En la forja personal de Hefesto, el sonido del metal resonaba con un ritmo constante. Martillazos, el chisporroteo del fuego, el olor a carbón… todo era perfecto para un herrero.
Y entonces, sin ninguna advertencia previa…
Apareció el Autor.
Así, de la nada.
No abrió una puerta, no entró caminando, ni siquiera hubo un sonido que anunciara su llegada. Simplemente estaba ahí, parado con una sonrisa.
Hefesto levantó la vista de su trabajo, parpadeó lentamente, y luego frunció el ceño con evidente irritación.
"¿Quién eres y qué demonios haces en mi forja?"
El Autor levantó la mano en un gesto despreocupado. "Oh, no me mires así, solo quería conocer a la diosa herrera más increíble del mundo."
Hefesto suspiró, masajeándose la sien. "Bien. Ahora dime cómo entraste antes de que te saque a patadas."
"Ehhh… magia."
"…"
"Y un poco de amor y fe."
"…"
"También puede que haya usado una mecánica de guion, pero no confirmo ni niego nada."
Hefesto ya estaba buscando algo para lanzarle a la cabeza.
Viendo que su vida podía estar en peligro, el Autor sacó rápidamente algo de su bolsillo y lo dejó caer sobre la mesa de trabajo.
¡PLOF!
Era un lingote de color rojo intenso, como si estuviera hecho de lava solidificada.
Hefesto miró el metal con escepticismo… hasta que notó que la mesa de trabajo estaba empezando a chisporrotear por el calor que desprendía el lingote.
"…¿Qué demonios es esto?"
El Autor sonrió con orgullo. "¡Me alegra que preguntes! Esto, querida diosa de la forja, es un lingote de piedra infernal."
Hefesto frunció el ceño. "Eso no existe."
"No hasta ahora." El Autor sacó otro lingote. Y otro. Y otro. En cuestión de segundos, había una pila de metales extraños sobre la mesa.
La diosa lo miró, luego miró los lingotes, luego lo miró otra vez.
"…De dónde sacaste esto."
El Autor le guiñó un ojo. "Una historia larga, con demonios, murciélagos de fuego, y una poción que no respetaba las leyes de la gravedad. Pero lo importante aquí es… ¿te gusta?"
Hefesto tomó un lingote y, con un movimiento ágil, lo dejó caer en la forja. La temperatura de las llamas aumentó de inmediato, como si el metal mismo estuviera alimentándolas.
"…Interesante."
"¡Lo sé! Y hay más de donde vinieron esos."
Hefesto entrecerró los ojos. "…¿Me los estás vendiendo?"
El Autor negó con la cabeza. "¡Oh no, son un regalo! Siempre quise ver qué haría la mejor herrera del mundo con materiales de otro universo."
Hefesto cruzó los brazos. "Sigo sin entender cómo entraste."
El Autor empezó a alejarse lentamente hacia la sombra de la forja. "Eso, querida Hefesto… es un misterio."
El Autor no desapareció.
No porque no quisiera, sino porque Hefesto le tenía los ojos bien puestos encima.
La diosa cruzó los brazos, observándolo con una mezcla de escepticismo y curiosidad. No confiaba en él ni un poco, pero… no podía negar que esos lingotes eran absurdamente valiosos.
El fuego en la forja seguía ardiendo con más intensidad de lo normal, como si los lingotes estuvieran potenciándolo. Eso no era algo que pudiera ignorar.
"…Sigues aquí," comentó finalmente.
El Autor le dedicó una sonrisa descarada. "Técnicamente, siempre estuve aquí."
Hefesto no tenía paciencia para esas tonterías.
"Voy a ser clara," dijo, señalando los lingotes. "Esto es raro. No sé de dónde lo sacaste, no sé qué tanto de lo que dices es verdad, y no sé por qué te molestas en darme algo así. Pero sé reconocer un buen material cuando lo veo."
El Autor aplaudió una vez. "¡Ves! Esa es la actitud. No hay que cuestionar las cosas, solo aceptar los regalos de la vida."
"Eso es exactamente lo que dice un estafador."
"Y también lo que dice un amigo."
Hefesto lo fulminó con la mirada.
El Autor decidió que lo mejor era cambiar de tema antes de que lo echara a martillazos.
"Entonces, dime, diosa herrera…" se apoyó en la mesa con aire despreocupado. "Si tuvieras un material que puede aguantar lava, potenciar las llamas y posiblemente tener propiedades mágicas, ¿qué harías con él?"
Hefesto tomó un lingote y lo giró entre sus dedos, pensativa. "…Depende. ¿Qué es lo que tú esperas que haga?"
El Autor le guiñó un ojo. "Sorpréndeme."
La diosa chasqueó la lengua. "Hmph. No te emociones. Todavía no confío en ti."
