Capítulo 3

La brisa fresca de la mañana acariciaba el rostro de Alaric mientras su barco se deslizaba con precisión matemática sobre las aguas tranquilas del río. La corriente, que fluía con una velocidad constante de 0.5 metros por segundo, apenas perturbaba el tranquilo avance de la nave.

La tripulación, a bordo de una carabela, ya acostumbrada al vaivén del océano Atlántico, observaba el horizonte con la misma precisión geométrica que un astrónomo antiguo podría usar para calcular la posición de las estrellas. Era el tipo de calma que solo se encuentra después de enfrentar los elementos más implacables: las tormentas frías del norte, los vientos traicioneros del océano y los navegantes hostiles que se cruzaban en su ruta.

Alaric ajustó el timón con la misma destreza que un ingeniero medieval ajustaría un compás para trazar una ruta precisa. Ante él, la tierra prometida, una tierra desolada, se perfilaba en el horizonte.

La densa vegetación del lugar se alzaba como una espesa capa verde que apenas dejaba entrever las colinas. Lejos, en la distancia, las montañas se alzaban en formaciones asimétricas, cuyos picos se perdían en las nubes, como si intentaran esconderse en el umbral de lo desconocido.

Alaric sabía que este lugar, una extensión de tierra que no había sido tocada por los Mapas Europeos, aún guardaba secretos tan oscuros y misteriosos como las civilizaciones de Egipto y Mesopotamia que los Templarios habían estudiado en sus viajes. Los Templarios, con su meticulosa obsesión por el conocimiento oculto, sabían que esta nueva tierra era un terreno fecundo para nuevos descubrimientos y desafíos.

La llegada a este nuevo mundo no era solo un destino, sino un logro, una victoria calculada tras años de esfuerzos incansables. Las coordenadas para esta travesía habían sido obtenidas de antiguos mapas fenicios y cálculos astronómicos, algunos de los cuales databan del siglo XII, que describían la alineación de las estrellas y la posición del sol en las épocas de navegación. Los Templarios, siempre conscientes de la importancia de los detalles, emplearon la teoría de la triangulación, conocida en su época, para calcular la ruta más segura. A través de métodos que empleaban la trigonometría, determinaron el ángulo exacto de entrada a este continente.

Los barcos habían partido de las costas de Europa, recorriendo miles de millas náuticas a través de mares impredecibles, con la esperanza de que sus esfuerzos los llevarían a una tierra de oportunidades, pero también a una nueva serie de enigmas que pondrían a prueba su temple.

Alaric no podía evitar sentir una mezcla de emoción y cautela, que lo invadía como el peso de una carga intangible.

Había llegado el momento que tanto habían esperado, pero al mismo tiempo, sabía que aún quedaba por descubrir mucho más de lo que los mapas antiguos de los Templarios podían anticipar.

La región, era un territorio vasto y misterioso que representaba un enigma aún mayor para los Europeos.

Alaric, sin embargo, confiaba en el conocimiento antiguo de la orden, sabiendo que la comprensión de las civilizaciones perdidas, desde los sumerios hasta los egipcios, le otorgaba una ventaja. Habían estudiado las estructuras matemáticas de las pirámides y las proporciones áureas de las ciudades, así como los antiguos códices que hablaban de los secretos del cosmos, y sabían cómo aplicar este conocimiento a sus nuevos descubrimientos. Este terreno, al igual que los antiguos restos de Babilonia, ofrecía posibilidades infinitas para quienes pudieran descifrar sus códigos y misterios.

La Orden de los Templarios había explorado las tierras de Europa, las lejanas costas africanas y las islas del Mediterráneo, pero este territorio prometía una naturaleza completamente distinta, un nuevo rompecabezas que solo los más audaces serían capaces de resolver. Estas tierras estaban envueltas en un misterio tan denso como el bosque que cubría sus laderas, y Alaric podía sentir, con cada brisa que rozaba su piel, que en esta nueva tierra se escondían secretos que desbordaban el entendimiento humano.

