El lugar de la subasta era un hotel de lujo en el centro de la ciudad, uno de esos donde el dinero y el poder se mezclaban en cada rincón. Al llegar, Sebastian bajó del auto y rodeó el vehículo para abrirle la puerta a Elena. Ella salió con elegancia, fingiendo una confianza que aún no sentía del todo.
—Sonríe —susurró Sebastian en su oído—. Aquí todos huelen el miedo. Elena lo fulminó
con la mirada antes de entrelazar su brazo con el de él. No era un gesto de afecto, sino parte de su actuación. Juntos, avanzaron hacia el interior del salón principal, donde la élite del crimen organizado y los negocios turbios se reunía para jugar con fortunas como si fueran simples fichas de póker. El lugar estaba repleto de hombres trajeados y mujeres con vestidos de diseñador.
Conversaciones discretas, sonrisas falsas y miradas calculadoras llenaban el ambiente. Entre ellos, en una tarima elevada, Lorenzo Castellanos presidía el evento con la autoridad de un rey en su trono. —Bienvenidos, damas y caballeros —anunció con su tono habitual de seguridad—. Esta noche, la exclusividad y la ambición serán recompensadas.
Elena sintió el estómago revolverse al verlo allí, imponente, sin imaginar lo que estaba por suceder.
Sebastian la guió a una mesa cerca del centro, donde un camarero les ofreció copas de champán.
Elena la aceptó, más por mantener la fachada que por verdadero interés.
—En treinta minutos iniciará la subasta —susurró Sebastian, inclinándose hacia ella—. Ese es nuestro margen de acción.
Elena respiró hondo y asintió. Su misión era clara: mientras Sebastian mantenía a Lorenzo
ocupado con una distracción, ella debía encontrar la manera de escabullirse y acceder a la información que necesitaban.
—No hay margen para errores —le recordó él, su mano rozando la suya levemente—. Si algo sale mal, quiero que salgas de ahí sin dudarlo.
Elena le sostuvo la mirada. —Si algo sale mal, no me iré sin lo que vinimos a buscar.
La subasta comenzó, y el murmullo de las apuestas y las ofertas millonarias llenó el salón.
Sebastian se levantó con calma y se acercó a Lorenzo, iniciando una conversación con él.
Mientras tanto, Elena aprovechó la distracción y se deslizó hacia una de las puertas laterales. El pasillo era estrecho, con iluminación tenue y puertas cerradas a ambos lados. Su instinto le decía que en algún lugar de este hotel debía haber algo valioso, algo que Lorenzo no quisiera que nadie más viera. Caminó con cautela, asegurándose de que nadie la siguiera. Se detuvo frente a una
oficina privada con una placa dorada sin nombre. Tomó aire y empujó la puerta. Para su alivio, no estaba cerrada con llave. Al entrar, se encontró con una estancia elegante, con un escritorio de caoba y estanterías repletas de documentos. Elena sabía que no tenía mucho tiempo. Se acercó al escritorio y comenzó a revisar los cajones, había un cajón cerrado con llaves que le causó admiración, Sebastian le había dado una llave preparada lista para esa ocasión, Cuando logró abrir el cajón se encontró con facturas, contratos, papeles financieros... hasta que encontró un sobre cerrado con el sello de Lorenzo Castellanos. Su pulso se aceleró. Debía de haber algo ahí. Justo cuando deslizó el sobre dentro de su bolso, escuchó pasos acercándose. Se
quedó inmóvil, con la respiración contenida. Si la descubrían ahí, todo se vendría abajo. Y esta vez, no habría escapatoria.