Historias Del Ayer

Artur... ese era su nombre. Ha pasado un poco más de un año. Para cualquier humano, eso sería poco tiempo, pero para mí es más de la mitad de mi vida. Su cabello era castaño y su mirada, la de un embustero. Me gustaba esa mirada... siempre quise mirar con esos ojos a aquellos que se creían mejores que yo. No digo que no lo sean, y él también lo sabía. Aun así, se burlaba con gran astucia de ellos. Jajaja, era un espectáculo.

Su profesión era la de aventurero. No tenía buen sueldo, ya que solo obtenía dinero de las personas a quienes ayudaba con sus quehaceres o, ocasionalmente, usando sus dos revólveres, derrotaba a algún monstruo que aterrorizaba una aldea. Tenía una puntería muy certera y entrenaba cada día, ya que su meta siempre fue convertirse en un héroe de verdad y formar parte de los guerreros legendarios: "La Guardia Divina". Deseaba formar parte de ellos para ser recordado por muchos siglos como un guerrero famoso. Tristemente, ese sueño lo condujo a su último suspiro.

Artur y yo no teníamos casa, pero no la necesitábamos: nos teníamos el uno al otro. Yo todavía era un cachorro que no sabía nada del mundo, pero recuerdo que él solía contarme que, en una de sus cruzadas, me encontró en medio del camino. Estaba solo y cubierto de ceniza, aunque no había ningún incendio cerca. Él me recogió y me puso de nombre "Fogón", porque, según sus palabras, existía un fuego dentro de mí que nadie podría apagar. Desde entonces, mi vida se centraba en acompañarlo a donde fuera. Viajábamos por ríos, prados, montañas... La verdad, nunca me importó a dónde fuéramos; solamente me gustaba estar a su lado.

Un día nos llegó la noticia de que un ser muy poderoso había atacado una aldea vecina; más bien dicho, la redujo a cenizas. Obviamente, ese sujeto era más poderoso que Artur, pero poseía una piedra Seiseki. Artur no quería perder la oportunidad de hacerse con esa piedra y, aún conociendo los peligros, decidió enfrentarlo. Sabía que, cuando lo derrotara, obtendría su poder. Artur me llevó a la aldea, pero me ordenó esconderme. Me dijo que, pase lo que pase, no debía asustarme: los guerreros no sienten miedo. A pesar de que el camino sea difícil, aunque el destino se vea borroso o la muerte sea inminente, un guerrero no duda, no se inclina ni se rinde. Me hizo prometer que, si le pasaba algo, tenía que ser un guerrero y seguir adelante... incluso si estaba solo. Luego se fue.

Al caer la noche, me preocupé por Artur. Quise ir a buscarlo... El calor era abrumador, el fuego abrasaba cada rincón de la aldea y no podía encontrarlo. Después de un rato buscando, lo hallé. Estaba tirado en el suelo. Rápidamente corrí a auxiliarlo, pero ya era tarde: su carne estaba quemada y sus pistolas, vacías. No pude soportar ver aquella escena y comencé a llorar sin parar. No podía dejar de llorar frente a las llamas, deseando con todas mis fuerzas que volviera a respirar.En ese momento, no sentí miedo; era un sentimiento distinto. Sentía impotencia... y un profundo resentimiento. Me apoyé en su cuerpo y, con las lágrimas recorriendo mi rostro, juré con cada pedazo de mi alma convertirme en un verdadero guerrero y juré completar su sueño a la par del mío... para llevarlo en mi corazón hasta el último instante. Luego de eso, me recosté junto a su cuerpo inerte. Cerré los ojos con fuerza, deseando con todo mi ser que, al abrirlos, todo esto no fuera más que un retorcido sueño. La noche era fría, pero yo solo sentía el calor abrasador del fuego que aún lamía los restos de la aldea. Entonces lo vi, observando desde lo alto: era una criatura envuelta en fuego. No pude distinguir si era un humano o un demonio. Yo era muy pequeño y, por mi color, pude pasar desapercibido. Pero jamás podré olvidar sus ojos vacíos y su esbelta figura. Cuando se alejó, le quité la bandana a Artur, ya que todavía no la alcanzaban las llamas, y escapé sin mirar atrás.

—Y desde ese día... he caminado solo, buscando alguna pista que me lleve a una de esas piedras. —Fogón terminó de contar su historia mientras acompañaba a Bleid por los caminos rocosos del bosque.

