Capítulo 2: El Despertar Del Rey

El amanecer llegó demasiado rápido.

Apenas abrí los ojos, sentí el peso del día anterior sobre mi cuerpo. No estaba en mala forma, pero este cuerpo no era el mío.

Era más débil. Más lento. Más… torpe.

Si quería sobrevivir en este mundo, eso tenía que cambiar.

Me levanté con un gruñido y salí de la habitación. Bajé las escaleras y encontré el bar aún vacío. Sigrún estaba detrás de la barra, limpiando un par de jarras con una tranquilidad irritante.

Aproveché la oportunidad y fui directo al grano.

— Voy a entrenar.

Sigrún levantó una ceja, sin apartar la vista de su tarea.

— ¿Entrenar? —Dejó la jarra en la barra—. ¿Desde cuándo te interesa eso?

Ignoré el comentario y fui hacia la puerta.

— No me esperes para el desayuno.

Justo cuando estaba por salir, su voz me detuvo.

— No durarás ni una semana.

No me giré.

— ¿Eso crees?

— Lo sé. —Su tono era relajado, pero su mirada tenía ese brillo de certeza absoluta—. Pero adelante. Me divertiré viendo cuánto tardas en rendirte.

No respondí. Solo salí y comencé a correr.

Las primeras horas fueron frustrantes.

Cada paso, cada movimiento… todo se sentía mal.

Este cuerpo no tenía la resistencia ni la fuerza a la que estaba acostumbrado. Era como usar un cuchillo desafilado en un combate.

Pero lo peor no era la debilidad. Era la falta de aura.

Aquel poder que me aplastó en el callejón.

Correr y fortalecerme era necesario, sí. Pero si no entendía el aura, no importaría cuánto me entrenara.

Y por desgracia, no tenía más opción que preguntar.

Cuando volví al bar al mediodía, Sigrún me esperaba con los brazos cruzados, como si hubiera estado segura de que regresaría.

Me acerqué a la barra y fingí desinterés.

— Oye.

— Oh, ¿ya te rendiste?

— No seas ridícula.

Rodé los hombros con aparente despreocupación.

— Solo me preguntaba… ¿qué tan importante es el aura en una pelea?

Sigrún sonrió. Como un lobo oliendo la trampa.

Maldita sea.

Sigrún me miró en silencio, con esa sonrisa lobuna que no me gustaba nada.

Se había dado cuenta.

No sabía exactamente qué había notado, pero no era estúpida. Algo en mí era diferente del Ulfarr que ella conocía.

— El aura, ¿eh? —Apoyó un codo en la barra y descansó la mejilla sobre su mano—. Vaya, nunca pensé escucharte preguntar algo así.

Así que Ulfarr nunca había mostrado interés en el aura antes.

Interesante.

— Solo me dio curiosidad.

— Claro. —No sonaba convencida en lo más mínimo—. ¿Y esa "curiosidad" de dónde salió?

Me encogí de hombros.

— Si quiero volverme más fuerte, necesito saberlo todo.

Sigrún me estudió por un momento y luego sonrió con diversión.

— Juguemos a que te creo.

Se enderezó y comenzó a limpiar otra jarra, como si el tema no tuviera importancia.

— El aura es todo. No importa qué tan fuerte seas físicamente, sin ella, eres un simple saco de carne esperando ser aplastado.

Su tono era casual, pero en sus ojos había algo más.

Un aviso.

— Y si de verdad quieres entender el aura… tarde o temprano vas a tener que hablar conmigo en serio.

No respondí.

Ella sonrió.

— No hay apuro. Te daré tiempo.

Giró sobre sus talones y se alejó, como si la conversación hubiera terminado.

Pero el mensaje había quedado claro.

Sigrún sabía que algo en mí había cambiado.

Y aunque por ahora me siguiera el juego… no lo haría para siempre.

Pasaron semanas.

El entrenamiento se volvió mi rutina diaria. Me levantaba antes del amanecer, corría hasta que mis piernas ardían y practicaba combate hasta que mis puños quedaban llenos de moretones.

Pero por más que avanzara… no era suficiente.

El aura seguía siendo un misterio. Nadie quería hablar del tema. Y lo peor era que mi reputación de débil lo hacía aún más difícil.

Para ellos, yo seguía siendo el mismo Ulfarr inútil de siempre.

Pero la información que había reunido me permitió entender mejor este mundo.

La ciudad estaba dividida en dos: los fuertes arriba, los débiles abajo.

En la parte rica vivían los que dominaban el aura, aquellos que tenían el poder y el prestigio. Mientras que la parte pobre, donde yo estaba, era para los que no tenían potencial.

Y para cruzar de un lado a otro, necesitabas una tarjeta especial basada en tu nivel de aura.

Eso me llevó a otra pregunta.

¿Qué hacía Sigrún aquí?

No era como los demás. Se notaba que tenía fuerza, y no solo por la manera en que la gente la respetaba. Podía sentirlo en su presencia, en su mirada.

Si los fuertes vivían arriba… ¿por qué ella estaba aquí abajo?