"¡Y está bien! La confianza se construye con el tiempo."
"…Lo dices como si fueras a seguir viniendo."
El Autor se limitó a sonreír misteriosamente.
Hefesto suspiró y volvió a centrar su atención en los lingotes. No confiaba en él, pero tampoco iba a desperdiciar materiales como esos.
Por ahora, lo dejaría estar.
…
El calor en la forja era intenso, pero para Hefesto, eso no era nada nuevo.
Lo que sí era nuevo era el material con el que estaba trabajando.
Los lingotes de piedra infernal no cedían fácilmente.
Cuando los tomó, notó de inmediato que su peso era inusualmente denso para su tamaño, y al colocarlos en el fuego, no se derretían con la fluidez esperada. En cambio, brillaban con un resplandor rojizo, como si almacenaran el calor en lugar de disiparlo.
Hefesto frunció el ceño. Esto no era orichalcum, ni adamantita, ni ningún otro material con el que hubiera trabajado antes. Era algo completamente nuevo.
Y eso le molestaba.
El sonido de pasos la sacó de sus pensamientos. El Autor seguía allí.
Sentado en un taburete, ligeramente inclinado hacia adelante, observando con abierta fascinación, como si estuviera viendo un espectáculo de fuegos artificiales en vez de a la diosa de la forja luchando por domar un material indomable.
Hefesto suspiró con exasperación. "¿De verdad no tienes nada mejor que hacer?"
"¿Hm?" El Autor parpadeó. "Ver a una maestra en acción suena bastante entretenido."
Hefesto gruñó en respuesta y volvió a centrarse en su trabajo.
Ajustó su técnica. Martillazos calculados. Golpes precisos. Control total.
Pero el metal seguía dándole problemas.
Se derretía a temperaturas absurdamente altas, pero se endurecía de golpe antes de que pudiera darle forma.
Era como si se negara a ser domado.
El Autor sacó un abanico de la nada y empezó a abanicarse.
"…Esto se está poniendo interesante," comentó.
Hefesto apretó los dientes. No importaba lo terco que fuera ese metal. Ella era la mejor herrera.
Y un poco de piedra infernal no iba a cambiar eso.
El martilleo constante resonaba en la forja mientras Hefesto trabajaba la piedra infernal.
A pesar de lo terco del material, estaba haciendo progreso. Poco a poco, la masa incandescente comenzaba a tomar forma, curvándose con cada golpe en algo que podría llegar a ser una espada.
Era un proceso difícil, demandante…
…y completamente arruinado por un ruido molesto a su lado.
SLLLUURP.
Hefesto se tensó.
Siguió trabajando, ignorándolo.
SLLLUURP.
Ahora sí giró la cabeza con una mirada asesina.
El Autor estaba sentado como si nada, con una lata azul con el logo de Pepsi en la mano, tomando un sorbo con la tranquilidad de quien no está interrumpiendo un momento crucial.
Hefesto lo fulminó con la mirada.
El Autor la notó y, sin inmutarse, le extendió la lata.
"¿Quieres?" preguntó con una sonrisa.
Hefesto parpadeó lentamente.
Miró la lata.
Miró al Autor.
Miró la lata otra vez.
"…No sé qué es eso."
El Autor se encogió de hombros. "Pepsi."
Silencio.
Hefesto no supo qué era más irritante:
1.La interrupción en plena forja.
2.La actitud despreocupada del Autor.
3.El hecho de que, ahora, tenía curiosidad.
Suspiró, dejó el martillo a un lado y tomó la lata.
Le dio un sorbo.
…Y entonces, su ojo se entrecerró ligeramente.
El líquido era extrañamente dulce, efervescente, con un toque refrescante que no esperaba.
No estaba mal.
No iba a decirlo en voz alta, por supuesto.
El Autor sonrió con autosuficiencia. "Te gustó."
Hefesto se la devolvió con una expresión neutra.
"No está mal," murmuró, volviendo a su forja.
El Autor seguía sonriendo. "Te gustó."
Hefesto golpeó la espada con más fuerza de la necesaria.
Hefesto terminó de darle los últimos retoques a la espada. La hoja oscura brillaba con un resplandor rojizo, como si aún ardiera en su interior. Había logrado domar el metal infernal.
El Autor la observó con interés mientras terminaba su lata de Pepsi. Luego, sin decir nada, sacó otra y la dejó al lado de Hefesto.
"Para ti."
Hefesto solo le lanzó una mirada. No dijo nada. Pero la lata seguía ahí.
Volviendo a la espada, la diosa la sostuvo en alto y la examinó bajo la luz del fuego. La estructura era firme, el peso era considerable, pero estaba perfectamente balanceada.
Era un arma digna de cualquier aventurero de alto nivel.
