Capitulo 3: In-Humano

—Thomas, qué bueno encontrarte. ¿Me acompañas al bosque un rato? —preguntó su padre con una sonrisa amistosa.

—¿Al bosque? ¿Qué vas a hacer? —respondió Thomas, intrigado.

—Hace poco, mientras volvía del pueblo, vi a un grupo de ciervos. Me gustaría poder cazar uno. Dime, ¿no quieres comer ciervo?

—¿Eh? No lo sé, nunca he... —La respuesta de Thomas quedó interrumpida por un hambre repentina e intensa, como una ola golpeándolo sin aviso—. Claro que sí —contestó sin dudar.

—¡Así se habla! A propósito, ¿has visto a tu hermano?— preguntó su padre, echando un vistazo alrededor.

—Ah... él está... —Sus ojos se desviaron instintivamente hacia el sótano, un movimiento que no pasó desapercibido.

—No está en su habitación, pensé que sabrías dónde —dijo su padre, siguiéndole la mirada. Notó el ligero giro hacia el sótano y frunció el ceño—. ¿Está en el sótano?

—Sí, está en el... ¡Digo, no! ¡Sin duda no está ahí!—intentó corregirse Thomas, visiblemente nervioso.

—Sabes, eres muy malo para mentir —dijo con una risa breve—. ¿Por qué está ahí? Ese lugar debe estar lleno de polvo. ¿Qué diablos hace ahí?

El hombre comenzó a dirigirse al sótano. Thomas se llenó de pánico, queriendo detenerlo a toda costa, pero no encontraba una excusa válida que no despertara sospechas.

Sus pasos resonaban en la madera vieja como ecos que anunciaban su intención de descender. Thomas estaba petrificado. Su mente buscaba desesperadamente una excusa, cualquier cosa que pudiera detenerlo.

Cuando el hombre puso el pie en el tercer escalón, fue interceptado abruptamente por el hermano mayor de Thomas, que apareció en la entrada con un aire despreocupado.

—Papá, llegaste rápido del pueblo.

—Sí... —respondió su padre con desconfianza—. ¿Qué haces allí abajo?

—Ah, eso... solo organizando un poco.

—¿Tú? ¿Organizar? —replicó con incredulidad.

—Sí, sabes, pensé que debía ayudar con las cosas de la mudanza. No está tan mal allá abajo, aparte de la humedad y el moho.

El padre dudó por un momento, pero finalmente suspiró, relajando los hombros.

—Está bien. Si puedes terminar con eso, me harías un gran favor. No he tenido tiempo de revisar ese chiquero desde que nos mudamos. Y ya que estás, ¿podrías limpiar tu habitación también? —agregó con un susurro cargado de ironía, palmeando su hombro.

—Ah, claro. Lo haré luego.

—A propósito, voy al bosque con Thomas a cazar un rato. ¿No nos acompañas?

—Paso. Prefiero terminar aquí. Tal vez use este lugar en el futuro. Me gusta el ambiente.

El padre lo observó con extrañeza, pero decidió no insistir. Con un gesto de despedida, él y Thomas se adentraron en el bosque que rodeaba la casa.

La caminata era silenciosa, interrumpida solo por el crujir de las hojas secas bajo sus botas.

Los árboles se alzaban como gigantes dormidos, sus copas unidas en un techo que absorbía la luz del sol y, con sus ramas torcidas, creaban un dosel que sumía al bosque en penumbras casi absolutas.

—Papá, ¿cómo vamos a cazar si no tenemos armas? ¿Vamos a usar arcos y lanzas de madera como los indios?

El hombre soltó una carcajada.

—Claro que no. Me traje todo un kit para esto. Conseguí un rifle de caza a buen precio allá arriba —respondió señalando el bolso en su espalda.

Thomas miró el arma con desconfianza.

—¿Seguro que funciona bien? No quiero que explote en tus manos...

Thomas había aprendido a dudar de todo lo que venía del pueblo desde aquel incidente con los dulces vencidos.

—Por supuesto. Lo probé en el campo de tiro. Funciona perfectamente. ¿Ves? Mis manos están intactas —respondía el hombre, mostrando sus manos robustas.

—¿De verdad hay ciervos aquí?

—Eso dicen los leñadores. Escuché lo que parecían pisadas cerca de una corriente de agua. Si no encontramos nada, al menos me habré asegurado de tener un arma. Nunca se sabe.

Thomas lo miró con curiosidad.

—¿Por qué necesitarías un arma?

Nunca había escuchado a su padre necesitar un arma, siempre estuvo en desacuerdo de comprar una cuando aún vivían en la cuidad, que no era necesario tener en casa, su lugar seguro, una horrenda herramienta hecha para fomentar el uso de la violencia.

—Bueno, hay rumores de un oso viviendo en lo profundo del bosque. No estoy seguro de si es cierto, pero prefiero estar preparado. Tranquilo, mientras yo esté aquí, nada te va a pasar.

