El sol de la tarde baña en oro las piedras rojizas de la arena del patio de entrenamiento de la Academia de Magia de Astralis. El aire, denso con el aroma a Éter – esa energía mágica que pulsa bajo la superficie de este mundo – vibra con la energía residual de incontables hechizos lanzados durante el día. Mis músculos, curtidos por mil años de batallas y entrenamientos, se tensan bajo la tela tosca de mi túnica. Las cicatrices que surcan mi cuerpo, testimonio de innumerables combates contra bestias surgidas de la nada hace un milenio, apenas se notan bajo el bronceado de mi piel. Soy Eryon Vale, un guerrero llegado de un mundo olvidado, un mundo que jamás podrá comprender la magia que fluye por mis venas.
Aquí, en Astralis, me encuentro en un extraño limbo. Un héroe olvidado, un maestro de técnicas de combate mágicas que fueron consideradas superiores en una era pasada, técnicas que ahora se han relegado a los libros polvorientos de las bibliotecas académicas, reemplazadas por métodos que, aunque poderosos, son derrochadores, brutales e ineficientes en su consumo de Éter. Los jóvenes magos de hoy se ríen de mis métodos, prefieren la potencia bruta a la estrategia refinada, el destello rápido al combate prolongado y calculado. Veo en sus ojos la arrogancia de la ignorancia, el desconocimiento del delicado equilibrio que se necesita para dominar verdaderamente la magia.
El aire está cargado con el murmullo de los otros estudiantes, sus voces un eco de la energía que los rodea. El aroma a Éter quemado me llega desde los campos de entrenamiento cercanos, un testimonio de su inexperiencia. Siento la familiar tensión en mis hombros, la tensión que precede a la puesta de sol, la tensión de un día más cerca de la preparación para… bueno, digamos que la próxima demostración de mi arte a la vanguardia mágica que se requiere para el mantenimiento de esta academia… si es que la academia se mantiene en pie con la nueva generación de guerreros.
Observo cómo algunos jóvenes practican lanzando rayos de energía bruta, desperdiciando Éter en espectáculos de fuerza sin control. Una sonrisa amarga se dibuja en mis labios. Sé que este es sólo el comienzo. Sé que tengo mucho que hacer para demostrarle a este mundo, a esta nueva generación, el valor de las técnicas olvidadas. Sé que tengo una deuda con el pasado, una promesa que hacer al futuro… una promesa que se relaciona con esa vieja escuela de magia… pero hoy, por ahora, sólo me dedico a observar… y a esperar.
El murmullo de los estudiantes se intensifica a medida que el sol se esconde tras las montañas, pintando el cielo con tonos de fuego y púrpura. Me siento en un banco de piedra, bajo la sombra de un gran árbol de Éter, sus hojas brillando con una suave luminosidad mágica. Un joven, apenas un muchacho, se acerca con timidez. Tiene el rostro pálido, enmarcado por cabellos castaños, y los ojos llenos de una curiosidad ansiosa que me resulta familiar. Se detiene a unos pasos, inseguro.
"Maestro Eryon," comienza, su voz apenas un susurro, "perdone la intromisión, pero… he oído hablar de usted. De sus… métodos." Hay un dejo de reverencia, pero también de escepticismo en su tono.
Respiro hondo, sintiendo la familiar tensión en mis hombros relajarse ligeramente. No es la primera vez que un estudiante se me acerca con una mezcla de admiración y duda. Durante siglos, he sido un enigma, una leyenda viviente para muchos, un anacronismo para otros.
"He oído hablar mucho de sus métodos, Maestro Eryon," continúa el joven, "he visto sus demostraciones… pero no entiendo. ¿Cómo puede ser que sus técnicas, tan… económicas en el uso del Éter, sean tan efectivas?" Su pregunta es un desafío velado, una invitación a una discusión que conozco bien.
