—Sabes perfectamente que no estamos casados —dijo, ignorándola por completo.
Fazil decidió seguir enfocado en su comida antes que continuar charlando con ella.
—¡Siempre es lo mismo contigo! —dijo, haciendo una rabieta y pisoteando el suelo a modo de berrinche.
Ella sacó su espada y cargó directamente contra el mago. Su espada tenía una hoja de un color peculiar: aunque mostraba el típico color del acero, un ligero brillo zafiro se veía al reflejar la luz. No dudó en atacarlo al verlo distraído comiendo.
—Empódio.
Al instante en que Fazil mencionó esa palabra, la espada de la chica rebotó a centímetros de alcanzarlo. Cualquiera sin conocimientos se hubiera quedado anonadado ante esta situación, pero ella siguió atacándolo.
—¡Ven y pelea, maldito cobarde! —gritó, mientras continuaba atacando sin mostrar señales de detenerse.
Cada golpe parecía tener más fuerza. Incluso la sala comenzó a temblar lentamente por el choque de los impactos.
—Tranquilícese, princesa Darlina —dijo Geoffrey, notando que su esfuerzo era inútil—. No importa lo que haga, no podrá romper su Empódio con golpes tan básicos. Vamos, mejor tome asiento y coma tranquilamente.
—No hasta que él se disculpe —contestó, señalando a Fazil. Seguido, volvió a enfundar su espada—. Es increíble que, después de estos años, siga rechazando a su esposa de esta manera.
El rostro de Geoffrey demostraba la incomodidad que esta escena le generaba.
Tiempo atrás, después de la derrota del Rey Demonio, el gobernante del reino donde actualmente vive el mago, quien también es el emperador de la nación de los humanos, ofreció la mano de su hija menor, la princesa Darlina, como gratificación a Fazil por su victoria. Este rechazó el compromiso sin dudar ni un instante y le dijo al emperador que dejara de ver a sus hijas como monedas de cambio.
Para el emperador, sus hijas eran el mayor regalo que podría ofrecer. Ya había casado estratégicamente a todas ellas, salvo a Darlina, con príncipes tanto de reinos humanos como de otras razas. Fazil entendió la intención de esta gratificación: si se casaba, estaría obligado a estar a su servicio.
—Vamos, Fazil, ¿no puedes aceptar el compromiso? Prácticamente no hay hombre que no quisiera una belleza como ella.
Geoffrey intentó persuadir a su amigo, pero tampoco mentía. Fazil estaba rechazando a una de las mujeres más bellas del mundo, a ojos de muchos. Y no solo eso, Darlina era la excepción a la regla de princesa delicada. Si Geoffrey era considerado el guerrero más fuerte de la humanidad, Darlina era su equivalente en el lado femenino.
—Qué bueno que todo esto terminará pronto —dijo Fazil con una sonrisa, mientras jugaba con un trozo de carne en su estofado—. Qué bueno que estás aquí, Geoffrey. Será bueno despedirme de mi mejor amigo.
Geoffrey no entendía nada de esas palabras. ¿Despedirse? ¿A qué se refería con eso?, pensó. Analizando su vida actual, se le vino a la mente lo que creía que era su única solución.
—Oye, no me asustes. Es cierto que esto del Salvador está fuera de control, pero eso no es motivo para que hagas alguna locura.
Ametsa y Kara también mostraron preocupación. El hecho de que su señor les hubiera contado que su investigación al parecer fue un éxito, no les hizo pensar en esa posibilidad de escape a la vida que tenía actualmente.
—¿De qué estás hablando? —preguntó confundido el mago—. Quiero entender el funcionamiento del mundo, y no lo lograré si me quito la vida.
Todos los presentes sintieron un alivio en sus corazones. En parte tenía razón: la mayor obsesión de Fazil era conocer el ¿por qué? de todo, y cometer tal acto no lo ayudaría en absoluto.
Había terminado su plato y se veía satisfecho. Estar encerrado y enfocado en su investigación no le permitía disfrutar plenamente de la deliciosa cocina de Ametsa. Agradeció la comida y se puso de pie.