Con un movimiento ágil, se la lanzó al Autor.
"Pruébala."
El Autor la atrapó… y casi se cae de cara al suelo.
"¡Dioses, esto pesa más que mis malas decisiones!"
Hefesto suspiró. "Tienes manos. Úsalas."
El Autor hizo un esfuerzo por levantar la espada con ambas manos, pero solo logró temblar bajo su peso.
Alzó la vista hacia Hefesto. Sonrió con nerviosismo.
"…¿Plan B?"
El Autor dejó de temblar de golpe. Su sonrisa nerviosa se convirtió en una expresión confiada.
Con un simple movimiento de muñeca, la espada se deslizó en el aire con una facilidad absurda, dejando tras de sí una estela de fuego rojo intenso.
Hefesto entrecerró los ojos.
"…Estabas bromeando."
El Autor giró la espada con una sola mano, luego la pasó a la otra como si no pesara nada. Cada swing trazaba llamas que danzaban en el aire antes de desvanecerse.
"¡Por supuesto! ¿Quién crees que soy?"
Dio un salto y realizó un corte descendente. El fuego se encendió en el suelo de la forja pero no quemó nada, disipándose casi de inmediato.
Hefesto cruzó los brazos. "Ya veo… ¿Y qué piensas?"
El Autor miró la espada con interés.
"Bueno, es impresionante, la hoja está increíblemente afilada, el equilibrio es perfecto y la forma en que canaliza el fuego—"
Se interrumpió. Luego, con una sonrisa casual, agregó:
"Pero le falta algo."
Hefesto arqueó una ceja. No muchas personas se atrevían a decirle algo así a la diosa de la forja.
"¿Ah, sí? ¿Y qué sugieres?"
El Autor giró la espada una vez más, la sostuvo en alto y pensó por un momento.
Luego, chasqueó los dedos.
"¡Oh, ya sé! ¡Necesita efectos de sonido dramáticos cuando se usa!"
Hefesto parpadeó lentamente. "…¿Qué?"
El Autor asintió con entusiasmo. "Mira, mira."
Dio un corte horizontal en el aire, y en el instante en que la hoja se movió, se escuchó un estruendoso '¡SWOOSH!', como si alguien lo hubiera agregado en postproducción.
Hefesto frunció el ceño.
El Autor sonrió y realizó otro corte, esta vez hacia abajo. Se escuchó un '¡WHOOSH!' más grave, como el sonido de un tornado comprimido en un solo golpe.
"¿Lo ves? Ahora es diez veces más épica."
Hefesto se llevó dos dedos al puente de la nariz. Le dolía la cabeza.
"…¿Cómo hiciste eso?"
El Autor giró la espada nuevamente y respondió con total naturalidad:
"Magia."
Hefesto suspiró profundamente. "…Por supuesto."
El Autor observó la espada que Hefesto había forjado con los lingotes infernales. Era impresionante, sí, y cualquier herrero de Orario habría dado lo que fuera por crear algo así. Pero…
"No está mal, la verdad." El Autor giró la espada una vez más, dejando tras de sí una estela de fuego. Luego, la miró con una expresión neutra. "Pero incluso esto no es la mejor espada que he visto."
Hefesto alzó una ceja. "¿Ah, no?"
El Autor sonrió de manera misteriosa y, sin previo aviso, extendió una mano al aire. Un destello de luz iluminó la forja. Y entonces, apareció en su mano una espada distinta.
Una hoja verde y brillante, resplandeciente como si estuviera hecha de pura esmeralda. El filo vibraba con energía, y al moverla un poco, lanzó un corte de energía luminosa que se disipó en el aire con un silbido metálico.
"…Esto." El Autor sostuvo la espada con ambas manos y la admiró. "Esta sí es una obra maestra."
Hefesto se quedó completamente inmóvil.
Su ojo visible se agrandó, reflejando la hoja verde de la espada. Era hermosa. No solo eso, sino que podía sentir el poder en ella. No era una espada común. No era un arma que alguien en Orario pudiera replicar.
La diosa de la forja no podía apartar la mirada.
"¿Qué… qué es esa espada?" Preguntó con la voz entrecortada, como si no pudiera creer lo que veía.
El Autor sonrió con orgullo. "La Terrablade. Es… bueno, digamos que es de otro mundo."
Hefesto se acercó más, inspeccionándola con un ojo experto. Los detalles en la hoja, el equilibrio perfecto, la forma en que parecía contener un poder latente, todo le decía que era la perfección absoluta en forma de espada.
Esto… esto era lo que siempre había buscado crear.
Y entonces… la espada desapareció.
Hefesto parpadeó en shock.
"¡¿Eh?!"
El Autor chasqueó los dedos y encogió los hombros. "Bueno, ya me aburrí. En fin, fue divertido."
