Un Verdadero Héroe P1

La lluvia azotó sin piedad durante toda la noche. Para Fogón, sin embargo, era solo una prueba más en su camino hacia el destino que lo aguardaba. Al amanecer, con el pelaje empapado y el cuerpo extenuado, llegó a Brisalva, justo cuando los primeros rayos del sol rompían el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados.

Pero el viaje había dejado su huella. Sus fuerzas flaquearon, y, sin poder resistirse, cayó sobre la hierba húmeda, dejando que el cansancio lo arrastrara hacia el olvido. "Dios... tengo tanto sueño... tanta hambre... y tanto frío... No quiero levantarme todavía", murmuró en sus pensamientos, mientras su aliento se tornaba más pesado.

Sin embargo, la lógica se impuso. Sabía que quedarse allí, sobre la hierba empapada, solo lo conduciría a un resfriado que no podía permitirse en su estado actual. Inspirando profundamente, reunió las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó tambaleante y retomó su andar. El mapa aguardaba en algún rincón del pueblo, y no podía perder esa oportunidad.

Cuando finalmente levantó la mirada divisó un imponente castillo, erguido sobre una colina en el extremo de la aldea, dominaba el paisaje. Sin perder tiempo, Fogón se dirigió a un humilde puesto de pan y preguntó con voz ronca: —Disculpe... ¿Quién habita ese castillo? —La panadera, una mujer de ojos cansados pero gentiles, le lanzó una mirada cargada de lástima antes de responder: —Ese, joven, es el castillo del Señor Canciller Lord Arthenor del Bastión Blanco. Él es quien rige estas tierras y se asegura de mantener el orden en todo el territorio norte.

El tono de la mujer, aunque respetuoso, no podía ocultar una cierta sombra de resignación, como si las palabras pesaran más allá de lo evidente. Fogón asintió, agradeciendo en silencio la información, mientras su mirada volvía a posarse en aquella fortaleza. "Ahí debe ser donde se encuentra el mapa, no perderé el tiempo" se decía y con la expresión cambiada se dirigió a paso ligero hacia el castillo.

—¿Sabes si el mensajero ya ha llegado? —preguntó el Canciller, sentado con la espalda erguida en una elegante silla de madera tallada. Su pelo castaño, perfectamente peinado, brillaba bajo la luz que entraba por el ventanal. Vestía un traje oscuro, impecable y adornado con sutiles bordados dorados.

—¿A quién se refiere, mi señor? —inquirió el subordinado, inclinando ligeramente la cabeza.

—Al hombre que llevará este mapa al rey. ¿Acaso no es obvio? —respondió el señor con su voz cargada de impaciencia.

—Ah... sí... mis disculpas, mi señor. No ha llegado todavía. No volveré a hacer preguntas innecesarias.

El señor Feudal soltó un leve suspiro, el cual se perdió en el eco de la habitación. —Más vale. Si llega alguien, asegúrate de informarme de inmediato. Estaré en mis aposentos mientras esperamos.

—No se preocupe, mi señor. Haré que los guardias estén atentos a cualquier novedad.

El Canciller lanzó una mirada vacía y desinteresada antes de levantarse con elegancia y abandonar la habitación sin una palabra más. El subordinado, por su parte, se apresuró hacia la entrada principal, donde un par de guardias descansaban cerca de las puertas.

—Hoy va a llegar un héroe para recoger el mapa destinado al rey. Cuando se presente, quiero que nos avisen de inmediato. No toleraré demoras, ¿me entendieron? —les ordenó, con un tono firme.

Los guardias se miraron entre sí, antes de responder al unísono: —Sí, señor. Pero antes... tenemos una pregunta. ¿Cómo se supone que luce ese tal héroe?

El subordinado frunció el ceño, momentáneamente descolocado. —El Canciller no recibió esa información. Es posible que el rey aún no haya elegido al hombre indicado y, por eso, no dio detalles sobre su apariencia. Pero no se preocupen. Esta misión es de tal secreto que dudo que alguien fuera de este castillo además del héroe esté al tanto. Confío en ustedes.

Y dicho esto, giró sobre sus talones y se retiró con un porte altivo, dejando a los guardias intercambiando miradas confusas. Poco después, Fogón llegó a las imponentes puertas del castillo, jadeando y con el cuerpo empapado de sudor por el agotamiento. Apenas podía mantenerse en pie, y su aspecto desaliñado atrajo de inmediato las miradas despectivas de los guardias apostados allí.

—¿Quién demonios eres tú? —inquirió uno de los guardias, observándolo de pies a cabeza con una mezcla de burla y sospecha.

—Yo... yo fui enviado por el rey para recoger el mapa... que... ustedes están custodiando... —respondió Fogón, nervioso, intentando recuperar el aliento.

