El salón estaba en penumbras, solo iluminado por las pantallas que brillaban con un resplandor frío, blanquecino, casi quirúrgico. Las sombras de los representantes de cada nación se proyectaban en las paredes, figuras rígidas, rostros tensos. Nadie hablaba. No todavía.
Un hombre de traje oscuro se aclaró la garganta. Su voz sonó grave, contenida, como si él mismo estuviera midiendo cada palabra antes de soltarla.
—El propósito de esta reunión es esclarecer los incidentes ocurridos en los últimos días. Lo que están a punto de ver es material confidencial.
Un clic.
Las pantallas cambiaron.
El primero comenzó.
Una vista aérea del laboratorio ruso, cubierto de nieve, rodeado por el silencio sepulcral del invierno. La imagen cortó de golpe a una toma dentro del laboratorio. Pasillos de acero, el reflejo blanquecino de luces de emergencia parpadeando como si la electricidad fallara.
Y luego, la criatura.
No debía moverse así. Sus extremidades eran demasiado largas, los músculos expuestos parecían palpitar, como si aún estuvieran adaptándose a su propia existencia. Su piel, ajada y extraña, mostraba cicatrices frescas, como si se hubiera desgarrado y vuelto a cerrar más de una vez. Sus ojos brillaban con un reflejo enfermizo en la luz intermitente.
Un grito.
No de la criatura.
Un grito humano, tan desgarrador que atravesó el eco de la grabación, haciendo que más de uno en la sala contuviera el aliento.
La imagen tembló por el movimiento brusco de la cámara. La alarma del laboratorio ruso resonaba sin descanso, entrecortada por jadeos y el golpeteo irregular de botas corriendo.
Y entonces, caos.
El mutante se movió. No debería haber sido tan rápido. No con su tamaño, no con esa estructura. Pero lo era. Una mancha borrosa que atravesó la pantalla en un segundo. Algo se estrelló contra la cámara, un sonido húmedo, pesado.
Un cuerpo cayó.
El camarógrafo jadeó, la imagen giró bruscamente antes de que la pantalla se llenara de rojo.
El video se detuvo.
Silencio.
—El espécimen escapó. Antes de huir, destruyó el laboratorio. No quedó nadie con vida. Luego, se dirigió a la ciudad. —La voz del hombre apenas se escuchó sobre la tensión del aire.
Otro clic.
Alemania.
No había nieve ni calles destruidas. Solo el interior del laboratorio, demasiado ordenado, demasiado clínico. Los pasillos blancos y las luces frías apenas revelaban la tensión en los rostros de los guardias. Sujetaban sus armas con demasiada fuerza.
Y luego, la criatura.
Diferente a la de Rusia, pero igual de antinatural. Sus movimientos eran calculados, no erráticos. No atacaba al azar.
Sabía a quién eliminar primero.
El primer guardia cayó con un sonido seco, su cuello torcido en un ángulo imposible. El segundo apenas levantó su arma antes de que un brazo se clavara en su abdomen. No fue un ataque al azar. No fue desesperación.
La criatura estaba aprendiendo.
La cámara captó el último intento de resistencia. Los disparos resonaron, algunos impactaron en el mutante, pero no bastó. Nunca bastaba.
La pantalla se llenó de imágenes frenéticas. Sangre en el suelo inmaculado. Cuerpos sin vida.
Y entonces, la criatura huyó.
No destruyó el laboratorio. No buscó más víctimas.
Solo escapó.
El video terminó.
El silencio en la sala era asfixiante.
Hasta que alguien lo rompió.
—No podemos seguir ignorando esto.
Las discusiones comenzaron.
La sala estaba llena, el aire pesado, cada respiración cargaba el peso del desastre que acababan de ver. Representantes de las máximas potencias estaban reunidos para un solo fin: decidir cómo continuar con la historia de la humanidad. Rostros tensos, miradas frías y calculadoras. Sobre la mesa, la pantalla detenida en la última escena: sangre esparcida por todas las paredes, cuerpos despedazados y la silueta de algo que no debería existir.
—Hemos sido testigos de uno de los mayores desastres de la actualidad —comenzó el representante de Rusia, su voz firme con una ira entre las sombras—. Sabemos cómo comenzó: las mutaciones en nuestro laboratorio se aceleraron gracias al clima extremo. Se adaptaron, EVOLUCIONARON y luego... destruyeron todo a su paso. Dubná sigue recuperándose. ESTO NO SE PUEDE VOLVER A REPETIR. Si seguimos con esto, no solo mi ciudad quedará en caos, cada una de las ciudades en donde se haga la investigación, en un corto periodo de tiempo, va a desaparecer.