"¡No, no, no!" Hefesto dio un paso adelante, extendiendo la mano como si pudiera detenerlo. Aún no había terminado de analizar esa espada.
"Quiero verla otra vez."
"No."
"Déjame verla de nuevo."
"Nop."
"Solo un momento más."
"Nop, desaparecí."
Y con una sonrisa burlona, el Autor se desvaneció en el aire.
Hefesto se quedó congelada en su lugar, con la mano aún extendida.
No… no, no, no. ¡Se había ido!
Y con él, la única oportunidad que tenía de estudiar esa HERMOSA espada.
"…NOOOOOOOO."
Su grito de frustración retumbó en toda la forja.
Hefesto salió de su forja a toda prisa, su ojo visible encendido con determinación, su respiración agitada y su expresión completamente fuera de lo común.
"¡NECESITO QUE PUBLIQUEN UNA RECOMPENSA!" Gritó con fuerza, su voz retumbando por toda la sede de la Familia Hefesto.
Los miembros de su familia, que estaban ocupados con sus respectivos trabajos, se detuvieron en seco.
Uno de los herreros dejó caer un martillo. Otro dejó escapar un silbido. Y en medio de todos ellos, Tsubaki Collbrande, la capitana de la familia, se giró hacia su diosa con una expresión de absoluta sorpresa.
Hefesto jamás actuaba así. JAMÁS.
Tsubaki se acercó con calma, aunque sus pensamientos ya estaban corriendo a mil por hora.
"Diosa, ¿qué sucede? ¿Por qué tanta urgencia?"
Hefesto la miró con seriedad, sin notar las miradas curiosas de sus herreros.
"¡Necesito encontrarlo! ¡NECESITO VOLVER A VER SU ESPADA!"
Silencio.
Los herreros intercambiaron miradas.
Tsubaki parpadeó lentamente.
"…¿Perdón?"
"¡SU ESPADA! Era tan hermosa… tan perfecta…" Hefesto apretó los puños con frustración. "¡Y desapareció antes de que pudiera apreciarla completamente!"
Más silencio.
Y entonces, todo hizo 'clic' en la mente de Tsubaki.
Espera, espera, espera.
¿Un hombre? ¿Que tenía algo hermoso? ¿Y que desapareció antes de que ella pudiera apreciarlo completamente?
Oh.
OH.
OHHHHHHHHH.
Tsubaki se mordió el labio para no soltar una carcajada.
Pero los demás herreros ya estaban procesando la información a su propia manera.
"¿Ustedes escucharon eso?" susurró uno.
"La diosa… ¡¿con un hombre?!"
"¿¡¿La diosa se encontró con alguien tan impresionante que ahora lo está buscando desesperadamente?!?!"
"¡Y por cómo lo dice, definitivamente la dejó con ganas de más!"
"¡QUE PUBLIQUEN LA RECOMPENSA YA!" exigió Hefesto, sin notar los rostros rojos y atónitos de sus propios seguidores.
Finalmente, Tsubaki no pudo contener la carcajada.
"¡JAJAJAJAJA! Diosa… Diosa, cálmese un poco."
Hefesto la miró con el ceño fruncido. "¿Por qué te ríes? ¡Esto es serio!"
Tsubaki apoyó una mano en su hombro y le dedicó una sonrisa de pura picardía.
"Oh, no me malinterprete, jefa. Solo estoy sorprendida." Se inclinó un poco más. "Nunca la había visto TAN desesperada por un hombre."
Hefesto se congeló.
"…¿Qué?"
Los murmullos no tardaron en empezar a extenderse entre los herreros.
"No puedo creerlo… La diosa Hefesto se encontró con un hombre y ahora quiere más de su… espada."
"¡JA! ¿Espada? ¡Ahora entiendo todo! ¡Él le mostró su 'espada' y la dejó tan impresionada que ahora quiere más!"
"¿Y pensar que la diosa tendría esos gustos…?"
Los comentarios no tardaron en degenerar por completo.
Hefesto, la gran diosa de la forja, se quedó completamente tiesa.
Su cerebro finalmente procesó cómo sonaba todo lo que había dicho.
"…Oh, mierda."
Intentó reaccionar, pero ya era demasiado tarde.
Tsubaki puso un brazo sobre su hombro y le dio unas palmaditas con una sonrisa traviesa.
"No se preocupe, jefa. Le prometo que encontraremos a ese hombre que la 'conmovió' tanto. Seguro que podemos darle la recompensa que se merece."
Las carcajadas resonaron por toda la sede de la Familia Hefesto.
…
El Autor apareció en la entrada de La Anfitriona de la Fertilidad, con su clásica falta de sutileza y nulo respeto por el concepto de 'puertas'.