El segundo guardia, un hombre robusto y de ceño fruncido, soltó una carcajada burlona. —¿¡Tú!? ¿¡Tú eres el héroe del que tanto hablan!? —gruñó mientras se acercaba a Fogón con pasos firmes— ¡Apenas puedes mantenerte de pie, desgraciado!

—Yo... tuve una larga travesía... y estoy exhausto... me hicieron comer polvo en el camino, jajaja... —intentó bromear Fogón, forzando una débil sonrisa— Por eso mi apariencia no es la más adecuada, lo lamento mucho...

—Si eres realmente el héroe que estábamos esperando, entonces no tendrás problemas en sobrevivir a mi espada, ¿cierto?

Fogón cerró los ojos con fuerza, esperando lo inevitable. Entonces, un sonido seco resonó en el aire. Pasaron unos segundos de tensión antes de que se atreviera a abrirlos. Ante él, el otro guardia sostenía su espada, con la que había golpeado en la cabeza a su compañero.

—¿Qué demonios te pasa, idiota? —gruñó, mirándolo con desaprobación—. ¿No te enseñaron que las apariencias engañan?

—¡Oye! No me golpees así... sólo iba a ser una prueba rápida —protestó el primer guardia, llevándose una mano a la cabeza.

—¡Cállate! —replicó el otro, aún irritado—. Recuerda que nadie más debe saber del mapa. Él es quien el señor Bonica nos dijo que esperáramos. No podemos retrasarnos en entregar la noticia al Canciller.

—Pero yo...

—¡Pero nada! Discúlpate con el señor héroe y acompáñalo de inmediato.

El guardia agresor, ahora con una mezcla de resignación y humillación, se arrodilló frente a Fogón, bajando la mirada al suelo. —Mis disculpas por mi torpeza, señor héroe. Permítame escoltarlo hasta el Canciller. Por favor, sígame.

Fogón, todavía tembloroso por lo sucedido, intentó componer su expresión. Con una sonrisa nerviosa, asintió, incapaz de articular palabra. Los guardias le abrieron paso, y así entró en el castillo.

El palacio parecía aún más vasto desde el interior. Las paredes de un blanco inmaculado realzaban los mosaicos de cerámica delicadamente grabados que adornaban el suelo. Cada paso pesado del guardia reverberaba en el eco del salón, marcando su avance.

—Hemos llegado. Estos son los aposentos del Canciller. Te advierto que te comportes, o perderemos la cabeza —advirtió el guardia, antes de empujar la imponente puerta de madera y entrar junto a Fogón.

La sala era exquisita, un verdadero despliegue de opulencia. Una alfombra carmesí se extendía bajo sus pies, y en las paredes se alzaban retratos solemnes del Canciller. De pie junto a un sofá que daba frente a los enormes ventanales estaba el señor Bonica, la mano derecha y fiel subordinado del canciller, Fogón sentía el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Nunca se había enfrentado a una situación como esta, y mientras las dudas lo invadían, llegó el Canciller. Su presencia era imponente. Su mirada, fría como el hielo, lo atravesaba mientras tomaba asiento en el sofá frente a él.

—Dime... tu eres el héroe? —Preguntó Arthenor mientras observaba con una mirada juzgante a Fogón

—Yo... no puedo evitar notar que no me creen —Dijo Fogón convenciéndose así mismo de su farsa

—Jamás había visto a un zorro desarmado que se hiciera llamarse así mismo "héroe" y menos después de lo que hicieron.

—Que hicimos que...? —preguntó confundido

—Mi lord, eso fue hace diez años, no creo que sepa nada de lo que ocurrió— mencionó el señor Bonica al oído del Canciller.

—Tienes razón, debo recordar que los animales no son personas... y viven menos..., ¿sabes que mentir al Canciller de esta región se paga con la pena de muerte, no? —Agregó Arthenor mientras lo observaba intentando desarmarlo.

—No tengo nada que esconder —Convencido de sus palabras, Fogón se dio cuenta de lo que sucedía y no pudo evitar pensar "me voy a volver un fugitivo ni bien se den cuenta, pero no importará si encuentro la piedra primero".

—Bien... señor Bonica, entréguele a nuestro invitado el mapa, pero antes quiero dejar algo muy claro, Zorro, si huyes con el mapa o descubro que no eres ningún héroe, yo mismo te voy a perseguir y te voy a matar, haré una bufanda de ti y luego te colgaré en un armario para que las polillas te terminen de hacer polvo —Fogón tragó saliva mientras llevaba sus orejas hacia atrás.

Bonica regresó con el pergamino, que entregó a Fogón con una reverencia. Lo acompañó hasta la salida con discreción, dejando al zorro a solas con sus pensamientos y su destino incierto.

—Guau... ahora soy un fugitivo... —musitó Fogón mientras apretaba contra su pecho el preciado mapa. A estas alturas, no había marcha atrás. Su única opción era conseguir la Seiseki o morir en el intento.

