La plaza central de Luthenor estaba abarrotada. Antorchas iluminaban la noche, y un escenario de madera se alzaba en el centro. Frente a la multitud, un hombre mayor con túnica azul oscuro levantó la voz con firmeza.
—¡Muy buenas noches! Hoy me alegra presentarme en mi hogar, el lugar donde nací. Esta ciudad, que alguna vez fue solo un pequeño poblado al pie de las montañas, ha crecido gracias a aquellos que protegieron su historia.
El narrador hizo una pausa, permitiendo que el murmullo de la multitud se desvaneciera antes de continuar.
—Esta noche, presentaré la historia de la secta protectora. Aquella que reside al final del valle, la que vio nacer esta ciudad y la ha defendido desde tiempos inmemoriales… Hoy, contaremos la historia de Destello Eterno.
Aelek frunció el ceño y susurró:
—¿La secta se creó antes que la ciudad?
Mei-Lin sonrió y se inclinó hacia él.
—Shhh… Aquí lo descubrirás.
El narrador extendió las manos como si moldeara las palabras en el aire.
—Érase una vez, en tiempos antiguos…
El Fundador – Solarys Valdaren
El relato nos transportó siglos atrás, cuando un hombre de apenas veinte años contemplaba el valle.
—Jejeje, este es un buen lugar para construir mi familia —dijo Solarys Valdaren, con una sonrisa confiada.
A su lado, su mano derecha, Gael el Sabio, cruzó los brazos con escepticismo.
—Pero, líder… ¿Aquí? ¿Por qué tan lejos? Apenas hay un pueblo en el valle.
—Precisamente por eso, Gael. Aquí haré mi secta. No quiero solo guerreros. Quiero una familia.
Gael suspiró.
—Bien, jefe. Le diré a los hermanos que busquen materiales.
Pero Solarys ya no estaba. Se había desvanecido en las sombras con una carcajada.
—¡Ja! ¡Si me atrapas, tal vez haga mi trabajo!
Gael solo pudo llevarse una mano a la cara.
—… ¿Qué voy a hacer contigo?
Al llegar al pueblo, Solarys vio hambre y desesperación en los rostros de sus habitantes. Entró en una taberna desvencijada y pidió el especial de la casa.
La camarera, una joven de mirada astuta, lo miró con curiosidad.
—¿Eres un viajero?
Solarys sonrió.
—No me llames así. Ahora soy un poblador más. Viviré un poco lejos…
La dueña de la taberna, madre de la muchacha, se sorprendió.
—¿Te quedarás aquí?
—Por supuesto. Este es un lugar puro.
—Aquí hay muchos peligros… estamos bajo asedio.
Los ojos de Solarys se iluminaron con determinación.
—Lo solucionaré.
—¿Eres un noble?
Solarys apoyó una mano en la mesa con firmeza.
—Soy Solarys Valdaren. Y liberaré este pueblo de todo mal.
Los siguientes años, su nombre se volvió leyenda. Solarys luchó contra bestias, desterró bandidos y protegió los caminos. Fundó la secta Destello Eterno y la abrió a los jóvenes del pueblo. Era el guardián de la gente.
Pero cuando su familia fue masacrada en una rebelión, partió para defender el reino, dejando la secta en manos de su aprendiz más prometedor: Prieth, el que floreció entre el fango.
El Filósofo Guerrero – Prieth
Prieth no era un guerrero sediento de batalla. Su filosofía guiaba a la secta con palabras más que con puños. Pero su compasión no significaba debilidad.
A medida que más sectas surgían alrededor de la ciudad en crecimiento, surgieron conflictos. Abusos, asesinatos… hasta que un bandido poderoso asedió las sectas y el pueblo. Un joven discípulo de Destello Eterno murió defendiendo a su familia.
Esa fue la primera y última vez que Prieth dejó de dialogar.
Atacó el campamento enemigo con furia desatada. Cuando terminó, ningún enemigo quedó con extremidades intactas.
Años después, desapareció misteriosamente. Se dice que las otras sectas, temerosas de su poder, lo traicionaron.
