A unos 200 metros bajo tierra, Julio avanzaba con la certeza fluida de alguien que domina el elemento que lo rodea.
Su glotón de tierra mantenía un flujo constante de percepción a través del suelo, lo que le permitía detectar movimientos y vibraciones en un radio considerable.
Algo no cuadraba, sin embargo.
Desde que comenzó su patrulla después del incidente del gusano, había notado patrones extraños en el comportamiento de las criaturas subterráneas. A veces, parecían agitarse como si respondieran a una amenaza invisible, moviéndose en oleadas de pánico que se extendían por diferentes niveles.
Pero cuando llegaba al lugar, inexplicablemente, todo se calmaba de nuevo.
—Es como si algo los asustara —murmuró para sí mismo, la esencia de su glotón fusionada con su piel en sutiles ondas, mejorando su conexión con la tierra que lo rodeaba—. Pero cuando me acerco a investigar...
Nada. Esa era la parte más desconcertante.