—Extrañaré esta comida —mencionó con un suspiro amargo—. Sin duda, la comida de Ametsa será lo que más extrañe.
—Andas muy raro, incluso para ti —dijo Geoffrey con cara confundida—. Deja el misticismo y dime qué fue lo que descubriste.
Una sonrisa se formó en Fazil; parecía que todo este tiempo había estado esperando que le preguntaran su descubrimiento.
—Es fácil, Geoffrey. Al fin encontré la respuesta a algo que se planteó mi maestro en su tiempo, y que yo continué después de su desaparición.
No solo Geoffrey, sino todos los presentes no entendían de qué hablaba. Su maestro fue considerado el usuario de magia más poderoso en su tiempo y acogió a Fazil para instruirlo en su aprendizaje del uso de esta.
Una espina que siempre cargará Fazil es la de no poder mostrarle a su maestro en lo que se convirtió, pues él desapareció cuando era un adolescente. Siendo él, como único discípulo, quien siguió con su legado, pues su maestro también era como él: un visionario imaginativo en busca de entender el ¿por qué? de todo. Algo que podría decirse que era la filosofía que se habían ideado para ellos mismos.
—Necesito un pizarrón para explicarles de qué hablo —dijo mientras se dirigía a la puerta del comedor.
Hizo una señal para que lo siguieran, a lo que todos, incluida la princesa, lo hicieron.
***
Los llevó a la biblioteca que tenía en el sótano —si así podríamos llamarlo— de su mansión.
La mansión de Fazil no era particularmente grande en comparación con otras. Pero lo llamativo de ella era lo que se ocultaba en su interior: su inmenso sótano. Aquí se encontraban sus laboratorios, su habitación privada y, lo más llamativo, su biblioteca.
La biblioteca era incluso más grande que la mansión en sí y estaba llena en su totalidad de libros escritos tanto por Fazil, como su maestro y aquellos encontrados o que el mago considerada buenas adquisiciones. El mejor lugar para guardar un libro es retenerlo en tu cabeza, mencionaba el mago de vez en cuando; aunque también era bueno tener una copia física para las futuras generaciones. Todo lo plasmado en este lugar era el conocimiento y los descubrimientos hechos desde el uso de razón de todas las razas inteligentes existentes.
Llegaron al centro de la biblioteca. Ahí se encontraban un pizarrón y unos sillones rodeando una mesa, que estaban algo desgastados, revelando sus años. La iluminación en toda la sala era excelente a pesar de encontrarse bajo tierra. Esto era así gracias a un enorme cristal que estaba en medio de todo el lugar, brindando la luz que necesitaban para estar cómodos.
Todos, salvo Fazil, quien acomodaba el pizarrón para que lo observaran mejor, se sentaron en los sillones.
—Bien, explícanos qué descubriste —comentó Geoffrey con algo de incredulidad.
En el pasado, Fazil había afirmado muchas cosas que al final resultaron ser erróneas. Esto podría desanimar a muchos y hacer que abandonaran lo que hacían, que era lo que regularmente pasaba. Aunque con Fazil era lo contrario.
Geoffrey siempre admiró su determinación, aun teniendo enfrente esa gran muralla que significaba fallar. Un día le preguntó qué lo hacía seguir intentándolo, a lo que Fazil respondió en aquel momento:
«A base de errores es que puede surgir el progreso. Que algo falle no quiere decir que sea plenamente imposible, solo significa que hay que encontrar la variable adecuada».
Muchos de los avances en distintos campos de la magia, así como en otras disciplinas, se debían a esa determinación de Fazil por encontrar la solución a los enigmas que existían y hacían funcionar al mundo.
El mago parecía emocionado mientras trazaba una línea horizontal en el pizarrón. Después de hacerla, les apuntó con la tiza a los presentes sentados.
—Cuando recién comenzaba mis estudios en magia, un día mi maestro me lanzó una pregunta —Los ojos de Fazil mostraban un brillo nostálgico mientras veía a los demás.
Geoffrey no pudo evitar sonreír al escuchar a Fazil. Esto se debió a que recuerdos de su infancia brotaron en su cabeza; la misma forma en que se comportaba su amigo, por suerte, había permanecido igual por tantos años.