Me apoyo en el banco, observando cómo la luz del ocaso se refleja en sus ojos. "Muchacho," empiezo, mi voz tranquila, "el Éter no es una herramienta para derrochar. Es un regalo, un recurso valioso que debemos usar con sabiduría, no con prodigalidad. La fuerza bruta no es el único camino hacia la victoria. En el combate, como en la vida, la estrategia, la paciencia, la comprensión del flujo del Éter… esas son las armas más poderosas."
El joven permanece en silencio por un momento, sus ojos fijos en los míos. "Pero… los métodos actuales son tan… espectaculares," murmura finalmente, "los rayos de energía, las explosiones de magia pura… es tan… impresionante."
"Impresionante, sí," admito, "pero también ineficaz. Gastar todo el Éter en un instante, sin medir, sin control… ¿qué queda después? Vacío. Debilidad. En cambio, mis técnicas buscan la armonía, el control. Buscan prolongar el combate, la eficiencia. Buscan la victoria sin el derroche."
Observo al joven; puedo ver que mi respuesta no lo convence por completo. No debería. Nunca me ha preocupado convencer a todos. Solo a quienes valen la pena. "Mi pasado como guerrero…," comienzo, la frase colgando en el aire, una invitación a profundizar en una historia que es a la vez larga y, quizás, demasiado personal. El aire permanece cargado con la expectativa de su siguiente pregunta.
El joven se inclina hacia delante, intrigado. La tenue luz del crepúsculo resalta la intensidad de su mirada. Tomo un respiro profundo, y comienzo a hablar, mi voz baja y grave. "Mi pasado como guerrero… no es una historia sencilla de contar. Comenzó hace mil años, en un mundo diferente al vuestro, un mundo sin magia… hasta que llegó. Un terremoto, algo colosal e inexplicable, rasgó la tierra, abriendo grietas que escupían criaturas horribles, bestias de una ferocidad y una fuerza inimaginables. Yo era entonces… un simple hombre, un soldado, sin poderes mágicos. Pero ese cataclismo… nos cambió a todos. Algunos desarrollaron la capacidad de manipular el Éter, una energía que hasta entonces era desconocida. Otros… murieron." Pauso, dejando que la gravedad de mis palabras cale en el joven. "Aprendí rápido, mucho más rápido de lo que cualquiera creía posible. Observé, me adapté, inventé nuevas técnicas de combate, técnicas que priorizaban la eficiencia por sobre la potencia bruta. Técnicas que permitían luchar durante horas, incluso días, sin agotar la reserva de Éter. Mientras los magos del momento se enfocaban en poderosos pero cortos hechizos, yo buscaba la prolongación del combate, el control estratégico. Esa es la clave, joven. La clave que ahora se ha olvidado."
Observo al joven, buscando en su rostro alguna señal de comprensión. "En aquella guerra… conseguí algo admirable. Logré vencer a las bestias que amenazaban con destruir nuestro mundo. Logré lo que parecía imposible. Pero el costo… fue alto. Muchas vidas se perdieron. Muchas vidas que podrían haberse salvado con un método más eficiente, con una estrategia más calculada. Y esa es mi penitencia ahora: ver cómo el error del pasado se repite en el futuro."
La expresión del muchacho es una mezcla de asombro y respeto. Se aclara la garganta, y pregunta con voz suave: "¿Y el presidente de la Academia...? He oído que era un niño cuando esto sucedió..."
Suspiro. "Sí. Era solo un niño cuando llegó la catástrofe. Un niño que presenció la guerra, que vio morir a su familia. Un niño que, a pesar del horror, creció y se convirtió en el líder de esta Academia. Un hombre… con una profunda gratitud hacia mi generación. Pero, también… un hombre cargado de las cicatrices de su pasado. Él entiende, mejor que la mayoría, la importancia de la eficiencia mágica. Pero la nueva generación… ellos no lo ven." Miro hacia el cielo, donde las últimas luces del atardecer se desvanecen en la oscuridad. "Es una lucha contra el tiempo, contra la inercia, contra el orgullo. Pero… tengo que intentarlo."
