El crepúsculo teñía las Landas de Etten de un rojo apagado, un brillo que parecía surgir de la tierra misma, como si la sangre de innumerables batallas pasadas se filtrara hacia el cielo. Tygran estaba de pie en el borde de su campamento nómada, su hacha clavada en el suelo con un golpe seco, el filo aún manchado de sangre negra seca que se desprendía en escamas al rozar la hierba. La cabra, su fiel compañera, pastaba a su lado, arrancando tallos secos con una calma que contrastaba con la tensión que vibraba en el aire, su cornamenta salpicada de icor verde brillando bajo la luz menguante. Sus ojos oscuros le lanzaban miradas que oscilaban entre un reproche silencioso y una aprobación tácita, como si supiera que la guerra era su destino compartido. Alrededor de Tygran, setenta y dos enanos formaban un círculo irregular, sus armaduras rojizas y blancas reluciendo tenuemente en el ocaso como brasas que se apagaban lentamente. Treinta y seis eran guardianes, sus barbas amarillas oscurecidas por el polvo, pero erguidas con orgullo, sus escudos altos y hachas afiladas testimoniando su entrenamiento como élite enana. Los otros treinta y seis eran lanzadores de hachas, sus barbas blancas largas y espesas cayendo hasta sus cintos, marcadas por la sangre y el sudor de la última masacre. Eran guerreros invocados por su habilidad Convocar Aliados Enanos - Nivel 2, un ejército nómada sin civiles, sin artesanos ni hogares, solo acero afilado y una voluntad inquebrantable de guerra. La interfaz brillaba en su mente como un recordatorio constante: Nivel 2, Energía: 9/20, Recuperación: 3/20, y una experiencia acumulada de 2030 puntos, acercándose al umbral de 4000 necesario para el nivel 3.
"No es suficiente," gruñó Tygran, pateando una piedra que rodó colina abajo con un sonido seco, su voz grave resonando en el aire frío como un eco en una caverna vacía. La fortaleza trasgo al sur seguía siendo un coloso inalcanzable, un bastión de cuevas oscuras, fisuras humeantes y gigantes de la montaña que vigilaban con ojos hambrientos desde las alturas. Cada patrulla que destruía era como un arañazo en su superficie, una victoria que no llegaba a sus cimientos. Pero Tygran no estaba solo en su lucha. Cada cinco minutos, cuando el tiempo de reutilización de su habilidad lo permitía, invocaba más enanos, y su campamento crecía como una tormenta que se avecinaba. Había comenzado el día con setenta y cuatro guerreros, los sobrevivientes de la masacre anterior, y tras horas de convocaciones constantes bajo el sol abrasador y el viento helado que cortaba como cuchillos, tenía ciento veinte: setenta guardianes con sus barbas amarillas trenzadas con precisión y cincuenta lanzadores con sus barbas blancas ondeando como estandartes de guerra, sus rostros curtidos por un propósito que no conocían más allá del combate.
"Somos los enanos de Landas de Etten," dijo, alzando su hacha al cielo con un movimiento firme, el filo reluciendo en el ocaso como un destello de desafío contra la oscuridad que se avecinaba. "Y vamos a ser más." La cabra baló, golpeándolo en la pierna con sus cuernos curvos, un gesto que ya era tan familiar como el peso de su armadura contra sus hombros. Él río, una risa ronca que rompió el silencio del ocaso, y le devolvió un cabezazo suave, sintiendo el calor de su frente contra la suya. "Tú también quieres más, ¿eh?" Ella ladeó la cabeza, sus ojos brillando con una chispa que parecía asentir, y Tygran alzó la voz al viento helado que rugía entre las colinas. "¡Khazâd ai-mênu!" gritó, su voz cortando el aire como un filo afilado.
La niebla espesa llenó el claro como un velo gris que borraba el mundo, un cuerno de guerra retumbó desde la nada, profundo y resonante, sacudiendo la tierra bajo sus botas. Treinta guardianes emergieron de la bruma, sus barbas amarillas brillando como oro bajo el sol poniente, sus armaduras rojizas reluciendo con un brillo que hablaba de batallas aún no libradas. "¿Quién ha pedido a los guardianes?" rugieron al unísono, sus voces graves resonando como si la piedra misma hablara, sus cuerpos robustos y de su misma altura reflejando el entrenamiento formal que los convertía en la élite de los enanos. Segundos después, treinta lanzadores de hachas aparecieron, sus barbas blancas largas y espesas cayendo hasta sus cintos, sus armaduras rojizas y blancas marcadas por cicatrices invisibles de combates pasados. "¡Sentirán el miedo al ver nuestras barbas!" gritaron, alzando sus hachas con una ferocidad que cortaba el aire como un relámpago. Tygran sonrió, contando los nuevos sesenta enanos que se sumaban a su fuerza, llevando su ejército a un total de ciento ochenta: cien guardianes y ochenta lanzadores. "Bienvenidos," dijo, su voz firme mientras los enanos inclinaban la cabeza en un gesto de lealtad silenciosa, uniéndose al campamento con pasos que resonaban como un tambor de guerra.
