Mi puño se estrelló contra la mandíbula del tipo frente a mí, un golpe limpio, directo, con la fuerza suficiente para hacer que su cabeza girara violentamente. Demasiado fácil.
El hombre trastabilló, llevándose una mano al rostro con los ojos abiertos de par en par. No esperaba eso.
— ¿Qué…? —su sorpresa se convirtió en rabia— ¡Maldito insecto!
Se lanzó hacia mí con un golpe descendente. Lo esquivé sin esfuerzo, moviéndome apenas lo necesario. Demasiado lento. Demasiado predecible.
En este mundo, el Ulfarr original era un débil. Pero yo no era él.
Giré sobre mi pie y solté una patada lateral a sus costillas. Sentí el crujido bajo mi bota cuando el aire salió de sus pulmones en un jadeo ahogado. Uno menos.
Los demás dejaron de reírse. Ahora estaban en silencio.
— ¿Qué demonios…? —uno de ellos dio un paso atrás.
— No puede ser… ¿Desde cuándo Ulfarr pelea así?
Sonreí para mis adentros. Ahora lo estaban notando.
— Tsk. No me importa qué truco estés usando. Sigues siendo escoria.
Un nuevo oponente se adelantó. Este era diferente. Su postura era firme, su centro de gravedad bajo. Este sí sabía pelear.
Interesante.
El tipo no me dio tiempo para analizar más. Atacó con un gancho dirigido a mi costado. Bloqueé con el antebrazo, pero el impacto fue más fuerte de lo esperado.
Es rápido… y tiene fuerza.
Respondí con un codazo a su clavícula, haciéndolo retroceder. Vi su mandíbula tensarse. Dolió, pero no lo suficiente.
— ¿Eso es todo? —pregunté con una leve sonrisa.
— Hijo de…
Fue entonces cuando sucedió.
Su cuerpo vibró con algo que no podía explicar. Un aire denso, casi como una presión invisible, se esparció a su alrededor.
Mi instinto gritó.
— ¿Qué…?
El puño de mi oponente se movió. Pero esta vez fue diferente.
No pude reaccionar a tiempo. Sentí el golpe en mi abdomen, una fuerza que atravesó mi defensa como si fuera papel. El aire escapó de mis pulmones y mi cuerpo se dobló.
Dolor. Real dolor.
Me tambaleé, pero antes de que pudiera estabilizarme, otro golpe impactó mi rostro. Luego otro. Y otro.
No podía seguir el ritmo. Era como si algo más estuviera amplificando su fuerza y velocidad.
Un instante después, estaba en el suelo.
¿Qué… fue eso?
El tipo me miró desde arriba, respirando hondo.
— Hmph. Ni siquiera sabes usar aura. Patético.
Intenté incorporarme, pero mi cuerpo no respondía.
Aura…
¿Qué demonios es eso?
Los demás comenzaron a reírse de nuevo.
— Y aquí pensé que Ulfarr había cambiado.
— Al final, sigue siendo el mismo pedazo de basura.
Sus voces se desvanecieron mientras mi mente seguía repitiendo esa palabra. Aura.
No entendía qué era.
Pero si quería sobrevivir en este mundo, tenía que averiguarlo.
Y cuando lo hiciera…
Les haría tragarse sus palabras.
Dolor. Otra vez.
Abrí los ojos lentamente, sintiendo la fría dureza del suelo bajo mi espalda. Definitivamente no era la primera vez que terminaba así.
Dejé escapar un suspiro y miré el cielo nublado sobre mí.
— No voy a mentir… el suelo es un buen lugar para dormir.
Silencio.
Me quedé ahí unos segundos más, dejando que el dolor se disipara poco a poco. Esa pelea…
No. Esa derrota.
Podía aceptar que mi oponente tenía ventaja en tamaño, alcance o incluso fuerza. Pero lo que usó no era algo normal.
Aura.
¿Qué demonios es el Aura?
Sacudí la cabeza y me incorporé con esfuerzo. De nada servía quedarse tirado pensando.
— Veamos qué tiene este nuevo yo.
Empecé a rebuscar en los bolsillos de mi ropa. No tenía mucho.
Unas cuantas monedas de metal, un papel arrugado con una lista de cosas escritas de manera desordenada… y una billetera de cuero gastada.