—Es un desastre, eso no se niega —intervino el representante de Japón con tranquilidad—, pero si abandonamos esto, sería desperdiciar un gran avance para la humanidad. Ya conocemos que la frialdad de Rusia la acelera, puede haber un patrón y, al descifrarlo, al comprenderlo, podemos predecirlas, incluso controlarlas. ¿Se dan cuenta de lo grandioso que sería eso? Después de tantos años, la naturaleza empezó a evolucionar y con ello nosotros. En vez de cortar el paso de estas, hay que unirlas a nosotros y dar un gran paso hacia nuestra posible gran evolución deseada.
—¿Controlarlas? ¿De qué hablas? —El tono del representante alemán estaba cargado de escepticismo—. ¿Acaso vieron lo que pasó en nuestro laboratorio? Todas las muertes de los guardias y uno de nuestros científicos principales cayó en coma. Por poco y no logramos contener la situación. Aunque la criatura escapó, logramos salvar las vidas de miles de personas. ¿Van a querer sacrificar la vida de nuestros ciudadanos solo por sus estúpidos pensamientos? Un pensamiento que ni siquiera sabemos si podremos llevar a cabo. Primero acabarán con los laboratorios, luego seguirán las ciudades y, de ahí, el mundo entero. Pero claro, cuando aparezcan en otras partes, será un gran "DESCUBRIMIENTO". Usen la razón al menos por un solo día.
—El conocimiento tiene sus riesgos —dijo el representante de EE.UU., su tono tranquilo contrastando con la tensión de la sala—, pero los riesgos calculados nos han llevado a todo el progreso que tenemos. ¿Acaso Marie Curie murió por nada? NO. Gracias a ella conocemos el término radiactividad. Y no solo ella, todos los científicos que han dado su vida por la ciencia no murieron por cualquier "estupidez". Tenemos que investigar y no hay otra opción.
—Claro que hay otra opción —interrumpió Rusia, su mirada afilada—, y esa es exterminarlos a cada uno de ellos antes de que sea tarde. Y como bien lo dijiste, Estados Unidos, fallecieron científicos, pero aquí estamos hablando de que MUERAN CIVILES. Media ciudad mía es la prueba de ello. Y como dijo Alemania, ¿quieren sacrificar a todo el mundo solo para tratar de controlar las mutaciones? No lo creo.
Un murmullo recorrió toda la sala. Algunos asintieron, otros simplemente se quedaron callados.
—No sabemos si es tarde o no —Italia habló con cautela—. Lo único cierto es que estamos en una carrera contra el tiempo. Si no decidimos de una vez, el mundo acabará, y todo por no querer tomar una decisión. Seguir con las investigaciones para un buen futuro, o acabar con ellas para mantener tranquilo al planeta. Pero hay que investigar. El futuro es incierto, y si acabamos con ellas y surge una nueva amenaza, simplemente tiraríamos la evolución por nada. Hay que llevar medidas de seguridad extremas, realizar las investigaciones en laboratorios alejados de los civiles.
—¿Medidas de seguridad? —China intervino por primera vez—. ¿Como cuáles? Porque las de antes está claro que fueron inservibles.
—Podemos diseñar mejores protocolos —insistió Japón— y, en paralelo, seguir con la investigación, estudiar los climas. Gracias a Rusia, sabemos que el frío acelera su mutación. ¿Y si probamos con calor? ¿Las atrasaría? ¿O tal vez las neutralizaría? Solo piénsenlo...
—Ustedes solo piensan en usarlas como armas, ¿cierto? —gruñó Alemania—. No permitiré que hagan del mundo un laboratorio, no al costo de nuestras vidas.
—¿Y si ya no tenemos otra opción? —La voz de EE.UU. se volvió más grave—. Lo que sucedió ya no se va a revertir. ¿Quieren dejar las muertes así porque sí? Estos seres existen y no podemos hacer nada para cambiarlo. Aunque los eliminemos, van a seguir con nosotros. Tenemos que entenderlos... antes de que ellos nos entiendan a nosotros.
Un silencio pesado invadió la sala. Nadie podía negar la verdad de esas palabras, pero la pregunta seguía invadiendo las mentes de cada representante: ¿arriesgarse para dar el paso más importante hacia la evolución? ¿O acabar con ellos antes de que sea demasiado tarde?
La junta de la ONU colapsó en un griterío caótico. Representantes golpeaban las mesas, algunos se levantaban amenazantes, otros intentaban imponerse a gritos, buscando desesperadamente que su postura prevaleciera. Germán, con el rostro crispado por la ira, se puso de pie y alzó la voz para intentar recuperar el control.