"Este será nuestro desafío más grande", murmuró Alaric, mientras sus dedos rozaban el mapa dibujado a mano por los antiguos cartógrafos templarios. El mapa, elaborado con cálculos de longitudes y latitudes que utilizaban el principio de las esferas geográficas, había sido trazado utilizando observaciones astronómicas con herramientas como el astrolabio y la cuadrícula, instrumentos que le daban una precisión casi inalcanzable para la época. Pero a pesar de la precisión matemática, había algo en este continente que no podía ser anticipado ni siquiera por las mentes más brillantes de la orden.

"Alaric, ¿Qué nos espera allí?", preguntó uno de los jóvenes templarios, con la mirada fija en el horizonte.

"Lo desconocido, joven hermano", respondió Alaric, su voz grave como el retumbar de un trueno lejano. "Lo que descubramos aquí no será solo un paso más en nuestra travesía. Será el siguiente capítulo de una historia que lleva siglos gestándose, una historia que, si somos astutos, puede reescribir las bases del poder en este mundo. Dios nos ha dado una segunda oportunidad".

Y mientras las sombras de la tarde comenzaban a alargarse sobre las aguas tranquilas, el barco de los templarios avanzaba con un ritmo militar, casi militarmente meticuloso, hacia la tierra de desconocida. Nadie podía prever aún lo que encontrarían, pero Alaric, con su experiencia en la guerra, sabía que este nuevo territorio sería tanto un campo de batalla como un terreno fértil para nuevas alianzas o conflictos. Y mientras los Templarios se adentraban en la neblina del futuro, las montañas al frente se alzaban como centinelas de un destino incierto, esperando el momento en que la historia les diera un nuevo propósito.

. . .

Los Templarios comenzaron a desembarcar con un silencio solemne, apenas perturbado por el crujir de la madera de los barcos que tocaban la costa.

La brisa marina cargaba con ella un olor a salitre y tierra húmeda, algo distinto a lo que habían conocido en los puertos del Viejo Continente.

Las embarcaciones, de construcción robusta y curvada, estaban dispuestas en fila, dejando al sol reflejarse en las superficies pulidas de las armaduras de los caballeros, que aún mantenían el brillo de la pureza de su metal.

Sin embargo, ese brillo no era el mismo que antaño, ya no iluminaba con la intensidad de la gloria que una vez adornó las cruzadas.

Ahora, bajo el sol que comenzaba a elevarse tímidamente sobre el horizonte, las armaduras parecían más pesadas, como si las marcas del tiempo se hubieran impregnado en sus reflejos.

El ambiente estaba cargado de una quietud extraña, donde el eco del agua chocando contra los cascos de los barcos se hacía más evidente que cualquier otra cosa.

Había un presagio en el aire.

No era el bullicio de las antiguas ciudades, ni el vibrante sonido de las huestes marchando al unísono.

Aquí, en esta nueva tierra, el desafío que les esperaba sería muy distinto, la oportunidad de Dios.

No sólo se enfrentarían a lo desconocido, sino a algo aún más imponente: las tribus indígenas que, aunque desconocidas para ellos, parecían poseer un profundo conocimiento de esta tierra, como guardianes de un mundo que los templarios aún no comprendían. Aquellos pueblos no sabían de templos ni castillos, sino de vastas selvas y cielos impredecibles, de elementos que se desbordaban en sus rituales sagrados y en sus leyendas ancestrales.

Alaric, el comandante de la Escuadra Templaria, dio el primer paso sobre la tierra firme. Sus botas resonaron en la arena, como si el mismo suelo estuviera evaluando su presencia.

Miró hacia el horizonte.

Las vastas extensiones de bosque y agua se extendían ante él, un paisaje que se desbordaba en una sinfonía de colores verdes y azules.

Los árboles parecían gigantes que se alzaban hacia el cielo, como si intentaran tocar la misma bóveda celeste que se desplegaba sobre ellos. Alaric, habiendo nacido en las frías tierras del norte, nunca había presenciado algo similar en Europa.

En su mente, las imágenes de los bosques de su tierra natal, con sus rocas rugosas y árboles frondosos, parecían desvanecerse ante la magnificencia de esta nueva realidad.

