El sol del mediodía ardía sobre las Landas de Etten, un disco blanco que colgaba en un cielo despejado, proyectando sombras cortas y afiladas sobre las colinas desnudas y los árboles secos que salpicaban el paisaje como garras petrificadas emergiendo de una tierra agotada. Tygran estaba de pie en el centro de su campamento nómada, su hacha apoyada contra una roca mientras ajustaba las correas de su armadura, el hierro negro y azul resonando con cada tirón bajo la luz abrasadora que quemaba la piel expuesta. La cabra, su compañera inseparable desde que despertó en este mundo roto, pastaba a su lado, arrancando hierba seca con una paciencia que parecía desafiar el aire cargado de tensión que lo envolvía, su cornamenta salpicada de icor verde brillando como un trofeo de las batallas que habían dejado atrás. Sus ojos oscuros lo miraban con una mezcla de curiosidad y exigencia, como si supiera que el breve respiro del amanecer era solo un preludio a más sangre, más lucha, más guerra. Alrededor de Tygran, doscientos veintiocho enanos llenaban el claro con una actividad silenciosa pero letal: ciento tres guardianes, sus barbas amarillas trenzadas oscurecidas por el polvo, sus armaduras rojizas reluciendo bajo el sol con un brillo que hablaba de acero curtido; noventa y cinco lanzadores de hachas, sus barbas blancas largas y espesas marcadas por la guerra, sus movimientos precisos al afilar sus armas con piedras desgastadas; y treinta falanges, recién invocados, sus vestimentas verdes brillando bajo cascos que protegían sienes y cabeza, sus enormes barbas castañas oscuras ondeando al viento como estandartes de un orden marcial, lanzas largas y escudos octogonales rojizos aferrados con fuerza en sus manos. Eran un ejército nómada invocado por su habilidad Convocar Aliados Enanos - Nivel 3, una fuerza sin civiles ni artesanos, solo guerreros forjados para la guerra, un eco vivo de la furia enana que Tygran había despertado en este páramo helado. La interfaz brillaba en su mente con una claridad implacable: Nivel 3, Energía: 10/20, Recuperación: 3/20, y una experiencia de 4030 puntos, con 30 sobrantes tras alcanzar el nivel 3, a 1970 del nivel 4 que requería 6000.
"Estamos creciendo," murmuró Tygran, limpiando el filo de su hacha con un trapo áspero que había arrancado de un trasgo muerto días atrás, el metal resonando con un sonido seco mientras eliminaba los restos de sangre negra que aún se adherían como una segunda piel. La fortaleza trasgo al sur seguía siendo un coloso inalcanzable, un bastión de cuevas oscuras que se alzaban como fauces hambrientas, fisuras humeantes que exhalaban un olor sulfúrico que picaba la nariz, y gigantes de la montaña que vigilaban desde las alturas con pasos que hacían temblar la tierra como tambores lejanos. Cada patrulla que destruía lo acercaba un paso más a su meta, un arañazo en la superficie de un enemigo que crecía en furia y número con cada golpe recibido. Su campamento había evolucionado desde aquel amanecer tras la masacre inicial, cuando solo tenía catorce guardianes a su lado, exhaustos pero firmes, hasta esta fuerza de 228 enanos: 103 guardianes, sus escudos altos como murallas vivientes; 95 lanzadores de hachas, sus armas girando en sus manos como extensiones de su voluntad; y 30 falanges, sus lanzas largas y escudos octogonales un símbolo de orden en el caos. Era un ejército que resonaba con el eco de la guerra en cada paso que daban sobre la tierra reseca, un latido constante que Tygran sentía en su propia sangre.
La cabra baló, golpeándolo en la pierna con sus cuernos curvos, un gesto que ya era tan familiar como el peso de su hacha en sus manos, y él sonrió, devolviéndole un cabezazo suave que ella aceptó con un balido satisfecho, sus ojos oscuros brillando con una chispa que parecía asentir a su determinación. "Tú también lo sientes, ¿eh?" dijo, su voz grave cortando el aire caliente mientras alzaba su hacha al cielo con un movimiento firme, el filo reluciendo bajo el sol del mediodía como un destello de desafío contra la luz implacable que lo envolvía. "¡Khazâd ai-mênu!" gritó, su voz resonando como un trueno que despertaba la tierra dormida, un llamado que parecía arrancado de las entrañas mismas de las montañas que una vez habían sido hogar de los enanos.
