El Hombre Ahorcado

-Bienvenidas, almas en pena. Aquí les habla Don Nocturno, su presentador. Sean bienvenidos a La Hora del Muerto, su programa de radio semanal de terror, donde los que respiran se encuentran con los que ya no lo hacen. Acabamos de escuchar la historia de Muerte Alada, una perfecta pieza de terror para abrir este programa de radio. Por cierto, ¿sabían que los cuervos son animales muy inteligentes? Esto se confirmó desde hace mucho, específicamente en la Edad Media, cuando los cuervos seguían a las huestes. Ellos sabían que donde había gente armada, habría muertos y, por consecuencia, habría comida. Pero no se caigan en el sueño eterno, que aún tenemos más que contar.

Nuestra siguiente historia se titula El Hombre Ahorcado. Este relato lo encontramos en un celular cerca de un puente, junto con una soga. Y solo les tengo una advertencia: tengan cuidado con el ahorcado.

Estaba saliendo hacia mi casa, pues el día en la escuela fue agotador y algo humillante. Solamente caminaba ese día sin problemas. Estaba pasando por un puente por donde normalmente paso, cuando veo que hay una cuerda amarrada al poste y que salía hacia afuera del puente. Me asomé por curiosidad y encontré a un hombre ahorcado. No presentaba signos de que estuviera vivo, pues solamente estaba allí, estático, meneándose lentamente con el aire. Corrí rápidamente hacia una orilla para ver con más claridad el cuerpo. Cuando llegué, vi el cuerpo igual que antes, quieto y sin vida. No le podía ver bien la cara, pues parecía algo deformada.

El cuerpo estaba colgado en el puente y apuntaba hacia donde ahora estaba casi seco y con aguas residuales. «Este no es mi asunto», pensé, ya que no quería meterme en problemas con nadie, y seguí mi camino.

Al llegar a mi casa, estudié y comí la comida que me preparó mi madre. En la noche parecía todo normal, pero otra vez me regresó a la mente la imagen del hombre colgado en el puente.

Al siguiente día pasé por el mismo puente y, tal era mi sorpresa, aún no habían descolgado a ese cuerpo, pero ya estaba empezando a oler mal. Me acerqué al mismo lugar donde lo vi antes y vi que se estaba empezando a descomponer: los gusanos le salían por la boca y la nariz, pero eso no fue lo que me aterró. Lo que me aterró fue que vi a ese cadáver mover ligeramente la cabeza, un movimiento casi imperceptible. Pensé que fue el viento, solamente pensaba eso y me tranquilizó un pequeño momento. Salí caminando rápidamente de ese lugar y, ahora sí, llamé a la policía.

Al llegar a mi casa, hice lo de siempre mientras me preguntaba si ya habrían descolgado a aquel cuerpo.

Al día siguiente, en la escuela, pasó algo muy extraño. El profesor empezó a hablar de la asfixia, a lo que un compañero preguntó acerca de si era similar a ahorcarse. El maestro —que se va por las ramas siempre que puede— respondió diciendo lo siguiente:

—El cuerpo humano puede estar como unos… —se quedó callado un tiempo, pues estaba recordando— dos a tres minutos, más o menos, con el lazo en el cuello. Imagínense lo que sufre una persona cuando se comprimen su tráquea y las arterias carótidas, las cuales son las principales vías de sangre al cerebro. Pero eso no es todo: si el nudo está mal hecho y apenas afecta la vía respiratoria, las venas se presionan, provocando una congestión en la sangre, lo que hace que el individuo dure igual, de dos a tres minutos.

Después de clases regresé a mi casa. «Otro día humillante», pensaba, pues me iba de mal en peor siempre, pero al final siempre te acostumbras y ya no te importa el dolor o la humillación. Mientras no le tomes importancia a los problemas, nada malo te pasará.

Mientras pasaba por el puente, volví a ver la misma cuerda, pero ahora con un olor insoportable; quería vomitar. Salí corriendo de allí y me dirigí a mi casa, pues si así apestaba el cuerpo, no me quería imaginar cómo debía estar.

Llegando a mi lugar de silencio y tranquilidad que era mi cuarto, me dispuse a relajarme. En mi mente recorría la idea de: «¿Qué pasaría si no existiera?» y también «¿Acaso soy alguien importante para alguien, o simplemente estoy solo?». Esa idea fue interrumpida gracias a que mi madre me llamaba para comer. No quise sentir más esas palabras, pues preocuparían a mi familia.

No me gusta describir lo que pasó en la escuela, pero esta vez lo describiré. Eran cerca de las 11 de la mañana; después de una humillación psicológica tocaba clases. En mi lugar, girando un poco la cabeza a la izquierda, podía ver un paisaje a lo lejos, con un gran pastizal donde el ganado comía, con pasto alto y pocos árboles.

Me quedé viendo ese paisaje mientras pensaba en pedir ayuda, pero siempre pensaba: «Si pido ayuda, demostraré que soy un cobarde y que no puedo cuidarme de mí mismo». Por eso, es mejor quedarse callado y superar todo solo.