—Eh, Geoffrey.
La voz del mago lo sacó de su trance.
—¿Eh? No, nada. Solo me quedé pensando en algo, continúa —dijo con tranquilidad, mientras rascaba su mejilla.
Fazil no dijo nada, aunque tenía vagamente una idea de qué era lo que pensaba.
—Bueno, como les decía, la pregunta que me hizo mi maestro ese día...
Fazil recordó su niñez, cuando comenzó a estudiar magia. Aunque no lo mostró, un sentimiento de melancolía inundó su corazón, pues recordó cuál era el único sentimiento que era su razón de vivir en ese tiempo: la venganza.
El odio, la tristeza, el miedo, entre otros sentimientos negativos, se habían juntado para formar la masa de rencor que habitaba en su corazón.
Sus ojos en aquel tiempo eran vacíos y sin expresión. Y entonces, un día de la nada, su maestro le hizo la pregunta que causó que ese Fazil que Geoffrey recordaba volviera con el tiempo.
—¿Existimos? —preguntó el mago a los presentes.
Todos, sin excepción, quedaron atónitos ante esa pregunta.
Fazil esbozó una media sonrisa al haber logrado lo que se propuso.
El silencio que había generado su pregunta no tardó en romperse por parte de Ametsa.
—¿A qué se refiere con esa pregunta? Por supuesto que existimos —dijo con una expresión algo incrédula. No sería la primera vez que su señor preguntaba algo descabellado.
—Ametsa tiene razón, señor Fazil. Nosotros existimos, que estemos todos aquí reunidos, ¿no es prueba de eso? —Kara no se quedó atrás al hablar.
Por su parte, Geoffrey solo inclinaba la cabeza intentando entender esa pregunta. Darlina no quería tomar parte en las opiniones; fue sorprendida por esa pregunta, pero su enojo le impidió concentrarse para dar su opinión.
—Mi maestro no quería una respuesta en ese momento. Probablemente él ya había encontrado la suya. Solo la mencionó para que mis ganas de entender al mundo regresaran.
Fazil señaló el cristal que iluminaba toda la biblioteca. Era de unos dos metros de diámetro y estaba colocado a unos ocho metros de altura. El color de su resplandor era una combinación entre blanco con ligeros tonos amarillos.
—Solo encontré una respuesta a esa pregunta. Respondan: aparte del blanco, ¿qué color predomina en el cristal?
Todos, al verlo, contestaron amarillo. No era muy difícil saberlo.
—Eso es verdad, estamos conscientes de que vemos que el cielo es azul cuando es de día y negro cuando es de noche; el color de las frutas, alimentos y de nuestras ropas; el cómo huelen, cómo se siente al tocarlos, el cómo oímos las cosas —Fazil puso una mirada seria con una sonrisa y volvió a apuntar al cristal—. Todos estamos de acuerdo en eso, el color es amarillo. Entonces les hago otra pregunta: ¿todos vemos el mismo amarillo?
Todos estaban a punto de responder. Fue en ese instante cuando entendieron que la profundidad de esa pregunta era mayor de lo que parecía. Era cierto que el color era amarillo, en eso todos estaban de acuerdo; pero ¿podría uno explicar o entender qué veían del color de la misma manera? Deteniéndose a pensarlo, la respuesta era obvia: no había forma.
Solo alguien tan excéntrico como Fazil o su maestro se pondrían a llegar tan lejos en la respuesta de una pregunta que parecía tan obvia.
El silencio, una vez más, hizo acto de presencia. La diferencia era que ahora todos tenían cara de duda. Al parecer, aún seguían intentando asimilar lo que el mago les había contado.
—Interpretar...
Esa palabra mencionada por Fazil solo ocasionó que el grupo pusiera una expresión aún más confundida.
—Si existimos o no, es algo que en mi capacidad actual no me es posible responder —el mago solo se encogió de hombros con una sonrisa irónica—. Solo puedo afirmar una cosa: todo lo que nos rodea, todo eso que día a día observamos, no es más que la interpretación que nuestros ojos hacen.