Ese pensamiento se quedó en mi mente.

No solo porque era extraño, sino porque significaba que había más cosas en este mundo que aún no entendía.

El tiempo pasó.

Entrené. Observé. Pregunté.

Pero no obtuve nada.

No importaba cuánto insistiera, nadie tomaba en serio mis preguntas sobre el aura. Mi reputación de débil pesaba demasiado.

Después de un par de meses, me di cuenta de algo obvio.

No iba a encontrar respuestas por mi cuenta.

Si quería aprender, necesitaba alguien que me enseñara.

Y la única persona lo suficientemente fuerte y accesible para hacerlo… era Sigrún.

No me hacía gracia depender de ella, pero no tenía otra opción.

Así que una noche, después del cierre del 'Colmillo Plateado', decidí que era momento de hablar.

El 'Colmillo Plateado' estaba casi vacío. Solo quedaban un par de borrachos tambaleándose hacia la salida mientras Sigrún limpiaba la barra con calma.

Me acerqué, apoyándome en la madera pulida.

— Quiero que me enseñes sobre el aura.

Sigrún no se detuvo. Solo soltó un pequeño suspiro y siguió limpiando.

— Ah… así que al final decidiste hablar en serio.

Su tono no tenía sorpresa. Lo había estado esperando.

Me crucé de brazos.

— ¿Eso significa que aceptarás?

Ahora sí se detuvo. Me miró con una sonrisa divertida, pero sus ojos brillaban con algo más profundo.

— ¿Y por qué debería?

No era una respuesta inesperada, pero igual me irritó.

— No voy a pedirte nada gratis. Si quieres algo a cambio, dilo.

Sigrún apoyó los codos en la barra y me estudió en silencio.

Después de unos segundos, sonrió con diversión.

— Está bien, Ulfarr. Te enseñaré.

Me tensé. Demasiado fácil.

— ¿Cuál es el truco?

Su sonrisa se amplió.

— Simple. Tienes que ganártelo.

Se enderezó, tiró el trapo sobre la barra y comenzó a caminar hacia la puerta trasera.

— Ven. Vamos afuera.

La seguí, con una sensación incómoda en el pecho.

Cuando salimos, Sigrún se estiró el cuello y me miró de reojo.

— Si quieres aprender sobre el aura, primero tienes que entender la diferencia entre alguien que la usa… y alguien que no.

Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, desapareció.

Mi cuerpo reaccionó por instinto. Algo venía.

Pero para cuando mi cerebro procesó lo que pasaba… su puño ya estaba en mi estómago.

Todo el aire salió de mis pulmones.

Mi espalda chocó contra el suelo con un golpe sordo.

El mundo dio vueltas.

En algún momento, me di cuenta de que Sigrún estaba sobre mí, con una rodilla presionando mi pecho y su mirada clavada en la mía.

— Esa es la diferencia, Ulfarr.

Su sonrisa seguía ahí, pero ahora se sentía más cruel.

— Sin aura… siempre serás el que termine en el suelo.

Mi cuerpo gritaba por aire.

El peso de Sigrún sobre mi pecho me asfixiaba, y el dolor del golpe aún sacudía mis entrañas.

Pero mi orgullo ardía más que cualquier herida.

No iba a quedarme en el suelo como un perro derrotado.

Ignorando el mareo, tensé mis músculos y giré mi cuerpo con toda la fuerza que tenía.

Sigrún frunció el ceño cuando logré zafarme de su agarre y rodé hasta quedar de pie.

— Oh… ¿aún puedes moverte?

Por supuesto que podía.

Sacudí la cabeza y respiré hondo, poniéndome en guardia.

— No esperes que me quede en el suelo sin pelear.

Sigrún sonrió, pero esta vez no había burla en su expresión.

— Entonces ven, Ulfarr.

No me lo tenía que decir dos veces.

Ataqué.

Mis puños volaron con velocidad, pero Sigrún los esquivaba sin esfuerzo.

Mi velocidad no era suficiente. Mi fuerza tampoco.

Cada vez que lanzaba un golpe, ella lo evitaba con un simple movimiento de cabeza.

Era como intentar atrapar el viento.

Pero no me detuve.

Tenía que forzarla a moverse.

Sigrún mantuvo su sonrisa tranquila… hasta que un golpe rozó su mejilla.

No fue un impacto fuerte. Apenas una leve caricia de mis nudillos contra su piel.

Pero fue suficiente para que su sonrisa desapareciera por un instante.

Se detuvo.

Llevó una mano a su mejilla y la tocó lentamente.

Después, me miró.

Sus ojos verdes brillaban con algo distinto.

No burla. No condescendencia. Algo más…

Interés.

Por un instante, el aire entre nosotros se quedó en completo silencio.

Sigrún seguía tocándose la mejilla, sus ojos verdes clavados en mí.

Luego, su sonrisa volvió.

— Bueno, eso sí que fue inesperado.

No respondí. Me mantuve en guardia, con el pulso acelerado.