—Vaya... ofrezco mis condolencias... los portadores de una Seiseki sí que son aterradores.

—No te preocupes... a veces me siento solo y sueño con él, pero solo es un breve momento y luego despierto; ni siquiera sé si en verdad es él, pero cada que sueño con él... mis esperanzas de cumplir mis sueños se reafirman.

—Eres interesante, Fogón. Debo admitir que, si sigues así, un día me superarás.

—¿En serio lo cree, señor Bleid?

—Claro, primero deberás pasar muchas noches en vela, luego esperar un milagro y tal vez estés a mi nivel, jajaja —contestó Bleid con una gran sonrisa burlona.

—Ja... ja... —Fogón quiso decir algo, pero mejor guardó silencio un poco nervioso. "Quisiera poder preguntarle cómo se convirtió en un héroe, pero apenas y nos conocemos. Todavía no entiendo por qué ayudó... mmm... seguramente le di lástima por cómo me veía. No me gusta que los demás sientan pena por mí, me hace sentir... tan... débil, pero no puedo evitar verme miserable", los pensamientos de Fogón se acumulaban dejando una gran brecha en silencio que Bleid no dejó pasar desapercibido.

—¿En qué piensas, Fogón? Estás muy callado.

—Bueno... sí... es que... me preguntaba... ¿Cómo es que usted llegó hasta donde está? Deseaba conocer su historia.

—¡Jajaja! ¿Tanto pensaste para preguntar eso? Bien... te contaré cómo es que pasé de ser un aldeano común y corriente a ser el maravilloso aventurero que tienes delante. —Bleid salió del camino y tomó asiento en una roca junto a un árbol. —Toma asiento —inquirió Bleid mientras señalaba una piedra a su costado.

—Bien... hace diez años yo vivía en una pequeña aldea llamada El Pozo. Mi padre era un granjero humilde, vivía trabajando día y noche. Los recursos eran escasos, pero siempre supo cómo mantenerme desde que mamá murió debido a una enfermedad muy rara. Después de su muerte, mi padre se convirtió en lo más parecido a un doctor que teníamos en la aldea. Curaba a las personas cuando no se recuperaban, aprendió a tratar al ganado y desarrollaba sus propias medicinas caseras, todas ellas muy efectivas, pero nunca cobró ni un centavo por ellas o por su trabajo. Él decía que la salud no debía pagarse, ya que el dinero por sí mismo nos faltaba a todos por igual. Él fue mi héroe desde que tengo memoria y yo deseaba ayudarlo en todo lo que hiciera, hasta que... un día...

—Un aventurero llegó con heridas graves a la aldea. Era un hombre robusto, tenía una gran barba y portaba una imponente hacha de combate forjada en lagos de lava en las tierras del sur. Buscaba con desesperación a un doctor y fue mi padre quien salió en auxilio del imponente hombre. Lo llevó a nuestra casa y curó sus heridas. Yo ayudaba sin negarme a mi padre a curarlo mientras él nos contaba sus historias de aventurero que... jajaja solo Dios podría confirmar su veracidad. A mi padre no le interesaban mucho aquellas historias, pero yo estaba asombrado. Jamás había salido de mi aldea y esas historias eran... geniales...

—Cada día me levantaba muy temprano a escuchar su sinfín de historias mientras imaginaba cómo habría sido si hubiera sido yo. Fue una de las mejores etapas de mi vida, pero... todo lo bonito termina tarde o temprano. El hombre se sentía mejor y tuvo que partir a vivir más aventuras. En un principio estuve feliz de que se hubiera curado, pero luego... me sentí vacío. Extrañaba esas historias: la trama, el suspenso y el desenlace. Entré en depresión pensando que aquel hombre jamás regresaría. Trataba de no hacer notar mi descontento para no perjudicar a mi padre con el trabajo, pero mi padre siempre fue un anciano muy astuto...

—Un día, mientras celebrábamos mi cumpleaños número dieciocho, él me llevó de paseo por toda la aldea. Me llevó de paseo por el estanque, por todo nuestro terreno y por cada prado y duna que lo rodeaba. Cuando volvimos a nuestra casa, él me preguntó: "Hijo... ¿Te divertiste?". Jamás habíamos paseado así antes y le dije que fue un hermoso día.

—¿Te gustó la aldea?

—Claro... es bonita.

—¿Te gustó el lago?

—Sí... es... lindo.

