La Ira de un Solis

Kai Solis se detuvo en el borde del abismo estelar, observando el infinito con una mirada de acero. Su corazón latía con la furia contenida de mil tormentas. Había llegado el momento. El universo temblaría una vez más al escuchar el nombre de Ren Solis.

La oscuridad que una vez se había apoderado de su alma ahora ardía con una nueva llama. No era solo venganza lo que lo impulsaba, sino la voluntad inquebrantable de su hermano. Había jurado que el Emperador pagaría el precio por haber arrancado a Ren de este mundo. Y ahora, con cada paso que daba, el eco de ese juramento resonaba en cada rincón del cosmos.

"El universo cree conocer la guerra", murmuró Kai, sus palabras flotando como un eco en la inmensidad. "Pero jamás ha visto lo que es la ira de un Solis."

La batalla final se acercaba. A lo lejos, las torres del Imperio brillaban con un fulgor cruel, desafiantes, imponentes. Eran bastiones de opresión, símbolos de un poder que había sido impuesto con sangre y miedo. Pero Kai no sentía temor. Sentía algo mucho más fuerte: determinación.

Cerró los ojos y recordó el último enfrentamiento de Ren contra el Emperador. El rugido del choque entre espada y energía había sido el sonido de un dios enfrentando a otro. Ren, con su mirada serena, había contenido la furia del Imperio con la simpleza de un movimiento perfecto. Kai lo había visto todo. Había visto el instante en que su hermano forjó una leyenda, cuando su voluntad se elevó por encima de cualquier mortal. Y también había visto el momento en que cayó.

Pero la historia no terminaría ahí. Kai Solis no era solo el legado de Ren. Era su evolución.

"Emperador...", susurró, con una voz que resonó como un trueno en el vacío. "Voy por ti. Y esta vez, no habrá retirada. No habrá un segundo enfrentamiento. Solo quedará un vencedor."

El viento cósmico aulló a su alrededor, como si el universo mismo sintiera la tormenta que estaba por desatarse. Las estrellas parecían inclinarse ante su presencia, y los planetas, testigos silenciosos de la historia, aguardaban el desenlace de un destino que ya había sido escrito en fuego y ceniza.

Kai avanzó, su sombra alargándose en la negrura del espacio. Sus puños se cerraron con la firmeza de quien lleva el peso de un mundo sobre los hombros. No era un dios. No era un héroe. Era algo más.

Era la voluntad de Ren Solis hecha carne.

Y cuando la batalla comenzara, el Emperador conocería el verdadero significado del miedo.