La abrí con curiosidad.
Dentro había algunas monedas más, un trozo de papel doblado varias veces y lo más importante: una tarjeta de identificación.
— "Ulfarr". —Leí en voz alta, viendo la foto de un rostro que ahora también era el mío.
Debajo del nombre había una dirección. Un lugar al que, si tenía suerte, llamaba hogar.
Bueno, es un comienzo.
Guardé la billetera y me puse de pie. El dolor aún estaba presente, pero lo ignoré. Necesitaba respuestas.
Y el primer paso era descubrir quién demonios había sido el Ulfarr original.
Seguí la dirección escrita en la tarjeta.
Las calles eran sucias, llenas de gente con miradas afiladas y cuerpos marcados por cicatrices. Este mundo no tenía espacio para los débiles.
Cuando finalmente llegué, me detuve frente al lugar. No era una casa.
Un letrero de madera gastada colgaba sobre la entrada: "Colmillo Plateado".
Un bar. O un restaurante, quizás.
Empujé la puerta.
El sonido de platos y voces se mezclaba con el olor de comida caliente y alcohol barato. Había varias mesas ocupadas por clientes, la mayoría tipos corpulentos, rudos. Gente que sabía pelear.
Antes de que pudiera analizar más, una voz animada rompió el ruido del ambiente.
— Vaya, miren quién regresó de entre los muertos.
Una mujer de cabello plateado y ojos verdes apareció frente a mí, con una sonrisa amplia y confiada.
Pero no era una sonrisa amable.
Era una sonrisa de alguien que miraba hacia abajo.
Desde el momento en que sus ojos se encontraron con los míos, lo entendí. Esa mujer me veía con absoluta superioridad.
No con desprecio ni con burla, como los idiotas del callejón. No, su mirada era diferente.
Era la de alguien que observa algo que le pertenece.
— Bueno, al menos sigues entero. Pensé que te habrían partido más dientes esta vez.
Su tono era ligero, casi juguetón. Pero en el fondo había certeza.
Para ella, mi debilidad no era una posibilidad. Era un hecho.
Mi cuerpo se mantenía relajado, pero mi mente no dejaba de analizar.
Ella me conocía.
La forma en que hablaba, la confianza en su tono… esto no era un simple encuentro casual.
— ¿Esta vez? —pregunté con calma.
Su sonrisa se amplió, pero sus ojos seguían mirándome con esa misma superioridad.
— Oh, ¿también perdiste la memoria además de la pelea? —Se inclinó ligeramente hacia adelante, como si hablara con un niño—. No sería la primera vez que te dan una paliza, Ulfarr.
Ah, así que era algo recurrente. El Ulfarr original no solo era débil, era golpeado con frecuencia.
— Vaya… —murmuré, fingiendo sorpresa—. Entonces debería acostumbrarme, ¿no?
— Oh, cariño, ya deberías estarlo. —Soltó una risa, dándome una palmada en el hombro antes de girarse—. Anda, entra de una vez. No me hagas perder tiempo.
La observé mientras se alejaba unos pasos. Su postura era relajada, confiada. Caminaba como alguien que no espera ser desafiado.
— ¿Y si no quiero entrar? —solté de repente.
Ella se detuvo.
Por un breve instante, noté un destello en su mirada antes de que girara el rostro hacia mí nuevamente. Sigue sonriendo, pero algo cambió.
— ¿No quieres entrar? —repitió en tono divertido, como si la idea misma fuera absurda.
El aire entre nosotros se volvió tenso, pero solo por un segundo. Entonces, con un encogimiento de hombros, respondió con total despreocupación:
— Haz lo que quieras. No eres tan especial como para que me importe.
Dicho eso, siguió su camino sin mirarme más.
La observé hasta que desapareció detrás de la barra.
Interesante.
Su reacción me confirmó algo: ella esperaba algo de mí. No sabía qué, pero había una razón por la que me dirigía la palabra en primer lugar.
Y si quería entender quién era el Ulfarr original… este lugar era mi mejor pista.
Suspiré y entré.
Apenas di dos pasos dentro del lugar cuando la voz de la mujer volvió a alcanzarme.
— No te quedes ahí como un idiota. —Me señaló con la cabeza—. Ponte a trabajar.
Fruncí levemente el ceño.
