Tras dejar atrás el cadáver de Nico, Zalos avanzó hacia el Cónclave, guiado por la energía oscura que impregnaba el lugar. Allí encontró una escena grotesca: los monjes, reunidos en un ritual, reían y celebraban alrededor del cuerpo sin vida de Sonia. Sus risas resonaban en el aire, cargadas de una maldad desquiciada.
Zalos, con el cuerpo desgastado pero la voluntad intacta, entró en el recinto. Sin pronunciar palabra, se acercó al altar donde yacía Sonia, envuelta en un velo ceremonial. Su cabello, antes lleno de vida, se veía opaco, y su rostro mostraba una expresión de paz rota por el contexto cruel de su muerte.
Los monjes, al percatarse de la presencia de Zalos, no se detuvieron. Continuaron con sus risas y murmullos. Con un gesto calculado, tomó el cuerpo de Sonia en sus brazos y comenzó a retirarse del lugar. Sus pasos eran lentos, pero cada uno resonaba con una amenaza silenciosa.
En la entrada del Cónclave, Nobile, maltrecho y apenas en pie, llegó justo a tiempo para presenciar la escena. Quedó atónito al ver a Zalos llevando a Sonia, con su rostro marcado por una tristeza profunda.
—Zalos... ¿qué estás haciendo?
Zalos lo miró con ojos cansados, pero su voz, aunque baja, estaba cargada de determinación.
—Oh…Nobile... siento mucho la situación a la que hemos llegado. Sonia no merecía esto. Ninguno de nosotros lo merecía. Solo quiero llevar su cuerpo a un lugar tranquilo.
Nobile, aún procesando lo que veía, no pudo evitar sentir una mezcla de dolor y culpa.
—¿Y qué harás después? —preguntó con un hilo de voz.
Zalos bajó la mirada, su tono volviéndose oscuro.
—No lo sé…Después... no creo que pueda detener estos instintos..
Nobile, entendiendo el peso de las palabras de su amigo, simplemente asintió. Sabía que no había forma de detenerlo en ese momento. Con un movimiento lento, se hizo a un lado, dejando que Zalos pasará con el cuerpo de Sonia.
Mientras Zalos se alejaba, el aire a su alrededor parecía oscurecerse, como si la ira contenida dentro de él estuviera comenzando a desbordarse.
Nobile permaneció en la entrada del Cónclave, observando cómo su amigo desaparecía en la distancia. Su cuerpo temblaba, no solo por las heridas físicas, sino también por el peso de su fracaso y la incertidumbre del futuro.
Detrás de él, las risas de los monjes continuaban alimentando su furia interna. Pero Nobile no hizo nada. Su mirada se perdió en el horizonte, mientras las palabras de Zalos resonaban en su mente.
El mundo acababa de cambiar al igual que Nobile, el sabía que nada volvería a ser igual.
Años después de los trágicos eventos en el Cónclave, el destino, de alguna forma, logró reunir a los tres amigos una vez más. Aunque cada uno había seguido caminos diferentes, el vínculo que los unía permanecía vivo en el fondo de sus corazones.
Zalos, tras años de vagar por el mundo, se había convertido en un maestro indiscutible de la magia. Su dominio de la Magia Espiritual y la Materia Oscura lo posicionó como una figura de respeto y temor entre los arcanistas. A pesar de las cicatrices que la vida le había dejado, su experiencia y sabiduría crecieron. Encontró su lugar en "Mystics F" convirtiéndose en uno de los más honorables y respetados
Iris, motivada por las innumerables vidas que había visto truncadas en sus viajes, fundó una escuela dedicada a la medicina y al exorcismo, donde sus estudiantes aprendían a sanar tanto cuerpos como almas. La institución se convirtió en un refugio para los que buscaban luz en tiempos oscuros, y su fundadora se volvió un símbolo de esperanza y sanación.
Nobile, con un terrible aspecto, en cambio, tomó un camino completamente distinto. Desde la pérdida de Sonia y la masacre en el Cónclave, algo oscuro había empezado a crecer dentro de él. Aunque inicialmente intentó mantenerse junto a sus amigos, esa sombra interna lo devoraba lentamente. Decidio abandonar Mystic F para lograr sus macabras metas, las cuales empezaban a brotar.
Un día, Iris encontró una carta sobre su escritorio. La reconoció de inmediato; era la letra de Nobile. asustada rompió el sello y comenzó a leer:
Si estás leyendo esto, significa que he tomado mi decisión final y no volveré a ser el mismo. Sé que Zalos y tú han logrado cosas maravillosas, cosas que realmente marcan la diferencia en este mundo. Pero yo... no soy como ustedes. Algo se rompió dentro de mí ese día. Lo intenté, de verdad. Intenté seguir adelante, intentar ser alguien mejor. Pero esa oscuridad... no se ha ido, y no creo que lo haga jamás.
No quiero que nadie más cargue con mi peso, ni contigo ni con Zalos. Ambos tienen un propósito, algo grande que alcanzar. Yo, en cambio, ya no sé quién soy. Mi único propósito ahora es seguir adelante solo, lejos de todo, para no arrastrarlos a mi caída. No me detendré de ningún modo.
Por favor, no me busquen. No lo hagan. Por el bien de ustedes y de los demás, manténganse lejos de mí.
Nobile.
La carta cayó de las manos de Iris mientras las lágrimas corrían por su rostro. Sabía que Nobile estaba sufriendo, pero la firmeza de sus palabras dejaba claro que no aceptaría ayuda.
Cuando Iris le entregó la carta a Zalos, él la leyó en silencio, sus ojos reflejando una mezcla de furia, dolor y resignación. Apretó la carta con fuerza, y durante unos minutos no dijo nada.
—Es su decisión —murmuró finalmente—. No puedo obligarlo a quedarse.