En ese paisaje vi algo muy extraño: algo que colgaba. Me esperé a que acabaran las clases para ir a ver. Cuando terminaron, me acerqué a ese lugar. Sé que es algo tonto, pues en las películas de terror siempre hay personajes que mueren así. En ese árbol encontré a ese cuerpo putrefacto del puente. Era un árbol solitario en medio del lugar, y no había tierra alrededor de él. Al principio sí me dio miedo, pero ya después me identifiqué con ese cuerpo y sentí lo mismo que él: soledad. Sé que dirán: «Pero tu madre te quiere mucho y esas cosas», a lo que yo les responderé: es fácil pensar eso, pero cuando tienes tanto dolor y tanto miedo de hablar, prefieres estar contigo mismo. O bueno, eso yo pensaba.

Esta vez, el cuerpo no me asustó ni el aroma me alejaba, pero me fui de ese lugar después de quedarme callado y contemplarlo unos pocos minutos.

Es normal que cuando la gente siente que algo no va bien y que la vida solamente le pone el pie para que se caiga y que posteriormente se rían y lo humillen, consuman sustancias, obtengan vicios o, si es mucho el dolor, terminen haciendo algo horrible. Al final, la vida siempre va a ser cruel.

En la noche me quedé pensando eso, pues estaba cada vez más figurándome a ese cuerpo colgado.

Al día siguiente no quería ir a la escuela, pues me sentía pésimo; quería quedarme en mi cuarto y llorar. Al final sí fui a la escuela, lo que ocasionó mucho estrés en mi interior. Cuando pasaba por el puente y vi la cuerda, no lo pensé más: estaba desesperado, estaba muy enojado. Saqué de mi mochila un cúter y corté la cuerda. A pesar de que fue algo complicado, lo hacía con rabia y lágrimas en los ojos. Mientras intentaba cortar la cuerda, pensaba: «No soy como tú». Llegando a mi casa, no saludé a mi madre, no bajé a comer, nada de interacción con mi familia; solamente quería estar solo.

Pasaron los días y solo estaba empeorando. Mostraba una cara de felicidad, ponía una cara de «no me importa lo que suceda», no quería que nadie más se preocupara por mí, pues no quería ser una carga.

Los días pasaron y no soportaba más cómo estaba, así que un día después de clase primero me dirigí al árbol para no encontrar nada, solo una cuerda rota. Después me dirigí al puente y volteé a ver si el cuerpo seguía en el piso, cubierto de toda la suciedad de la gente. No me sorprendió mucho ver que el cuerpo estaba allí, muy descompuesto; los gusanos y las moscas estaban en él, era muy asqueroso de ver. Fui a mi casa y esperé la noche. Tomé una cuerda blanca que ocupan para amarrar las cajas y me dirigí al puente. Le di unas vueltas al poste con esa cuerda y ya me la iba a poner en el cuello, pero escuché algo que provenía del otro lado del puente: un sonido que sonaba como si fuera chicloso, para después convertirse en un quejido de dolor. Me quedé viendo, pues ya estaba dispuesto a acabarme y por eso no me preocupaba.

De la oscuridad de la noche sin estrellas vi primero que una mano se acercaba, para que lentamente se mostrara el cuerpo del colgado, el cual aún soltaba gusanos y moscas de todo su cuerpo. Me dio miedo y corrí, corrí sin mirar a dónde iba. El sonido paró y yo me paré; después empezó a llover. Tomé un poco de aire, volteé a la derecha y pude ver mi escuela y la ventana donde yo veía el paisaje. En esa ventana se podía ver una silueta negra, pero eso no era lo que más me asustaba, pues a los pocos segundos pude escuchar otra vez ese quejido. Volteé a esa dirección para ver el árbol, que estaba a pocos metros de mí. Después, el cuerpo cayó del árbol y, tras escucharse un crujido de huesos, se puso en pie. No lo pensé ni dos segundos y corrí en dirección opuesta.

Me detuvo una masa de gusanos y carne putrefacta en el puente, que decía con una voz que apenas se escuchaba y que le costaba decir:

—Tú me hiciste esto, tú me condenaste para siempre. Sabes lo que se siente estar en eterno sufrimiento, sabes lo que se siente que tus huesos se quemen, sabes qué se siente que los gusanos y animales se coman cada segundo tu cuerpo y órganos, todo eso consciente y para toda la eternidad. —A medida que decía esto, sus deformaciones se iban curando y mostraba cada vez más a la persona—. Y solo te estoy contando poco —seguía—. ¿No lo sabes? Pues lo sentirás.

Mientras decía esto, se pudo mostrar su cara completamente: pues era yo. Me ató la cuerda al cuello, dio varias vueltas y de una patada me tiró del puente. Después de sentir un tirón y de quedarme sin aliento, me encontré en ese puente, con la cuerda al cuello, mirando hacia abajo. Rápidamente me bajé del puente y me quité la cuerda del cuello. A los pocos segundos llegó la policía, pues mi madre estaba preocupada. Ella quería hablar conmigo y consolarme, pues me veía cada día más caído, pero al ver que no estaba en mi cuarto llamó a la policía, pues pensó que me había pasado algo malo. Me llevaron a mi casa y mi mamá estuvo conmigo toda la noche.

Al día siguiente fui al psicólogo, pues tenía que buscar ayuda. Poco a poco fui saliendo de ese agujero y ahora estoy aquí contándoles esta historia, para que no intenten hacer una locura como la que yo traté de hacer.