La niebla espesa llenó el claro como un velo gris que borraba el mundo a su alrededor, un cuerno de guerra retumbó desde la nada, profundo y resonante, un sonido que vibraba en los huesos de Tygran y hacía temblar la tierra bajo sus botas. Treinta guardianes emergieron de la bruma, sus barbas amarillas brillando como oro bajo el sol abrasador, sus armaduras rojizas reluciendo con un brillo que hablaba de batallas aún no libradas. "¿Quién ha pedido a los guardianes?" rugieron al unísono, sus voces graves resonando como si la piedra misma hablara a través de ellos, sus cuerpos robustos y de su misma altura reflejando el entrenamiento formal que los convertía en la élite de los enanos, una fuerza forjada para proteger y destruir con igual ferocidad. Segundos después, treinta lanzadores de hachas aparecieron, sus barbas blancas largas y espesas cayendo hasta sus cintos como cascadas de nieve marcadas por la guerra, sus armaduras rojizas y blancas llevando las cicatrices invisibles de combates pasados. "¡Sentirán el miedo al ver nuestras barbas!" gritaron, alzando sus hachas con una ferocidad que cortaba el aire como un relámpago, sus movimientos sincronizados con una precisión que hablaba de instinto más que de práctica. Luego, treinta falanges surgieron, sus vestimentas verdes reluciendo bajo cascos que protegían sienes y cabeza, sus enormes barbas castañas oscuras ondeando como estandartes de un orden marcial, lanzas largas y escudos octogonales rojizos aferrados con manos firmes. "¡La falange traerá el orden!" rugieron, sus voces profundas resonando con una autoridad que completaba el trío de élite, un eco de disciplina que cortaba el silencio del mediodía.
Tygran sonrió, contando los nuevos noventa enanos que se sumaban a su fuerza, llevando su ejército a un total de doscientos cincuenta y ocho: ciento treinta y tres guardianes, noventa y cinco lanzadores de hachas y sesenta falanges. "Más fuerte cada día," dijo, su voz firme mientras los enanos inclinaban la cabeza en un gesto de lealtad silenciosa, uniéndose al campamento con pasos que resonaban como un tambor de guerra que anunciaba su presencia a las colinas silenciosas. El campamento era un hervidero de actividad nómada, un círculo improvisado de mochilas toscas llenas de carne seca y madera cortada, rodeado por guerreros que no conocían la paz ni la buscaban. Los guardianes cortaban madera de los árboles secos que salpicaban las colinas, sus hachas resonando contra la corteza con un ritmo constante que llenaba el aire de sonidos secos, mientras los lanzadores cazaban presas en las laderas cercanas, sus hachas arrojadizas silbando antes de clavarse en conejos y jabalíes con una precisión letal que dejaba poco espacio para el error. Las falanges, con sus lanzas apoyadas contra las rocas como estacas de un orden marcial, ayudaban a curtir pieles, sus manos fuertes rasgando y cosiendo cuero para mochilas rudimentarias que crujían bajo el peso de la carne seca y las herramientas básicas, sus barbas castañas oscuras ondeando al viento mientras trabajaban.
Tygran se movía entre ellos, su armadura resonando con cada paso mientras ajustaba una cuerda aquí, mostraba cómo apilar madera allá, enseñándoles a mantener el campamento ligero y funcional para la vida nómada que había impuesto. La cabra lo seguía como una sombra, embistiendo con sus cuernos a cualquier guardián, lanzador o falange que invadiera su espacio con un balido de advertencia que arrancaba risas profundas o gruñidos de respeto entre los enanos. Algunos le devolvían cabezazos suaves, un ritual que ella aceptaba con un aire de satisfacción regia que hacía sonreír a Tygran bajo el peso de su armadura. "Tú mandas tanto como yo," murmuró, rascándole detrás de las orejas mientras ella masticaba un tallo seco, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de diversión y desafío que lo reconfortaba en medio del cansancio que lo envolvía como una segunda piel.