De entre los presentes, Ametsa era la que ahora tenía cara de fascinación. Ella no solo era la sirvienta de Fazil, sino también su discípula. Por lo que escuchar una de las tantas hipótesis que su maestro decía la llenaba de admiración hacia él. Solo lamentaba el hecho de no poder seguir el ritmo de su enseñanza.
No es que fuera mala, de hecho estaba considerada como una maga de élite; pero su manera de ver las cosas ni siquiera podía rivalizar con la de Fazil.
Ella no pudo evitar hablarle como discípula.
—¿Y eso tuvo que ver con su descubrimiento, maestro?
—La verdad, no. Solo quería comentarlo.
Su burbuja de admiración fue reventada por esas palabras. Fazil reía con despreocupación mientras se rascaba una mejilla.
—¡¿Y entonces para qué nos cuentas esto?! —vociferó Geoffrey.
Aunque su reacción fue de rabia, sabía perfectamente que era inútil seguir molesto. No era la primera vez, ni la última, que Fazil haría algo como esto. Al fin de cuentas, él no contaría esto de no ser necesario.
Fazil dio un suspiro de resignación antes de volver a hablar.
—Como mencioné, esto no tiene nada que ver con lo que descubrí. Sin embargo, fue esta primera pregunta la que ocasionó que tiempo después surgiera esta —Fazil volvió a apuntar con su tiza la línea que había trazado en el pizarrón al inicio—. ¿Existen otros mundos?
De un segundo a otro, Fazil volvió a su mirada seria mientras veía a los demás. Por primera vez, la princesa Darlina pareció tomar interés, pues aunque antes había quedado en shock por las afirmaciones del mago, no había decidido participar.
Fazil no esperó una respuesta y siguió con su explicación.
—Esta línea es nuestro mundo.
Kara levantó inmediatamente la mano para llamar su atención.
—¿Qué no afirmaba que nuestro mundo es redondo?
—Creo que me expliqué mal. Es cierto que todos los experimentos que he hecho afirman eso; pero yo no hablo de nuestro mundo en sí, sino del plano en el que está ubicado.
¿Pla... no?
Ese fue el primer pensamiento de todos. Incluso a Kara comenzaba a dolerle la cabeza debido a los términos que había estado usando Fazil. Palabras cuyo significado entendían, pero usadas para explicar cosas muy complicadas de asimilar no era tarea fácil.
—Observando las estrellas, mi maestro y yo nos dimos cuenta de algo: que se alejan de nosotros, lo que da a entender que estamos en una especie de lugar donde, al parecer, nos encontramos en movimiento. A esto decidimos llamarlo plano. Esto nos dio una pista: si este plano está aquí, hipotéticamente deberían existir más —Fazil trazó más líneas horizontales.
En esta ocasión, fue Darlina la que levantó la mano.
—¿Entonces los espacios en los inventarios mágicos son también otros planos?
—En principio, mi maestro y yo pensamos lo mismo —Fazil hizo un pequeño círculo en la primera línea que trazó. Luego, en un espacio apartado, trazó uno más grande y los unió con dos líneas más—. Investigando, descubrimos que los espacios de los inventarios mágicos pertenecen a nuestro plano, pero apartados de este mismo. A estos espacios los llamamos Nadas, pues prácticamente son eso: un espacio donde no existe ni siquiera el tiempo.
Él trazó una línea en el centro de ese círculo grande y, alrededor, trazó más círculos y óvalos de distintos tamaños para representar esas Nadas.
—Después de años, al fin logré comprobar la hipótesis de otros mundos. Y lo comprobaré con estos objetos.
Fazil materializó dos objetos. Estos habían sido sacados de su inventario mágico. Dos pequeñas aperturas se abrieron en el aire, y el mago metió sus manos para sacarlas.
Eran dos gemas de aproximadamente quince centímetros de diámetro. Una tenía un peculiar color ámbar y la sostenía con su mano; mientras que la otra, aunque de igual color, la hacía levitar en su otra mano, rodeada de una especie de aura blanca.
—A estas pequeñas las llamo Gemas de Éter.
El Éter no era una palabra usada al azar. Fazil acababa de mencionar el nombre de la energía del mundo. Esto, sin duda, ya no era uno de sus experimentos fallidos.