Un Verdadero Héroe P2

El gólem, ahora frente a Fogón, alzó su gigantesco puño, cargado con una fuerza destructiva que parecía imparable. El zorro cerró los ojos, su corazón golpeando con fuerza una última vez mientras susurraba en silencio:

—Lo siento, Artur. No pude cumplir mi promesa... Espero que... si me lo permites, nos encontremos en la próxima vida. El puño de la criatura descendió con una velocidad brutal, como una sentencia ineludible. Pero justo cuando parecía que todo estaba perdido, un destello cegador de luz atravesó el aire, iluminando el rostro de Fogón y deteniendo el avance del gólem en el último instante. Una onda de energía envolvió la calle, silenciando incluso al brujo, quien dejó escapar un grito de frustración.

El tiempo se congeló por un segundo. Era como si una luz lo llamara del más allá. Por un breve instante, Fogón sintió una paz profunda. Pero entonces reaccionó: esa luz no provenía del más allá, sino de la espada del guerrero más poderoso que Fogón había visto jamás. Con un solo corte cargado de luz, el guerrero partió a la temible bestia por la mitad.

—¿Quién osa interponerse en mi camino? —Gritó el hechicero, visiblemente enfadado.

—Mi nombre es Bleid Brightlight. Has destruido un establecimiento público y arrasado con cerca de diez puestos de venta. Pero no te preocupes, solo han sido daños materiales. Paga la deuda y no te haré daño —dijo el valiente espadachín.

—¡JAJAJA! Ni siquiera me llegas a los tobillos, joven. Te contaré un secreto: desprecio a los niños bonitos —dijo el brujo, mientras destapaba un jarrón con almas en su interior y conjurando—: "Sombra y polvo, noche fría, cruza el velo, vuelve al día. Por mi voz yo te reclamo, desde el polvo, ¡yo te llamo!"

Con estas palabras, la tierra comenzó a temblar nuevamente. Guerreros de épocas antiguas, ahora convertidos en cadáveres vivientes, emergieron con un deseo insaciable de carne. Los monstruos se quedaron quietos, esperando la orden de su amo para lanzarse a almorzar.

—Jejeje, ahora yo te advertiré. Lárgate y no vuelvas, o mis queridos esclavos te devorarán hasta estar satisfechos, y te convertirás en otro más de mi colección.

Hubo un silencio prolongado. El primer parpadeo sería la derrota. Incluso Fogón, paralizado por el miedo, se quedó inmóvil. El pueblo entero observaba con temor y asombro la increíble escena que se desarrollaba ante sus ojos. La tensión en el aire era palpable, y cada segundo se alargaba como una eternidad. El brujo, con una sonrisa maliciosa, disfrutaba del poder que ejercía sobre todos los presentes.

—Ja... Jaja... JAJJAJA —comenzó a reír Bleid cada vez más alto.

—¿Te estás burlando de mí? ¡Insolente! —Gruñó el brujo muy enojado.

—Discúlpame, la verdad esperaba que te negaras a cooperar. Si te puedo contar un secreto yo también, odio desmedidamente a los monstruos como tú.

—¡Ataquen! ¡Cómaselo vivo! —Ordenó el brujo con una retorcida sonrisa mientras los muertos rugían con hambre y deseo.

Los muertos corrieron hacia Bleid gruñendo y gritando como animales salvajes. Bleid levantó la espada hasta detrás de su hombro y con una tierna voz susurró:

—Descansen en paz, queridos colegas... Al menos eso merecen por su sacrificio...

Una luz destellante comenzó a emanar de la espada del héroe, iluminando la oscuridad con un resplandor casi celestial. De un solo golpe, rebanó a todo el ejército a la mitad. Pero antes de que la luz cesara, Bleid se lanzó con su espada hacia el brujo, atravesándola por completo.

—Tú... ¿Cómo...? —El hechicero apenas podía hablar, la sangre brotaba por su boca y sus ojos se volteaban hacia atrás.

—Debo agradecer a mi espada, es la más afilada del reino y... creo que va con mis ojos, ¿no te parece? jajaja—le susurró al brujo con un gesto egocéntrico.

—Mal... di... to... —exhaló el hechicero con su último aliento, antes de desintegrarse en un destello cegador que se disipó en polvo de estrellas.

Fogón estaba inmóvil, deslumbrado por lo que acababa de presenciar. Sus pensamientos se agolpaban en su mente: "¿Acaso he muerto? ¿Ese de ahí... es un ángel?" La figura que se acercaba irradiaba una presencia imponente.

—Tú debes ser Fogón, ¿verdad? —dijo el hombre con una voz firme, pero no carente de calidez— Estás en muchos problemas pequeñín. Por cierto, mi nombre es Bleid Brightlight, a su servicio.

Al terminar de hablar, Bleid extendió su mano hacia Fogón para ayudarlo a levantarse. Sin embargo, este seguía paralizado por el asombro, aún procesando todo lo sucedido.

—¿Q-que tú... me salvaste? —balbuceó Fogón desde el suelo, con la voz temblorosa.

