El Sendero del Destino

Aelek despertó con el primer rayo de luz, su determinación firme. Pasó la mañana recolectando información sobre cómo llegar a la secta del Destello Eterno, pero todos coincidían en lo mismo: nadie podía indicarle un camino seguro.

El Valle de los Ecos era la única ruta, pero también la más peligrosa. No solo estaba plagado de bestias, sino que el Essan del ambiente alteraba la percepción del espacio, haciendo que muchos viajeros quedaran atrapados sin encontrar la salida.

En su búsqueda, Aelek se encontró con Mei-Lin y Daeron.

—Oh, eres el chico del restaurante —comentó Daeron con curiosidad.

—¿También vienes a buscar la secta? —preguntó Mei-Lin.

Aelek asintió y, con la misma desesperación con la que había buscado respuestas el día anterior, les pidió orientación.

—El valle es el camino más seguro... pero eso no lo hace menos peligroso —advirtió Daeron.

—Si de verdad es tu destino, lo cruzarás —añadió Mei-Lin con una leve sonrisa.

Aelek notó que, aunque parecían amigables, había una barrera en su actitud. No lo ayudarían. Era parte de las reglas de su secta.

—Gracias por la información. ¿Cuáles son sus nombres? —preguntó, tratando de ser cortés.

Se los dijeron y él les respondió con el suyo. No hubo más que decir.

Al anochecer, Aelek regresó a casa. Se paró en la puerta, respiró profundo y entró con una leve sonrisa.

—Arya... espérame, ¿sí?

Ella estaba sentada en el viejo mueble, mirándolo con una expresión serena, pero su cansancio era evidente.

—Siempre he esperado aquí —respondió con su mejor sonrisa—. No será diferente esta vez.

Aelek se despidió sin palabras. No podía prometer nada, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados.

Al día siguiente, partió al amanecer. Llevaba comida para dos semanas, una espada, y una armadura de cuero que la jefa del restaurante le había dado. "Para protegerte a ti y a tu esperanza", le dijo antes de irse.

Cuando llegó a la entrada del valle, algo cambió.

El aire pesaba de forma extraña, como si estuviera dentro de un sueño. No podía ver el Essan del ambiente, pero lo sentía. Era la misma sensación que tuvo cuando se encontró con aquella criatura divina en el pasado.

Dio el primer paso.

Las sombras del bosque se extendían a su alrededor. Criaturas se movían a la distancia, pero cuando intentaba enfocar la vista, desaparecían como ilusiones.

Caminó durante horas, pero cuando quiso comprobar su avance, se dio cuenta de algo aterrador.

—Imposible...

Había vuelto al mismo punto.

Marcó la tierra con una piedra y lo intentó de nuevo, pero una y otra vez, su marca seguía allí, como si el sendero lo estuviera engañando.

Pero entonces notó un detalle extraño: su marca no cambiaba, pero su posición sí. Cada vez que volvía, sus pasos no coincidían exactamente con el camino anterior.

—No es el sendero lo que cambia... soy yo.

Era una prueba del destino.

Usando este descubrimiento, avanzó, aunque le tomó todo el día. Finalmente, marcó una segunda piedra. Había progresado.

Al caer la noche, preparó un pequeño campamento cerca de la roca. No podía ver la ciudad, ni el final del valle. Solo sombras y niebla.

Cuando estaba a punto de dormir, un sonido lo puso en alerta.

—¿Un crujido...?

Al girar la cabeza, vio una silueta moverse entre la bruma.

Era una criatura baja, de pelaje espeso y gris oscuro, con ojos amarillos que brillaban como brasas. Sus colmillos eran largos y goteaban un veneno verdoso.

Un Tharnuk.

Aelek se tensó y sacó su espada, pero entonces otro Tharnuk apareció detrás de él.

—¡Dos!

Uno lo atacó de frente, pero Aelek logró esquivarlo. El segundo, sin embargo, se lanzó directo a su cuello.

¡CRACK!

El golpe resonó, pero la armadura de cuero resistió. Sin embargo, el dolor fue real.

Eran más inteligentes de lo que parecían.

Aelek contraatacó con un golpe torpe, pero la espada apenas golpeó el lomo del Tharnuk hembra. No sabía blandir un arma correctamente.

—¡Maldita sea!

Los Tharnuks cambiaron de estrategia: uno lo distrajo, mientras el otro le arrebataba comida de su bolsa.

—¡No, malditos!

Intentó perseguirlos, pero en un parpadeo desaparecieron entre la niebla.

Se quedó de pie, jadeando, sintiéndose derrotado. No solo había perdido comida...

Había perdido la primera batalla.

Pero no podía rendirse. Con su orgullo herido y una parte de sus provisiones robadas, Aelek siguió adelante.