—¿Y los alrededores...? ¿Te gustaron, hijo?

—Gracias por haberme llevado de paseo, papá, ¿pero por qué me preguntas eso?

—Esta es la aldea donde yo nací, esta es la aldea donde tú naciste y donde tu madre y yo moriremos. Para mí, ver la aldea una vez más es confortante, pero tú ya no eres un niño y no quiero que veas el mismo aburrido lago mientras envejezcas. No quiero que te limites a estos mismos alrededores que nunca cambian y te quedes para siempre en la misma aldea. No te equivocaste cuando dijiste que eran lindos, pero no son los únicos. Hoy... quiero que vueles libre, hijo... que recorras el mundo y, cuando vuelvas, quiero que me cuentes todas tus aventuras.

—Entonces él sacó una espada de bronce. No era la más resistente ni la más afilada, pero era hermosa... era hermosa porque mi padre ahorró todo un año para dármela. Yo apenas podía formular palabras, pero mis lágrimas de alegría sé que dijeron más que mis palabras. Ese mismo día, mi padre me preparó una bolsa de provisiones, me dio un poco de dinero y, con un abrazo, nos despedimos.

—Desde ese día, salí a buscar alguna piedra Seiseki para un día volver a mi aldea y contarle a mi padre las grandes aventuras que he tenido junto a la Guardia Divina.

—Guau... esa historia es increíble... —decía Fogón con los ojos llenos de emoción.

—Bueno, Fogón... ya debemos continuar. Ya está anocheciendo; si queremos pasar la noche en algún lugar cómodo, debemos apresurarnos a llegar a la siguiente aldea, jajaja.

Retomaron su camino con un lazo entre ellos más estrecho que antes. Fogón no pudo evitar soltar una sonrisa mientras observaba el hermoso atardecer que les daba la bienvenida a Brunel, la aldea llamada así por un antiguo héroe que dio su vida para defenderla. Bleid y Fogón entraron a un mesón a comer algo antes de buscar alojamiento. Mientras ambos aventureros degustaban con ferocidad los alimentos, un niño con la cara sucia y vistiendo harapos entró al mesón. Miró con curiosidad de un lado a otro antes de acercarse a donde estaban Bleid y Fogón.

—Buenas tardes, señor... ¿no tendría una monedita que podría regalarme... por favor?

Bleid terminó de masticar lo que llevaba en la boca y luego preguntó: —Niño... ¿tienes hambre?

—Sí, señor... mi familia no tiene qué comer. Perdón si lo molesto, pero en serio tenemos hambre.

—No digas más, mi estimado. Sal de este mesón ahora mismo.

—Lo entiendo, señor... —El niño se disponía a salir del mesón, pero fue interrumpido por Bleid.

—Sal de este mesón y trae a toda tu familia. Diles que... hoy la cena la invita Bleid.

El niño salió corriendo emocionado, olvidando agradecer a Bleid por tal acto. Al poco tiempo, el niño entró junto a su madre y tres hermanos más. Todos agradecieron con un abrazo a Bleid y se sentaron en la única mesa disponible en el mesón.

—Usted es una gran persona, señor Bleid —decía Fogón mientras terminaba de comer.

—Sé cómo se siente no tener nada. Es... muy doloroso pasar hambre.

—Pasar hambre es horrible. —Confirmó Fogón con los ojos llenos de alegría mientras degustaba cada bocado.

Cuando ya estaban por levantarse de sus asientos, el ruido de unas trompetas sorprendió a los aventureros. Al momento siguiente, unos guardias portando una brillante armadura entraron al mesón y se ordenaron en dos filas para dar la bienvenida a un sujeto muy bien vestido.

—Atentos, aldeanos... ha llegado a su aldea el Mariscal Sandrick. Pónganse de pie y hagan una reverencia ante mi lord —declaraba un soldado en el centro de ambas filas.

—¿Quién es él? —susurró Fogón al oído de Bleid.

—Ah, es solo un noble. Ignóralo. Pronto partiremos de este lugar —respondía Bleid sin darle mucha importancia.

El noble se acercó al mesonero y preguntó con arrogancia: —¿Hay algo en esta pocilga que sea comestible? —Todos en el mesón bajaban la mirada para evitar problemas; solamente Bleid, con desprecio, y Fogón, con curiosidad, alzaban la mirada.