—Por supuesto. Es mi deber. No podía permitir que esa criatura abominable te convirtiera en su esclavo. A nadie le gustaría acabar en una situación tan... lamentable. —Bleid agitó la mano con una mezcla de impaciencia y autoridad, esperando una reacción. Avergonzado, Fogón se levantó de un salto, inclinándose profundamente en señal de gratitud.

—¡M-muchísimas gracias, señor! No sé cómo podría pagarle...

—No tienes que pagarme nada —respondió Bleid con una sonrisa tranquila—. A todos nos puede tomar por sorpresa un monstruo como ese. Aunque debo decir... te ves demasiado flaco. 

¿Qué te parece si nos acompañas a almorzar?

La confusión de Fogón duró apenas unos segundos. Su estómago vacío rugió en respuesta a la propuesta, y sin mucho más que agregar, asintió tímidamente. Las lágrimas que hasta ese momento había contenido comenzaron a brotar. No eran solo de miedo, sino también de alivio.

—No llores —dijo Bleid mientras le daba una palmada en el hombro—. Has sido valiente. Sécate esas lágrimas y prepárate. No quiero que te separes de mi lado.

Confundido, Fogón se secó el rostro apresuradamente antes de preguntar: —¿Prepararme para qué? —Antes de que Bleid pudiera responder, una multitud de soldados surgió de las sombras, rodeando al guerrero y al zorro en un movimiento coordinado y amenazante.

—¡Fogón el zorro! —clamó el cardenal, con una voz que resonó como un trueno en las calles desiertas—. Quedas bajo arresto por los delitos de falsificación de identidad, robo de un artículo real y ofensa grave contra el canciller. Serás juzgado ante un tribunal imparcial, pero la condena por tus crímenes es la ejecución en la horca. Y si osas resistirte, mis hombres te ejecutarán aquí mismo, frente a todo el pueblo de Brisalva.

Fogón, paralizado por el terror, no pudo contener las lágrimas. Tembloroso, se aferró a la pierna de Bleid como si su vida dependiera de ello.

—Señores, debe tratarse de un malentendido —intervino Bleid, relajado y con una sonrisa tan segura que descolocó incluso al cardenal—. Fogón es mi aprendiz. Mientras veníamos hacia aquí, fuimos atacados por una banda de ladrones. Le ordené a Fogón que completara el encargo que el rey nos confió, pero parece que su lealtad fue tomada por embuste... ¿Verdad, Fogón?

El zorro, aún petrificado, solo logró asentir con la cabeza, evitando cuidadosamente los ojos del canciller. El canciller entrecerró los ojos, examinando a Bleid con atención. Un largo e incómodo silencio siguió, hasta que con un gesto magnánimo, habló:

—En ese caso, solo me queda agradecerle, señor Bleid. Nos ha salvado el pellejo. Por favor, permítanos ofrecerles comida y alojamiento. Deben estar exhaustos después de tan largo viaje.

Bleid inclinó la cabeza con cortesía.

—Usted es muy amable, canciller. Vamos, Fogón, no hagamos esperar a nuestro estimado señor del Bastión Blanco.

Fogón, todavía estremecido, asintió nerviosamente y caminó junto a Bleid, esforzándose por ocultar el miedo que aún lo dominaba, mientras seguía aferrado a su pierna como un cachorro que busca consuelo.

El canciller les llevó a una taberna, un lugar sorprendentemente acogedor y con detalles que, aunque modestos para cualquier viajero experimentado, a los ojos de Fogón eran incomparables. Las lámparas de aceite bañaban las paredes de madera en una cálida luz 

anaranjada, y el olor de los asados llenaba el ambiente.

Fogón aún no comprendía del todo lo que había sucedido, pero el hambre era un enemigo más fuerte que sus dudas. En apenas media hora devoró tres platos de asado de trufarios, (jabalíes mágicos cuya carne estaba recubierta de jugosas setas y trufas comestibles). Su cara 

resplandecía de satisfacción cuando al fin se dirigió a Bleid con una gran curiosidad y gratitud:

—Disculpe... No quiero ser malagradecido, pero... ¿por qué me ayudó? —Bleid tomó un largo sorbo de su cerveza antes de responder con esa voz que parecía impregnar el aire de autoridad:

—El rey me encargó recoger el pergamino que ahora posees —Hizo una pausa, dejando que sus palabras pesaran antes de continuar—. Sin embargo, cuando llegué aquí, me recibieron con la sorpresa de que un zorro llamado Fogón se había robado el mapa de rey, solo hay un par de opciones para que lo hayas hecho y todas ellas muy tontas —Una carcajada resonó en la sala cuando Bleid tomó otro sorbo, lleno de diversión.

—Yo... no soy tonto—murmuró Fogón, bajando la mirada con tristeza. Bleid dejó su cerveza con un golpe seco sobre la mesa, atrayendo nuevamente la atención del joven. —Puede que seas un poco tonto —admitió con sinceridad—, pero buscas unirte a la mítica Guardia Divina o me equivoco?.