Para el anochecer, el campamento era un hervidero de actividad nómada, un círculo de guerreros que no conocían la paz ni la querían. Los enanos habían aprendido lo básico en las horas previas bajo su guía estricta: recolectar madera de los árboles secos que salpicaban las colinas, sus hachas cortando la corteza con un ritmo constante que llenaba el aire de sonidos secos; cazar presas con una precisión letal que transformaba conejos y jabalíes en tiras de carne seca, sus hachas arrojadizas silbando antes de clavarse en la carne con un thud sordo; y curtir cuero para fabricar mochilas toscas que crujían bajo el peso de provisiones y herramientas rudimentarias. No eran artesanos, no habían sido invocados para tallar piedra o forjar hogares, sino para empuñar acero y derramar sangre, pero Tygran los había empujado a adaptarse a esta vida nómada. Sus manos, más acostumbradas a la guerra, manejaban las tareas con una eficiencia marcial que no dejaba espacio para la duda, y él se movía entre ellos, ajustando una mochila aquí, mostrando cómo tensar una cuerda de cuero allá, su armadura resonando con cada paso mientras la cabra lo seguía como una sombra leal.
La cabra, por su parte, pastaba entre los enanos con una autoridad silenciosa, embistiendo con sus cuernos a cualquier guardián o lanzador que invadiera su espacio con un balido de advertencia que arrancaba risas profundas o gruñidos de respeto entre los enanos. Algunos incluso le devolvían cabezazos suaves, un ritual que ella aceptaba con un aire de satisfacción regia que hacía sonreír a Tygran. "Eres la reina aquí, ¿verdad?" murmuró, rascándole detrás de las orejas mientras ella masticaba un tallo seco, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de diversión y desafío que lo reconfortaba en medio del caos. Pero incluso con su campamento creciendo, Tygran sabía que no eran suficientes. La fortaleza trasgo al sur, con sus cuevas oscuras y gigantes vigilantes, era un coloso que requería más que un centenar de enanos para caer. Cada patrulla que destruía era un golpe, pero no una victoria definitiva, y las hordas enemigas parecían multiplicarse como una plaga que se alimentaba de cada derrota que les infligía. "Nos cazan tanto como nosotros a ellos," murmuró, revisando la interfaz mientras la cabra arrancaba otro tallo seco a su lado, su mandíbula trabajando con una calma que él envidiaba. La experiencia acumulada era 2030 puntos, pero el nivel 3 exigía 4000, y cada victoria parecía requerir un esfuerzo mayor para acercarse a ese umbral que se alzaba como una montaña ante él.
El alba trajo la oportunidad de probar su fuerza creciente, un desafío que no esperaba pero que aceptó con un brillo feroz en los ojos que reflejaba la furia enana que ahora corría por sus venas. Tygran movió el campamento hacia el oeste, siguiendo huellas frescas de arañas y trasgos marcadas en la tierra blanda, sus botas crujiendo contra la grava mientras los enanos marchaban detrás, sus mochilas de cuero toscas resonando con cada paso, sus armas reluciendo bajo el sol naciente como un río de acero que cortaba el paisaje árido. "Si queremos experiencia, cazaremos más," dijo, montando a la cabra mientras los enanos avanzaban en filas desordenadas pero letales, sus barbas amarillas y blancas ondeando al viento helado que barría las colinas como un lamento eterno. Pero el destino no esperó a que eligieran su presa. Un chillido agudo resonó desde una cañada cercana, un sonido que cortó el aire como un cuchillo afilado, seguido por el retumbar de pasos pesados y el zumbido de flechas que vibraban en el aire con una promesa de muerte. Tygran alzó su escudo con un movimiento rápido, el metal resonando al ajustarlo en su brazo, y los enanos se detuvieron al instante, sus ojos brillando con una mezcla de cautela y anticipación hambrienta. "¡Ifridi yanâd!" gritó, su voz grave resonando como un trueno que hizo temblar la tierra, y los guardianes formaron un muro de escudos al frente, sus cuerpos robustos alineándose con una precisión marcial mientras los lanzadores tomaban posiciones detrás, sus hachas girando en sus manos con un silbido tenue que cortaba el silencio.