El camino de regreso al pueblo fue un tormento. Con el estómago gruñendo de hambre y las piernas pesadas, cada paso le parecía eterno. Al llegar a la plaza principal, apenas tuvo fuerzas para dejarse caer en una banqueta. Su respiración era profunda y trabajosa, pero al contemplar el hermoso mapa desplegado frente a él, una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

Los caminos estaban marcados con líneas punteadas, cada aldea ostentaba orgullosamente su escudo distintivo y, en un lateral, una delicada flor de amapola adornaba el pergamino. Sin embargo, su felicidad se desvaneció al notar un inquietante detalle: el idioma en el que estaba escrito el mapa no se parecía en nada al que él hablaba.

—Rayos... —murmuró mientras examinaba los caracteres con frustración—. Tendré que descifrar esto antes de que descubran la verdad.

Con una nueva determinación, Fogón se levantó con esfuerzo y se encaminó hacia el mercado, con la esperanza de encontrar algún artefacto que lo pudiera ayudar a entender el mapa.

En una bulliciosa plaza del mercado, entre puestos repletos de especias, telas y joyas resplandecientes, un mercader de piel oscura y atuendo níveo observaba a los transeúntes con un brillo astuto en los ojos.

—Buenas tardes, mi noble dama —dijo con una voz melosa mientras alzaba un pendiente con piedras rojas que centelleaban como brasas al sol—. ¿No desearía llevarse esta joya? Realzaría aún más su elegante porte.

La joven dama observó la pieza con fascinación, sus ojos reflejando las llamas danzantes de la gema.

—Oh... es realmente preciosa. ¿Cuánto cuesta? —preguntó, su voz teñida de entusiasmo.

—Hoy no he tenido suerte, así que le ofreceré un precio reducido. ¿Qué le parecen cincuenta monedas de oro?

El rostro de la mujer se torció en una expresión de desdén.

—¿Me toma por una tonta? Eso es un precio exorbitante para un collar de segunda mano —espetó antes de girarse con indignación, alejándose rápidamente.

El mercader, contrariado, murmuró por lo bajo: —Maldita bruja... La gente ya no son tan ingenuas como antes. Si esto sigue así, tendré que recurrir a métodos menos... ortodoxos.

Fue entonces cuando sus ojos se posaron en una figura inusual que destacaba entre la multitud. Un zorro caminaba entre los humanos, portando un pergamino que exhalaba un aura palpable de maná. El mercader no pudo evitar que una sonrisa taimada se curvara en sus labios.

—Un zorro... con un mapa... Esto es un golpe de suerte —susurró para sí mismo, frotándose las manos como si ya pudiera sentir el oro entre sus dedos.

—¡Eh, joven! ¡Por aquí! —gritó el mercader, alzando una mano para llamar la atención del zorro.

Fogón, intrigado, se acercó con cautela.

—¿Me llama a mí? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.

—Oh, mi buen amigo, ¿Qué trae a un viajero tan ilustre a este humilde mercado? —respondió el mercader con una sonrisa cordial, aunque sus ojos destilaban cálculo.

Fogón miró al mercader con desconfianza, pero antes de que pudiera responder, el hombre ya comenzaba a desplegar sus objetos con teatralidad.

—Sé lo que necesitas, joven aventurero —dijo, sacando un collar con una piedra en forma de corazón—. Este es el legendario Talismán de Vida. Duplica tu capacidad de regeneración y repele los ataques mágicos más formidables. Una auténtica ganga.

El zorro sacudió la cabeza, dubitativo.

—Es impresionante, pero...

—¡No digas más! —interrumpió el mercader, sacando unos ganchos metálicos y una manzana que parecía estar bañada en oro líquido—. Mira esto: ganchos de escalada provenientes de las tierras del Oeste. Con un simple disparo, alcanzarás las alturas más inalcanzables. Y esta manzana dorada... ¡un manjar de dioses! Otorga fuerza, inmunidad temporal al daño... ¡e incluso a la lava!

Fogón parpadeó, sorprendido por la magnificencia de los objetos.

—A cuanto están los ganchos? —preguntó Fogón

—Los ganchos vienen desde tierras desérticas, su precio es un poco elevado, solo cuesta una moneda de platino pero estoy dispuesto a negociar

—Una moneda de platino... no le parece mucho?

—Ese es su precio, pero como eh dicho puedo negociar, eh notado que usted trae un pergamino antiguo, podemos hacer un intercambio si así lo desea.

—Discúlpeme pero me debo negar, este mapa es más valioso que todas sus cosas.

El mercader frunció el ceño, pero pronto adoptó una sonrisa cínica, sacando varios mapas de colores brillantes y extendiéndolos frente a Fogón.

