Klein levantó la cabeza y dejó escapar un rugido que sacudió toda la arena. No era el rugido normal de su león; era algo más primitivo, más visceral. Sus facciones comenzaron a cambiar aún más, volviéndose más felinas. Sus ojos adquirieron una verticalidad antinatural, y el característico oro de su bestia se oscureció a un tono ámbar que bordeaba el púrpura. Lo más sorprendente fue que la herida en su pecho comenzó a cerrarse visiblemente, reemplazada por pelaje de león. La sangre dejó de fluir, y los bordes de los cortes comenzaron a rellenarse, el cabello dorado brotando donde había habido carne rasgada momentos antes. Klein se levantó lentamente, su mirada fija en el suelo, emanando una energía inquietante de su figura. El aire a su alrededor parecía fluctuar, como si se distorsionara por un calor intenso.