capitulo 10 el hospital

La hierba estaba alta, húmeda por la lluvia reciente. El aire olía a tierra mojada. Oliver, con ocho años, corría por el parque, sus risas infantiles llenando el aire. Saltaba entre los charcos, sin preocuparse por las gotas de lodo que salpicaban su ropa.

Hasta que algo lo hizo detenerse.

Los arbustos se sacudieron de forma brusca.

—Olii…

El susurro lo hizo girar de inmediato. Su corazón latió con fuerza. Conocía esa voz, pero algo en ella no encajaba. Sonaba… extraña.

No tuvo tiempo de pensar más.

Un impacto repentino en su espalda lo lanzó hacia adelante. Rodó cuesta abajo, sintiendo la tierra raspar su piel. Su cuerpo golpeó el suelo con un impacto seco.

Aturdido, intentó enfocar la vista. Todo giraba. Se obligó a parpadear varias veces hasta que, desde la cima de la colina, distinguió algo.

Dos ojos brillantes lo observaban desde la oscuridad.

Antes de que pudiera moverse, todo se volvió negro.

Oliver despertó de golpe.

El blanco intenso del cuarto lo cegó por un instante. Su respiración era errática, como si aún estuviera atrapado en el túnel.

Tardó un segundo en notar la silueta a su lado.

—¿Cómo te sientes? —La voz de Liam sonaba más seria de lo habitual.

Oliver soltó una risa débil.

—Como si me hubiera atropellado un tren.

Liam no sonrió.

—Casi. Tienes suerte de estar vivo.

Oliver desvió la mirada al techo. Su garganta estaba seca.

—No me siento con suerte.

Liam no dijo nada. El silencio se alargó hasta que Oliver hizo un esfuerzo por hablar.

—El niño… ¿Está bien?

—Sí. Todo gracias a ti.

Oliver asintió, pero su expresión no cambió. Su cuerpo dolía demasiado como para procesar lo que sentía.

—No sé qué pensar… Todo me sofoca.

Liam lo observó con atención.

—Sé que no te gusta hablar de lo que pasa por tu cabeza, pero si necesitas hacerlo, hazlo.

Oliver dejó escapar una leve risa.

—Me conoces demasiado bien… —Suspiró—. Pero no, gracias.

Liam no insistió. En su lugar, sacó su teléfono.

—Entonces mira esto.

Oliver tomó el celular con manos temblorosas y presionó "play".

El video comenzó.

Gritos. Siluetas retorciéndose en un suelo cubierto de rojo. Ojos brillantes en medio del fuego.

Apartó la mirada de golpe.

El aire de la habitación se volvió pesado. Por un instante, sintió que aún estaba en el túnel.

—¿Dónde… fue esto? —murmuró con la voz quebrada.

—Rusia. Hay más videos. Unos peores que otros. Lo están intentando frenar, pero no pueden con todo.

Oliver sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—¿Qué… qué carajos es eso?

Liam tardó un momento en responder.

—Nadie lo sabe. Pero está pasando en distintos lugares.

El silencio se volvió insoportable.

Oliver se cubrió la cara con las manos. Su mente intentaba procesarlo todo: el accidente, el fuego, el video.

Liam se levantó y le dio una palmada en el hombro.

—Tengo que irme. Pero volveré a verte antes de que te den de alta.

Oliver asintió en silencio.

desvió la mirada a la ventana. En el reflejo del vidrio vio su rostro pálido.

Su respiración se detuvo un segundo.

No pudo distinguirlo bien… pero había algo.

Una sombra difusa, un contorno oscuro, acechándolo.

Parpadeó varias veces, giró la cabeza de un lado a otro… nada.

El cuarto seguía en silencio, interrumpido solo por el sonido del monitor que registraba su pulso.

Estaba acelerado.

Intentó convencerse de que era el cansancio. Demasiada sangre perdida. Demasiadas imágenes grabadas en su mente.

Llamas.

Metal destrozado.

Gritos.

Los videos que le mostró Liam.

Carne rasgada.

Siluetas en el suelo lleno de sangre.

Ojos brillando en el fuego.

Todo se mezclaba en su cabeza, cobrando vida en cada parpadeo. Le estaba pasando factura.

Tenía que dormir.

Pero cada vez que cerraba los ojos, las imágenes volvían a por él.

Durmió poco y mal.

Se despertó de golpe en la madrugada, el corazón latiéndole a mil por hora.

El aire le pesaba en los pulmones.

Había tenido una pesadilla.

Unos ojos rojos lo observaban.

La presión en su pecho lo mataba.

Cuando logró dormirse de nuevo, aunque solo fueran unos minutos, la tensión disminuyó apenas un poco.

El día transcurrió con una sensación extraña. La luz blanca del hospital le pesaba en los ojos, agotándolo más de lo que ya estaba.