Ella giró el cuello con calma, como si se estuviera quitando el sueño de encima.

— Pero si crees que con eso significa que puedes pelear contra mí…

El aire cambió.

Fue sutil al principio. Un leve temblor en la atmósfera, como si algo invisible hubiera empezado a moverse.

Luego, lo vi.

Un resplandor esmeralda envolvió su cuerpo como un fuego etéreo, ondeando con un ritmo casi hipnótico.

Aura.

Mi instinto gritó.

No entendía cómo funcionaba, pero sabía lo que significaba.

Sigrún ya no estaba jugando.

— Te mostraré la diferencia real.

Desapareció.

Mi cerebro apenas registró lo que pasó.

En un parpadeo, Sigrún estaba frente a mí.

No tuve tiempo de reaccionar.

Su puño chocó contra mi costado como un martillo.

Dolor.

Mi cuerpo salió disparado. Rodé por el suelo hasta chocar contra una pared de piedra.

El impacto me dejó sin aliento. Sentía que mis huesos vibraban.

Intenté levantarme, pero otra ráfaga de golpes cayó sobre mí.

Cada golpe quemaba, como si el aura misma aumentara la fuerza de sus ataques.

No podía hacer nada.

No podía hacer nada.

En segundos, estaba otra vez en el suelo.

Sigrún se agachó frente a mí, su aura todavía brillando a su alrededor.

— ¿Lo ves ahora, Ulfarr?

Quise responder, pero apenas podía respirar.

Ella suspiró y se puso de pie.

— Sin aura… siempre serás el más débil.

Sus palabras se hundieron en mi mente mientras la oscuridad me envolvía.

Aura…

¿Qué demonios es este poder?

Dolor.

Mi cuerpo no respondía.

Podía sentir el suelo frío bajo mi mejilla, el eco lejano de la voz de Sigrún.

Pero no importaba.

Porque en este momento, mi mente estaba en otro lugar.

Recordando.

Recordando quién era antes de llegar aquí.

Desde que tenía memoria, siempre sentí que algo estaba mal.

No era tristeza, no era desesperación… era una sensación de vacío.

Como si estuviera fuera de lugar en mi propia vida.

Fingía. Siempre fingía.

Sonrisas educadas, palabras amables, una actitud tranquila y relajada.

Un NPC más en la historia de otros.

Nada me emocionaba.

Nada me hacía sentir vivo.

Hasta ese día.

Una simple pelea en la universidad, algo estúpido.

Un tipo buscando problemas, empujones, insultos.

Yo solo quería que me dejara en paz.

Pero cuando su puño voló hacia mi rostro…

Cuando mi cuerpo se movió solo para esquivarlo…

Cuando mi puño golpeó su mandíbula y sentí su cuerpo desplomarse…

Lo entendí.

El latido acelerado, la adrenalina recorriendo mis venas, la sensación de control absoluto sobre otro ser humano.

Era como si por fin hubiera despertado.

No sentí miedo.

No sentí culpa.

Solo placer.

Placer al saber que era superior.

Desde ese día, busqué más.

Peleas clandestinas, combates ilegales, cualquier lugar donde pudiera sentirlo de nuevo.

Cada victoria era como una droga, cada oponente derrotado, una confirmación de lo que realmente era.

No un NPC. No un forastero.

Sino un rey.

Hasta que un día desperté en este mundo.

Y ahora… estaba otra vez en el suelo.

Mi visión volvió lentamente.

El resplandor esmeralda de Sigrún aún ardía en la penumbra.

Su aura se había disipado un poco, pero la diferencia era clara.

Aquí, yo era el débil.

Yo era el NPC.

Y eso… no lo iba a aceptar.

Oscuridad.

Silencio.

Un vacío absoluto me envolvía, como si mi cuerpo ya no existiera.

No sentía dolor.

No sentía nada.

Pero en lo más profundo de mi ser… algo se agitó.

Algo dormido. Algo primitivo. Algo que siempre había estado ahí, esperando ser despertado.

Y entonces, lo vi.

Una luz oscura, profunda como la noche, con destellos carmesíes danzando como llamas.

Un poder crudo, salvaje. Un trono esperándome.

Lo entendí en ese momento.

Esto no era algo nuevo.

Esto siempre había sido mío.

Y yo lo había olvidado.

Cuando abrí los ojos, la oscuridad me envolvía.

Pero no era la de la inconsciencia.

Era mi propia aura.

Un negro profundo con brillos carmesíes como sangre fresca. No era un resplandor… era una explosión.

El aire vibraba. El suelo tembló bajo mí.

Me sentía… invencible.

Más fuerte que nunca.

Y en medio de esa sensación… reí.

Una carcajada baja al principio, pero que pronto se volvió una risa desquiciada, llena de emoción.

Ahora te haré arrodillar ante tu rey.

Mis ojos se encontraron con los de Sigrún.

Por primera vez… ella estaba sorprendida.

Pero no pude disfrutarlo más.

Mi cuerpo, incapaz de soportar el poder, colapsó por completo.

Todo se volvió negro otra vez.