— ¿Perdón?
— No eres sordo, ¿verdad? —Dio una palmada en la barra y miró a uno de los clientes—. Anda, llévate esto a la mesa del fondo.
Mi primer instinto fue negarme, pero me contuve. Si este era mi punto de partida para entender quién era el Ulfarr original, tenía que jugar con sus reglas.
Tomé la bandeja sin decir nada y me dirigí a la mesa indicada.
Mientras caminaba, noté algo curioso. Nadie aquí se burlaba de mí.
Fuera de este lugar, la gente me veía con desprecio o diversión, como si fuera alguien débil que podían pisotear. Pero aquí… no.
No me miraban con respeto, pero tampoco con burla. Me evitaban.
O mejor dicho, evitaban provocarme.
Y cuando vi la forma en la que sus ojos se deslizaban disimuladamente hacia la barra, lo entendí.
No era miedo hacia mí.
Era miedo hacia ella.
Antes de poder analizarlo más, una voz grave interrumpió mis pensamientos.
— ¡Sigrún! Más cerveza.
Me detuve un segundo.
Sigrún.
Ese era su nombre. Un nombre fuerte. Un nombre que la gente decía con cautela.
Sin duda, ella no era solo una mesera. No en un mundo donde la fuerza lo era todo.
Cuando el hombre en la barra lo pronunció, noté cómo algunas miradas se desviaban levemente, con ese sutil nerviosismo de quien teme atraer atención no deseada.
Sí, definitivamente no era solo una mesera.
— Estoy en eso, no me apures. —respondió ella con tono despreocupado, sirviendo la cerveza con movimientos fluidos.
Sin embargo, lo que más me interesaba no era cómo los demás la veían. Sino cómo ella se veía a sí misma.
Sigrún no era solo fuerte. Sabía que era fuerte.
Desde su postura hasta su mirada, todo en ella irradiaba la confianza de alguien que jamás había tenido que preguntarse si estaba por encima de los demás.
Y lo peor es que parecía verme como algo suyo.
Llevé la bandeja a la mesa asignada y regresé a la barra.
— ¿Voy a seguir trabajando gratis o me vas a pagar? —solté con tono neutro.
Ella me miró de reojo y soltó una risa breve.
— Pagar, dice. —Se apoyó en la barra con una mano en la cadera—. Considera esto como pagar tu deuda.
¿Deuda?
No pregunté. No todavía.
— Y si no quiero trabajar aquí.
Sigrún sonrió con diversión.
— Puedes irte, claro. Nadie te retiene.
Hizo una pausa, inclinando la cabeza.
— Pero dime, Ulfarr… ¿A dónde irías?
No respondí. Porque no tenía respuesta.
Ella lo sabía. Y yo también.
Así que, por ahora… jugaría con sus reglas.
El día terminó sin más incidentes. Nadie se metió conmigo, nadie me molestó.
Pero eso no significaba que me aceptaran. Solo que me temían menos de lo que temían a Sigrún.
— Ya terminaste por hoy. —dijo ella con su tono habitual—. Lárgate a tu habitación.
No pregunté dónde estaba. Solo la seguí con la mirada mientras señalaba una escalera de madera en el fondo del local.
— Arriba, segunda puerta a la derecha.
No dijo más. Y yo tampoco.
Por ahora.
Subí las escaleras con calma. La madera crujía bajo mis pasos, y el pasillo olía levemente a licor y madera vieja.
Segunda puerta a la derecha.
Entré sin dudar.
Mi habitación.
Era pequeña, sin lujos. Solo una cama, un escritorio de madera gastada y un armario viejo.
Cerré la puerta y respiré hondo.
Bien.
Ahora era momento de buscar respuestas.
Me acerqué al escritorio y revisé los cajones. Vacíos.
Abrí el armario. Ropa usada, pero en buen estado. Nada que me dijera quién era el Ulfarr original.
Me senté en la cama, apoyando los codos en las rodillas.
¿Quién era él? ¿Y qué relación tenía con Sigrún?
Me recosté, observando el techo.
Ella me trataba con familiaridad, pero no con cariño. Más bien con una mezcla de autoridad y expectativa.
Como si yo le debiera algo.
Tarde o temprano, encontraría respuestas.
Por ahora, solo me quedaba una opción: esperar y observar.