Recomendación del autor: Escuchar The Secret of Parallel Time de Zhang Xingte para una experiencia más inmersiva.
El aire estaba impregnado de humedad y el aroma de flores frescas y grama inundaba mi nariz. Las hojas de otoño caían lentamente crujiendo contra el suelo, siendo llevadas por el viento, mientras el cielo gris parecía compartir nuestro dolor.
Me siento frente a lápida y Nathan hace lo mismo. Y como si él realmente estuviera aquí, Nathan empieza a contarle todo lo que le ha pasado últimamente. Esto de alguna forma se ha vuelto como una especie de tradición para nosotros. En la que todos los años veníamos y conversábamos de todo, como si tal y como antes, él pudiera respondernos y aconsejarnos.
Mamá suele venir, pero se nota que es particularmente duro para ella hacer esto cada año. Yo perdí a mi padre, pero no me imagino que se sentirá perder al amor de tu vida. Tal vez por eso, al igual que hoy, busca excusas o trabajos en los que ocuparse. Desde que puedo recordar, la primera vez que vi a dos personas tan enamoradas y perdidas el uno del otro, fueron mis padres. Su amor y felicidad, parecía inquebrantable al paso de los años. Y me hacían creer al verlos, que hay personas que simplemente están destinadas.
Aún recuerdo los primeros años después de que él se fue. Aunque ella fingía que estaba bien delante de nosotros y saco a nuestra familia adelante de una forma que admiro, solía escucharla llorar todas las noches. Debió ser realmente difícil, estar en los mismos lugares que antes compartías con alguien que ya no volverá. Y que solo sus recuerdos quedan por apreciar. Por eso, cuando no viene, realmente no la juzgo. Todos hemos estado luchando con el vacío que dejó lo mejor que podemos. Intentando juntar los pedazos de una familia rota que dejo atrás.
—¿Algún día dejará de doler? — se cuestiona luego de un momento de silencio, mientras sus afligidos ojos azules miran la lápida frente a nosotros.
—Eso espero— respondo con sinceridad. Realmente espero que sí.
A veces, cuando cierro los ojos, intento recordar su risa o su voz. Cómo llenaba cada rincón de la casa y cómo, con una simple palabra, lograba que el mundo fuera un lugar menos pesado. Hay días en los que casi puedo oírlo de nuevo llamándome 'princesa', como si nunca se hubiera ido.
—Ojalá estuvieras aquí— confiesa Nathan con una sonrisa nostálgica y ojos llorosos por las lágrimas contenidas. Acaricio su espalda, intentando reconfortarlo, y antes de que pueda decir algo más, él se sorbe la nariz poniéndose de pie con un movimiento pesado, como si el peso de las palabras que nunca se dijeron lo arrastrara —Te esperaré afuera. Intentare hablar con mamá para asegurarme de que todo esté bien— me comunica y dándome un pequeño apretón en el hombro, se aleja camino a la salida. Sus pasos resuenan en la grama húmeda, y el eco parece tan solitario como él.
Suspiro con pesadez viéndolo marchar y volteo nuevamente hacia la tumba.
—¿Sabes? Él realmente intenta fingir que lo ha superado y ser fuerte por nosotras. Tu más que nadie sabes que Nathan siempre ha sido así— le cuento a mi padre con una triste sonrisa adornando mi rostro. A veces pienso que lleva demasiado tiempo cargando más de lo que debería —Quisiera que algún día él pueda dejar de pretender ser fuerte, de cuidar de otros. Ser bueno con los demás es importante, pero ser bueno contigo mismo también lo es— pido sin evitar pensar que a veces se exige demasiado. Ojalá se lo hubiera dicho. Tal vez eso sea algo de familia, después de todo, tanto yo como mi madre muchas veces hacemos lo mismo. Exigirnos tanto.
Solo espero que algún día él pueda encontrar a la persona con la que ya no deba pretender ser fuerte. Alguien que cuide de su corazón tanto como él cuida de otros.
Y quizá, en el fondo, yo también espero encontrar lo mismo: alguien que pueda hacerme sentir que está bien no ser fuerte todo el tiempo. Alguien que me haga sentir completa otra vez. Como papá lo hacía con mamá.
