EL ECO DE UN SOLIS

Kai Solis avanzó hacia las torres del Imperio, sus pensamientos atrapados entre el presente y el pasado. La determinación ardía en su mirada, pero su mente lo arrastró de vuelta a aquella batalla, a la última vez que vio a Ren con vida.

El rugido de los choques entre la espada de energía de Ren y la letal lanza del Emperador resonaba como truenos en el palacio imperial. Cada golpe iluminaba la sala con destellos incandescentes, como si las estrellas mismas se hubieran congregado para presenciar la colisión de dos titanes.

Kai, aún sin la fuerza que tenía ahora, observaba desde las sombras. Había querido luchar a su lado, pero Ren le había dado una orden clara: "Sobrevive. No dejes que esta noche sea el final de nuestra historia."

El Emperador, con su imponente armadura negra, reía con una arrogancia cruel. —Eres fuerte, Ren Solis, pero la fuerza sin poder es solo un eco que el tiempo borra.

Ren giró su espada y adoptó una postura serena. —Y el poder sin propósito es una carga que destruye a su portador.

Kai nunca olvidaría la danza de Ren en combate. Era rápido, preciso, una tormenta que se movía con gracia devastadora. El Emperador, aunque brutal y despiadado, comenzaba a retroceder bajo la presión del Solis mayor. Durante un momento, pareció que la victoria era posible.

Pero entonces ocurrió lo inesperado.

Desde las alturas de la sala, una segunda figura apareció: el general Vaelor, la sombra más leal del Emperador. En un instante, su filo carmesí atravesó el costado de Ren, una herida fatal que lo hizo tambalearse.

—¡NO! —Kai gritó, pero fue demasiado tarde.

Ren cayó de rodillas, su espada aún aferrada en sus manos. El Emperador se acercó y colocó una mano sobre su cabeza, como si lo bendijera antes de su ejecución.

—Un guerrero admirable —murmuró con satisfacción—, pero no inquebrantable.

La hoja del Emperador descendió y la luz en los ojos de Ren se apagó.

Kai no recordaba cómo había escapado. Solo recordaba el vacío, la furia, el fuego devorando su interior. Y la promesa que nació esa noche.

Kai abrió los ojos, de vuelta en el presente. Había llegado el momento. El tiempo de los recuerdos había terminado; solo quedaba la realidad de su misión.

Las torres del Imperio se erguían imponentes frente a él, pero ya no veía miedo ni opresión en su estructura. Solo veía un campo de batalla. Uno donde escribiría el último capítulo de la historia de Ren Solis.

El viento cósmico aullaba a su alrededor, como si el universo mismo sintiera la tormenta que estaba a punto de desatarse. Kai dio un paso adelante, sintiendo el peso de su promesa en cada fibra de su ser. Sus manos se cerraron en puños, la energía vibrando a su alrededor.

No habría retirada.

No habría perdón.

Las defensas del Imperio comenzaron a reaccionar. Drones de combate se desplegaron en formación, iluminando la noche estelar con luces rojas y alarmas ensordecedoras. Soldados de élite emergieron de las sombras, alineándose con una precisión mecánica. Y en lo alto de la torre más grande, la silueta del Emperador se perfilaba contra la negrura del espacio.

Kai no esperó.

Con un salto impulsado por la fuerza de su voluntad, atravesó el primer escuadrón enemigo. Sus movimientos eran letales y fluidos, cada golpe una extensión de su determinación. Destrozó los drones en segundos, reduciendo sus cascos metálicos a chatarra humeante. Los soldados intentaron formar una barrera, pero la rabia de Kai era imparable.

Uno a uno, cayeron.

El eco de su batalla resonaba en la base imperial, un estruendo que anunciaba el inicio del final. Pero Kai no se detuvo. No hasta que alcanzó la entrada principal de la torre. Sus ojos se alzaron hacia la cima, donde el Emperador lo esperaba.

—Te veo, tirano —murmuró, una chispa de fuego ardiendo en su mirada.

La puerta se abrió con un rugido mecánico y Kai avanzó, dejando atrás el campo de batalla iluminado por llamas y sombras.

La confrontación final estaba a punto de comenzar.