El siguiente gran héroe fue Aesir, nacido en Luthenor ya convertida en ciudad. Era el más fuerte de su tiempo, maestro del actual líder Waile.
Bajo su mando, la secta creció hasta entrar en el top 100 de Azkarion. Pero entonces, despertó Behemoth.
El cielo rugía con relámpagos dorados cuando Aesir dio un paso adelante. Frente a él, en lo alto de la montaña devastada, Behemoth exhalaba un aliento oscuro que corrompía el aire mismo. Su cuerpo, una abominación de piedra y carne retorcida por el Essan corrupto, se alzaba como una montaña viviente. Sus ojos, pozos de un vacío sin fin, observaban con desdén al guerrero que se atrevía a desafiarlo.
Aesir sentía el peso de la batalla incluso antes de que comenzara. Sus músculos ardían, sus heridas de combates anteriores aún palpitaban, pero su espíritu seguía firme. No había retirada. No había más tiempo. Si caía aquí, Luthenor caería con él.
Behemoth alzó una de sus colosales garras, desgarrando el suelo con un solo movimiento. El Essan corrupto goteaba de su piel como un veneno tangible, contaminando todo lo que tocaba.
—Pequeño mortal… tu luz se apagará aquí. —La voz de Behemoth resonó como un trueno en la tormenta.
Aesir no respondió con palabras, sino con acción. En un instante, su figura desapareció, dejando solo un destello dorado en su lugar.
¡BOOM!
Un impacto sacudió el aire cuando Aesir apareció sobre el hombro de Behemoth, su espada brillando con un resplandor estelar. La hoja descendió, cortando carne y piedra por igual, pero Behemoth no era un enemigo común. Con un rugido ensordecedor, el titán giró su cuerpo con una velocidad imposible para su tamaño, lanzando su garra como una tormenta de destrucción.
Aesir apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la fuerza del golpe lo enviara a través de las rocas. ¡CRACK! Su cuerpo chocó contra un monolito, destrozándolo en el impacto. Tosió sangre, pero sus ojos no reflejaban desesperación, sino determinación.
Se puso de pie.
Behemoth rió.
—Eres persistente, pero inútil. No puedes matarme, guerrero. Mi existencia trasciende la carne.
Aesir cerró los ojos por un breve instante, sintiendo el Essan fluir dentro de él. No solo su propio Essan, sino el de aquellos que habían caído antes que él. Los discípulos que dieron su vida defendiendo la secta. Los maestros que se sacrificaron para que él pudiera llegar hasta aquí. No luchaba solo.
Cuando abrió los ojos, su esencia brillaba con una intensidad que nunca antes había alcanzado. Su cuerpo ardía con un resplandor dorado puro, su espada parecía estar hecha de luz misma. Dio un paso al frente, y el aire se partió a su alrededor.
—No importa cuántas veces te levantes… —murmuró Aesir, flexionando su postura.
Behemoth rugió y cargó hacia él como una ola de destrucción.
Aesir sonrió.
—Yo me levantaré una vez más.
El choque final fue indescriptible. Un destello cegador iluminó el cielo, haciendo que la noche pareciera día. Los relámpagos dorados convergieron en una sola explosión de poder puro, envolviendo a ambos combatientes. La montaña tembló, el cielo se abrió, y la tierra se quebró bajo la fuerza de su enfrentamiento.
Cuando la luz finalmente se desvaneció, Behemoth ya no estaba. Su forma colosal había sido consumida por el sello que Aesir había creado en el último instante. Solo quedaban cenizas flotando en el viento.
En el centro del cráter, Aesir permanecía de pie, con la espada aún en su mano. Su cuerpo temblaba, su piel estaba marcada por el sacrificio, pero había vencido.
Había sellado a Behemoth.
Pero en su corazón, sabía que este no era el final de la oscuridad. Solo una batalla ganada en una guerra mucho más grande.
Se giró lentamente, mirando hacia el horizonte.
La luz de la secta Destello Eterno aún brillaba. Y mientras lo hiciera, él seguiría adelante.
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Weile, en la secta, estaba recordando su última conversación con su maestro..
