La entrada de Cápac por las puertas del palacio fue notada y observada por todos los ojos que lo rodearon incesantemente. Su caminar digno, su postura firme y determinada; cada acción, cada movimiento que emanaban de Cápac, estaban determinados a demostrar dignidad, sabiduría y una solemnidad que no eran apropiadas para un niño de su edad. Todo es parte de la construcción de su plan. Cada movimiento, cada gesto tiene que ser calculado milimétricamente. Cada acción tomada por él había sido procesada, determinada para garantizar que otros entendieran y creyeran que cada paso y acción ya había sido vista y conocida desde mucho antes. Todo para lograr que se arraigara la creencia de que contaba con conocimiento y previsión del futuro.
Todas estas acciones y movimientos, tomados y adaptados de diferentes monarcas, gobernadores y religiosos a lo largo de la historia que perseguían la misma meta que Cápac buscaba ahora: infundir en los corazones de las personas que lo rodeaban un sentimiento interno de una diferencia, una disparidad que les dijera que no eran iguales. No importaba qué tan parecidos se vieran por fuera: eran totalmente distintos, desde los pies hasta la cabeza.
Definitivamente, todos estos cálculos y acciones que tenía que tomar lo estaban agotando seriamente. La mente de Cápac, pero también su cuerpo, necesitaba adaptarse. Necesitaba hacer que todas estas acciones se convirtieran en reflejos y movimientos involuntarios, que no requirieran cada fibra de músculo y cada neurona que poseía para realizarlas de forma inconsciente. Esta entrada, y todo el tiempo que tendrá de aquí hasta la entronación, será un campo de batalla en el que tendrá que ejercitarse para lograr la meta que requiere, para allanar el camino hacia el futuro que desea construir.
La caminata no se extendió demasiado por el pasillo de entrada. Este pasillo, que constaba de unas extensas columnas cuadradas de un tamaño estimado de dos metros de altura, con una sólida y robusta base, servían de punto de soporte para el techo. A diferencia de las casas y comercios que Cápac había observado a lo largo del camino hasta llegar a la entrada del palacio, la estructura y toda la construcción estaban enteramente construidas en piedra, demostrando la opulencia y el poder no solo del emperador, sino del templo de Inti.
Después de una breve observación del entorno, la persona que se aproximó hacia Cápac estuvo frente a él y sus guardias, con una reverencia y una inclinación hasta casi estar de rodillas, demostrando su inferioridad frente al estatus actual de Cápac. Se presentó:
—Mi nombre es Metéc, el fiel servidor de mi padre y el encargado del funcionamiento. Lo que en el futuro se puede llamar mayordomo. Aquí se le llama "la sombra del emperador". Después de todo, ¿qué acompaña fielmente al descendiente del Sol, al que ilumina la tierra con su luz, si no son las sombras? Donde quiera que llegue la luz del Sol, las sombras no estarán muy lejos de ellos.
Después de esta demostración de inferioridad, las palabras de Cápac fueron:
—Levántate, Metéc, fiel servidor del emperador. Tus acciones y la verdad de tu corazón han sido demostradas. Deseo que el dios Sol colme de sabiduría y prosperidad el futuro que tendrás. Ahora, deseo que me guíes a mí y a mis guardias a mis cámaras personales para descansar del viaje. Y más tarde, me comuniques la llegada de dos individuos enviados por el sacerdote mayor Chapác. Son de vital importancia para mis preparativos para la entronación. También necesito que se les aporten todos los materiales que se requieran.
Después de estas palabras, se limitó a ser guiado por Metéc hasta su habitación. Las grandes puertas de piedra se cerraron, y los guardias personales de Cápac se apostaron en la entrada. Mientras, en el interior, él se dedicaba a mirar el entorno: una espaciosa habitación que demostraba minimalismo comparado con muchos de los palacios europeos y asiáticos, a falta del desarrollo de productos de goce y lujo en el imperio.
Lo más llamativo fue la gran cama en la cual se sentó. Una cama que, a diferencia de lo que se imaginaba, era muy suave. Si se levantaba, se podía ver que estaba rellena de lana de alpaca, y la propia funda de la cama estaba tejida a mano, también de lana de alpaca. Un lujo que solo las clases nobles definitivamente podrían permitir.
Una hora más tarde —o lo que se sintió así para Cápac, ya que en el imperio no se han inventado los relojes de arena y, a falta de sol, los relojes solares no se pueden ubicar en habitaciones que no cuenten con un patio externo donde entre totalmente la luz de la tarde—, las puertas se abrieron. Dos personas, un hombre y una mujer, fueron escoltados por los guardias de las puertas.
Cápac, quien ya había sido informado y había estado sentado en una simple mesa de piedra —donde estaba organizando y preparando planes mentalmente—, se levantó. La falta de papel retrasaba los planes redactados, al igual que la falta de un idioma escrito. Con determinación, se dispuso a observar a los convocados por el sacerdote.
Fin del capítulo ocho.