La luz de la mañana bañaba la casa de un dorado pálido, como si el sol aún estuviera despertándose también.
David bajó tranquilo, su paso suave como un suspiro.Melissa le sonrió y le dijo un simple "Buenos días", mientras de fondo se oía la tormenta en miniatura: Aiko y Hana discutiendo sobre el amor como dos filosofas ebrias de dulces.
David, sin perder su aire calmo, dejó la taza de té sobre la mesa, miró hacia el vacío como si hablara con los siglos...y dijo:
—Como dijo Sócrates..."El amor es la alegría de lo bueno, la maravilla de los sabios, el asombro de los dioses.""El amor es un gran genio, todo lo que es un genio está entre lo divino y lo mortal.""El amor no es un dios, ni un mortal, sino un gran demonio.""Para conseguir la amistad de una persona digna es preciso desarrollar en nosotros mismos las cualidades que en ella admiramos.""El amor es el impulso apasionado de un alma para la sabiduría, y esta es al mismo tiempo conocimiento y virtud."
La cocina quedó muda.El eco de sus palabras flotaba en el aire, como incienso invisible.
Melissa lo miró como si acabara de ver a un sabio ancestral salir de un manga shōnen.Aiko parpadeó, confundida entre la pelea y el poema.Hana, con su cara de “¿y a mí qué?”, solo agarró otra tostada.
David, fiel a sí mismo, simplemente volvió a su té, como si nada.Porque para él, esas palabras no eran solo citas; eran advertencias.