Capítulo 1: Un nuevo comienzo.

Escucho mi alarma sonar y suspiro. Hoy empieza una nueva etapa en mi vida. La universidad. ¿Estaba lista para esto? Ni un poco. Pero no creo que nadie nunca se sienta totalmente listo para empezar algo nuevo.

Mis ojos se quedan mirando fijo el techo de mi habitación y mi mente se pierde en la conversación que ayer tuve con mi madre.

—Mamá, ¿Qué querías decirme? — le pregunte saliendo de la cocina con una taza de café y sentándome a su lado en el sofá.

—Bueno, quería saber si ya tenías todo listo para mañana. Es tu primer día de universidad ¿Estas nerviosa? —.

—Um...un poco, sí. Pero ya tengo todo listo ¿Por qué? —.

—Por nada. Es una etapa muy emocionante e importante en tu vida. Sera difícil, pero en el transcurso también te darás cuenta si fue la decisión correcta— responde con cierta sabiduría.

—Supongo que si— coincido y veo a mi madre dudar, como si se debatiera en decir lo que va a decir.

—Emma, hija ¿Estás segura de que quieres estudiar fotografía? — pregunta finalmente y yo suspiro. Sabía que iba a volver a sacar el tema una vez más.

—Mamá, ya hablamos de esto. Yo quiero estudiar fotografía y si estoy segura de eso— le respondí ya cansada de repetir lo mismo. Desde que tomé la decisión, no hace más que preguntar si estoy segura de que si eso es lo que quiero. Y honestamente, ahora mismo es la única decisión de la que me siento conforme. Lo único que ahora mismo me genera seguridad y estabilidad en mi vida.

—Pero...— La interrumpí.

—Pero nada, ya no volveré a bailar— dije empezando a molestarme por el tema. ¿Por qué no puede aceptar mi decisión? —Y no cambiaré de opinión—.

—Está bien— suspira y parece que se da cuenta de que no quiero volver a hablar de ello —Solo prométeme que al menos lo pensarás. Está bien si no quieres ir a esa academia en Nueva York, pero al menos no descartes por completo la idea de volver a bailar. Solo quiero que hagas lo que te haga feliz— asegura mientras su voz revela algo de tristeza, por lo que suspiro. Simplemente no puedo hacerlo, el baile solo genera malos recuerdos en mí. Ya no puedo bailar.

Me quedé callada, mirando la taza de café en mis manos como si pudiera encontrar respuestas en ella. La pregunta de mi madre se sentía como un disco rayado, y ya no podía soportarlo más. Era como si, por alguna razón, ella no pudiera ver lo evidente para mí: el baile me había dejado cicatrices, y no estaba lista para abrir esas heridas nuevamente. 

Sin embargo, la miro por unos segundos notando la preocupación en sus ojos, antes de responderle —Lo pensaré— mentí. Sé que solo quiere lo mejor para mí, pero necesito tiempo. Y por ahora, la fotografía ha sido mi refugio en los últimos meses.

—Eso es suficiente para mi— sonríe dejando un beso en mi frente y desaparece en su oficina.

¿En serio estoy considerando esto? 

No, no puedo hacerlo. El sonido de la música, la sensación de mis pies deslizándose sobre el escenario... todo lo que alguna vez amé se convirtió en una cadena de recuerdos de la cual no podía liberarme. Por más que lo deseará, ese día jamás se borrará de mi memoria. El baile es solo un doloroso y constante recuerdo para mí. 

Una lagrima se desliza por mi mejilla, pero la limpio rápidamente. No, no llores otra vez.

Será un buen día, así que cero lágrimas por hoy.

Mi celular empieza a sonar, sacándome de al instante de mis afligidos pensamientos. Era Rachel.

—Espero que ya estés despierta—.

—Si, mamá. Ya estoy despierta— bromeo respondiendo sarcásticamente.

—Pues levanta tu trasero flojo de la cama. No quiero llegar tarde en nuestro fabuloso primer día de universidad— canturrea con felicidad y yo ruedo los ojos. No creo que nadie este mas emocionada por esto que ella.

—Está bieeeen. Mas te vale estar lista para cuando llegue o si no, cogerás el autobús— le aviso.

—Tú no harías eso— asegura usando un tono más dulce de lo normal, que solo me hace reír —Porque eres la mejor amiga del mundo, que llevará a su mejor amiga a la universidad en su fabuloso auto nuevo—.

