La sala del trono de Yino nunca había sido un lugar cálido. Las paredes de obsidiana pulida reflejaban la luz púrpura de los cristales abisales, creando una atmósfera tan opresiva como majestuosa. El aire parecía más denso aquí, cargado con el poder apenas contenido de las bestias latiendo bajo la piel de aquellos que ocupaban posiciones de poder.
El Rey revisaba el pergamino con una expresión inescrutable, sus ojos absorbían cada detalle del informe mientras el Señor Cuervoespina permanecía en silencio, esperando su reacción. Solo el ocasional destello púrpura que viajaba a través de las venas del monarca traicionaba la agitación que le causaba el mensaje. Estas venas luminosas iluminaban brevemente su rostro desde dentro, proyectando sus rasgos en un resplandor de otro mundo.
—¿Es todo? —preguntó finalmente, su voz deliberadamente controlada.