—Pero, joven, ¿y si lo intercambiamos por uno de estos mapas? Son de las legendarias Seiseki's. Cada uno de ellos puede conducirle a una riqueza inimaginable.

Sin embargo, los mapas eran simples, sin adornos ni escudos, y escritos en un idioma comprensible. Fogón supo de inmediato que eran falsificaciones.

—No tengo tiempo para perderlo en imitaciones. Buen día —dijo con desdén, dándose la vuelta para marcharse.

Pero el mercader no pensaba rendirse. Mientras el zorro se alejaba, sus ojos brillaron con una mezcla de codicia y rabia.

—Rayos... ¿Cómo se dio cuenta que eran falsos?, ese zorro en verdad es un aventurero? No... debió ser otra cosa...—pensó en silencio el mercader y luego la razón lo vislumbró dándose cuenta del contenido del mapa

—¡Oye, zorro! —rugió con una voz gutural y estridente mientras su rostro envejecía y sujetaba en sus manos dos amuletos raros, uno con la forma del fuego y otra con un rostro en la piedra—. Ahora no negociaré contigo. Entrega ese mapa, o prepárate para enfrentar mi verdadera forma.

Fogón se detuvo y miró por encima del hombro un poco extrañado.

—¿Acaso te hiciste más feo?, no te tengo miedo estafador.

—No me hables con ese tono, pequeño alcornoque—respondió el comerciante —Última oportunidad, dame ese mapa o lo vas a pagar muy caro.

—No lo haré, este mapa es muy...—Fogón iba a continuar pero fue interrumpido abruptamente

—¡Entonces prepárate! —gritó, el comerciante extendió su brazo y recitó un conjuro: "Llamas ardientes, en mi mano nacen, vuela y ataca, ¡que a todos abracen!" lanzando una bola de fuego que rozó a Fogón y destruyó gran parte del mercado.

—¿Que... que fue eso? —preguntó Fogón aterrorizado

—Aun no te das cuenta zorro?, un comerciante como yo... sabe bien como utilizar sus productos y si deseas salir con vida, tendrás que postrarte y servirme por el resto de tu vida.

El aire se llenó de un estruendo ensordecedor cuando una segunda bola de fuego impactó contra el suelo adoquinado. Cada rincón del mercado temblaba ante el impacto, Fogón trató de huir en medio de los gritos de la multitud, pero era inútil.

Mientras tanto frente a las puertas del canciller se presentó el espadachín cubierto con una capucha, ahora con un traje mejor cuidado y seco en su totalidad.

—Buenas tardes señores... creo que me esperaban no es así?

—Quien se supone que eres?, hoy ya no estamos esperando a nadie —respondió uno de los guardias con su carácter amargado

—Mil perdones... —Bleid de un tirón se quitó la capucha y mostró su entera figura.

—Ohhh... señor... mi señor Bleid... no lo reconocí, por favor discúlpeme— Exclamó el guardia mientras se arrodillaba.

—No te alteres, estoy de paso, su majestad el rey me ah mandado a recoger el mapa de la Seiseki que poseen.

—El mapa...? pero... ya entregamos el mapa al... —Los dos guardias se miraron entre sí anonadados dejando un silencio incomodó, Bleid entendió claramente lo que había sucedido y no pudo evitar soltar una carcajada.

—¡Jajaja! ustedes si que se esfuerzan por hacerme las cosas más molestas. —No pudo terminar de burlarse de los guardias cuando se escuchó una explosión proveniente del mercado —mmm, bueno, por lo menos sé encuentra—

—¡JAJAJA Debiste haberte rendido zorro! —exclamó el comerciante. Extendió su brazo, recitando con fiereza: "Piedra viva, a mi voz atiende, de la tierra surge y mi gloria asciende."

La tierra debajo de Fogón comenzó a vibrar. El suelo se desgarró con un crujido ensordecedor, y de sus entrañas surgió una colosal criatura de barro, animada por magia oscura. Sus ojos, rojos como brasas ardientes, brillaban con una furia inhumana. La bestia, imponente y despiadada, dejó escapar un gruñido gutural que parecía capaz de helar el alma de cualquiera que lo escuchara.

Fogón, paralizado por el miedo, tambaleó hacia atrás hasta caer al suelo. Sus patas temblaban, incapaces de responder, mientras observaba con horror el ascenso del gólem. El monstruo, fijó su mirada ardiente en el pequeño zorro. Los aldeanos que habían quedado cerca, aún incrédulos de los eventos, gritaron aterrados y huyeron en desbandada, dejando atrás un caos de escombros y miedo.

"No puedo moverme... ¿Es este mi fin?" Los pensamientos de Fogón se atropellaban en su mente mientras el gólem se acercaba, su inmenso cuerpo proyectando una sombra que parecía tragarse al zorro por completo. "Pensaba que llegaría un poco más lejos..."

Continuará...