Capitulo 3: Verdades

Un zumbido ensordecedor retumbaba en mi cabeza.

Mi cuerpo pesaba como si hubiera corrido durante días sin descanso.

Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mi visión. El techo de madera sobre mí me resultaba familiar.

Mi habitación.

Intenté incorporarme, pero un dolor agudo recorrió cada músculo de mi cuerpo.

¿Qué demonios pasó?

No recordaba nada después de la pelea con Sigrún. Solo oscuridad… y luego, esto.

Con esfuerzo, me senté en la cama, presionando mis sienes mientras trataba de juntar los fragmentos de mi memoria.

Nada.

Solo recordaba su aura esmeralda… y luego, el vacío.

Frustrado, suspiré y me obligué a levantarme.

Si quería respuestas, había alguien que seguro las tenía.

Cuando bajé al restaurante, el ambiente estaba más tenso de lo normal.

Las conversaciones eran más bajas, las miradas más cautelosas.

Y en medio de todo, Sigrún.

Estaba apoyada en la barra, bebiendo de una jarra de cerveza como si nada hubiera pasado.

Pero sus ojos me buscaron en cuanto bajé.

Y por una fracción de segundo… vi algo distinto en su mirada.

No era burla.

No era indiferencia.

Era curiosidad.

Como si estuviera esperando algo.

Me acerqué con calma, aunque mi cuerpo gritaba en protesta con cada paso.

Me apoyé en la barra y la miré fijamente.

—Buenos días.

Sigrún sonrió, pero había algo afilado en su expresión.

—Buenos días, dormilón. ¿Te sientes bien?

Algo en su tono me puso en alerta.

Ella sabía algo que yo no.

Y estaba a punto de averiguarlo.

Me quedé en silencio por un momento, observándola. Su sonrisa parecía despreocupada, pero sus ojos… sus ojos me analizaban.

Ella estaba probando algo. Midiéndome.

—Me siento como si me hubiera pasado por encima una estampida —respondí con simpleza, sin apartar la mirada.

Sigrún soltó una pequeña risa y tomó otro sorbo de su cerveza.

—Eso suena bastante acertado.

Sus palabras me dejaron con más preguntas que respuestas.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Un día. No demasiado, pero suficiente como para que te quedaras sin cena ayer —bromeó.

Fruncí el ceño.

—¿Y la pelea?

Sigrún apoyó su codo en la barra y me miró con esa sonrisa suya que siempre parecía esconder algo.

—¿La pelea? Oh, sí, me diste más problemas de los que esperaba… al principio.

Algo en su tono hizo que mis músculos se tensaran.

No recordaba nada después de cierto punto. Solo que ella había usado su aura esmeralda y yo…

¿Yo qué?

Mi mente estaba en blanco.

Sigrún inclinó la cabeza con diversión.

—¿No recuerdas nada, Ulfarr?

Su forma de decir mi nombre me molestó. Como si estuviera disfrutando de un chiste del que yo no tenía idea.

Respiré hondo. Mantener la calma era clave.

—No mucho —admití—. Recuerdo que me aplastaste con tu aura… y luego nada.

Sigrún entrecerró los ojos, claramente analizándome.

—¿Nada en absoluto?

Negué con la cabeza.

Hubo un breve silencio antes de que ella soltara un suspiro teatral y se encogiera de hombros.

—Bueno, supongo que así es mejor.

Fruncí el ceño.

—¿Qué significa eso?

Ella sonrió, pero esta vez no dijo nada. Solo se terminó su cerveza y se levantó de la barra.

—Si no recuerdas, no hay nada de qué hablar, ¿cierto?

—Sigrún.

Ella me ignoró y empezó a caminar hacia la cocina.

—Por cierto, ahora que has descansado, vuelve al trabajo. No quiero vagos en mi restaurante.

No me moví, solo la vi alejarse, con el ceño fruncido.

Algo pasó en esa pelea.

Algo importante.

Y Sigrún no iba a decírmelo.

Si quería respuestas, tendría que encontrarlas por mi cuenta.

Después de un largo día de trabajo, finalmente estaba solo en mi habitación.

