"No importa cuánto huyas, el pasado siempre te encuentra."
Emma siempre había sido experta en esconder sus heridas.
El pasado no se borraba, pero ella había aprendido a vivir con sus sombras. El dolor lo envolvía todo en silencio, lo guardaba detrás de la cámara, lo escondía en cada sonrisa que apenas rozaba su rostro. Era un equilibrio frágil, pero suyo.
Hasta que él apareció.
—¿Tú también te escondes detrás de eso? —La voz masculina, segura y ligeramente burlona, la hizo girar rápidamente.
Zeth Mikhail. Ese chico irritante que parecía disfrutar demasiado provocándola. Era un problema, de eso estaba segura. Con su actitud despreocupada y comentarios mordaces, tenía una habilidad especial para sacarla de su zona de confort. Y eso la irritaba, la hacía hervir por dentro.
—No tienes idea de lo que hablas— su voz salió más áspera de lo que esperaba.
Pero había algo en él, algo que la inquietaba. Tal vez era la manera en que fingía que nada le importaba, o el brillo inquietante en sus ojos, como si algo mucho más profundo y doloroso estuviera oculto detrás. Porque, aunque Zeth pretendía vivir sin ataduras, Emma sabía reconocer a alguien que también estaba huyendo.
—Tal vez no— respondió él, encogiéndose de hombros como si no le importara. Pero sus ojos seguían fijos en los de ella, como si estuviera leyendo algo que Emma nunca había querido mostrar. —O tal vez sé más de lo que crees—.
La incomodidad creció entre ellos como un muro invisible, pero también había algo más, una chispa de algo que ni Emma ni Zeth parecían entender todavía.
Y, sin embargo, en ese momento, lo único que Emma supo con certeza fue que odiaba esa sonrisa. Esa sonrisa que parecía prometer que él no se iría hasta descubrir todos sus secretos.
Lo que Emma no sabía era que Zeth también tenía secretos. Cicatrices que lo mantenían despierto por las noches. Un pasado que lo perseguía tan ferozmente como el suyo. Dos almas quebradas que, sin saberlo, estaban a punto de entrelazarse en un proyecto que cambiaría sus vidas para siempre.