Capítulo 1, Primer despertar

En una mansión del distrito más exclusivo del continente central, una almohada era empapada lentamente por la saliva de alguien que dormía plácidamente.

Pri pri pri.

La alarma sonó. El durmiente, indiferente, la apagó con desgano y volvió a sumirse en su sueño. El aparato insistió, interrumpiéndolo una y otra vez, hasta que por fin se cansó y se levantó.

Poco a poco fue poniéndose de pie. Se bañó y se vistió con ropa del siglo XX. Tras siglos de olvido, aquella moda había regresado y se había convertido en el nuevo símbolo de elegancia y formalidad.

Su atuendo era sencillo: una camisa blanca, sobre ella un chaleco negro; pantalón y zapatos del mismo tono. Antes de salir, tomó un sombrero del perchero con gesto mecánico.

Al cruzar la puerta, su chófer ya lo esperaba junto al automóvil.

"Buenos días. Por favor, súbase, señor" dijo, abriéndole la puerta.

"Buenos días. Ya te he dicho que puedes hablarme con un tono más casual" respondió el hombre, mientras se acomodaba en el asiento trasero.

El chófer no respondió. Encendió el motor y se dirigieron, como cada mañana, a la empresa de seguridad pública.

Al llegar a la empresa, tras abrirse paso por el interminable tráfico, el jefe fue recibido por una mezcla abrumadora de perfumes caros... y un toque de sudor mal contenido.

Giró la cabeza y notó que su equipo había regresado de su misión. Lamentablemente, no estaban todos. De los cinco miembros, solo habían vuelto tres: Dinorat, Hanna y Mia.

"Buenos días, jefe" saludó Hanna, con una expresión imposible de descifrar. ¿Estaba molesta? ¿Triste? ¿Simplemente no tenía ganas de hablar? El jefe no pudo estar seguro. Mientras tanto, dos figuras pasaban junto a ella.

Uno de ellos era alto, con cabello esmeralda y ojos del mismo tono. En su espalda se balanceaba una cola robusta de T-Rex, y sus uñas —si se les podía llamar así— eran afiladas y gruesas, más garras que otra cosa.

A su lado caminaba Mia, una chica de cabello blanco como la nieve, con orejas y cola felinas del mismo color. Su estatura era notablemente baja, incluso para los estándares de su especie. Había algo en su presencia que parecía siempre fuera de escala, como si perteneciera a otro plano.

Y por último, Hanna. Su cabello azul intenso contrastaba con el azul marino de sus ojos. Una cola extraña, de textura acuática, emergía de su espalda: una cola de leviatán, sin duda. Era alta, casi tanto como el jefe, aunque Dinorat seguía siendo imponente incluso entre los suyos.

El jefe los siguió por el pasillo principal hasta que su camino se desvió. Giró a la derecha por un corredor más estrecho y caminó hasta llegar a la sala número 10. No le quedó más que esperar. La cita era a las once en punto. El reloj marcaba las once y media cuando, finalmente, el entrevistado llegó.

Era una figura alta, cubierta por capas exageradas de ropa que ondulaban con cada paso. Su cabello negro, desordenado como una sabana indómita, caía sobre su rostro, apenas dejando ver unos ojos marrones que asomaban entre los mechones.

El joven se sentó frente al jefe y lo miró directamente a los ojos. El jefe se aclaró la garganta con un par de toses y comenzó la entrevista.

"Dígame, ¿por qué quiere este trabajo?"

Su tono era serio, incluso algo autoritario. Observó al joven con cierto recelo. Su vestimenta era inapropiada, pero no era algo inusual. En estos días, la mayoría prefería lanzarse al gremio de aventureros antes que acudir a una entrevista formal. De hecho, apenas si había candidatos.

El joven se levantó ligeramente y realizó una reverencia formal.

"Me llamo Heo. Tengo veintitrés años y puedo desempeñarme como cerebro táctico para un equipo. Sin embargo, mi afinidad con el núcleo es muy baja, así que no podría luchar."

"Eso podría ser un problema —admitió el jefe, sin apartar la vista del expediente—. Pero podríamos llegar a un acuerdo. Lo que realmente me preocupa es esto: tu historial dice que fuiste despedido de tu empleo anterior por no presentarte en un lapso de seis meses. ¿Algo que decir al respecto?"

Heo pareció sorprendido por un segundo, pero se recompuso casi de inmediato.

"Tuve un problema serio que me inhabilitó durante ese tiempo. No podía trabajar."

El jefe lo observó en silencio. Su historial no era el mejor, pero las opciones eran limitadas. Con suerte, encontraría otro candidato en tres meses... y su equipo necesitaba refuerzos con urgencia.

Tras unos segundos de reflexión, asintió.

"Tienes dos semanas para mudarte. Vivirás en la casa número 145, calle Vultran, junto a tu nuevo equipo."

"Gracias", respondió Heo, levantándose y extendiendo la mano.

El jefe se la estrechó con formalidad. Luego, cada uno se dirigió en silencio a su respectivo destino.