La noche cae sobre la Academia de Magia de Astralis, envolviendo en su silencio la conversación inconclusa. El joven se queda en silencio, observándome. Sé que su silencio no es un rechazo, sino una aceptación tácita de la verdad de mis palabras.
El silencio de la noche es roto por el sonido de pasos apresurados. Un segundo joven, más alto y corpulento que el primero, se acerca corriendo. Tiene el cabello rubio y los ojos azules, brillantes de energía juvenil. Se detiene bruscamente, jadeando levemente. "¡Kael! ¿Qué haces aquí, hablando con ese viejo?" Su voz es arrogante, llena de la misma despreocupación que he observado en tantos estudiantes de la academia. El joven, Kael, se encoge ligeramente. "Jaxon, cálmate," le responde en un susurro.
"Estamos hablando de… de cosas importantes." Jaxon, sin embargo, ignora su advertencia. Se acerca, con una sonrisa burlona en su rostro. "Importantes, ¿eh? ¿Hablando de las técnicas de combate del pasado? ¡Jajajaja! ¡Qué ridículo! ¿Por qué escuchas a este viejo que no sabe cuáles son los beneficios de la nueva técnica?" Su voz es alta, desafiante, y su mirada se clava en mí con una mezcla de desprecio y abierta hostilidad. Me mantengo impasible, observándolo con fría calma.
La tensión en el aire se vuelve palpable. Kael intenta mediar de nuevo. "Jaxon, no es justo… El Maestro Eryon…" Pero Jaxon lo interrumpe con un gesto brusco de la mano. "No me importa lo que digas, Kael. Este hombre está perdido en el pasado. La nueva técnica es superior. Es más poderosa, más rápida, más espectacular. ¡Eso es todo lo que importa!" Se para frente a mí, pecho en alto, irradiando una confianza juvenil, y hasta arrogante, que está sustentada por la eficiencia (aún cuando derrochadora) de la magia nueva.
La verdad es que su argumento superficial, si se apoya en la simpleza de la fuerza, se hace difícil de refutar. Pero la profundidad del conocimiento que lleva el paso de los siglos, no se puede contrarrestar con esa superficialidad. Su actitud desafiante me resulta irritantemente familiar. Veo reflejado en él el espíritu de una época que olvida la importancia de la estrategia y el control en favor de la fuerza bruta. El silencio se prolonga, pesado y tenso, un silencio roto sólo por el leve susurro de las hojas del árbol de Éter y el acelerado latido de mi propio corazón. El aroma a Éter quemado se intensifica, como un presagio silencioso, una anticipación a algo que no se puede evitar. La noche en la Academia de Magia de Astralis se ha tornado oscura, incluso más que la negrura de la noche misma.
Respiro hondo, el aroma a Éter quemado aún persiste en el aire, denso y agrio. La mirada de Jaxon sigue clavada en mí, desafiante. No hay necesidad de violencia, al menos todavía no. Mi paciencia tiene límites, pero la precipitación es enemiga de la sabiduría. En lugar de responder a su provocación con furia, hablo con una calma que contrasta con la intensidad de la situación.
"Entiendo tu entusiasmo, joven Jaxon," digo, mi voz baja pero firme. "La nueva técnica es sin duda poderosa, espectacular, como tú mismo dices. Un espectáculo de luces y fuerza bruta que impresiona a la multitud. Pero dime, ¿qué ocurre cuando ese espectáculo se termina? ¿Qué ocurre cuando el Éter se agota antes de que la batalla acabe?"
Observo su expresión, esperando una respuesta. Su arrogancia comienza a tambalearse, ligeramente. No está acostumbrado a que se cuestionen sus creencias.
"El Éter es un recurso limitado, Jaxon," continúo, mi voz tomando un tono más serio. "Vuestra técnica, por su naturaleza, lo consume con una velocidad alarmante. En una guerra breve, es eficaz. Se ve poderosa. Se admira el despliegue de fuerza. Pero imaginemos una guerra prolongada, una guerra contra enemigos numerosos y persistentes, como la que nosotros vivimos hace mil años. ¿Qué ocurriría si tu poderosa magia se agota antes de que logres derrotar a tu enemigo? ¿Qué ocurre si vuestro arsenal mágico queda vacío, y las reservas de Éter de toda Astralis se agotan?"
