandescente flotaron a su alrededor como restos de una supernova.

Sin detenerse, avanzó. Las alarmas del Imperio resonaron a lo largo de la fortaleza estelar. Tropas de élite emergieron de las puertas colosales, armadas con lanzas energéticas y espadas de plasma. Kai los miró con la frialdad de un dios observando insectos.

Uno de los caballeros imperiales, un hombre con armadura negra ornamentada con runas doradas, dio un paso al frente.

—Eres Kai Solis —dijo, con voz cargada de asombro y miedo—. Se dice que heredas la voluntad de Ren Solis... Pero tu hermano cayó. Tú también caerás.

Kai inclinó la cabeza, una sonrisa oscura cruzando su rostro.

—Mi hermano no cayó. Él ascendió. Y yo vengo a terminar lo que él empezó.

El caballero levantó su lanza. Con una señal, las tropas se lanzaron contra Kai.

El universo entero pareciera contener la respiración.

Con un solo movimiento, Kai desapareció de la vista. Un parpadeo después, estaba entre ellos, su espada brillando con una luz celeste. En un solo tajo, una docena de soldados cayeron, sus armaduras resquebrajadas por una fuerza inimaginable.

El caballero imperial apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió el filo de la espada de Kai rozar su garganta. Sangre carmesí flotó en el aire sin gravedad.

—¡Monstruo! —gimoteó el caballero, antes de que su cuerpo se desplomara sin vida.

Kai limpió su espada con un movimiento lento y calculado.

Entonces, la puerta principal del palacio imperial se abrió.

Desde la penumbra de su trono, el Emperador emergió.

Sus ojos dorados reflejaban el fuego de mil soles moribundos. Su presencia era sofocante, un abismo de poder y malicia. Vestía una armadura negra con inscripciones ancestrales, una reliquia de las eras olvidadas. Con un gesto casual, desenfundó su propia espada, una hoja forjada en el corazón de una estrella colapsada.

—Finalmente has llegado, Kai Solis —su voz resonó como un trueno distante—. Vienes buscando venganza... pero lo único que encontrarás es tu fin.

Kai clavó su mirada en él. No había miedo en sus ojos. Solo determinación.

—No. Lo que encontraré es justicia. Lo que encontraré... es tu muerte.

El aire vibró con una tensión electrizante. Dos fuerzas imparables estaban a punto de colisionar. El destino del universo pendía de un hilo.

La batalla final estaba por comenzar.