El restaurante había estado más ruidoso de lo habitual, pero no por las conversaciones o la música, sino por los susurros. Sentía las miradas sobre mí, los cuchicheos entre los clientes y el personal.

Algo había cambiado.

Y yo era el único que no sabía qué.

Por eso, en lugar de descansar, decidí entrenar.

No podía permitirme estar débil. No aquí.

No en este mundo.

Me puse en posición y comencé con ejercicios básicos. Sentía el dolor en cada movimiento, pero lo ignoré. Mi cuerpo aprendería a obedecer.

Flexiones. Sentadillas. Golpes al aire.

Pero lo que realmente quería era otra cosa.

El aura.

Cerré los ojos y traté de recordar la sensación que había sentido cuando Sigrún usó la suya. Esa presión aplastante.

Yo también había sentido algo... ¿verdad?

Apreté los puños.

Vamos.

Me concentré, intenté buscar dentro de mí esa chispa, ese destello que…

Toc, toc.

Me detuve.

La puerta se abrió antes de que pudiera decir algo.

Sigrún.

Se apoyó contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, mirándome con una expresión neutral… aunque en sus ojos aún había ese brillo de superioridad y diversión.

—¿Estás entrenando? —preguntó con falsa sorpresa.

—Es eso o dormir.

Sigrún sonrió levemente y entró sin permiso. Se quedó observándome por un momento antes de soltar un suspiro.

—Te ves un poco desesperado, Ulfarr.

No respondí.

Ella se acercó lentamente, como si estuviera evaluando algo.

—¿Sigues intentando recordar lo que pasó?

Apreté la mandíbula.

—Tú sabes qué pasó.

—Sí, lo sé —respondió sin dudar.

Dio un paso más cerca y esta vez su mirada no era burlona.

Era seria.

—¿Y si te dijera que es mejor que no lo recuerdes?

Sus palabras hicieron que todo en mí se tensara.

—¿Por qué?

Sigrún me miró por un instante… y luego, con un leve susurro, dijo:

—Porque la última vez, no parecías tú.

El comentario de Sigrún me dejó una sensación extraña.

"No parecías tú."

No entendía a qué se refería, pero no tenía tiempo para pensar en eso.

Había algo más importante ahora.

Necesitaba el aura.

Hasta ahora, Sigrún nunca me había tomado en serio. Pero esta vez… esta vez noté algo diferente.

Por primera vez, parecía considerar la posibilidad de que no fuera un caso perdido.

Sabía que si quería aprender sobre el aura, entender el mundo en el que estaba y descubrir la relación de Sigrún con el "yo" original de este cuerpo, no me quedaba otra opción.

Tenía que hacer lo impensable.

Ser sincero… al menos lo suficiente.

Respiré hondo.

—Sigrún.

—¿Mmm? —Alzó una ceja, aún con los brazos cruzados.

—Quiero que me enseñes sobre el aura.

Su expresión no cambió.

—¿Y por qué debería hacerlo?

La miré directamente a los ojos.

—Porque… no soy quien crees que soy.

El aire en la habitación pareció volverse más denso.

Por primera vez desde que llegué a este mundo, vi a Sigrún perder por un segundo su compostura.

Su sonrisa se desvaneció levemente.

—… ¿Qué dijiste?

Mantuve mi expresión firme.

—No soy el Ulfarr que conocías. No recuerdo nada de él. No sé quién era, qué hacía ni por qué estaba aquí.

Sigrún me analizó con sus intensos ojos verdes.

Sabía que no podía decirle todo. Pero también sabía que si quería que me ayudara, tenía que darle algo a cambio.

—Si quieres que mienta y actúe como si lo recordara, lo haré —continué—. Pero necesito saber lo que él sabía. Necesito que me entrenes.

La mujer permaneció en silencio por varios segundos.

Luego… sonrió.

No una sonrisa amable.

Era la sonrisa de alguien que acaba de descubrir un nuevo juguete.

—Así que… ¿ya no intentas ocultarlo?

Sigrún se inclinó levemente hacia adelante, su mirada penetrante como un depredador que acaba de encontrar algo interesante.

