En el momento en que Kimberly salió sola, un silencio ensordecedor cayó sobre la habitación.
Los ojos se abrieron de par en par, algunos por shock, otros por asombro, otros por horror. Pero una pregunta flotaba en el aire, sofocando el espacio como una densa niebla, ¿dónde estaba el Alfa Theo?
El rostro de Kimberly estaba carente de emoción, sus manos apretadas con fuerza a sus costados.
Su cuerpo dolía, su alma ardía, pero nada se comparaba con el vacío en su corazón.
—Theo... —susurró ella bajo su aliento.
El supremo gran sacerdote se levantó lentamente. —Niña, ¿dónde está el Alfa Theo?
Kimberly tragó el nudo en su garganta, forzándose a mantener su voz firme. —No logró salir.
Suspiros llenaron la habitación. Una mezcla de murmullos, incredulidad y regocijo reprimido desde las sombras de la multitud.
Entonces, el silencio se rompió con la risa triunfal del Alfa Derrick. No intentó esconder su alegría, tampoco Mona.