Una patrulla trasgo emergió desde las colinas, más grande que cualquier otra que hubiera enfrentado antes, una horda que parecía vomitada desde las entrañas de la fortaleza misma: sesenta guerreros trasgos con cuchillas curvas oxidadas, sus cuerpos huesudos temblando de furia contenida; sesenta arqueros trasgos con arcos cortos y flechas de puntas toscas, sus ojos amarillos brillando con una malicia fría; veinticinco semitrolls lanceros, sus cuerpos grises y grotescos cubiertos de placas unidas con cuerdas desgastadas, blandiendo lanzas pesadas que parecían arrancadas de troncos antiguos; y veinte jinetes de arañas, sus monturas negras galopando con patas chasqueantes que resonaban contra la roca como un tambor de guerra, los trasgos montados armados con lanzas y arcos que oscilaban en sus manos flacas. Un total de 165 enemigos, una fuerza que superaba en número y ferocidad a cualquier patrulla anterior. "¡Se han duplicado otra vez!" gruñó Tygran, su mente calculando rápidamente mientras el viento helado le azotaba el rostro, llevando consigo el hedor acre de los trasgos. "¡Ifridi yanâd!" ordenó de nuevo, señalando una emboscada desde las colinas con un movimiento brusco de su hacha que cortó el aire.
Los enanos se dispersaron como sombras entre el polvo y las rocas, los guardianes ocultándose tras árboles secos y peñascos irregulares que salpicaban la cañada, sus armaduras rojizas fundiéndose con el terreno árido bajo la luz tenue del amanecer, mientras los lanzadores subían a las crestas con pasos rápidos y silenciosos, sus barbas blancas ondeando al viento como estandartes de muerte. Tygran desmontó, guiando a la cabra a un flanco oculto tras una roca dentada, su mano firme en las riendas mientras su mirada seguía a los trasgos que entraban en la trampa, sus pasos pesados resonando en la tierra blanda como un tambor que anunciaba su fin. Cuando la horda estuvo en el centro de la cañada, él gritó: "¡Baruk Khazâd!" Los guardianes cargaron desde ambos lados, sus escudos chocando contra los guerreros trasgos con un estruendo metálico que resonó como un trueno en la mañana, mientras los lanzadores arrojaban hachas desde las alturas, una lluvia de acero que silbó en el aire y derribó a veinte arqueros en la primera andanada, sus cuerpos desplomándose en un caos de sangre negra y gritos agudos que llenaron el aire con un lamento roto.
Tygran embistió con la cabra, su hacha cortando a un guerrero trasgo en un arco sangriento que dejó un rastro oscuro en la tierra seca, mientras ella atravesaba a otro con sus cuernos, el crujido de hueso resonando bajo el chillido del trasgo antes de que colapsara en un montón tembloroso. Las flechas trasgas llovieron como una tormenta, un zumbido ensordecedor que cortaba el aire, y doce guardianes cayeron, sus escudos perforados por flechas que encontraron las juntas de sus armaduras, sus barbas amarillas tiñéndose de rojo mientras sus cuerpos robustos se desplomaban con un sonido sordo sobre la grava. "¡Rakân, bekâr!" gritó Tygran, su voz cortando el caos como un filo, y los guardianes se reorganizaron con una precisión marcial que desafiaba el tumulto, formando una línea defensiva que resonó con el clangor de sus escudos al unirse mientras los semitrolls avanzaban desde el centro, sus lanzas pesadas destrozando a ocho más en un embate brutal que levantó polvo y sangre en un torbellino rojo.
Los lanzadores respondieron desde las crestas, arrojando hachas que silbaron en el aire como un enjambre mortal, matando a diez semitrolls en una oleada de muerte que dejó sus cuerpos grises desplomados sobre la tierra, sus lanzas pesadas cayendo con un estruendo sordo, pero cinco de ellos cayeron bajo una lluvia de flechas trasgas que perforaron sus armaduras rojizas y blancas, reduciendo su número a setenta y cinco. "¡Taran Durin Nur!" rugió Tygran, liderando una carga frontal desde el flanco, su hacha abriendo un semitroll en dos con un corte limpio que envió un chorro de sangre negra al aire, mientras la cabra derribaba a un jinete de araña, sus cuernos clavándose en la montura con un crujido que resonó en la cañada como un eco de furia.
Los jinetes de arañas galoparon desde los flancos, sus monturas negras saltando sobre los cuerpos caídos con una agilidad mortal que hacía temblar la tierra, pero Tygran gritó: "¡Baruk Khazâd!" y los lanzadores arrojaron otra oleada de hachas, derribando a doce jinetes en un instante, sus cuerpos desplomándose junto a las arañas destrozadas en un caos de icor verde y gritos ahogados, mientras los guardianes cortaban a los restantes con hachas que brillaban bajo el sol naciente como destellos de muerte. Quince guardianes más cayeron bajo las lanzas de los semitrolls y las flechas de los arqueros, dejando setenta y tres en pie, y diez lanzadores sucumbieron bajo una segunda andanada enemiga que atravesó sus defensas, reduciendo su número a sesenta y cinco.