Sin embargo, en cuanto puso un pie dentro… algo se sintió raro.
El ambiente, usualmente bullicioso y lleno de vida, parecía apagado.
Las risas eran más débiles. Las conversaciones, sin energía.
Incluso Mía, la mujer que usualmente irradiaba pura autoridad y fuerza bruta, parecía desganada.
El Autor frunció el ceño.
Algo estaba mal.
Y entonces, en el instante en que las chicas que trabajaban allí lo vieron…
BOOM.
Cambio instantáneo.
Los ojos de todas se iluminaron como faroles.
Los cuerpos cansados se llenaron de energía.
Y antes de que pudiera decir algo, Anya se lanzó hacia él.
"¡NYA! ¡TÚ! ¡DAME MÁS!"
El Autor se congeló.
"…¿Eh?"
Anya le agarró del brazo con una expresión que parecía un híbrido entre desesperación y devoción absoluta.
"¡DAME MÁS! ¡MÁS DE ESO! ¡MÁS DE ESA MARAVILLA EN BARRIL QUE NOS DISTE AYER!"
Oh.
Oh, no.
El Autor entrecerró los ojos.
Su mirada recorrió lentamente el lugar, observando cómo todas las chicas de la taberna lo miraban con la misma intensidad.
Syr, normalmente tan serena, estaba inclinada hacia adelante con los ojos brillando.
Chloe y Lunoire se veían listas para abalanzarse sobre él.
Hasta Mía, la mismísima dueña del lugar, lo estaba viendo con una intensidad que solo podía describirse como hambre pura.
El Autor empezó a sudar.
Esta situación se veía increíblemente mal.
Internamente, su cerebro procesaba todo a la velocidad de la luz.
A ver, a ver, a ver.
Esto… se ve como un drogadicto pidiendo droga.
No.
SE VE PEOR.
¡SE VE COMO UN GRUPO ENTERO DE ADICTOS EN SÍNDROME DE ABSTINENCIA PIDIÉNDOLE UNA DOSIS A SU PROVEEDOR!
Anya empezó a sacudirlo.
"¡VAMOS, HUMANO! ¡DAME MÁS DE ESA COSA BURBUJEANTE! ¡LO NECESITO! ¡NYA!"
El Autor, visiblemente incómodo, levantó las manos en un intento de calmar la situación.
"E-Escucha, chica-gato—"
Pero Anya no lo dejó terminar.
"¡NO ME DES EXCUSAS, SÓLO DAME MÁS!"
Y entonces Chloe se acercó por un costado con una sonrisa seductora.
"Venga, cielo~" ronroneó, enredando un dedo en su camisa. "Si me das un poquito más de esa deliciosa bebida… prometo recompensarte~"
¡AAAAAAAAAAAAAAH!
El Autor dio un paso atrás con la alarma de un hombre que acaba de ser rodeado por lobos.
"¡¿QUÉ CLASE DE MAFIA DE BEBIDAS SE ARMO AQUÍ?!"
Syr dio un paso adelante con una sonrisa tranquila, pero con ojos peligrosamente afilados.
"No seas así. Nos diste un pequeño adelanto… y ahora queremos más."
"¡Sí, sí, MÁS!" gritó Lunoire.
"¡EL CUERPO LO PIDE, NYA!" exclamó Anya, que ya se le estaba colgando del brazo.
Mía cruzó los brazos y habló con su tono autoritario.
"Chico. Dame más de esa maldita bebida… o te saco a patadas."
El Autor parpadeó varias veces.
Observó el desastre que había creado.
Respiró hondo.
Y entonces, con toda la dignidad posible, dio media vuelta y trató de huir.
Pero ya era demasiado tarde.
Las chicas de La Anfitriona de la Fertilidad no iban a dejar escapar a su proveedor de Coca-Cola tan fácilmente.
El Autor corrió.
Pero no llegó lejos.
En cuanto intentó dar media vuelta y escapar, algo lo detuvo.
O más bien…
Alguien.
"¿A dónde crees que vas?"
La voz era tranquila. Serena.
Pero con un filo oculto que le envió escalofríos por la espalda.
El Autor se giró lentamente.
Y ahí estaba ella.
Ryuu Lion.
Normalmente una presencia serena, disciplinada y estoica…
Pero en este momento… había algo diferente.
Su expresión era casi la misma de siempre—calmada, contenida.
Pero sus ojos…
Esos ojos no mentían.
Esos eran los ojos de una mujer que quería Coca-Cola.
Y la quería ahora.
El Autor tragó saliva.
"…No tú también."
Ryuu mantuvo su expresión neutral.
"¿Yo también qué?"
El Autor la señaló.
"Tú… Tú eres la racional del grupo. ¡No me digas que también estás en esto!"
Ryuu cerró los ojos por un momento, exhalando lentamente.
