Elena respiró hondo y tomó asiento en la reunión, intentando aparentar calma. Sin embargo, el ambiente estaba cargado de tensión. Los ojos de los presentes iban de un lado a otro, tratando de descifrar quién era el supuesto traidor. Lorenzo se paseaba por la sala con pasos lentos y calculados. Sus dedos tamborileaban sobre la mesa de madera oscura, un gesto que Elena recordaba de su infancia: lo hacía cuando estaba evaluando a sus enemigos antes de atacar.
—Esta organización no se mantiene sola —dijo con voz severa—. Se basa en la confianza. Y si alguien aquí ha decidido vender información, lo sabré pronto.
Uno de los hombres, un empresario de mediana edad, carraspeó. —Señor Castellanos, ¿tiene pruebas de que alguien está filtrando información? No podemos permitir que la paranoia nos consuma. Lorenzo clavó su mirada en él. —Tengo suficientes sospechas para actuar. Y créeme,
prefiero errar castigando a un inocente antes que permitir que un traidor destruya lo que he construido.
Elena sintió un escalofrío. Su tío no dudaba en eliminar obstáculos, y si el plan de Sebastian y ella funcionaba, su paranoia lo llevaría a cometer errores.
—¿Cómo piensas resolverlo? —preguntó Elena, fingiendo curiosidad.
Lorenzo sonrió de forma fría. —Ya he tomado medidas. He reforzado la seguridad en todas mis empresas. Cada transacción, cada conversación, está siendo monitoreada. Nadie se moverá sin que yo lo sepa.
Elena fingió sorpresa, pero en su interior, su mente trabajaba a toda velocidad. Si Lorenzo estaba reforzando la seguridad, significaba que ahora sería aún más difícil buscar lo que necesitaban para hacerlo caer. Tenía que actuar antes de que fuera demasiado tarde. —Tío, si hay algo que pueda hacer para ayudarte, dímelo. Quiero que nuestra familia esté a salvo —dijo con un tono de lealtad convincente.
Lorenzo la miró fijamente por un momento antes de asentir. —Lo tendré en cuenta. Cuando la reunión terminó, Elena salió de la casa con el corazón latiendo con fuerza. No tenía mucho tiempo antes de que Lorenzo se diera cuenta de lo que estaba pasando.
Sebastian la estaba esperando afuera, apoyado contra su auto de lujo. Vestía un traje impecable y tenía una expresión divertida en el rostro. —¿Cómo te fue en la cueva del lobo? —preguntó mientras abría la puerta para ella.
Elena suspiró y se metió en el auto. —Está más paranoico de lo que pensábamos. Ha aumentado la seguridad y ahora es más difícil acercarse a su estudio o, a algún lugar donde pueda tener algo que lo incrimine.
Sebastian sonrió con calma, encendiendo el auto. —Eso solo significa que estamos cerca de ganar. Los hombres como Lorenzo no refuerzan su defensa a menos que sientan que la guerra está a punto de estallar.
Elena miró por la ventana mientras el auto se alejaba. Sabía que no podía detenerse ahora. Si quería justicia, debía seguir adelante. Pero el precio de esta batalla aún estaba por descubrirse.