La arrogancia en su mirada se ha desvanecido, reemplazada por una expresión de duda, de incertidumbre. El silencio se instala de nuevo, pero esta vez es un silencio diferente, un silencio cargado de reflexión. Kael observa la escena con una mezcla de asombro y preocupación. Puedo ver que sus dudas iniciales sobre la superioridad de las técnicas modernas se están intensificando. No se trata solo de potencia bruta, se trata de la supervivencia misma. Se trata de la capacidad de durar, de mantener la lucha en el tiempo, y sobre todo, de cuidar los recursos que la magia de Astralis hace valer. La nueva técnica, al fin y al cabo, no es tan superior. El desarrollo del Éter es algo que no se puede dejar de lado. La capacidad de regenerar el Éter es algo fundamental. Si no se puede lograr eso, Astralis está condenada a depender de su producción, y eso hace la técnica de Jaxon completamente ineficiente a largo plazo.
La noche sigue oscura, pero ahora, la oscuridad está teñida de una nueva luz: la luz de la duda en los ojos de Jaxon, una duda que yo mismo sembré. El aroma a Éter quemado parece menos intenso ahora, reemplazado por un tenue aroma a esperanza. La esperanza de que, quizás, no todo esté perdido.
Me levanto del suelo, sacudiendo ligeramente el polvo de mi túnica. El movimiento es fluido, la energía contenida, un testimonio silencioso de años de entrenamiento. Kael me imita, levantándose con un gesto algo torpe, la inquietud aún visible en sus ojos. No necesita decir nada; la conversación anterior ha creado un lazo tácito entre nosotros. El silencio que se cierne sobre nosotros es diferente ahora, más ligero, menos cargado de la tensión que emanaba de Jaxon.
"No todas las batallas se ganan con un despliegue de poder abrumador, Kael," comienzo, mi voz apenas un susurro en la quietud de la noche. Miro hacia el lugar donde Jaxon se había quedado, su figura alejándose en la oscuridad. "A veces, la victoria reside en la estrategia, en la capacidad de conservar la energía, de resistir cuando la fuerza bruta falla."
Kael asiente lentamente, sus ojos fijos en el suelo. "Maestro Eryon… lo que ha dicho… sobre la escasez de Éter… tiene razón. Nunca lo había considerado de esa manera. Siempre nos han enseñado a buscar la mayor potencia posible, la demostración más espectacular."
"La espectacularidad es efímera, Kael," respondo, caminando lentamente junto a él. "La eficiencia, sin embargo, es perdurable. Es la diferencia entre un triunfo momentáneo y una victoria sostenida, entre un guerrero derrotado y un ejército victorioso. Piensa en la guerra contra las bestias… ¿cuántas vidas se perdieron por la falta de una estrategia eficiente? ¿Cuántas se hubieran podido salvar con un manejo más cuidadoso del Éter?"
Un silencio se instala entre nosotros, un silencio de entendimiento compartido. El peso de mis palabras, el recuerdo de la guerra, de las pérdidas sufridas, se cierne entre nosotros como una presencia intangible. Kael parece procesar la información, su rostro serio, reflexivo. La admiración que sentía antes por mí parece haberse profundizado, ahora teñida de una nueva comprensión, un respeto más profundo.
"No quiero convertirme en otro Jaxon," murmura finalmente, su voz apenas audible. "Quiero aprender… Quiero aprender de usted, Maestro Eryon." Sus ojos se encuentran con los míos, buscando guía, buscando una dirección en este nuevo camino que empieza a trazar. La noche, todavía oscura, parece menos amenazadora ahora. Un nuevo amanecer se perfila en el horizonte, un amanecer no de fuego y poder descontrolado, sino de estrategia, resistencia y sabiduría. El aroma a Éter quemado se ha disipado casi por completo, reemplazado por una suave brisa fresca que parece susurrar un nuevo comienzo.