Las palabras de su padre lo llenaron de confianza, pero también de una creciente ansiedad. ¿Debería contarle lo que estaba sucediendo con su hermano? Las palabras luchaban por salir, pero la promesa sellada con el meñique lo contenía.

La conversación se desvaneció mientras se adentraban más y más en el bosque. La luz del sol comenzaba a menguar, filtrándose a través de los árboles en haces dorados.

Bajo el silencio se libraba una lucha interna en la mente del niño, quién se sentía entre la espada y la pared, la batalla duró varios minutos pero parecía haber un claro ganador. Miró firmemente a su padre con ojos cerrados, cegado en la confianza.

Por fin, respiró hondo y se armó de valor para hablar.

—Papá, yo... —comenzó, pero su padre lo interrumpió con un gesto pidiendo silencio.

—Shhh. Creo que ya lo vi. Vamos a acercarnos lentamente, ¿de acuerdo?

Ambos se movieron con cautela, agachándose entre los arbustos. A unos 50 metros, un ciervo bebía de una corriente de agua, sus grandes cuernos reluciendo como coronas bajo la tenue luz, un animal sumamente majestuoso.

—Escucha bien —dijo el padre en voz baja, sus ojos clavados en el ciervo—. Si nos acercamos más, podría notarnos. Yo me moveré despacio hacia ese lado —señaló con un leve gesto—, y tú te deslizarás hacia los arbustos en el lado opuesto al mío. Quédate escondido ahí.

Hizo una pausa, asegurándose de que su hijo comprendiera.

—Si el ciervo se te acerca, lanza una piedra, algo que haga ruido, pero solo para que lo asustes y venga hacia mí. No lo hagas a menos que sea necesario, ¿entendido? Espera a mi señal.

Thomas obedeció, aunque sentía que su corazón latía con tanta fuerza que saldría corriendo de su pecho.

El plan era simple: su padre se posicionaría con el rifle mientras Thomas lo ahuyentaría si era necesario.

El padre se tumbó en el suelo con cuidado, posicionando el rifle. Su respiración se tornó lenta, cada inhalación más corta que la anterior mientras su dedo rozaba el gatillo. La mira se fijó en el ciervo, majestuoso y ajeno al peligro, con sus patas hundidas en el agua cristalina. Por un instante, todo en el bosque pareció contener el aliento. 

Entonces, el disparo rompió el silencio como un trueno desbocado, resonando en los árboles como un eco infinito. Las aves alzaron vuelo en pánico, y los arbustos vibraron con el súbito estallido. Pero el tiro falló por centímetros, una chispa en la corteza detrás del animal marcó el lugar donde la bala se perdió. 

El ciervo, alertado por el estruendo, se congeló apenas un instante antes de lanzarse al galope. Su musculatura se tensó como una máquina en fuga, y sin rumbo claro, eligió el camino más directo hacia la densa vegetación... justo hacia Thomas. 

En los arbustos, Thomas sintió el suelo temblar bajo sus pies, seguido del sonido seco y caótico de ramas siendo aplastadas. La criatura se aproximaba como un alud de carne y fuerza. Antes de que pudiera reaccionar, el pequeño quedó paralizado, incapaz de decidir entre huir o permanecer oculto.

Instintivamente, salió de su escondite al ver al ciervo acercarse. Pero la desesperación del animal convirtió su huida en una carga ciega e imparable. Con una fuerza brutal, los cuernos del ciervo impactaron contra Thomas, levantándolo del suelo como un muñeco de trapo y lanzándolo varios metros hacia adelante. El sonido del golpe fue seco, visceral, y su cuerpo se desplomó de manera grotesca contra la tierra húmeda. 

El ciervo, jadeante y aturdido, se detuvo por un instante, su respiración pesada formando nubes en el aire frío. Aquella pausa breve fue suficiente para el padre. Con una precisión alimentada por el terror, alzó el rifle y disparó de nuevo. Esta vez, la bala encontró su objetivo. El animal cayó de inmediato, un eco final resonó en el bosque mientras el padre corría hacia el cuerpo inmóvil de su hijo.

—¡Thomas! —gritó su padre, corriendo hacia él.

El hombre se arrodilló junto a su hijo, el aliento atrapado en su pecho. Temía lo peor. Las heridas en el cuerpo del niño eran devastadoras: dos agujeros profundos atravesaban su torso, y el brazo colgaba en un ángulo imposible. La sangre empapaba la tierra bajo él, un rojo oscuro que parecía tiznar el suelo. 

Pero entonces, algo imposible ocurrió. Ante los ojos atónitos del hombre, las heridas comenzaron a cerrarse. La carne se movía como si tuviera vida propia, uniendo fibras desgarradas y cubriendo las aberturas con tejido nuevo. Los músculos y huesos se reconfiguraban, encajando de nuevo en su lugar con un ritmo que desafiaba toda lógica. Era como si el tiempo mismo estuviera retrocediendo, como si el cuerpo del niño estuviera negándose a aceptar la muerte. 

