El aire fresco de la mañana le acarició el rostro mientras David salía al jardín. El sol ya se alzaba más alto, pero el día aún no había ganado en calor. En su mente, solo había una cosa que podía hacer para encontrar algo de paz: entrenar. El resto del mundo, con sus preocupaciones mundanas y su ruido constante, podía esperar. En ese momento, solo existía él y su katana.
Se dirigió al rincón del jardín, donde su espada de madera descansaba contra la pared, esperando por él, como siempre lo hacía. La katana de madera era su compañera silenciosa, una versión sin filo de la hoja que siempre llevaba consigo, la Nichirin Negra. Pero, en ese momento, no necesitaba la verdadera katana. No aún. Solo el simple peso de la madera en sus manos sería suficiente para calmar la tormenta dentro de él.
David la tomó con firmeza, sintiendo el familiar agarre de la empuñadura, el equilibrio perfecto que siempre había tenido en sus manos. Cerró los ojos por un segundo, dejando que su mente se despejara, y luego, con un movimiento fluido y preciso, comenzó a entrenar.
Los movimientos eran naturales para él, como si estuviera bailando con el viento, cada golpe y corte reflejando la perfección de su entrenamiento, la disciplina de años de práctica. Los músculos de sus brazos se tensaban con cada movimiento, su cuerpo se movía con la misma precisión que cuando era un ninja en su tiempo de entrenamiento real. La katana de madera cortaba el aire con suavidad, pero cada movimiento traía consigo una intensidad que era más allá de lo físico.
No pensaba en nada, solo en el sonido del aire y la precisión de cada corte. El movimiento de su cuerpo era todo lo que necesitaba para mantenerse anclado en la realidad, para olvidar el peso de las decisiones que lo acechaban. El jardín, antes un lugar común, se transformaba en un campo de batalla silencioso, donde cada estocada, cada giro, cada golpe era una forma de liberar la tensión que sentía en su interior.
En esos momentos, el entrenamiento no solo era un ejercicio físico. Era un escape, una forma de confrontar su propia oscuridad, de no dejar que la calma exterior lo ahogara por completo. Los recuerdos, los pensamientos del pasado, las dudas sobre lo que venía... todo eso desaparecía mientras entrenaba. Solo quedaba el aquí y el ahora.
Pero a medida que su entrenamiento continuaba, algo en su interior le decía que esto ya no sería suficiente. Algo más grande se aproximaba, y no sería solo un combate físico. El verdadero desafío estaba más allá de las sombras, en los rincones oscuros de su alma, y en las preguntas sin respuesta que se seguían acumulando en su mente.
David terminó su rutina de entrenamiento con un último corte en el aire, la katana de madera posada sobre el suelo, su respiración agitada pero controlada. Había hecho lo que necesitaba hacer, por ahora. Pero algo le decía que, pronto, tendría que enfrentar algo mucho más grande que cualquier enemigo que hubiera conocido antes.
Se quedó allí, observando la katana, el suelo aún cubierto con las huellas de su entrenamiento. Las sombras del jardín seguían ahí, pero algo en su mirada ahora estaba diferente. Sabía que el camino que elegía no sería fácil, pero ya no había vuelta atrás.