En un momento, mientras los enfermeros le hacían el chequeo diario, se quedó viendo su reflejo en el vidrio del pasillo.

Su expresión…

Era diferente.

Vacía.

Sacudió la cabeza, tratando de no pensar en ello. Se enfocó en llenar los documentos que le entregaron.

Faltaba poco para que lo dieran de alta. Solo un día más.

Cayó la noche.

Y con ella, la inquietud.

La cama se sentía incómoda. La habitación se veía más grande en la oscuridad. Demasiado vacía.

Se giró hacia la ventana, buscando distraerse.

La ciudad seguía despierta, las luces parpadeaban a lo lejos.

Pero su reflejo…

Era borroso.

Parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

No estaba seguro, pero juraría que algo se había movido en el cristal.

El monitor registró un pico en su ritmo cardiaco.

No. Solo estaba cansado.

Se obligó a cerrar los ojos y respirar con calma.

Pero entonces…

Un sonido rasgó el silencio.

Un roce en la esquina de la habitación.

Como tela arrastrándose por el suelo.

Abrió los ojos de golpe.

La habitación seguía en penumbra. Nada había cambiado.

Pero la sensación de ser observado se volvió insoportable.

Las horas pasaron. Lentas, pesadas.

Al día siguiente, lo dieron de alta.

Cuando salió junto a Liam, Oliver no pudo evitar mirar de reojo su reflejo en la puerta de vidrio.

Solo para asegurarse de que era el único ahí.

Sacudió la cabeza, diciéndose que eran paranoias. Pero la sensación de incomodidad no se iba.

Liam abrió la puerta del auto y lo miró con expectación.

—¿Subes o te vas caminando?

Oliver soltó un resoplido y se dejó caer en el asiento

El auto avanzaba en silencio. Oliver iba con la cabeza recargada en la ventana, viendo la ciudad pasar. Liam echó un vistazo de reojo antes de romper el silencio.

—¿Te duele algo?

—Todo —respondió Oliver sin despegar la vista del vidrio.

—¿Necesitas algo?

—Dormir un mes.

—Tienes tres días como máximo, no más.

Oliver soltó un resoplido.

—Qué generoso.

—No me des las gracias.

El tráfico avanzaba lento, las luces de los semáforos iluminaban el auto a ratos. Liam giró un poco la cabeza.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—No sé —respondió Oliver, hundiéndose en el asiento—. Fingir que todo está bien, tal vez.

—Eres pésimo actuando.

—Lo sé.

Liam se acomodó en su asiento, soltando aire.

—Al menos ya no estás en el hospital.

—Sí… aunque era más fácil ahí. Solo tenía que respirar y ya.

—¿Y comer, no?

—No cuento esa parte.

Liam giró el volante.

—Miedo me da preguntar qué comiste.

—Cosas que ningún humano debería consumir.

—Ah, comida de hospital.

Oliver sonrió apenas.

Oliver empujó la puerta con el hombro y entró sin decir nada. Su mochila cayó en el sofá, y él la siguió casi al mismo tiempo. Se dejó caer, hundiéndose como si el cansancio lo estuviera arrastrando hacia el fondo.

Liam lo miró desde la entrada, apoyado en el marco de la puerta.

—¿Vas a quedarte ahí o piensas moverte a tu cuarto?

Oliver gruñó algo inentendible.

—Eso pensé.

Liam rodó los ojos, pero no insistió. Fue a la cocina y regresó con una botella de agua, dejándosela en la mesa. Oliver la miró de reojo y luego la agarró, dándole un trago sin muchas ganas.

—¿Tienes hambre?

—No.

—Tienes que comer algo.

—Dije que no.

Liam suspiró.

—Voy a hacer algo de comer. Si no lo quieres, lo dejo en el refri.

Oliver solo levantó una mano en un gesto vago.

El departamento se llenó con el sonido de Liam moviéndose en la cocina. Oliver se quedó viendo el techo, sintiendo la pesadez en los párpados. Su cuerpo le pedía descanso, pero su mente seguía inquieta.

No tardó en sacar el teléfono. No tenía intención de ver nada en especial, pero sus dedos se movieron solos, deslizándose por los titulares.

Caos en Rusia y Alemania. Laboratorios fuera de control

Las imágenes eran borrosas, temblorosas. Gente corriendo, fuego, siluetas difusas en la oscuridad.

Su estómago se apretó.

Dejó el teléfono boca abajo y se frotó la cara con las manos.

Sentía esa incomodidad otra vez. Esa presión en el ambiente que no podía explicar.

Miró de reojo su reflejo en la ventana.

Nada raro. Solo él.

Respiró hondo y cerró los ojos.

Tal vez era el cansancio. O tal vez…

No.

No quería pensar en eso ahora.