El hombre no podía apartar la vista, dividido entre el alivio y un terror primordial que lo paralizaba. ¿Qué clase de milagro —o maldición— era este?

—¡Thomas! ¡Thomas! ¡Despierta! —El hombre gritaba con desesperación, sus manos temblaban mientras sacudía suavemente al niño. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con el sudor frío que le perlaba la frente. 

Con un pequeño gemido, el niño abrió los ojos lentamente. 

—¿Papá? —preguntó en un susurro, su voz apenas audible—. ¿Qué pasó? ¿Cazamos al ciervo? 

El hombre, todavía atrapado en el torbellino de emociones, no pudo responder. Un nudo apretaba su garganta, impidiéndole hablar. Lo único que pudo hacer fue abrazar a su hijo con fuerza, hundiendo su rostro en el cabello desordenado del niño mientras las lágrimas seguían cayendo. 

Sin embargo, en el fondo de su mente, una inquietud comenzaba a abrirse paso, más oscura y pesada que cualquier alivio. Lo que había presenciado no era natural. Había algo profundamente perturbador en aquella regeneración. 

Sus ojos se desviaron hacia el lugar donde, minutos antes, los tejidos del cuerpo de su hijo se habían movido como si tuvieran voluntad propia, reparando lo irreparable. Podía ver la imagen claramente, como si estuviera grabada en su memoria: las heridas cerrándose, los huesos ajustándose, la piel volviendo a ser completa. Era algo que desafiaba no solo la lógica, sino la esencia misma de la naturaleza. 

"Esto... esto no puede ser real", pensó, mientras su mente luchaba por encontrar una explicación racional. Pero no hallaba respuestas claras.

 

—Sí... lo cazamos —respondió el hombre, tratando de que su voz sonara calmada, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza desbocada—. Pero, ¿estás seguro de que estás bien? ¿No te duele nada? 

Thomas frunció el ceño por un momento, como si intentara recordar. 

—No, ya no. Al principio, cuando caí, sí dolía... pero ahora estoy bien. 

El padre lo observó fijamente, buscando algún indicio de dolor o malestar en su expresión. Pero los ojos del niño estaban serenos, y su tono de voz era tan despreocupado como siempre. Aún así, el hombre no podía apartar de su mente aquella escena imposible: las heridas cerrándose, los huesos acomodándose, la vida regresando como si nunca hubiera estado al borde de perderse. 

"¿Cómo es posible?", pensó, pero decidió guardar sus preguntas para otro momento. Lo importante ahora era sacar a Thomas de allí, lejos de ese bosque y de la creciente sensación de que algo los estaba observando desde las sombras. 

—Vamos a casa —dijo finalmente, tomando la mano de su hijo con fuerza. 

Thomas lo miró con una ligera confusión, pero no dijo nada. Juntos comenzaron a caminar, dejando atrás el cadáver del ciervo. El cuerpo del animal yacía inerte, pero aun entonces el padre no pudo evitar lanzar una última mirada hacia él, esperando —o temiendo— algún movimiento.

Mientras volvían a casa en silencio, el padre mantenía su mirada fija en el camino, evitando deliberadamente volver a mirar hacia el bosque. Lo que había sucedido desafiaba toda lógica, pero no podía permitirse quedarse atrapado en el terror de lo inexplicable. 

El pequeño Thomas, caminando a su lado, parecía ajeno a la gravedad de lo ocurrido. Apretaba su mano con fuerza, como si buscara seguridad en él, y el padre sintió un peso en el pecho. Su mente quería regresar a esa imagen imposible: las heridas cerrándose, los huesos reparándose como si nada hubiera pasado. Pero decidió apartarla de un golpe. 

"Es la adrenalina", se dijo a sí mismo, intentando convencerse. "La confusión del momento, el miedo… No pudo haber sido real." 

Lo único que importaba ahora era que Thomas estaba a salvo, caminando junto a él, respirando y hablando como siempre. No había espacio para cuestionar más. No aún. 

Cuando llegaron a casa, el padre abrió la puerta y dejó entrar al niño primero. Cerró tras ellos con un gesto automático, como si ese acto pudiera mantener fuera el eco de lo ocurrido. Observó a Thomas subir las escaleras hacia su habitación, aparentemente tranquilo. 

Antes de seguirlo, lanzó una última mirada a través de la ventana hacia el bosque, ahora sumido en la penumbra. Una parte de él sabía que algo más grande se escondía tras lo que había presenciado, algo que escapaba a su comprensión. Pero por ahora, eligió ignorarlo. Era más fácil pensar que todo había sido un delirio pasajero, un truco de su mente sobrecargada. 

Respiró hondo y se dió vuelta. En ese momento, para él, la seguridad de su hijo valía más que cualquier respuesta.