'Aquí debemos hallar nuestra nueva vida', pensó mientras su mirada recorría el paisaje. Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos por el crujir de las hojas bajo las botas de sus hombres, quienes le seguían en formación, un paso tras otro, con la precisión de una unidad militar entrenada.

Uno de los Templarios, más joven y ansioso, alzó la vista y sus ojos se encontraron con la vastedad del lugar. "¿Qué nos depara esta tierra, maestro?", preguntó con una mezcla de respeto y cautela, rompiendo el silencio tenso. La pregunta no era más que una inquietud compartida por todos los hombres que le seguían. La incertidumbre estaba escrita en sus rostros, marcada por los años de lucha y sacrificio que habían dejado atrás, y ahora se encontraban frente a un nuevo reto, mucho más grande que cualquier enemigo conocido.

Alaric no respondió de inmediato.

En su mente, repasaba las cartas astronómicas que había estudiado antes de partir, las mismas que describían la rotación de los astros y las constelaciones que guiaban a los viajeros.

Recordó las observaciones que los astrónomos medievales, como Johannes de Murs, habían realizado en Europa, utilizando cálculos que, aunque rudimentarios en comparación con los métodos actuales, seguían siendo fundamentales para la navegación.

La distancia entre Europa y este nuevo mundo les parecía infinita, como si la misma tierra estuviera desafiando sus conocimientos de geografía y matemáticas.

La latitud en la que se encontraban, desconocida hasta ese momento, haría que las estrellas de su tierra natal fueran apenas visibles.

'No es la teoría lo que nos guiará, sino nuestra voluntad', pensó Alaric, mientras ajustaba el peso de su espada en el costado y observaba cómo los primeros rayos del sol penetraban entre las copas de los árboles.

"Formación", ordenó Alaric con voz firme.

El contingente de Templarios se alineó rápidamente en un solo cuerpo, cada hombre en su lugar, con las espadas listas y los escudos firmemente sujetos a sus brazos. Aunque la marcha hacia el interior de la selva sería difícil y peligrosa, el entrenamiento que recibieron desde jóvenes les otorgaba una disciplina que pocos podían igualar.

Era el mismo principio que se empleaba en las formaciones de batalla medievales, donde la geometría del campo de batalla y las formaciones de tropas aseguraban la victoria.

Como en la famosa batalla de Las Navas de Tolosa, donde las fuerzas cristianas utilizaron las formaciones en cuña para superar a los moros, ahora ellos aplicarían sus conocimientos de estrategia y táctica a un terreno completamente desconocido, sin la ventaja de las murallas ni la protección de las fortalezas.

Mientras avanzaban, Alaric sabía que las fuerzas de la naturaleza serían sólo una de las amenazas que enfrentarían. Sin embargo, habían desarrollado para estudiar el crecimiento de la naturaleza a través de secuencias. Aunque no pudiera predecir los peligros de la selva con la exactitud de un número, sabía que el mismo principio de crecimiento geométrico que los templarios empleaban en la construcción de fortalezas podría aplicarse aquí, en esta nueva frontera.

"Avancemos", murmuró Alaric a su unidad, tomando su espada y levantando la vista hacia los cielos nublados que empezaban a formarse sobre ellos.

El aire estaba cargado de energía estática, un presagio de la tormenta que se avecinaba.

Los Templarios sabían que, en esta nueva tierra, no sólo lucharían contra las fuerzas de la naturaleza, sino también contra las tribus que habitaban en este paraíso salvaje.

Ellos, los guardianes de este mundo inexpugnable, estarían dispuestos a defender su territorio, tal como lo habían hecho durante generaciones.

"Los guardianes no se doblegarán fácilmente", dijo Alaric en voz baja, casi como un susurro para sí mismo, mientras sus ojos recorrían la densa vegetación que se extendía ante él. Un mundo nuevo, pero también un desafío que pondría a prueba tanto su fé como sus conocimientos bélicos. Y estaba dispuesto a enfrentar ambos.

. . .

