El Concilio de las Sombras

El eco del Heraldo aún resonaba en las paredes rotas de Eridu. Hikari, sentada junto al cuerpo dormido de Ryuu, colocó su mano sobre su pecho, sintiendo el latido de una voluntad que había desafiado al vacío mismo. La gente lo llamaría milagro. Ella sabía que era amor. Amor verdadero, nacido de la tragedia y alimentado por la fe.

Pero no había tiempo para celebraciones.

Muy lejos de ahí, más allá de la grieta celestial, en un espacio donde el tiempo no fluía y la luz se curvaba, se reunió un consejo que no se había encontrado desde la Primera Era.

El Concilio de las Sombras.

Siete tronos. Siete figuras. Ninguna humana. Ninguna viva.

Al centro, en un trono formado por fragmentos de estrellas negras, Orion, el Primogénito del Vacío, observaba el vórtice holográfico que mostraba a Ryuu cayendo en los brazos de Hikari.

—Interesante —murmuró, su voz como un millar de cuchillas arrastradas sobre obsidiana—. El humano ha sobrevivido al Heraldo de la Ausencia.

Una figura a su derecha, alta como una montaña, cubierta de vendas de maldición, gruñó.

—Eso no debía ser posible.

Otra, de ojos múltiples y cuerpo hecho de humo de recuerdos perdidos, habló:

—La Diosa ha violado el Equilibrio. Su esencia está incompleta... Y sin embargo, unida al mortal, ha reescrito fragmentos de realidad.

Orion alzó una mano, y todos callaron.

—No teman. Esto solo hace el juego más entretenido. Después de todo… ¿cuánto puede resistir un alma humana antes de quebrarse?

A su izquierda, una figura femenina surgió entre telarañas de fuego negro.

—Y si no se quiebra… ¿no es peor? ¿Un mortal con el poder de reescribir la realidad? Ya no hablamos de un héroe. Hablamos de un dios en gestación.

Orion sonrió.

—Justamente. Y por eso, les ordeno preparar la siguiente fase.

Todos los tronos se alzaron en sincronía.

—Convocaré a los tres Heraldos Mayores —continuó Orion—. Pero no ahora. No. Primero, probaremos su mente.

Chasqueó los dedos. Y el vacío se estremeció.

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[Plano Real – Ciudad de Eridu, dos días después]

Ryuu despertó.

No en una cama, sino flotando en un campo de flores celestiales. Reconoció el lugar: era el Límite de las Almas, el lugar entre la vida y el olvido.

—¿Morí…?

—No —respondió una voz conocida.

Hikari apareció, caminando entre las flores. Llevaba un kimono blanco puro, distinto al de combate. Aquí, en este plano, era su forma original: radiante, sin ataduras al cuerpo físico.

—Estás dentro de tu alma —dijo—. O mejor dicho… del nuevo plano que ha nacido tras nuestra unión.

Ryuu se incorporó. A lo lejos, sombras se movían. Sus recuerdos. Sus errores. Sus miedos.

—Orion viene a por mí.

Hikari asintió.

—Y no solo él. Los dioses oscuros también han despertado. Por eso… debes ir al origen. Debes encontrarte con los Arquitectos.

Ryuu frunció el ceño.

—¿Los qué?

—Los verdaderos creadores de este mundo y del tuyo. Seres antiguos, que una vez sellaron a Orion. Están ocultos más allá del plano astral, en la Torre de los Ecos. Pero el viaje te costará todo.

—¿Todo?

—Tu humanidad… y quizá… tu alma.

Ryuu tragó saliva. ¿Estaba dispuesto a volverse algo que ya no fuese humano?

Pero entonces recordó la ciudad. Las personas que creyó muertas. Hikari sonriendo. La mano de su hermana sujetando la suya. Y lo entendió.

—Haré lo que tenga que hacer.

Hikari cerró los ojos, sabiendo que esa decisión sellaría un destino irreversible.

—Entonces debes partir al Alba de Ygdramar. Donde el cielo nace. Allí se abre el camino hacia la Torre.

—¿Vendrás conmigo?

—No esta vez. Pero iré detrás de ti. Siempre.

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[Plano Oscuro – Fortaleza del Concilio]

Orion observó los hilos del destino tensarse.

—Entonces empieza la partida.

A sus pies, miles de réplicas humanas hechas de sombras comenzaron a formarse. Cada una tenía la forma de alguien que Ryuu amaba. Akari. Rika. Ayane. Shizuku. Hikari.

—Que su próximo desafío no sea contra la muerte —dijo, alzando su mano—. Que sea contra sí mismo.

Y el mundo… comenzó a oscurecerse otra vez.

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Fin del Capítulo 31

Próximo Capítulo: Capítulo 32 – El Viaje a Ygdramar, el Árbol del Fin y del Origen