—Pero... Zalos, sabemos que no está bien. No podemos simplemente dejarlo ir así —protestó Iris.
Zalos negó con la cabeza.
—Él sabe que siempre tendrá un lugar con nosotros. Pero si quiere estar solo... debemos respetarlo.
A pesar de sus palabras, Zalos no podía evitar sentirse culpable. Había perdido a muchos seres queridos a lo largo de su vida, pero perder a Nobile, su único amigo, era un dolor distinto.
En su soledad, Nobile abrazó la oscuridad que lo consumía. Viajó por los rincones más peligrosos y olvidados del mundo, generando caos en todo el mundo y siendo guiado por cierto ente. Poco a poco, su habilidad con la espada se transformó en algo brutal, casi inhumano.
La leyenda de un espadachín errante comenzó a extenderse. Algunos decían que era un salvador; otros, que era un espectro que traía muerte. Lo que estaba claro era que Nobile ya no era el mismo hombre que solía ser.
A pesar de su oscuridad, una pequeña parte de él se aferraba a los recuerdos de sus amigos. Aunque no lo admitiría, esos recuerdos eran lo único que mantenía su humanidad intacta.
Zalos dedicó su viaje a encontrar miembros para el equipo Mystic, ya que durante su viaje recolectó bastante información de la apariencia e identidad del gobernador que había arruinado su vida.
Aunque sus caminos habían divergido, el destino tenía otros planes. Zalos, Iris y Nobile no podían escapar de sus lazos ni de los acontecimientos que los unirían algún dia nuevamente. La historia aún no había terminado, y el mundo no había visto el último acto de estos tres amigos marcados por el dolor, la pérdida y la esperanza.
Zalos sin romper sus ideales, partió en busca de ese niño prometido por Nico.
Las montañas al norte de Arcanis estaban envueltas en niebla, y el viento frío cortaba como cuchillas mientras Zalos Erathiel ascendía por los senderos traicioneros. En su mente resonaban las últimas palabras de Nico Atoshi: "Quiero que lo alejes lo más posible de ese maldito apellido..."
Zalos no era alguien que cumpliera promesas a la ligera, pero las palabras de un hombre moribundo siempre tenían un peso particular. Especialmente cuando ese hombre era alguien que, de alguna manera retorcida, había ganado su respeto.
Frente a él, un pequeño dojo se alzaba al borde del acantilado, casi oculto entre los pinos y la bruma. Según la información que había reunido, ese lugar era el escondite donde el hijo de Nico, Nics Atoshi, vivía bajo la vigilancia del clan.
Al entrar, no encontró resistencia. Los Atoshi eran conocidos por su sigilo, y Zalos supuso que ya sabían quién era él y por qué estaba allí. Lo esperaban en silencio, como si quisieran evitar un enfrentamiento..
En una pequeña habitación al fondo del dojo, encontró al niño. Nics no tenía más de ocho años, con el cabello negro desordenado y los ojos grandes y llenos de temor. Se escondía detrás de una pequeña mesa de madera, sosteniendo una daga que parecía demasiado pesada para sus manos aparentando firmeza.
Zalos cruzó los brazos, inclinando ligeramente la cabeza mientras lo observaba con una expresión que mezclaba curiosidad y burla.
—¿Ya eres todo un hombre verdad? —preguntó,
El niño no respondió, pero su agarre se tensó.
—Mira mocoso,, si realmente quisieras usarla, ya lo habrías hecho. —Zalos dio un paso adelante, y Nics retrocedió instintivamente, chocando contra la pared.
—!¿Quién eres y qué quieres?! —gruñó el niño.
Zalos sonrió, inclinándose para quedar a su nivel.
—Digamos que tu papito me encargó un trabajo. Me pidió que te saqué de este lugar.
La expresión de Nics cambió. El miedo se transformó en duda, y luego en esperanza.
—Si me quedo en este lugar, mi madre… ¿Ella estará bien?
La sonrisa de Zalos desapareció. Su mirada se endureció, y decidió no endulzar la verdad.
—No. Tu madre estaría aislada. La convertirían en una sirvienta más para el clan.
El niño abrió los ojos de par en par, y Zalos notó cómo temblaban sus labios.
—¿Por qué? !¿Por qué harían eso?!
Zalos suspiró, sentándose en el suelo frente al niño.
—Porque así es como funciona este lugar, Nics. Es un maldito nido de serpientes. Si sigues aquí, harán lo mismo contigo. Te convertirán en un guardia, un arma. Y no creo que eso sea lo que tu quieres.
Nics bajó la mirada, apretando la daga contra su pecho. Zalos lo observó en silencio, dándole tiempo para procesar la verdad. Finalmente, el niño murmuró:
—¿Y tú quién eres?
Zalos sonrió de nuevo, esta vez con un toque de arrogancia.
—Soy Zalos Erathiel. Y ahora, tu niñero temporal. ¿entendido?
Nics lo miró con desconfianza, pero algo en la actitud desenfadada de Zalos lo desarmó. Después de un largo momento, asintió lentamente.
—Bien. —Zalos se puso de pie y extendió una mano hacia el niño—. Vamos mocoso. Tenemos prisa y un largo camino por delante, y no pienso cargar contigo.
Nics dudó, pero finalmente tomó la mano de Zalos. Mientras salían del dojo, Zalos no pudo evitar sonreír al notar la fuerza con la que el niño apretaba su mano. Era pequeño, asustado y frágil.
Así comenzaba un nuevo capítulo en la vida de Zalos, con un nuevo propósito que, aunque no lo admitiera, lo conectaba con su propio pasado. Salvar al hijo de Nico no solo era cumplir una promesa; era una forma de redimir el dolor y la tragedia que ambos compartían.