Durante semanas, Emma y Jim habían compartido mensajes, y en ocasiones, pequeñas conversaciones de voz en el chat del juego, pero hoy, Emma decidió dar un paso más allá. No se trataba de algo forzado, sino de la necesidad de escuchar la voz de Jim de manera más constante, sin el ruido de la partida ni las interrupciones del entorno virtual. Con cierta vacilación, envió un mensaje en Discord:
Emma: "Jim, ¿te animas a hablar por voz un rato? Siento que ya hemos hecho lo mínimo en el juego, y me gustaría conocerte un poco mejor fuera de él."
El mensaje, lejos de ser una invitación inesperada, era el resultado de días en que Emma había notado que las conversaciones se volvían más personales, incluso cuando intercambiaban palabras breves en el chat. Para ella, este era un paso natural.
Jim, que había probado la voz en el juego en ocasiones puntuales, se quedó unos segundos meditando antes de responder. Su mente se llenó de pensamientos: ¿Realmente estaba preparado para hablar sin el filtro del juego? ¿Podría dejar a un lado su costumbre de mantenerse en silencio y enfrentar esos recuerdos y dudas que tanto lo atormentaban? Con una mezcla de temor y anhelo, escribió:
Jim: "Sí, Emma. Dame un minuto."
Mientras esperaba la conexión, Jim se encontraba en su cuarto, en su rutina habitual: el sonido del ventilador, el olor a café recién hecho y el leve murmullo de su música de fondo, casi imperceptible. Sin embargo, en ese instante, cada detalle le parecía más significativo, como si el simple hecho de hablar por voz con Emma fuese una puerta a algo que él no había osado abrir antes.
La llamada se conectó, y la voz de Emma llenó sus auriculares. Al principio, el silencio de la conexión le pareció pesado, cargado de todas las palabras que no se habían dicho. Emma comenzó de manera natural, con su tono cálido y desenfadado:
—Buenos días, Jim. ¿Cómo te va hoy?
La pregunta, sencilla pero genuina, resonó en Jim. A lo lejos, se notaba una ligera tensión en su voz al responder:
—Buenos días, Emma. Bien, supongo… igual de rutinario. Apenas me levanto y me preparo para el día.
En ese instante, Emma sintió que, a pesar de la aparente monotonía en las palabras de Jim, había algo más detrás de esa respuesta. Se atrevió a profundizar:
—¿Sabes? Últimamente he estado pensando en lo extraño que es que, a pesar de compartir tanto tiempo en el juego y en estos mensajes, todavía hay partes de ti que ni siquiera sé. ¿No te gustaría, a veces, dejar que alguien conozca quién eres de verdad?
La voz de Jim se detuvo un instante. En su mente, imágenes de un pasado lleno de errores y arrepentimientos se mezclaban con la rutina diaria: horas estudiando, noches solitarias en su habitación, y el constante peso de decisiones que no había podido cambiar. Con un tono que oscilaba entre la vulnerabilidad y la reticencia, contestó:
—No sé. Siempre he pensado que lo mejor es mantener lo personal... en privado. Pero supongo que hay momentos en los que uno quiere… compartir, aunque sea un poco.
La honestidad en esas palabras dejó un eco en la llamada. Emma, sin forzar nada, continuó con una voz suave y comprensiva:
—Entiendo. Yo, por mi parte, no tengo tanto secreto; vivo con mi madre,mi padre pues....ya no vive con nosotros,pero intento no pensar mucho en ello, también salgo con amigos, estudio, y sí, a veces comparto cosas con mi madre o con mi familia. Pero siempre he querido saber: ¿cómo es realmente tu día, Jim? Más allá de estar conectado, ¿qué haces?
Hubo una pausa prolongada en la que el silencio de Jim se llenó de pensamientos. Finalmente, su voz emergió con cierta timidez:
—Mi día... es muy predecible. Me levanto, estudio, y me sumerjo en mi rutina. A veces, en esas horas solitarias, me pregunto si debería haber tomado decisiones distintas, si hay algo en mi pasado que sigo cargando. Pero luego vuelvo a lo mismo, sin cambios reales.
La confesión de Jim, aunque breve, hizo que Emma percibiera la lucha interna que él llevaba. Sin dejar que el tema se volviera demasiado pesado, Emma trató de animar la conversación:
—Es interesante... Yo a veces salgo, me reúno con amigos, intento no pensar tanto en lo que pudo haber sido. Tal vez, lo importante es aprender de esos momentos sin dejar que nos definan.
Mientras la conversación fluía, se notaban pequeños destellos en la voz de Jim: momentos en que una imagen del pasado, una decisión equivocada o un arrepentimiento emergía y luego se apagaba rápidamente, como una sombra en la penumbra de sus palabras. Emma, sintiendo que se había abierto un poco más, aprovechó para preguntar con naturalidad:
—¿Hay algo en particular que te pese, Jim? No tienes que contarlo si no quieres, pero a veces compartirlo ayuda.
La respuesta fue casi un susurro, cargado de melancolía:
—Hay... momentos en los que me pregunto si alguna vez podría haber cambiado algo. Cada error, cada noche solitaria, me hace pensar que quizá no estoy a la altura. Y eso… a veces duele.
La voz de Emma se suavizó, llena de empatía, sin caer en clichés. Fue entonces cuando, en medio de esa intimidad creciente, la llamada se vio interrumpida por un pitido agudo. La conexión titiló y la voz de Jim se cortó abruptamente. El silencio digital se apoderó de la llamada.
Emma se quedó en la oscuridad de su habitación, con el eco de las palabras de Jim resonando en sus oídos. Por un momento, el pitido se prolongó, y ella, con el corazón acelerado, dijo en voz baja:
—¿Jim? ¿Me escuchas…
La llamada no se restableció de inmediato. Esa interrupción dejó incertidumbre en el aire. ¿Había sido simplemente un fallo técnico o el pasado de Jim, con sus sombras, estaba a punto de volver a interponerse en lo que estaban intentando construir?
Mientras Emma miraba la pantalla, sin poder determinar qué había pasado, en la otra punta, Jim se quedó en silencio, atrapado en el torbellino de sus propios pensamientos. La llamada había dejado de sonar, pero las palabras compartidas, la voz que se había atrevado a abrirse, seguían vibrando en la penumbra.