—Así es... señor... —respondió Fogón con sonrojado

La pausa fue breve, pero lo suficiente para que el guerrero no pudiera contener un estallido de risa. Con lágrimas en los ojos "¡JAJAJA!"

—No debería reírse de los sueños de otras personas. —Inquirió Fogón

—No me río de eso amiguito, es que... pertenecer a la Guardia Divina... es el sueño que me trajo hasta aquí... para ti debió ser difícil pero no te preocupes, te ayudaré a seguir adelante, pero no debes separarte de mí oíste? —Los ojos de Fogón se iluminaron. Por primera vez en mucho tiempo, el zorro sentía que había 

alguien que lo entendía bien.

Al caer la noche, los hombres del canciller llevaron a Bleid y a Fogón a una habitación en una posada limpia y cuidada. Como héroe del pueblo, nadie cuestionó que llevara a Fogón consigo. El pequeño zorro, que había comido más de lo que su cuerpo podía soportar, se quedó 

profundamente dormido antes de cruzar el umbral.

—Fogón, ¿eh? —murmuró Bleid mientras lo cargaba con cuidado por las escaleras y lo acostaba sobre una cama mullida—. Quién diría que un zorro como tú tendría el coraje de soñar tan alto. 

—El guerrero se quedó unos momentos de pie junto a la cama, observándolo con una mezcla de respeto y lástima. Luego se apoyó contra la puerta y esperó pacientemente a que la vela se consumiera en su totalidad.

Cuando la última luz se extinguió en todo el establecimiento, Bleid distinguió unos pasos acercándose sigilosamente a su habitación. Antes de que el visitante pudiera tocar la puerta,Bleid la abrió de golpe y, con una leve sonrisa, comentó:

—Vaya, señor canciller, qué sorpresa encontrarlo a estas horas.

—¿Tú... ya sabías que vendría? —inquirió el canciller, atónito.

—Siempre estoy un paso por delante de cualquiera —respondió Bleid, cruzando los brazos—. Tengo muchas preguntas, y espero que el motivo de su visita sea para responderlas.

—¿Cuáles son? —preguntó el canciller, algo tenso.

—Dígame, usted no es tan ingenuo como pretende. Sabía que Fogón no era el héroe que todos esperaban. Entonces, ¿por qué le entregó el mapa?

El canciller guardó silencio un momento. Luego, señalando hacia la calle con un gesto lento, propuso:

—Paseemos un rato, ¿le parece?

Ambos salieron en silencio y caminaron bajo la pálida luz de la luna que bañaba las calles vacías. Finalmente, el canciller habló con una voz contenida por la angustia:

—Señor Bleid, debo confesar que estos últimos días he sentido un profundo miedo.

—¿Miedo? ¿Usted, canciller? ¿Y a qué podría temer alguien como usted? —respondió Bleid, arqueando una ceja.

—El soldado que desertó... —el canciller tomó aire antes de continuar—. Fue ejecutado por sus propios compañeros cuando intentaba huir. Descubrió algo que no debía, y por mi seguridad no puedo revelar cómo llegó esa información a mí.

—¿De qué información me habla?

—Rumores, señor Bleid. Rumores que usted parece conocer bien: el rey no es de fiar. Se ha vuelto codicioso, su crueldad nos ha sumido en el hambre. Está planeando algo atroz, y no sé cómo impedirlo. Si llega a poseer una Seiseki, nadie en este reino tendrá el poder de oponerse a su tiranía.

Bleid asintió, comprendiendo.

—Entonces esperaba que Fogón huyera con el mapa antes de que el rey lo descubriera, ¿no es así?

—Exacto —admitió el canciller, su voz temblando apenas—. Le advertí claramente que si lo atrapaban lo matarían, pero en lugar de huir como cualquier hombre sensato, decidió quedarse... el muy necio.

—¿Y no consideró usted el peligro de portar ese mapa? ¿Cómo pudo ser tan irresponsable?

—¿Qué es la vida de un zorro en comparación con la seguridad de esta nación?

—Fogón... —Bleid lo interrumpió con gravedad.

—¿Qué? —preguntó el canciller, confundido.

—Su nombre es Fogón, y no es menos que usted ni menos que yo. Merece ser llamado por su nombre.

El canciller suspiró, rindiéndose.

—Como sea... Supongo que ahora, con esta información, debe elegir: entregarle el mapa al rey o huir con él.

Bleid sonrió apenas, con aire reflexivo.

—Siempre hay más de una opción. Conozco a alguien que puede falsificar mapas. Cuando pase por ahí, le pediré que cree una copia que no le lleve a nada. Ese se lo entregaré al rey.

—¿Y qué hará con el mapa original?

—Lo destruiré. Esas gemas solo traen sufrimiento y dolor. Cada una hallada ha desencadenado guerras interminables y derramamiento de sangre.— "Si Fogón quiere sobrevivir, tendrá que abandonar la idea del mapa", pensaba Bleid mientras hablaba.

El canciller miró a Bleid con genuina gratitud.

—Sabía que podía confiar en usted. Dios lo bendiga, señor Bleid.

Bleid asintió con solemnidad.

—Dios lo bendiga señor canciller. Ahora descanse.