El maestro dio la señal, y el dojo quedó en un tenso silencio antes de que los primeros movimientos comenzaran.
David y Melissa se miraron, sus ojos fijos el uno en el otro, calculando cada movimiento, cada respiración. En un abrir y cerrar de ojos, ambos desenvainaron sus katanas de madera, el sonido seco del contacto con el aire llenando el espacio.
David fue el primero en moverse.
Su cuerpo se deslizó con una velocidad que parecía ir contra la misma gravedad, el filo de su katana dirigido hacia Melissa con la precisión de un depredador. Su golpe fue directo, calculado, buscando abrir una brecha en la defensa de su oponente.
Melissa, sin embargo, reaccionó con la misma rapidez. Su katana se cruzó con la de David, deteniendo el golpe con un sonido sordo.
La fuerza del impacto hizo que ambos se separaran un instante, evaluándose.
David la observó, su mente evaluando cada movimiento, cada indicio de debilidad. Pero no la había. Melissa se mantenía firme, su postura impecable.
—No eres lo que aparentas —dijo Melissa, con una leve sonrisa, como si el combate fuera un juego en el que ambos compartían un entendimiento oculto.
David no respondió. En su mente, las palabras no importaban. Solo la batalla.
Esta vez, él cambió de táctica. Con un giro rápido, se adelantó, atacando en un ángulo inesperado. Su katana iba hacia el costado de Melissa, pero ella reaccionó casi al instante, bloqueando con maestría y devolviendo el golpe con una velocidad sorprendente.
Las katanas de madera chocaron repetidamente, el sonido resonando por todo el dojo.
David podía sentirlo: había algo en el aire, algo en la manera en que Melissa combatía, que le decía que no era solo una discípula más. Esta batalla no sería como las demás.