Cuando los abrió, su mirada era firme.
"…No voy a rogar como las demás."
El Autor asintió rápidamente.
"¡Ves! ¡Sabía que podía confiar en ti!"
Pero entonces Ryuu dio un paso adelante.
"Pero tampoco voy a dejarte ir sin más."
"…Oh."
Antes de que pudiera reaccionar, la elfa ya estaba a su lado.
Movió la mano rápidamente…
Y en un abrir y cerrar de ojos, el Autor estaba atrapado en una llave de inmovilización perfecta.
¡¿CUÁNDO DIABLOS LO HABÍA ATRAPADO?!
Las demás chicas explotaron en vítores.
"¡ASÍ SE HACE, RYUU!"
"¡CAPTURADO, NYA!"
El Autor se retorció en vano.
"¡SUÉLTAME, ELFA TRAIDORA!"
Pero Ryuu ni se inmutó.
Con la misma serenidad de siempre, dijo:
"Harás más."
"¡NO!"
"Harás más."
"¡NUNCA!"
"Harás más."
El Autor gritó al cielo en frustración.
Había subestimado cuán adictiva podía ser la Coca-Cola en un mundo sin refrescos.
El Autor no tuvo otra opción.
Entre la llave de inmovilización de Ryuu y las miradas hambrientas de las demás, sabía que su destino estaba sellado.
Suspiró profundamente…
Y levantó una mano.
En el suelo, tres barriles aparecieron de la nada.
Cada uno con el icónico sello en el centro:
Coca-Cola.
Hubo un silencio.
Las chicas se quedaron congeladas por un momento.
Y luego…
Caos.
El Autor fue inmediatamente olvidado.
Ryuu lo soltó sin dudarlo un segundo, caminando con dignidad hacia uno de los barriles.
Las demás… no fueron tan elegantes.
"¡¡NYAAAAA!!"
Anya prácticamente se lanzó de cabeza.
"¡¡ES MÍA, MALDITAS!!"
Chloe saltó sobre la barra para alcanzar un vaso.
Syr se las arregló para mantener la compostura, pero la velocidad con la que se sirvió del barril era sospechosa.
Incluso Mía… se sirvió sin decir palabra.
El Autor se quedó de pie, masajeándose el cuello.
"…Bueno. Supongo que esto me da tiempo para escapar."
Pero cuando intentó moverse…
Una mano se posó en su hombro y un escalofrío le recorrió la espalda.
Con cuidado, giró la cabeza…
Y vio a Mía.
Lo estaba mirando.
Seria.
"Te sentarás y te tomarás un vaso."
El Autor parpadeó.
"…¿Qué?"
Mía no repitió, implemente empujó un vaso lleno en su dirección.
El Autor miró la bebida oscura dentro del vaso.
Luego miró a Mía.
Luego al vaso.
Luego a Mía otra vez.
"…¿Esto es una prueba de confianza?"
Mía no respondió.
Sólo esperó.
El Autor suspiró…y tomó el vaso.
Dios mío, estaba atrapado en una mafia de Coca-Cola.
El Autor tomó asiento con tranquilidad, disfrutando de su vaso de Coca-Cola mientras observaba la escena frente a él.
Las chicas de la taberna seguían completamente absortas en su bebida, ignorando por completo el hecho de que, técnicamente, estaban en horario de trabajo.
La taberna estaba abierta.
Los clientes estaban ahí.
Pero nadie los atendía.
Un aventurero levantó la mano.
"…¿Hola?"
Silencio.
Otro se aclaró la garganta.
"¿Podemos pedir algo?"
Más silencio.
El Autor parpadeó.
Luego miró a las chicas.
Anya estaba apoyada en la barra con un vaso en ambas manos, bebiendo como si su vida dependiera de ello.
Chloe hacía girar el líquido en su vaso, con una sonrisa tonta en el rostro.
Lunoire tenía los ojos cerrados, como si estuviera en un trance divino.
Ryuu bebía con moderación, pero su mirada se desviaba repetidamente hacia los barriles de Coca-Cola.
Incluso Mía, la dueña del lugar, estaba recargada contra la pared con los brazos cruzados, disfrutando de su bebida con una expresión de completa satisfacción.
No solo se habían olvidado de atender a los clientes.
Se habían olvidado de que la taberna estaba abierta.
El Autor suspiró y miró su vaso.
"…Tal vez esto fue un error."
El Autor suspiró profundamente, dejó su vaso sobre la barra y se puso de pie con resignación.
Si nadie más iba a atender la taberna…
Tendría que hacerlo él.
"Bien, supongo que esto es lo que hay." Se tronó los nudillos. "Hora de demostrar por qué soy un ser todopoderoso."
Y así comenzó.
