La tensión flotaba en el aire, densa y palpable, como si cada respiración estuviera cargada de una energía que podía estallar en cualquier momento. El club estaba lleno de risas y música, pero yo solo podía escuchar mi propio pulso, acelerado, palpitando en mis oídos. Alex me presentó a las chicas, pero no presté mucha atención. Nora, Luisa, Rose… y Cathia.
El nombre de Cathia se coló en mi mente como un veneno, oscuro y frío. No era solo un nombre. Era un recordatorio de todo lo que Regina había perdido. La misma Cathia, de ojos azules deslumbrantes, cuya belleza no solo era física sino que destilaba una confianza peligrosa, casi mortal. Y al saber que era ella, la que había opacado los sueños de Regina, la que había robado su lugar en el mundo, mi estómago se retorció con una furia que no podía controlar.
Mi mirada se desvió automáticamente hacia Cathia, y fue como si un campo magnético invisible la hubiera atraído. Sus ojos brillaban con una intensidad helada, fijos en mí como si estuvieran perforando mis pensamientos más íntimos. Esa sonrisa, tan perfecta y tan vacía, no dejaba de colarse en mi conciencia. Era una calculadora, sonrisa, fría, como una serpiente esperando el momento preciso para atacar. Y en ese momento, parecía que me estaba midiendo, que sabía algo sobre mí que yo aún no entendía.
Alex, tan ajeno a la creciente tormenta dentro de mí, comenzó a hablar con entusiasmo sobre la "gran oportunidad" de Cathia. Me explicó que la próxima semana se uniría a una academia de élite, que la estaban preparando para brillar en los teatros más prestigiosos. Al escuchar esas palabras, el nudo en mi estómago se presiona aún más. Cathia D'Athier no solo tenía todo lo que Regina deseaba; era la personificación de todo lo que Regina había perdido. La admiración en la voz de Alex solo intensificaba esa sensación de injusticia, como si estuviera dejando claro que Cathia ya había tomado lo que por derecho le pertenecía a Regina.
Mis ojos no pudieron evitar buscarla otra vez. Y ahí estaba, en el centro de la sala, con su figura impecable, irradiando una confianza casi insultante. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue la manera en que Cathia no me quitaba la mirada de encima. Sus ojos, tan fríos como el hielo, se clavan en los míos con una intensidad inquietante, como si me estuviera desnudando por dentro sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Había algo en su mirada que me decía que sabía más de lo que parecía, algo que no podía comprender, pero que no dejaba de incomodarme.
Ella se acercó, flotando con esa elegancia tan propia de alguien que sabe que tiene el control de la situación. Me lanzó preguntas, ligeras, casi como un juego, pero había algo en su tono que me hizo sentir que cada palabra era parte de un plan. ¿Quería conocerme realmente? No. Quería ver si caía en su trampa, quería ver hasta dónde llegaría.
Cada movimiento suyo estaba medido, como si fuera una coreografía diseñada para seducir, para envolverme en su red sin que pudiera darme cuenta. No pude evitar notar cómo su mano rozó la copa de piña colada que tenía en las manos, cómo sus dedos bailaban alrededor del popote con una sensualidad deliberada. Y cuando sus ojos volvieron a los míos, me pareció que se reía de mí, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.
Alex, siempre tan perceptivo, se acercó a mí con una sonrisa que tenía algo de picardía. Me susurró, como si fuera una revelación importante:
—Me acaba de decir que te encuentras muy atractivo —dijo, su tono cargado de burla—. Está bastante interesada en ti.
Mis dientes se apretaron con fuerza. Esa sensación de repulsión, de asco, me recorrió como un río helado. ¿Por qué no podía ser sutil? ¿Por qué no podía simplemente dejar que las cosas fluyeran? La forma en que Cathia quería atraerme me hacía sentir como un insecto atrapado en su telaraña, y no podía soportarlo. Su manipulación no tenía límites, y lo peor era que parecía disfrutar con ello. Estaba jugando conmigo, y yo no estaba dispuesto a ser su víctima.
Alex se alejó, dejándome con mis pensamientos oscuros, pero eso solo me permitió notar más a fondo la constante presencia de Cathia. Su mirada no se apartaba de mí. Su sonrisa se mantenía, pero esta vez era más peligrosa, como una serpiente que esperaba el momento exacto para atacar. Cada vez que la miraba, sentía como si me estuviera sometiendo, como si estuviera jugando a un juego del que no entendía las reglas, pero del que me costaría mucho salir.
Traté de desviar mi mirada, pero no pude evitarlo. Cathia estaba allí, como una sombra, acechando desde su rincón, y yo no podía dejar de sentir que cada uno de sus movimientos estaba diseñado para probarme, para ver hasta dónde llegaría. Pero mi mente estaba distraída. No por ella, sino por lo que había visto en la planta baja.
Regina.
La vi claramente, tan hermosa y serena como siempre, caminando con paso decidido hacia los baños. Pero lo que me preocupaba no era ella, sino la figura que la seguía. Un rubio alto, un desconocido que se acercaba a Regina con pasos rápidos, casi urgentes, como si estuviera intentando alcanzarla. El malestar creció en mi pecho como un fuego enloquecido. El tipo parecía insistente, y algo en mi interior se revolvió con una sensación de celos y protectorismo.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, el pulso en mis venas se aceleró al ver cómo el rubio seguía a Regina, su sombra alargándose mientras ella avanzaba. Un nudo de preocupación me presionó el estómago. ¿Qué hacía ese tipo tras ella? ¿Por qué no se detenía?
Cathia, como si percibiera la dirección de mi mirada, giró la cabeza para seguir mi atención. Sus ojos se encontraron con los míos y, en un instante, su expresión cambió. La mueca de diversión que había tenido hasta ese momento se tornó amarga, como si un pedazo de veneno se hubiera filtrado en su actitud. Por un momento, parecía que la situación ya no era tan interesante para ella. Pero, al mismo tiempo, su mirada se volvió más peligrosa, más fija.
Se acercó a mí de nuevo, esta vez con una calma que me puso aún más tenso. Podía sentir su aliento cálido cerca de mi oído, y eso me provocó un escalofrío que no podía ignorar. Su voz era suave, pero cargada de intenciones ocultas:
—Serías un excelente compañero de ballet… si te interesa, busco un compañero.
Sus palabras me quemaron como ácido. No solo estaba tratando de seducirme, sino que ahora intentaba humillarme de alguna manera, poniéndome en una situación en la que me sentía incapaz de reaccionar como quisiera. Era como si Cathia quisiera demostrarme que tenía el control de todo, que podía manipularme a su antojo.
La repulsión creció en mi pecho como una ola, y no pude soportarlo más. Respondí con la voz más fría que pude reunir:
—Tengo algo que hacer.
Me giré, no solo por evitarla, sino porque una necesidad primordial había nacido dentro de mí. Necesitaba ir tras Regina. Necesitaba saber que estaba bien, que no estaba en peligro. Cathia quedó atrás, su mirada fija en mi espalda, mientras yo me abría camino entre la multitud.