A medida que avanzaban tierra adentro, la naturaleza salvaje los rodeaba, una vasta extensión de lo que parecía un mundo completamente ajeno al orden del que provenían.

Los árboles gigantescos se alzaban como sentinelas inmóviles, sus troncos gruesos y retorcidos como si la misma tierra hubiera decidido esculpirlos en su propio molde ancestral.

Los pinos y abetos, algunos de los cuales alcanzaban alturas cercanas a los 60 metros, tejían un dosel impenetrable, bloqueando casi por completo la luz del sol. El aire estaba cargado de humedad, y un ligero rocío caía sobre sus rostros, como si la misma naturaleza estuviera observando con desdén su presencia en sus dominios.

La flora, aunque impresionante, parecía hostil, como si cada planta, cada rama, tuviera la capacidad de arrancarles la vida con el más mínimo roce.

Mientras tanto, el canto de aves desconocidas se entremezclaba con el crujir de hojas y ramas, pero la mayoría de los sonidos eran inusualmente distantes, como si los animales que habitaban aquel lugar no desearan hacerse notar.

Los Templarios, acostumbrados al bullicio de los campamentos y las aldeas, sentían el peso de esa quietud, una quietud ominosa que llenaba el aire con una presión inexplicable.

No había señales de vida humana, ni rastros de pueblos o aldeanos que pudieran haber sido reportados previamente por los viajeros que habían recorrido esa misma ruta años antes.

Henri, el joven templario, fue el primero en hablar, sus palabras cortando el silencio como un filo afilado.

"¿Qué piensas, hermano?". preguntó, con la mirada fija en las huellas en la tierra que parecían desvanecerse hacia el horizonte. "No hay rastro de vida humana en kilómetros a la redonda. ¿Qué se supone que ha sucedido aquí?".

Alaric, líder del grupo, frunció el ceño, una expresión que no se le veía muchas veces. La experiencia le había enseñado a leer los paisajes, a interpretar los susurros del viento y el crujir de los árboles como si fueran mensajes secretos, pero esta vez, la tierra hablaba un idioma extraño y preocupante.

El silencio era profundo, opresivo, y lo único que rompía su monotonía era el murmullo de las hojas moviéndose bajo el viento.

Un viento que no era de aquellos que solían encontrar en las colinas del norte, sino uno más denso, como si la misma atmósfera estuviera contenida, esperando algo.

"Vigila, Henri". respondió Alaric, con voz grave, casi como un murmullo que emanaba de las entrañas del bosque. "Este es un terreno peligroso, no sabemos lo que nos espera. Puede que haya más aquí de lo que los mapas sugieren. Debemos avanzar con cautela. Hay fuerzas en este lugar que no comprendemos completamente".

El terreno, aún virgen, parecía tener una historia profunda, marcada por lo que podría ser una inteligencia antigua o, tal vez, una civilización olvidada.

Los Templarios sabían de las Civilizaciones que habían caído, como ellos mismos los Templarios de la Orden del Temple, desterrados de Tierra Santa y expulsados del conocimiento de la verdadera geometría del mundo, las leyes matemáticas ocultas que, según los más sabios, regían el universo.

Sabían que en el aire que los rodeaba se encontraba la misma presión atmosférica que había preocupado a los sabios de la antigüedad, había comenzado a teorizar sobre la manipulación de la luz y las sombras, principios que los templarios de antaño empleaban no solo para la guerra.

A medida que se adentraban más en el espeso bosque, un rugido desgarrador y ensordecedor sacudió el aire. Era un sonido que no pertenecía a ningún animal que conocieran, sino algo mucho más primitivo, algo que resonaba con la vibración de la tierra misma. La reacción de los templarios fue instantánea. Desenvainaron sus espadas con una precisión casi coreografiada, y con el paso del tiempo, la guerra se había vuelto una danza del acero. Pero ahora, en este terreno desconocido, las danzas de guerra de antaño parecían inadecuadas. El sonido era demasiado poderoso, demasiado salvaje para ser enfrentado solo con aceros y con la maña de los hombres. No sabían si lo que se les venía era algo con lo que pudieran competir.