En un abrir y cerrar de ojos, el Autor tomó control absoluto de la taberna.
Se desplazaba entre las mesas a una velocidad absurda, tomando órdenes y sirviendo platos antes de que los clientes terminaran de hablar.
"¡Quiero una cerveza!"
Ya estaba en la mesa antes de que terminara la frase.
"¡Una carne asada con papas!"
PUM. Servida en menos de un segundo.
Cuando llegó a la cocina, los ingredientes se cortaban solos, las ollas se movían como si tuvieran vida, y los platos sucios se lavaban automáticamente.
El fuego de la estufa brillaba con intensidad divina.
Las bebidas se servían sin derramar una sola gota.
El dinero de los clientes volaba directamente a la caja registradora.
El Autor lo hacía todo.
Camarero. Cocinero. Lavaplatos. Cobrador.
La taberna había pasado de estar completamente abandonada a operar con una eficiencia imposible.
Los aventureros observaban en silencio reverencial.
Nadie sabía cómo lo estaba haciendo.
Pero nadie se atrevía a cuestionarlo.
Mientras tanto, en la barra, las chicas de la taberna seguían disfrutando de su Coca-Cola… sin darse cuenta de que acababan de ser reemplazadas.
El Autor siguió con su absurdo despliegue de habilidades multitarea, moviéndose a una velocidad tan ridícula que parecía haber clones suyos por toda la taberna.
"¡Oye, más pan!"
¡BAM! Un cesto de pan aterrizó en la mesa.
"¡Otra ronda de cerveza!"
¡PUM! Los tarros llegaron a los clientes antes de que terminaran la frase.
En la cocina, la comida se cocinaba sola, los cuchillos flotaban en el aire cortando ingredientes, y los platos sucios volaban hacia el fregadero donde se lavaban con una precisión casi mágica.
Los clientes miraban boquiabiertos, algunos cuestionando su propia cordura.
Pero en la barra…
Las chicas seguían ignorándolo todo.
Mía, Ryuu, Syr y las demás estaban completamente hipnotizadas con la Coca-Cola.
Incluso la estricta Mía, la dueña de la taberna, ni siquiera se dio cuenta de que su negocio estaba siendo operado por una sola persona.
El Autor sirvió otro plato con un movimiento elegante y se acercó a la barra, apoyándose en ella con los brazos cruzados mientras las veía disfrutar de su bebida.
"…¿Saben que se supone que están trabajando, verdad?"
Silencio.
Anya sorbió su Coca-Cola con fuerza.
"Digo, me alegra que les guste, pero esto ya parece una secta."
Silencio otra vez.
Ryuu, la más disciplinada de todas, tenía una leve expresión de culpa… pero no soltaba su vaso.
El Autor suspiró.
"Bueno, pues si nadie piensa moverse, supongo que ahora yo soy el dueño de la taberna."
Finalmente, Mía pareció reaccionar.
"¡Oye, mocoso! ¿¡Desde cuándo dices esas cosas!?"
"Desde que llevo una hora operando este lugar solo."
Mía miró a su alrededor y finalmente se dio cuenta.
El Autor había hecho todo.
Las mesas estaban impecables, los clientes felices, la caja registradora llena…
Mientras ellas no habían movido ni un dedo.
Mía sintió una punzada de vergüenza.
"…Bueno, al menos lo hiciste bien."
El Autor alzó una ceja.
"¿Solo 'bien'? Mujer, hice en una hora lo que ustedes hacen en toda una noche."
Las chicas empezaron a murmurar entre sí, algunas finalmente dándose cuenta de lo que había pasado.
Pero Anya, aún aferrada a su vaso, solo levantó la mirada.
"¿Podemos tener más Coca-Cola?"
El Autor la miró con una expresión completamente seria.
"…¿Sabes qué? No."
Las chicas se quedaron en shock.
"¡¿Q-qué?!"
"¡N-no puedes hacer esto!"
"¡Por favor, aunque sea un barril más!"
El Autor sonrió con satisfacción.
"Ohhh, ahora sí prestan atención, ¿eh?"
Mía suspiró, dándose cuenta de que su taberna estaba al borde del colapso por culpa de una bebida desconocida.
"…Voy a necesitar otro trago."
Mía se frotó las sienes con frustración.
"Está bien… ¡se acabó la pausa! ¡Todas vuelvan al trabajo!"
El resto de las chicas gimieron de descontento, pero sabían que no podían desafiar a Mía por mucho tiempo. Lentamente, y con evidente desgana, dejaron sus vasos y retomaron sus puestos.
El Autor sonrió con satisfacción.
"Ah, sí. Todo en orden de nuevo."
Mía lo fulminó con la mirada.
"Tú. ¿Cómo demonios hiciste todo eso?"
El Autor se encogió de hombros.