—Está bien, Ulfarr. Juguemos un poco.

Y en ese momento, supe que acababa de meterme en un juego del que no podría salir.

Sin decir palabra, Sigrún me hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera.

Bajamos por unas escaleras tras una puerta que nunca había notado antes en el restaurante. Cada paso hacia abajo hacía el ambiente más frío, más denso.

Cuando finalmente llegamos, vi algo que no esperaba.

Un gimnasio secreto.

No era solo un sótano cualquiera, era una verdadera sala de entrenamiento. Pesas, sacos de arena, maniquíes de combate… incluso algunas máquinas que parecían diseñadas para algo más que solo ejercicio normal.

Había también cosas personales: una chaqueta de cuero colgada en una silla, vendas de pelea desgastadas en una mesa, y algunas botellas de licor vacías en una esquina.

Pero lo que más llamó mi atención estaba al fondo de la habitación.

Un altar.

No era grande, pero estaba bien cuidado. Encima de él, una fotografía enmarcada.

Un chico.

Pelo blanco, ojos verdes.

Se parecía demasiado a Sigrún.

Me quedé en silencio. No era difícil deducir quién podía ser.

Sigrún caminó lentamente hacia el altar, deteniéndose a unos pasos de él.

—Este lugar… —comenzó— solo unas pocas personas lo han visto.

Su tono de voz no era el de siempre. No había burla, no había superioridad.

Solo… algo diferente.

No dijo más. Solo esperó.

Esperó a ver qué haría yo.

Sigrún suspiró y se cruzó de brazos.

—Antes de terminar en este agujero, pertenecí a los Einarrson, una de las cinco familias que gobiernan este mundo desde las sombras.

Me quedé en silencio.

Las cinco familias…

Si existía un grupo así, entonces no solo eran poderosos, eran la cima absoluta.

—Cada familia posee guerreros de élite, soldados de alto rango. Yo era uno de ellos. Un arma, un perro leal… —dijo con una sonrisa amarga.

Su mirada se endureció al ver la fotografía del chico en el altar.

—Pero en este mundo, nada es gratis. Lo entendí demasiado tarde.

No pregunté más. Si ella quería hablar, lo haría por sí misma.

Lo único que hice fue esperar.

Esperar a que me dijera lo que necesitaba saber.

Sigrún se quedó mirando la fotografía durante un largo rato antes de hablar de nuevo.

—Las cinco familias gobiernan este mundo, y los Einarrson eran los más crueles de todos. En nuestra familia, la debilidad no se permitía.

Apreté los puños.

Sabía hacia dónde iba esto.

—Él… —señaló la foto—, mi hermano menor. No tenía aura. No tenía poder. Para los Einarrson, eso significaba solo una cosa.

No tenía que decirlo.

Sabía lo que le habían hecho.

La mirada de Sigrún estaba fría, como si intentara contener algo que había sentido durante mucho tiempo.

—Desde ese día, dejé de ser su soldado. Desde ese día, juré destruirlos.

Tomó una profunda bocanada de aire y se giró hacia mí.

—Para eso, secuestré al último hijo de la familia. Lo arrebaté de su mundo de lujos y lo traje aquí. Pensé en convertirlo en un arma, en un monstruo que se alzaría contra su propio linaje.

Su voz sonó burlona de repente.

—Pero resultó ser un inútil. Sin talento, sin carácter, un debilucho sin remedio.

Algo en mi interior se revolvió.

No quería admitirlo.

No quería entender lo que ella estaba diciendo.

Pero ya lo había hecho.

—Tu nombre… —murmuré, mi voz sonó más seca de lo que esperaba.

Sigrún sonrió de lado.

—Mi nombre es Sigrún Einarrson.

Dio un paso hacia mí, mirándome con esos ojos que parecían perforarme el alma.

—Y tú… —hizo una pausa, disfrutando mi reacción— eres Ulfarr Einarrson.

El silencio en la habitación se volvió insoportable.

No supe si fue mi respiración o los latidos en mis oídos lo que escuché con más fuerza.

Mi otro yo…

El Ulfarr original…

Era el hijo de la familia que ella tanto odiaba.