Continuamos nuestra caminata en silencio por los senderos de la Academia, el rumor de las hojas bajo nuestros pies el único sonido que rompe la quietud de la noche. La pregunta de Kael aún resuena en mi mente: "¿Podemos convencer al gobierno de permitir la antigua técnica?". Es una pregunta compleja, una tarea titánica. El cambio no se logra de la noche a la mañana, y menos cuando se enfrenta a una ideología arraigada y a intereses poderosos. Pero hay un fuego en el corazón de Kael, una chispa de esperanza que no puedo ignorar.
"No te preocupes, Kael," digo finalmente, mi voz suave y tranquilizadora. "Convencer al gobierno es un objetivo a largo plazo. Un desafío que requiere un plan cuidadoso y una estrategia bien pensada. No podemos simplemente presentarnos y pedir que cambien siglos de tradición. Necesitamos algo más." Miro al cielo estrellado, las constelaciones brillando con una intensidad que parece reflejar la fuerza de mi determinación. "Primero, debemos fortalecer nuestras propias bases. Debemos demostrar, con hechos concretos, la superioridad de las técnicas antiguas."
"Pero… ¿cómo lo hacemos, Maestro Eryon?", pregunta Kael, su voz cargada de una mezcla de duda e ilusión.
"Con paciencia, Kael," respondo, deteniéndome para observarlo. "Con disciplina. Vamos a comenzar por nosotros dos. Vamos a perfeccionar nuestras habilidades, a dominar las técnicas antiguas hasta un nivel que sea innegable, que sea tan evidente como el sol al mediodía. Luego, con el tiempo, cuando nuestra maestría sea incuestionable, podremos demostrar que no es una simple nostalgia, sino una opción superior, una opción vital para la supervivencia de Astralis." Un ligero viento acaricia nuestros rostros, llevando consigo el aroma fresco de la noche. La oscuridad ya no parece tan profunda, y la promesa de un nuevo amanecer brilla con más fuerza que nunca. El camino por delante es largo y difícil, pero juntos, tenemos la posibilidad de cambiar el curso de la historia, de devolver la sabiduría y la estrategia a su lugar legítimo en el arte de la magia. El futuro de Astralis, de alguna manera, descansa sobre nuestros hombros.
El cartel, desgastado por el tiempo y el clima, se aferraba a un poste de madera con una obstinada terquedad. Las letras, pintadas en un tosco azul, anunciaban un torneo: una competencia entre los profesores de la Academia y los maestros de las diversas escuelas de magia de Astralis. El premio mayor: un salón de clases para enseñar las propias técnicas, además de un deseo concedido por el mismísimo Consejo de Magos. Los siguientes puestos recibían únicamente el salón de clases, mientras que los puestos restantes se recompensaban con una cantidad de oro variable, decreciente con la posición.
La lectura del cartel dejó un sabor agridulce en mi boca. Una oportunidad, sin duda. Un escenario ideal para demostrar la superioridad de las técnicas antiguas. Pero el deseo… era un objetivo inalcanzable para cualquiera que no ocupara el primer lugar. Y considerando la cantidad de maestros y las diversas escuelas de magia, con sus técnicas novedosas y espectaculares, obtener el primer lugar sería una hazaña hercúlea.
Kael, a mi lado, parecía sumido en sus propios pensamientos, observando el cartel con una mezcla de asombro y preocupación. Su inquietud era palpable. El silencioso camino que habíamos compartido hasta ahora se sentía, de pronto, más pesado, la atmósfera cargada de la magnitud de la oportunidad y la dificultad de su consecución. El aire fresco de la noche ya no era un bálsamo, sino un recordatorio de la ardua tarea que teníamos por delante. La posibilidad de demostrar al mundo la valía de las técnicas olvidadas palpitaba en el silencio, latente como una llama a punto de encenderse. El desafío se yergue ante nosotros, imponente y desafiante.