"Secretos del oficio."
Mía bufó, pero no insistió. En su larga vida había visto cosas extrañas, pero este sujeto… este sujeto era otro nivel.
El Autor, satisfecho con su dominio temporal de la taberna, se estiró y se acomodó en la barra con una sonrisa.
"Entonces, Mía… ¿qué me dices? ¿Me contratas?"
La mujer entrecerró los ojos.
"Déjame pensarlo… No."
"Duro, pero justo."
Las cosas volvieron a la normalidad. Los clientes bebían, las chicas trabajaban (aunque con algo de abstinencia de Coca-Cola en sus miradas), y la taberna recuperó su animado ambiente.
Pero entonces…
¡BAM!
La puerta se abrió de golpe.
Un grupo de aventureros entró apresurados, visiblemente alterados.
"¡¿Es cierto que alguien aquí trajo una bebida sagrada?!"
El Autor, aún con su vaso en la mano, se giró lentamente.
"…Bueno, mierda."
El Autor miró a los aventureros exaltados, luego a su vaso de Coca-Cola, luego de nuevo a los aventureros.
"Bueno, ha sido un placer."
Y, sin previo aviso, simplemente desapareció.
Las chicas parpadearon, confundidas por un momento, hasta que notaron que algo más había cambiado en la taberna.
Pizzas.
Montones de pizzas.
En cada mesa, sin excepción, había un enorme y humeante platillo redondo con masa dorada, salsa de tomate y queso derretido, acompañado de diversos ingredientes desconocidos.
El primer instinto de las chicas fue mirar a Mía con una expresión que decía "¿Ahora qué demonios es esto?"
Mía, por su parte, tenía la mandíbula apretada.
"…Ese maldito."
Antes de que pudiera ordenar a alguien que limpiara la comida misteriosa, uno de los aventureros ya había tomado un pedazo y le había dado un gran mordisco.
Sus ojos se abrieron como platos.
"¿Q-qué es esta delicia?"
Otro aventurero lo siguió, luego otro, y pronto todos estaban comiendo con una expresión de éxtasis puro.
Mía cerró los ojos y respiró hondo.
"Lo hizo de nuevo."
Mientras tanto, lejos de la taberna, el Autor caminaba tranquilamente por Orario, sonriendo para sí mismo.
Misión cumplida.
Pero antes de irse, había dejado algo más.
Antes de desaparecer, pasó junto a las chicas y, sin previo aviso, les dio unas suaves palmaditas en la cabeza.
Primero a Anya, que se quedó congelada con una expresión de sorpresa absoluta.
Luego a Lunoire, que solo pudo parpadear con incredulidad.
Y finalmente a Ryuu, cuya reacción fue la más sutil: un leve parpadeo y una ligera inclinación de la cabeza, como si intentara entender qué acababa de suceder.
El Autor sonrió.
"Buen trabajo, chicas."
Y con eso, desapareció en el viento, dejando a la taberna en un estado de caos, confusión y… éxtasis gastronómico.
…
En una de las tantas casas abandonadas de Orario, oculta entre callejones oscuros donde pocos se atrevían a adentrarse, una pequeña figura dormía acurrucada contra la pared, envuelta en harapos y con el estómago vacío.
Liliruca Arde.
Su diminuto cuerpo temblaba ligeramente, no solo por el frío de la noche, sino por el hambre que la carcomía. Llevaba días sin probar un verdadero bocado; lo poco que conseguía, los otros miembros de la Familia Soma se lo arrebataban sin miramientos.
Apretó los ojos, intentando ignorar la sensación de vacío en su estómago, pero su cuerpo no se lo permitía. Un leve gruñido escapó de ella.
Era injusto.
Era cruel.
Pero así era su vida.
Y así seguiría siendo.
Por eso no podía permitirse soñar con algo mejor.
Sin embargo…
Hubo un leve sonido, como un chasquido en el aire.
Liliruca frunció el ceño y abrió lentamente los ojos.
Frente a ella, en el suelo, había…
…una pizza.
Caliente.
Humeante.
Perfectamente servida sobre una bandeja de madera.
"…?"
Parpadeó varias veces, preguntándose si estaba alucinando. Se frotó los ojos, pero la imagen seguía ahí.
Entonces, un vaso alto apareció flotando a su lado, lleno de un líquido oscuro y burbujeante.
Un pequeño cartelito estaba al lado de la pizza.
"Cortesía del Autor."
Liliruca no entendía qué estaba pasando.
Pero en ese momento, su estómago rugió con tanta fuerza que su sentido común decidió que las preguntas podían esperar.
Lentamente, tomó un pedazo de pizza.
Lo mordió.
Y en ese instante, lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
Porque por primera vez en mucho, mucho tiempo…
Comía algo que realmente sabía a felicidad.