Kimberly estiró los brazos y suspiró profundamente, aún envuelta en la suave y lujosa ropa de cama.
La luz de la mañana entraba a raudales por las altas ventanas, bañando la habitación con un cálido resplandor.
A pesar de la comodidad de su entorno, su corazón se sentía pesado.
—¿Por qué parece que la paz siempre está justo fuera de mi alcance? ¿Dónde está Theo? —se preguntaba, escudriñando la habitación con sus cansados ojos.
Justo cuando sus pensamientos comenzaron a espiralizarse, la puerta rechinó al abrirse.
Alfa Theo entró, llevando una bandeja con té y pan rebanado ordenadamente. Su presencia llenó la habitación con una calma tranquilizadora.
—Buenos días —saludó Theo, su sonrisa cálida y acogedora mientras colocaba la bandeja en la mesita de noche.
—¿Cómo te sientes hoy?
Kimberly parpadeó, momentáneamente asombrada por la simplicidad de su gesto. Nunca esperó que alguien tan poderoso como Theo le llevara el desayuno.