Prólogo: la ley del mas fuerte

El sabor metálico de la sangre aún estaba en mi boca. Mi cuerpo dolía, pero no era una sensación nueva para mí. Golpes, fracturas, cortes… todo eso era parte del juego.

La pelea había terminado hace menos de cinco minutos. Mi oponente, un tipo alto con brazos como troncos, yacía inconsciente en el suelo del sótano donde se realizaban las peleas clandestinas. A mi alrededor, los gritos de emoción y las apuestas ganadas llenaban el ambiente. Para ellos, yo era un espectáculo. Para mí, ellos solo eran ruido.

Me limpié la sangre de la ceja partida y salí por la puerta trasera. La adrenalina aún corría en mi cuerpo cuando encendí un cigarro y me apoyé en la pared del callejón. Otra victoria. Otra noche. Lo mismo de siempre.

O eso pensé.

Porque en el siguiente parpadeo, todo cambió.

De repente, ya no estaba en el callejón. Ni en la ciudad. Ni siquiera en la realidad que conocía.

Frente a mí, un espacio infinito de blanco absoluto. Un vacío. Silencio total. ¿Estoy muerto? No... esto es otra cosa.

— Así que este es el tú verdadero.

La voz llegó desde atrás. Me giré con calma.

Un hombre de apariencia común estaba allí, vestido con ropa simple, sonriendo con tranquilidad. Pero su presencia... era distinta. No era la de un humano.

No dijo quién era, pero tampoco lo necesitaba. No hay muchas opciones cuando te despiertas en un vacío con alguien que te habla como si supiera todo de ti.

— Eres un dios, ¿no? —dije con indiferencia.

Su sonrisa no cambió.

— Llamarme así sería... impreciso. Pero puedes pensarlo de esa forma si eso te hace sentir más cómodo.

— Genial. Entonces dime qué demonios está pasando.

El ser ladeó la cabeza, como si estudiara mi reacción.

— Simplemente, estabas en el lugar equivocado.

Le sostuve la mirada. No parecía alguien que hablara en acertijos por diversión.

— Explícate.

— No perteneces al mundo donde naciste. Fue un error. Un fallo en el tejido de la existencia. Tú debiste haber vivido en otro lugar, y ahora estamos corrigiendo eso.

Sus palabras eran absurdas, pero tenían una frialdad que no podía ignorar.

— ¿Qué pasa con el "yo" de ese mundo?

— Ha tomado tu lugar.

Un leve cosquilleo recorrió mi espalda. Así que otro "yo" estaba ahora en mi antigua vida. ¿Cómo sería? ¿Qué tipo de persona habría sido si hubiera crecido en un mundo sin peleas clandestinas, sin la necesidad de ser fuerte?

— ¿Y qué me espera a mí en este nuevo mundo?

El ser entrecerró los ojos, como si midiera cuánto debía decirme.

— Un lugar donde las reglas son simples. El más fuerte manda.

Mis labios se curvaron en una sonrisa leve.

— Ya veo...

Había peleado toda mi vida. En la oscuridad, en la clandestinidad, ocultando lo que realmente era. Pero ahora… parecía que iba a un lugar donde podía ser yo mismo sin necesidad de esconderme.

— Buena suerte. —fueron las últimas palabras del ser antes de que todo se desvaneciera.

Y en el siguiente parpadeo, estaba cayendo.

Dolor. Esa fue la primera sensación que recorrió mi cuerpo al abrir los ojos. Mi cabeza latía como si me hubieran estrellado contra el pavimento. Intenté moverme, pero todo mi cuerpo gritaba en protesta. Alguien me había golpeado antes de que yo llegara aquí.

Abrí los ojos lentamente y vi la silueta de varias personas alrededor de mí.

— ¿Ya despertaste, Ulfarr? Pensé que nos habíamos pasado con los golpes esta vez.

— Bah, si está vivo es suficiente. Aunque sigue siendo un insecto.

Ulfarr.

Ese no era mi nombre. Pero ellos me llamaban así como si lo fuera. Y, por la forma en que me miraban, entendí lo que había pasado.

El yo de este mundo… era débil.

Respiré hondo, ignorando el dolor. Calma. Analiza. Adapta.

Miré a los tipos que me rodeaban. Altos, musculosos, confiados. Se reían entre ellos, burlándose de mi condición. Se sentían superiores.

Uno de ellos se agachó y me tomó del cuello de la camisa, obligándome a levantar la vista.

— ¿No tienes nada que decir, Ulfarr? ¿O ya aceptaste que naciste para ser basura?

La rabia no surgió. No había enojo, solo entendimiento. Este mundo funcionaba bajo la ley del más fuerte.

Y en este mundo, Ulfarr era un perdedor.

Pero yo no soy Ulfarr.

Sonreí. Una sonrisa calmada. Una que mi antiguo mundo nunca había visto, porque nunca me habían visto como realmente era.

— Oye… —mi voz sonó ronca, pero firme— ¿podrías explicarme de nuevo esas reglas?

El tipo se rió.

— Es simple. Aquí, el más fuerte manda.

— Ya veo…

Mis dedos se cerraron en un puño.

Hora de cambiar las reglas.