Pero la fortaleza trasgo seguía fuera de su alcance, un coloso que se alzaba como un desafío en el horizonte, sus cuevas oscuras y gigantes vigilantes un recordatorio constante de lo que aún debía conquistar. Las patrullas trasgas crecían en número y ferocidad, como si cada victoria que Tygran arrancaba de sus garras alimentara su furia y los empujara a enviar más fuerzas, más acero, más odio contra su campamento nómada. "Necesitamos más experiencia," dijo Tygran, pateando una piedra que rodó colina abajo con un sonido seco, su mente calculando los puntos que lo separaban del nivel 4 mientras revisaba la interfaz con una claridad fría. La batalla del amanecer había sido brutal, empujando los límites de su ejército, pero las hordas trasgas no cedían, y él sabía que debía seguir cazando, invocando, fortaleciendo su fuerza para enfrentar lo que venía. El sol estaba en su cenit cuando un chillido agudo resonó desde las colinas al norte, un sonido que cortó el aire como un filo helado, seguido por el retumbar de pasos pesados que hacían temblar la tierra y el zumbido de flechas que vibraban en el aire como un enjambre de muerte.
Tygran alzó su escudo con un movimiento rápido, el metal resonando al ajustarlo en su brazo, y los enanos se detuvieron al instante, sus armas brillando bajo la luz del mediodía como un río de acero que cortaba el paisaje árido. "¡Ifridi yanâd!" gritó, su voz grave resonando como un trueno que hizo temblar la tierra, y los guardianes formaron un muro de escudos al frente, sus cuerpos robustos alineándose con una precisión marcial mientras los lanzadores y falanges tomaban posiciones detrás, las hachas girando en manos expertas y las lanzas largas apuntando al cielo. Una patrulla trasgo emergió desde las colinas, más grande que cualquier otra que hubiera enfrentado antes, una horda que parecía vomitar desde las entrañas de la fortaleza misma: setenta guerreros trasgos con cuchillas curvas oxidadas, sus cuerpos huesudos temblando de furia contenida; setenta arqueros trasgos con arcos cortos y flechas de puntas toscas, sus ojos amarillos brillando con una malicia fría; treinta semitrolls lanceros, sus cuerpos grises y grotescos cubiertos de placas unidas con cuerdas desgastadas, blandiendo lanzas pesadas que parecían arrancadas de troncos antiguos; y veinticinco jinetes de arañas, sus monturas negras galopando con patas chasqueantes que resonaban contra la roca como un tambor de guerra, los trasgos montados armados con lanzas y arcos que oscilaban en sus manos flacas. Un total de 195 enemigos, una fuerza que superaba en número y ferocidad a cualquier patrulla anterior.
"¡Más grandes cada vez!" gruñó Tygran, su mente acelerada mientras calculaba los números, el hedor acre de los trasgos llenándole la nariz con cada ráfaga de viento helado. "¡Ifridi yanâd!" ordenó de nuevo, señalando una emboscada desde las colinas con un movimiento brusco de su hacha que cortó el aire como un filo invisible. Los enanos se dispersaron como sombras entre el polvo y las rocas, los guardianes ocultándose tras árboles secos y peñascos irregulares que salpicaban la cañada, sus armaduras rojizas fundiéndose con el terreno árido bajo la luz del mediodía, mientras los lanzadores subían a las crestas con pasos rápidos y silenciosos, sus barbas blancas ondeando al viento como estandartes de muerte. Las falanges tomaron un flanco elevado, sus lanzas largas apuntando al cielo, sus escudos octogonales rojizos brillando como un muro de orden en el caos, sus barbas castañas oscuras cayendo como cascadas oscuras sobre sus pechos. Tygran desmontó, guiando a la cabra a un punto oculto tras una roca dentada, su mano firme en las riendas mientras su mirada seguía a los trasgos que entraban en la trampa, sus pasos pesados resonando en la tierra blanda como un tambor que anunciaba su fin.