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La luna iluminaba las ruinas de un antiguo santuario en lo más profundo del Valle Escondido. Entre las columnas caídas y los relieves erosionados por el tiempo, una figura solitaria permanecía de pie, contemplando la vasta extensión de la noche. Su cabello, ahora salpicado de canas, danzaba con el viento frío de las montañas. Su armadura, marcada por incontables batallas, aún resplandecía con el brillo tenue del Essan.
Aesir sabía que su tiempo estaba llegando a su fin.
Habían pasado solo meses desde su victoria sobre Behemoth, pero su cuerpo no se recuperaba del todo. Aunque seguía de pie, sintiendo la brisa, saboreando la vida, su alma estaba atrapada en un umbral entre la existencia y el olvido.
Detrás de él, Weile observaba en silencio. No era el líder de la secta en ese entonces, sino un joven aprendiz que había escuchado incontables historias sobre el Guardián del Alba. Pero lo que veía ahora no era la leyenda, sino el hombre.
—¿Maestro...? —preguntó con un hilo de duda en su voz.
Aesir sonrió, con esa calma que solo poseen aquellos que han visto demasiado.
—Weile… ¿qué ves cuando me miras?
El joven frunció el ceño. No entendía la pregunta.
—Veo a un gran héroe. Al hombre que salvó a Luthenor.
Aesir negó con la cabeza.
—Esa es solo una parte. La otra… es la de un hombre cansado. Uno que se pregunta si todo lo que hizo fue suficiente.
Weile guardó silencio.
Aesir continuó:
—La gente cuenta historias sobre mí. Dicen que sellé a Behemoth con mis propias manos, que luché contra la oscuridad y protegí esta tierra. Pero lo que nunca dicen es cuánto costó. Cuánto tuve que perder para que otros pudieran vivir sin miedo.
El viento sopló más fuerte, removiendo las hojas caídas en el santuario.
—¿Tienes miedo, maestro? —preguntó Weile, esta vez con un tono más suave.
Aesir sonrió de nuevo, pero sus ojos reflejaban algo más profundo.
—No del destino. No de la muerte. Lo que temo… es que un día todo esto sea olvidado. Que el sacrificio de tantos se pierda en el tiempo. Que la próxima generación no aprenda de nuestros errores.
Weile sintió un peso en esas palabras.
Aesir respiró hondo, sintiendo el Essan fluir en su interior una última vez.
—La Secta Destello Eterno no existe para crear guerreros invencibles. No para forjar nombres en la historia. Existe para recordarnos que, en la oscuridad más profunda, incluso la luz más pequeña es suficiente.
Weile miró fijamente a su maestro. Algo dentro de él cambió en ese instante.
—Maestro… si algún día me convierto en líder…
Aesir colocó una mano en su hombro y asintió.
—Entonces asegúrate de que la luz nunca se apague.
Esa fue la última vez que Aesir habló con Weile antes de desaparecer. Algunos dicen que murió en ese santuario, que su cuerpo se desvaneció como polvo en el viento. Otros creen que su espíritu aún camina por el Valle Escondido, protegiéndolo como siempre lo hizo.
Pero una cosa es segura…
Mientras la Secta Destello Eterno exista, el nombre de Aesir nunca será olvidado.
El narrador bajó la voz, generando tensión.
—Pero la historia no termina aquí. Hay dos secretos sobre la secta.
La multitud contuvo la respiración.
—El actual líder, Weile, el Sabio de los Ojos Eternos, tiene un don misterioso. Se dice que puede leer las almas de las personas… y que su poder no es humano.
—El segundo secreto… es que Behemoth podría no estar sellado para siempre.
El público quedó en silencio. Y entonces, estallaron los aplausos.
Aelek, con los ojos brillando, murmuró en voz alta:
—¿Y si yo también hago un nombre en el reino… o más allá?
Mei-Lin y Dareon sonrieron.
—No es mala idea.
—¡Entonces nos esforzaremos el doble!
Aelek apretó los puños, sintiendo su propio fuego encenderse.
—¡Y yo… el triple!
La noche de la historia había terminado. Pero la de Aelek apenas comenzaba.