Alaric alzó la mano, y todos se detuvieron al instante, el sonido de su respiración rompiendo el silencio que los rodeaba.

En el horizonte, a través de los árboles, comenzaron a emerger dos figuras. Su presencia fue inmediata, casi sobrenatural. Eran imponentes, mucho más altos que cualquier hombre común, con una estatura que podría superar un metro y ochenta, lo que les otorgaba una apariencia aún más intimidante. Sus cuerpos estaban cubiertos con pieles de animales, y su rostro estaba marcado por pinturas rituales que parecían tener un significado ancestral.

Los Templarios, con su confianza y destreza en el combate, se vieron confrontados por una cultura completamente ajena, una que se movía con una familiaridad aterradora en este terreno. Estos guerreros no solo dominaban el bosque, sino que parecían estar hechos de él, como si cada árbol, cada raíz y cada sombra fueran sus aliados. Las pinturas en sus rostros, quizá símbolos de su poder o protección, cargados con una energía que los Templarios no comprendían, pero que los hacían sentir vulnerables, como si los elementos mismos se aliaran con ellos.

Henri, sin apartar la vista de las figuras que avanzaban hacia ellos, susurró, con una mezcla de asombro y miedo:

"¿Quiénes son estos? No se parecen a nada de lo que hemos visto en nuestra cruzada".

Alaric, sin apartar los ojos de los guerreros, respondió con voz tensa:

"Son los guardianes de este terreno. No estamos en su territorio como conquistadores, Henri. Estamos aquí como intrusos. Y esos . . . guerreros . . . no van a permitir que avancemos sin pagar el precio".

"¡No ataquen!". gritó Alaric, alzando la mano, su voz cortante, impregnada de la desesperación por evitar una masacre innecesaria. Los Caballeros Templarios, rígidos en sus posiciones, bajaron las armas, pero la tensión no disminuyó. El aire, denso por la humedad del bosque, parecía estar suspendido, como si la misma naturaleza aguardara el desenlace de aquel encuentro. Cada movimiento de las hojas, cada crujido de la tierra bajo los pies de los guerreros, era un presagio de lo que estaba por venir.

Un líder de la tribu, alto y robusto, avanzó con pasos firmes, como si la tierra misma respondiera a su marcha. Su rostro, curtido por el sol y las inclemencias del tiempo, estaba impasible, pero sus ojos, profundos y oscuros como los de una bestia acechante, no perdían de vista a los templarios. Las cicatrices de antiguas batallas recorrían su piel, testigos mudos de los años de guerra y resistencia. La mirada de Alaric se detuvo en una de ellas, justo sobre el cuello del guerrero, como una línea que dividía la historia de su pueblo.

La tensión era palpable. No era solo la distancia física lo que separaba a ambos grupos, sino la vasta brecha cultural y tecnológica entre los Templarios y los Indigenas. Los Templarios, con su formación rigurosa, sus conocimientos de geometría y las ciencias de la época, veían el mundo a través de una lente precisa. Sus mapas, calculados con base en las observaciones astronómicas de la época, utilizaban el sistema de coordenadas cartesianas, una técnica en expansión en el Renacimiento, y sus cálculos para determinar la ubicación exacta del sol y las estrellas eran de una exactitud milimétrica, según los métodos de Ptolomeo.

Sin embargo, los Indígenas tenían una forma diferente de conocer su mundo. Su cosmovisión no se limitaba a la precisión matemática, sino que se fundía con la intuición, la observación y la conexión directa con la naturaleza. Sabían leer los signos del clima, los movimientos de los animales, el cambio en el viento. Eran expertos en la medicina herbolaria, utilizando plantas que crecían a su alrededor, y poseían un conocimiento profundo de la ecología local. Alaric sabía que en este momento, no era la lógica matemática lo que prevalecería, sino la fuerza del corazón, la determinación de su pueblo por defender lo que consideraban suyo.