Cuando la horda estuvo en el centro de la cañada, Tygran gritó: "¡Baruk Khazâd!" Los guardianes cargaron desde ambos lados, sus escudos chocando contra los guerreros trasgos con un estruendo metálico que resonó como un trueno en el mediodía, un sonido que llenó el aire con el eco del acero contra la carne. Los lanzadores arrojaron hachas desde las alturas, una lluvia de acero que silbó en el aire y derribó a veinticinco arqueros en la primera andanada, sus cuerpos desplomándose en un caos de sangre negra y gritos agudos que se perdieron en el viento. Las falanges lanzaron sus lanzas largas desde el flanco, las puntas afiladas ensartando a diez semitrolls con un crujido seco que resonó al atravesar carne y hueso, sus escudos octogonales alzados para bloquear las flechas que ya comenzaban a llover desde las filas traseras trasgas.
Tygran embistió con la cabra, su hacha cortando a un guerrero trasgo en un arco sangriento que dejó un rastro oscuro en la tierra seca, la hoja hundiéndose con un sonido húmedo que resonó en sus oídos, mientras ella atravesaba a otro con sus cuernos, el crujido de hueso resonando bajo el chillido del trasgo antes de que colapsara en un montón tembloroso. Las flechas trasgas llovieron como una tormenta, un zumbido ensordecedor que cortaba el aire, y quince guardianes cayeron, sus escudos perforados por flechas que encontraron las juntas de sus armaduras, sus barbas amarillas tiñéndose de rojo mientras sus cuerpos robustos se desplomaban con un sonido sordo sobre la grava, dejando a ciento dieciocho en pie. "¡Rakân, bekâr!" gritó Tygran, su voz cortando el caos como un filo afilado, y los guardianes se reorganizaron con una precisión marcial que desafiaba el tumulto, formando una línea defensiva que resonó con el clangor de sus escudos al unirse mientras los semitrolls avanzaban desde el centro, sus lanzas pesadas destrozando a diez más en un embate brutal que levantó polvo y sangre en un torbellino rojo que nubló el aire, reduciendo su número a ciento ocho.
Los lanzadores respondieron desde las crestas, arrojando hachas que silbaron en el aire como un enjambre mortal, matando a quince semitrolls en una oleada de muerte que dejó sus cuerpos grises desplomados sobre la tierra, sus lanzas pesadas cayendo con un estruendo sordo que resonó en la cañada, pero ocho de ellos cayeron bajo una lluvia de flechas trasgas que perforaron sus armaduras rojizas y blancas, reduciendo su número a ochenta y siete. Las falanges ensartaron a cinco jinetes con sus lanzas largas, las puntas atravesando monturas y jinetes con un crujido que arrancó gritos de las arañas, pero tres falanges cayeron bajo flechas que encontraron huecos en sus defensas, dejando a cincuenta y siete en pie. "¡Taran Durin Nur!" rugió Tygran, liderando una carga frontal desde el flanco, su hacha abriendo un semitroll en dos con un corte limpio que envió un chorro de sangre negra al aire, mientras la cabra derribaba a un jinete de araña, sus cuernos clavándose en la montura con un crujido que resonó como un eco de furia en el campo de batalla.
Los jinetes de arañas galoparon desde los flancos, sus monturas negras saltando sobre los cuerpos caídos con una agilidad mortal que hacía temblar la tierra, pero Tygran gritó: "¡Baruk Khazâd!" y los lanzadores arrojaron otra oleada de hachas, derribando a quince jinetes en un instante, sus cuerpos desplomándose junto a las arañas destrozadas en un caos de icor verde y gritos ahogados, mientras las falanges avanzaban con sus lanzas, acabando con el resto en un torbellino de acero y sangre que dejó las monturas destrozadas en el suelo. Veinte guardianes más cayeron bajo las lanzas de los semitrolls y las flechas de los arqueros, dejando ochenta y ocho en pie, diez lanzadores sucumbieron bajo una segunda andanada enemiga que atravesó sus defensas, reduciendo su número a setenta y siete, y cinco falanges cayeron bajo una lluvia de flechas, dejando a cincuenta y dos en pie.