El silencio entre Kael y yo se prolongó, roto solo por el susurro del viento entre las hojas de los árboles. La magnitud del torneo, la oportunidad y la dificultad latente, pesaba sobre nosotros como una capa de plomo. Finalmente, Kael rompió el silencio, su voz apenas un susurro.
"¿Qué hacemos, Maestro Eryon? Es una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar, pero… ¿cómo podemos competir contra maestros que utilizan técnicas modernas, tan… llamativas?" Su mirada se perdía en la distancia, reflejando la incertidumbre que sentía.
Lo miré, observando la duda en sus ojos, la misma duda que me carcomía a mí también. Las técnicas modernas, con su despliegue de poder, su consumo desmesurado de Éter, eran impresionantes a simple vista. Atraían la atención, deslumbraban a los espectadores. Pero carecían de la sutileza, la estrategia y la eficiencia de las técnicas antiguas. Era una batalla desigual, a priori.
"Kael," comencé, mi voz firme, buscando transmitirle mi propia determinación, "no podemos competir con ellos en su terreno. No podemos intentar superar su espectáculo de fuerza bruta. Debemos demostrarles algo diferente, algo que ellos no pueden igualar: la eficiencia, la precisión, la economía de movimientos…"
Una sonrisa sutil se dibujó en mis labios. "Tenemos que mostrarles la verdadera belleza de la magia. La magia no es solo un despliegue de poder, Kael, es… arte. Es estrategia. Es control."
El viento susurró entre las ramas, como si aprobara mis palabras. El desafío era enorme, pero la semilla de la esperanza, alimentada por nuestra convicción en la superioridad de las técnicas antiguas, comenzaba a echar raíces. El camino por delante seguiría siendo difícil, pero al menos, ahora, teníamos un objetivo claro: no solo participar, sino mostrar al mundo, con una precisión implacable y una economía magistral de recursos, la verdadera esencia de la magia. La conversación aún no había terminado; la planificación para el torneo comenzaba.
Los días siguientes transcurrieron en un frenesí de entrenamiento. Kael y yo nos dedicamos a perfeccionar las técnicas antiguas, puliendo cada movimiento, cada gesto, hasta alcanzar una precisión milimétrica. No se trataba solo de ejecutar los hechizos, sino de comprender la danza subyacente del Éter, de sentir su flujo, de moldearlo a nuestra voluntad con la mínima cantidad de esfuerzo. Cada sesión era una meditación, un diálogo silencioso con la energía misma de Astralis. Kael, inicialmente dubitativo, progresaba a pasos agigantados.
Su aptitud natural, combinada con la rigurosa disciplina que le inculcaba, lo transformaba en un discípulo excepcional. Un atardecer, sentados en la cima de la colina que dominaba la Academia, contemplando el sol que se hundía en el horizonte, Kael me dirigió una pregunta que reflejaba la inquietud que compartíamos. "¿Maestro Eryon," comenzó, su voz apenas un susurro, "¿cree que realmente podemos ganar? Los demás maestros... sus técnicas son tan espectaculares..."
Sus palabras flotaban en el aire, acompañadas por el susurro del viento.
No podía asegurarle la victoria. La competencia sería feroz. Pero miré a Kael, a sus ojos llenos de determinación, a su rostro marcado por el esfuerzo y la perseverancia, y una certeza silenciosa me invadió. "Kael," respondí, mi voz firme, "no se trata de ganar o perder. Se trata de demostrar.
De mostrarles que la verdadera fuerza no reside en el despliegue ostentoso de poder, sino en el control absoluto, en la economía de recursos, en la maestría de la técnica. Si logramos eso, ya habremos ganado, independientemente del resultado del torneo". El silencio regresó, profundo y esperanzador. El sol se había desvanecido por completo, dejando tras de sí un cielo salpicado de estrellas. El camino aún era largo, la batalla aún no comenzaba, pero en ese silencio compartido, en la mutua comprensión, se encontraba la fuerza necesaria para enfrentarlo.