—¡Basta! Tenemos que dar un veredicto antes de que sea—
Las pantallas de la sala se encendieron una por una, interrumpiendo la reunión con una transmisión en vivo. El caos en la sala se congeló en un segundo. El océano Ártico apareció en la pantalla, pero su estado no era normal. Las olas se agitaban con una violencia antinatural, y en cuestión de segundos, la nueva realidad se desplegó frente a ellos.
El mar se tiñó de rojo.
El barco de investigación ardía en llamas, y la transmisión—una señal de emergencia—mostraba una cámara temblorosa enfocando a los científicos y marinos que intentaban escapar desesperados. Resbalaban en la pintura roja de la cubierta, sus gritos desgarradores llenaban el aire mientras el agua hervía de odio. No era una simple emboscada: era una cacería.
Oliver observaba la transmisión desde su casa, su expresión era fría, pero sus ojos registraban cada mínimo detalle. Entre el pánico, el caos y la desesperación humana, él veía algo más.
—No es únicamente fuerza bruta… es estrategia…—murmuró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
En otro lugar, Nico y Arny veían la transmisión por televisión. Arny tragó saliva, recordando la criatura que enfrentaron en la costa. Nico apretó los puños con furia. Las imágenes en la pantalla no eran diferentes a lo que ellos vivieron.
Los cuerpos desgarrados, las extremidades dispersas por los restos del barco, los sobrevivientes arrojándose unos a otros en su intento desesperado por salvarse. La naturaleza egoísta del ser humano quedaba expuesta en su máxima expresión. El líder de la operación, el científico Adrián, corría junto a su mejor amigo Bruce hacia la borda.
—¿Qué hacemos para salir de aquí?—preguntó Bruce con la voz quebrada.
Adrián sonrió. —Tranquilo, tengo un plan.
Pero al llegar al final del barco, Adrián hizo lo impensable.
—Perdóname por esto, Bruce. No tengo otra alternativa.
Y lo lanzó al agua.
—A...ADRIAAAAAN—gritó Bruce, con los ojos desbordados en lágrimas.
La criatura emergió de las profundidades y atrapó a Bruce. Lo sostuvo con sus garras, lo analizó, lo saboreó… pero no lo devoró. Lo soltó con cuidado. Y en su lugar, se giró hacia Adrián.
Adrián nadaba con todas sus fuerzas, pero su propia traición había sellado su destino. La bestia lo alcanzó con facilidad y, con un solo movimiento de su garra, le rasgó el pecho.
—¡AAHHHHHH! ¡BESTIA IDIOTA, TE DI UN ALIMENTO, QUE HACES CONMIGOOO!—gritó, su voz quebrándose en agonía.
La criatura lo miró fijamente y sonrió.
Comenzó a desgarrarle lentamente los brazos y las piernas, dejando su rostro intacto. Una carcajada gutural emergió de su garganta. Uno a uno, mordió sus dedos mientras Adrián aullaba de dolor, su sangre tiñendo aún más el océano. Con su último aliento, volteó a ver a Bruce, quien lloraba en silencio.
—BRUCE… ERES TAN… INÚTIL QUE… NI SIQUIERA SIRVES COMO SACRIFICIO… TE… ODIO…—balbuceó antes de que la criatura cerrara sus mandíbulas sobre su cráneo.
En la ONU, el horror se extendió como un virus. Murmullos temblorosos se convirtieron en discusiones acaloradas. Germán golpeó repetidamente la mesa.
—¿VEN LO QUE LES DIJE? ¡No existe control posible! ¡Esas cosas son la representación de la muerte!
Hikigaya, aún traumatizado por lo que había visto, intentó mantenerse firme.
—Uh…—exhaló con dificultad—pero no lo ven… si entendemos su pensamiento… podríamos…
—¡No existe ningún pensamiento tan atroz!—rugió Pyotr—¡Matarlos es la única salvación!
Damian pasó las manos por su rostro, el único intentando procesar racionalmente lo que acababan de presenciar. Entonces la transmisión mostró algo aún más perturbador.
Entre los cuerpos destrozados en la cubierta, la criatura comenzó a acomodarlos… en círculos.
El horror se convirtió en parálisis cuando la bestia levantó un brazo humano y, lentamente, movió la mano en un gesto. ¿Era un saludo? ¿Un adiós?
Oliver sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—No solo aprenden… nos entienden…—murmuró con los ojos clavados en la pantalla. La criatura había mostrado empatía con Bruce. Había notado la arrogancia de Adrián y decidió castigarlo. Sabía distinguir el miedo, el egoísmo, la desesperación. Tal vez los humanos nunca podrían entenderlos… pero ellos sí los entendían a ellos.