—Nos vemos pronto. Te amo— me despido dejando una última caricia sobre su nombre en aquella fría lápida. Me levanto y sacudo mis pantalones con la mano, antes de tomar mi bolso del suelo. Miro la lápida por última vez y sonrío —Siempre dolerá el no tenerte más. Pero intentaré para el próximo año, estar menos triste— le prometo antes de dar media vuelta y empezar a alejarme.
Camino sin prisa, pasando por otras tumbas, algunas que parecían haber sido visitadas recientemente y otras parecían haber sido completamente abandonadas. A veces sentía lastima por las últimas. Era como ver que, quien quiera que fuera la persona que yacía ahí, en este mundo ya no quedaba alguien que lo recordara. Era triste.
A lo lejos, vi la silueta de un chico caminar entre las tumbas. Llevaba dos ramos de flores, por lo que supuse que él, tristemente, tenía más personas a las que visitar. Sin poder evitarlo, me quede mirándolo. Por alguna razón algo en él me parecía demasiado familiar. No podía ver su rostro ya que seguía caminando de espaldas a mí, lo que me dio aún más curiosidad. Inconscientemente, mis pasos se volvieron más lentos, esperando que aquel chico se diera la vuelta solo por un momento.
De repente, se detiene y gira ligeramente, justo frente a unas tumbas, donde deposita las flores que traía consigo. Lo veo retirar los restos de las viejas flores ya marchitas con sus manos y mi mirada se enfoca en su perfil, ahora claramente visible para mí. Y todo encajó. La sorpresa me viene enseguida al reconocer ese rostro inconfundible, su rostro. El rostro de la última persona que esperaba ver en un lugar como este.
Por un segundo, intente convencerme de que estaba viendo mal, pero no había dudas: era Zeth Mikhail. Y, sin embargo, no era el Zeth que yo conocía. Había algo en su postura, en la forma en que sus hombros caían, que lo hacía parecer... diferente.
Mi mente tardó en procesarlo; nunca lo había visto así, tan vulnerable, tan humano. Una parte de mí quería desviar la mirada, respetar ese momento privado que claramente no me pertenecía. Pero algo más fuerte—la curiosidad, la sorpresa o tal vez algo que no quería nombrar—me mantuvo inmóvil, observándolo en silencio.
Su aspecto era totalmente diferente ahora. Mas serio y solemne, como si mostrara respeto a quienes venía a visitar. Y, sobre todo, su tristeza no pasaba desapercibida. Esto no era nada común en el Zeth que he conocido hasta ahora.
"¿En serio crees que lo conoces?" se burla mi subconsciente de mi afirmación.
Y tenía razón.
Tal vez realmente no conozco nada de Zeth.
Tengo una idea de él desde que lo conozco, que se ha encargado en reafirmar. Pero luego están estos pequeños encuentros en los que coincidimos de forma inesperada, en su mayoría cuando él no lo notaba. En el centro comercial. Su repentina preocupación hacia mi esta tarde en la universidad. Y ahora esto, que sin duda me ha dejado sorprendida.
Era como ver dos personalidades diferentes, en donde no sabía cuál de las dos era la real. Aunque viéndolo ahora, un pensamiento fugaz pasa por mi mente, de que probablemente sea esta la verdadera.
¿Quién eres realmente, Zeth Mikhail?
Suspiro y sacudo mi cabeza, ya tengo suficientes dilemas propios como para confundirme por las actitudes de alguien más.
Pero antes de marcharme, no pude evitar verlo una vez más.
Tenía curiosidad.
Curiosidad de saber a quién visitaba y porque lucia tan afligido, tan triste e impropio de él. En serio que a veces era todo un misterio para mí.
Aun así, me doy la vuelta y continuo con mi camino. Ni siquiera éramos amigos para entrometerme en algo que lucía muy personal.
Aunque a veces, —me digo a mí misma mientras camino— pienso que las personas somos como aquellas tumbas olvidadas: llevamos nuestras flores marchitas y nuestras historias escondidas, esperando a que alguien las descubra.
Y tal vez Zeth, asi como yo, solo está esperando que alguien tenga el coraje de hacerlo.