—Está bien, boba. Me voy a bañar. Nos vemos en un rato, adiós— me despido entre risas y la escucho reír también.

—No tardes, boba— dice antes de colgar.

Me levanté y me dirigí al baño de mi habitación. Abrí el grifo y mientras esperaba que el agua se calentara, puse algo de música para empezar la mañana lo mejor posible. Hago mi cabello un moño y me adentro a la ducha, dejando que el agua me relaje y se lleve todo rastro de sueño.

Después de un rato en la ducha, salgo del baño y me dirijo al vestidor para cambiarme rápidamente. Se me estaba haciendo tarde, así que trato de elegir algo rápido. Me puse mi ropa interior y me cambié con una falda corta de cuadros grises y blancos a juego con un suéter rosa pálido. Estábamos entrando al otoño y ya se sentía una brisa bastante fresca, así que me puse unas botas altas negras con un poco de tacón, junto a unas cálidas medias debajo de ellas. Solté mi cabello dejándolo con sus ondas naturales y me maquillé con algo bastante sencillo para no perder tiempo. Y listo, todo en solo media hora.

Mi celular comienza a sonar y como ya sabía que se trataba de Rachel, lo dejé sonar. Cojo mi bolso negro junto con las llaves de mi auto y bajo las escaleras. Cuando entro a la cocina, mi madre estaba tomando su usual taza de café y trabajando en su laptop. Mi madre era una mujer bastante hermosa. Rubia, de unos bonitos ojos azul oscuro y realmente esbelta. Y como siempre, se vestía bastante elegante y maquillada, lo cual la hacía parecer alguna actriz de cine. A veces no parecíamos madre e hija en lo absoluto. Yo prefería las cosas más sencillas, eran pocas las veces que dedicaba horas para arreglarme. Pero en ese lado, sin duda yo era más como mi padre. Me gustaban las cosas simples.

—Buenos días— saludo cogiendo un panecillo y sirviéndome una taza de café.

—Buenos días, cielo— dice cerrando su laptop. Coge su bolso y sus llaves, antes de levantarse de la silla —Llegaré tarde hoy, no me esperes. Que tengas un buen primer día, cielo— se despide dejando un beso en mi cabeza.

—Adiós mamá— digo viéndola salir. Termino mi café y mi panecillo, mi versión express de desayunar, antes de salir de mi casa. Me subo a mi auto, un bonito convertible rojo que mi madre había decidido regalarme de cumpleaños, y conduzco a casa de Rachel. Aún no puedo creer que mi madre me haya regalado este auto. Mi hermano se moriría si lo ve.

Suspiro al pensar en ello, hace tanto tiempo que no lo veo. Y la verdad, lo extraño mucho. Hace tres años decidió vivir con mi tía, en Manchester. Le gustó el programa de futbol que ofrecía una escuela y ellos estaban interesados en él, por lo que mi madre aceptó que se transfiriera a esa escuela y viviera con su hermana un tiempo. La última vez que lo vi fue hace un año y apenas hablábamos, ya que sus entrenamientos eran muy exigentes.

Al principio, yo no lo aceptaba, porque no quería que se fuera de mi lado. Él era mi hermano mayor, el que siempre estaba tirado en el sofá viendo un partido de futbol cuando yo llegaba, el que siempre estaba ahí cuando yo lo necesitaba y con el que nunca me sentía sola en esa casa tan grande. La idea de que ya no estuviera, aunque lo viera de vez en cuando, no me gustaba para nada. Habíamos sido él y yo por tanto tiempo, ya que nuestra madre siempre tenía mucho trabajo, sobre todo después de que papá falleció, que no me acostumbraba a la idea de que no estuviera.

Aún no me gusta la idea.

Solo que, después de un tiempo, entendí que él tal vez necesitaba su espacio. Y, que seguro, yo era un impedimento para que él hiciera su vida. Sentía que debía cuidar de mí, sobre todo después de lo que me pasó hace más de un año, y yo me sentía mal por creer que lo estaba deteniendo de vivir su vida. En lugar de ir a una fiesta, se quedaba cuidando a su hermana pequeña y aunque él dijera que no, sé que debí haber sido una carga para él.

Así que, decidí comportarme de una forma madura, y hacerle ver que estaría bien sin él. Solo así sabía que podría irse sin hacerlo sentir culpable. Y me alegra haberlo hecho, porque sé que, si no, nunca se hubiera ido y hecho lo que realmente quería. Era una gran oportunidad para él y no iba a ser esa persona egoísta que le impidiera vivirla.