El combate se volvió un torbellino de caos, un enfrentamiento brutal de acero, sangre y gritos que llenaba la cañada con un rugido ensordecedor que parecía resonar hasta las colinas lejanas. Tygran cortó y esquivó, su Energía: 10/20 dándole una velocidad y fuerza que sentía correr por sus venas como un río de fuego, mientras la cabra embestía a su lado con una ferocidad que desafiaba su tamaño, sus cuernos arrancando gritos y crujidos de hueso de los trasgos que osaban acercarse. Los enanos resistían, sus hachas, lanzas y escudos formando un muro menguante pero implacable contra la marea trasga que seguía presionando con una furia desesperada. "¡Rakân, bekâr!" ordenó Tygran de nuevo, su voz un rugido que se alzó sobre el tumulto, y los guardianes se reagruparon, sus escudos resonando al bloquear una carga desesperada de los trasgos mientras los lanzadores y falanges eliminaban a los últimos semitrolls y arqueros, las hachas silbando y las lanzas clavándose con una precisión letal que dejaba cuerpos amontonados en la tierra como trofeos caídos.
Los trasgos restantes, reducidos a menos de veinte por la carnicería implacable de los enanos, huyeron chillando hacia las colinas, sus armas abandonadas en el pánico, sus pasos resonando en un eco de derrota que se perdía en el viento helado que barría el campo de batalla como un lamento final. Tygran jadeó, apoyándose en su hacha mientras el sudor le corría por la frente, goteando sobre la tierra ensangrentada, su respiración entrecortada llenando el silencio que seguía al caos. La interfaz brilló en su visión con un resplandor frío que iluminó su mente agotada: "Enemigos derrotados: 195. Experiencia +2320. Nivel 4 alcanzado. Experiencia total: 6350. Puntos de Atributo: 1. Puntos de Habilidad: 1. Experiencia requerida para nivel 5: 8000." Tygran río, su voz ronca resonando en la cañada mientras los ochenta y ocho guardianes, setenta y siete lanzadores y cincuenta y dos falanges lo rodeaban, sus armaduras rojizas, blancas y verdes salpicadas de sangre y sudor, sus barbas amarillas, blancas y castañas manchadas pero sus rostros imperturbables, su disciplina intacta a pesar de las pérdidas.
"¡Mil doscientos más que ayer, y ahora nivel 4!" exclamó, su voz cargada de triunfo y cansancio, un gruñido que apenas contenía la satisfacción que lo inundaba. Había alcanzado el nivel 4 con 6350 puntos, dejando 350 puntos sobrantes para el nivel 5, que ahora exigía 8000 en total. La cabra trotó hacia él, su cornamenta brillando con restos de sangre e icor, y le dio un cabezazo suave en la pierna, un gesto que lo sacó de su agotamiento con una risa que resonó en su garganta. "Lo hicimos, amiga," dijo, su tono más suave ahora, cargado de un alivio que no había sentido en días. Asignó el punto de atributo a Energía, llevándolo a 11/20, sintiendo un nuevo vigor que recorría sus músculos, incrementando su ataque, velocidad de ataque y movimiento con una fuerza renovada que lo hizo erguirse más alto. El punto de habilidad lo destinó a Liderazgo - Nivel 1: "Aumentan el ataque, armadura, recuperación de las unidades aliadas cercanas y también recibirán una bonificación de valor y aumento de obtención de experiencia." Un aura invisible emanó de él, bañando a los enanos en una fuerza sutil pero palpable, sus posturas endureciéndose, sus ojos brillando con un valor renovado que no disminuiría ni en su sueño ni en su caída.
Tygran alzó su hacha al cielo y gritó: "¡Khazâd ai-mênu!" La niebla volvió a llenar el aire, el cuerno retumbó, y treinta guardianes emergieron, rugiendo "¿Quién ha pedido a los guardianes?" seguido de treinta lanzadores de hachas que gritaron "¡Sentirán el miedo al ver nuestras barbas!" Luego, treinta falanges aparecieron, sus vestimentas verdes y cascos protectores reluciendo, barbas castañas oscuras ondeando, lanzas largas y escudos octogonales rojizos en alto. "¡La falange traerá el orden!" rugieron, sus voces profundas resonando con autoridad. Tygran sonrió; su ejército creció a 258 enanos: 118 guardianes, 107 lanzadores y 82 falanges. "¡Los enanos de Landas de Etten prevalecen!" dijo, su voz resonando con una furia renovada, la fortaleza trasgo más cerca que nunca, su liderazgo fortaleciendo a cada enano con una voluntad que no se apagaría, ni siquiera en la oscuridad del sueño o la muerte.