—S-sí, mi lord... le prepararé algo delicioso... tome asiento... —El noble recorrió la sala con la mirada y, al notar que no había ninguna mesa disponible, se acercó a la familia del niño.

—¿Ustedes qué hacen aquí? Las cucarachas no deberían sentarse en el comedor. Lárguense de aquí —ordenaba el noble con una voz muy arrogante.

—Señor... por favor, permítanos levantar nuestra comida y nos iremos —decía la madre mientras trataba de recoger los platos de sus hijos.

—Claro... recogerán su comida, pero la recogerán del piso, malditas escorias —dijo el noble mientras tiraba la mesa y la comida caía al piso. Hubo un silencio crudo mientras la madre trataba de levantar la comida del piso. Bleid, enojado, se levantó de su asiento de un salto y se llevó la mano a su espada.

—Vuelve a tu asiento, civil. No hagas que esto suba de nivel —advirtió un soldado a Bleid.

—Vaya, vaya, vaya... ¿tú querías atacarme, imbécil? —preguntó arrogantemente el noble.

—Esa familia no tiene qué comer... no merece ser tratada así. No hicieron nada malo.

—Jajaja, no te había visto antes. No creo que seas tonto; parece que solo eres ignorante, amigo. No sé de dónde vengas, pero aquí... yo hago lo que quiera y, si no te parece, te mando a cortar el cuello. ¿Cómo lo ves?

—Yo jamás permitiría que un ser tan despreciable como tú caminase libre por estas calles.

—¿Escuchaste lo que te dije hace un momento? ¿Acaso deseas hacerme frente aquí y ahora?

—Usted... canalla, debería ser eliminado de esta tierra. Pague por los alimentos de esa familia o tendremos problemas.

—¿Me amenazaste y me llamaste canalla? Te lo advertí, espadachín. ¡Guardias, captúrenlo!Todos los soldados desenvainaron sus espadas al unísono y se abalanzaron con fuerza. Al instante cuando Bleid desenvainó su espada, una luz cegadora cubrió la sala por completo. En aquel momento de confusión, Bleid recorrió el pasillo quebrando cada espada y noqueando a cada guardia que se encontraba en su camino sin darles daños permanentes, hasta llegar frente al Mariscal y colocar el filo de la espada al ras de su cuello.

—¿Maldito... cómo te atreves? Si me matas... tu cabeza estará en cada cartel de "se busca". Todos te buscarán y te van a cazar, pero si no me matas, igual te meteré a prisión. Jajaja... parece que estás acabado, ¿no?

—¿Acabado?... Mi nombre es Bleid Brightlight y soy un héroe condecorado al servicio de su majestad el rey. Yo y mis colegas somos los únicos con el derecho y el permiso de matar a quien se nos dé la gana. Ni aunque lo maté recibiré condena alguna, ya que mi puesto es superior al de usted. Ahora, ¡lárguese de este mesón antes que le corte el cuello, maldito canalla!El noble, asustado, decidió escapar corriendo de ese lugar, no sin antes recibir una patada de parte de Bleid antes de cruzar la puerta y derramar su bolsa de dinero.

—Tenga, señor. Con este dinero puede reparar su establecimiento. Mil disculpas por el alboroto. 

—dijo Bleid mientras entregaba el dinero al mesonero— Además... sírvale más comida a la familia de ahí; ellos todavía no han terminado. —agregó.

—Pe... pero, señor, eso es robar —respondía nervioso el mesonero.

—¿Robar? Yo me acabo de encontrar esta bolsita en el piso. ¿Qué cosa he robado? Jajaja.

En ese momento, el silencio se rompió y todas las personas fueron a festejar a Bleid, incluyendo Fogón.

—¡Guau, señor Bleid! Eso fue impresionante. ¿En verdad está por encima de los nobles gracias al rey?

—Bha... el rey es igual o peor a ese sujeto. Si supiera que lo amenacé de muerte, me cortaría el cuello. Lo bueno es que ese gordo tonto no se va a enterar, jajaja.

—Usted es la mejor persona que he conocido —decía Fogón mientras lo abrazaba— Un día quiero ser como usted, señor.

—¿En serio? ¿Tantas ganas tienes de ser tan bueno como yo, Fogón?... Bien... entonces es hora de que vayamos a dormir, que mañana comenzará tu entrenamiento. ¿Oíste?

—¡Sí, señor Bleid!

—Ya deja de llamarme señor, ni siquiera he llegado a mis treintas.