El combate se volvió un torbellino de caos, un enfrentamiento brutal de acero, sangre y gritos que llenaba la cañada con un rugido ensordecedor que parecía resonar hasta las colinas lejanas. Tygran cortó y esquivó, su Energía: 9/20 dándole una velocidad y fuerza que sentía correr por sus venas como un torrente de fuego, mientras la cabra y los enanos luchaban a su lado con una ferocidad implacable que desafiaba su número menguante. "¡Rakân, bekâr!" ordenó de nuevo, su voz un rugido que se alzó sobre el tumulto, y los guardianes se reagruparon, sus escudos formando un muro que resonó al bloquear una carga desesperada de los trasgos mientras los lanzadores acababan con los últimos semitrolls, sus hachas clavándose en pechos y cuellos con una precisión letal que dejaba cuerpos grises amontonados en la tierra como trofeos caídos. Los trasgos restantes, reducidos a menos de veinte, huyeron chillando hacia las colinas, sus armas abandonadas en el pánico, sus pasos resonando en un eco de derrota que se perdía en el viento helado que barría el campo de batalla.
Tygran jadeó, apoyándose en su hacha mientras el sudor le corría por la frente, goteando sobre la tierra ensangrentada, la interfaz brillando en su visión con un resplandor frío que iluminó su mente agotada: "Enemigos derrotados: 165. Experiencia +2000. Nivel 3 alcanzado. Experiencia total: 4030. Puntos de Atributo: 1. Puntos de Habilidad: 1. Experiencia requerida para nivel 4: 6000." Setenta y tres guardianes y sesenta y cinco lanzadores quedaban en pie, sus armaduras rojizas y blancas salpicadas de sangre y sudor, sus barbas amarillas y blancas manchadas pero sus rostros imperturbables, su disciplina intacta a pesar de las pérdidas que habían sufrido. La cabra trotó hacia él, su cornamenta brillando con restos de sangre e icor, y le dio un cabezazo suave en la pierna, un gesto que lo sacó de su agotamiento con una risa ronca que resonó en su garganta.
"¡Mil doscientos más que ayer, y ahora nivel 3!" exclamó, su voz cargada de una mezcla de triunfo y cansancio, un gruñido que apenas contenía la satisfacción que lo inundaba. Había alcanzado el nivel 3 con 4030 puntos, dejando 30 puntos sobrantes para el nivel 4, que ahora exigía 6000 en total. La cabra baló de nuevo, como celebrando con él, y Tygran le dio una palmada temblorosa en el lomo, sintiendo el calor de su lana bajo sus dedos mientras se ponía en pie. "Lo hicimos, amiga," dijo, su tono más suave ahora, cargada de un alivio que no había sentido en días. Asignó el punto de atributo a Energía, llevándolo a 10/20, sintiendo un nuevo vigor que recorría sus músculos, incrementando su ataque, velocidad de ataque y movimiento con una fuerza renovada que lo hizo erguirse más alto. El punto de habilidad lo destinó a Convocar Aliados Enanos, llevándolo a Nivel 3, su prioridad absoluta para fortalecer su ejército. La descripción se actualizó: "Nivel 3: Invoca 30 guardianes, 30 lanzadores de hachas y 30 falanges permanentes. Reutilización: 5 minutos."
Tygran alzó su hacha al cielo y gritó: "¡Khazâd ai-mênu!" La niebla volvió a llenar el aire, el cuerno retumbó, y treinta guardianes emergieron, rugiendo "¿Quién ha pedido a los guardianes?" seguido de treinta lanzadores de hachas que gritaron "¡Sentirán el miedo al ver nuestras barbas!" Luego, treinta falanges aparecieron, sus vestimentas verdes reluciendo bajo cascos que protegían sienes y cabeza, sus enormes y alargadas barbas castañas oscuras ondeando, portando lanzas largas y escudos octogonales rojizos. "¡La falange traerá el orden!" rugieron, sus voces profundas resonando con una autoridad que completaba el trío de élite. Tygran sonrió, ahora con 228 enanos: 103 guardianes, 95 lanzadores y 30 falanges. "Los enanos de Landas de Etten están listos," dijo, su voz resonando con una determinación feroz. La fortaleza trasgo aún esperaba, pero con cada invocación, se acercaban más a su caída.