"¿Quiénes sois?". preguntó el líder, su voz resonando como un trueno lejano. La lengua que utilizaba era áspera y gutural, diferente a la que Alaric había aprendido en su tiempo en el convento, pero no desconocida. La familia de Alaric había pasado años en la región de Flandes, donde el intercambio con comunidades indígenas había dejado huellas en las lenguas locales. Años de entrenamiento en diferentes dialectos le habían permitido captar fragmentos de la lengua que estos habitantes hablaban, e incluso entender la gravedad de la pregunta que se le hacía.

El líder lo observó de manera fija, y en su mirada no había ni temor ni desdén, solo la observación fría de un animal que valora a su presa antes de decidir si atacarla o dejarla ir.

"Somos viajeros". respondió Alaric en voz baja, su tono calmado, pero con una firmeza que desmentía cualquier rastro de duda. "Venimos en paz. Buscamos conocimiento, buscamos una nueva tierra donde podamos establecernos y aprender".

La respuesta de Alaric, aunque cuidadosamente medida, no hizo mella en la determinación del líder.

Este continuó mirándolo fijamente, como si sus ojos pudieran atravesar la mente de Alaric, leer cada pensamiento, cada intención oculta.

Alaric se sintió incómodo bajo su mirada.

En su entrenamiento como Templario, había aprendido que el conocimiento no solo era una cuestión de números y fórmulas, sino también de observar y entender la psicología humana.

En ese momento, el líder era un enigma, y cada uno de sus gestos y palabras parecía estar cargado de significados más profundos.

El líder dio un paso atrás y se quedó en silencio, sin apartar la vista de Alaric.

En la brecha que se abrió entre ellos, las tensiones aumentaron, y el aire se volvió más espeso.

Durante un largo minuto, los dos hombres midieron sus movimientos en un equilibrio precario.

"¿Conocimiento?". repitió el líder, como si la palabra fuera algo ajeno a su mundo, algo incomprensible. La forma en que lo dijo, casi con incredulidad, reveló cuán distante era para ellos la idea de conocimientos extranjeros. La mirada del líder se endureció, y Alaric sintió cómo el peso de esas palabras caía sobre él, como una sentencia de muerte que aún no se había pronunciado.

"Aquí no buscamos sabiduría ajena". continuó el líder, su voz firme. "Aquí defendemos nuestra tierra".

La respuesta era clara, y Alaric la entendió en su totalidad.

Aquella no era una simple disputa territorial, sino una cuestión de identidad.

Esta tribu no solo defendía su tierra, sino su manera de vivir, su relación con la naturaleza, y con el conocimiento que habían acumulado durante siglos.

Las palabras del líder resonaron en Alaric como una sentencia, una advertencia de que cualquier intento de colonización o invasión sería respondido con la furia de una tormenta, tan imparable y destructiva como las que asolaban las costas del Atlántico.

Alaric se mantuvo en silencio. A través de su entrenamiento, había aprendido a calcular probabilidades, a prever resultados a partir de los datos que tenía a su disposición. Sabía que el tiempo era esencial.

En su mente, una estrategia comenzó a formarse, un cálculo de probabilidades que no solo implicaba la fuerza bruta de las espadas, sino la diplomacia y la negociación.

La misión de la orden era más grande que una simple disputa de fronteras; se trataba de la supervivencia y el entendimiento.

"¿Qué queréis a cambio de dejarnos explorar?". preguntó Alaric, su voz firme pero respetuosa, como si estuviera negociando los términos de un tratado.

El líder lo miró nuevamente, sus ojos profundos como pozos de agua oscura, y Alaric esperó la respuesta con el corazón en la garganta.

"La tierra no se vende ni se entrega". dijo el líder, su tono ahora grave y autoritario. "Solo se respeta".

El silencio volvió a caer sobre la escena.

Las palabras del líder flotaban en el aire como una sentencia de muerte, y Alaric entendió que, en ese momento, había llegado a un punto de inflexión.

Si deseaban sobrevivir, si querían cumplir la misión de la orden, debían encontrar una forma de convivir con estos humanos, de respetar la tierra que ellos tanto valoraban.

En su mente, el cálculo era claro: para ganar este conflicto, no bastaba con la espada.

Necesitaban algo más, algo que aún no comprendían por completo.

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