—¡Teodoro! ¡Las sales aromáticas! ¡Rápido! —exclamó Finch con la voz ahogada, palideciendo dramáticamente.
El ratón corrió frenéticamente por el mostrador, trayendo un pequeño frasco que Finch abrió con dedos temblorosos. Inhaló profundamente, sus ojos lagrimeando por el olor punzante.
—¿Todo? —repitió, como esperando haber oído mal—. ¿Los quinientos cuarenta y cinco mil? ¿Hasta el último cristal?
—Sí —Ren asintió con calma—. No sé cuánto me cobrarán por enviar dinero a mis padres, así que prefiero tener un margen.
—¡Tus padres! —exclamó Finch, recuperando momentáneamente su dramatismo. Sus ojos se agrandaron detrás de sus gafas mientras se llevaba la mano al pecho—. ¡Por supuesto! ¡El joven magnate honrando a aquellos que le dieron la vida! ¡Qué gesto tan noble!
Aunque su expresión se oscureció de inmediato, su bigote visiblemente caído.