CAPITULO I

The Western Wastes

Estoy disfrutando de una cena en un espléndido palacio, rodeada de un ambiente elegante y acogedor. Observó cómo mis padres mantienen una relación armónica y cercana con mis dos hermanos mayores. Mientras yo , sigo disfrutando de la comida, prefiero guardar silencio, ya que tengo la sensación de que si llego a dirigirles la palabra, ellos me mirarán con desdén, casi como si me consideran insignificante, como un perro a sus pies.

Mi hermano mayor se llama Erick. Erick es un hombre que siempre ha llamado la atención de las mujeres; es conocido por ser un gran mujeriego y por su actitud de 'pick me', lo que significa que constantemente busca validación y aprobación, especialmente de las chicas. A lo largo de los años, ha sido el centro de atención en muchas situaciones, lo que a menudo me ha dejado en un segundo plano.

Siempre he sentido que su comportamiento eclipsaba el mío, y en lugar de compartir la atención, él la acapara por completo. La relación que tengo con Erick es complicada; a menudo me trata como si fuera una especie de sirviente o esclavo, dándome órdenes y no considerando mis sentimientos o necesidades. Esta dinámica me ha causado frustración y tristeza, ya que parece que para él lo más importante es su propia imagen y cómo los demás lo ven, dejando poco espacio para que yo pueda destacar o ser escuchado.

Mi otro hermano mayor, a quien llamamos Max, era un hombre con un carácter sumamente controvertido. Se podría decir que tenía una personalidad que rozaba lo demoníaco, ya que no mostraba el mínimo interés por el sufrimiento ajeno. Era una persona que siempre buscaba sacar ventaja de las circunstancias, sin preocuparse por el daño que pudiera causar a los demás. En su afán por beneficiar a su propio interés, no dudaba en aprovecharse de las personas de clase baja, mostrando así su falta de empatía y su desprecio por las dificultades que enfrentaban.

De repente, una maldita sirvienta derramó un té caliente sobre mi vestido negro. La sensación de su líquido resbalando por la tela me hizo sentir incómoda, y enseguida noté cómo mis padres y mis hermanos mayores me observaban desde la distancia, con miradas críticas que me atravesaban como dagas. Maldita sea, estoy completamente seguro de que mi familia volverá a criticarme en cuanto tengan la oportunidad.

Dirigí la vista hacia la sirvienta, quien estaba parada allí, aparentando una expresión de sorpresa demasiado exagerada. Dentro de mí, sabía que todo esto había sido orquestado por mi hermano mayor, Erick, como parte de alguna de sus crueles bromas. La combinación de su rostro impasible y la involuntaria complicidad de la sirvienta me hizo sentir una mezcla de rabia y humillación.

Me levanté con determinación y dirigí una mirada fulminante hacia mi hermano Eick. Mientras tanto, él me observó con una expresión burlona en su rostro y esbozó una sonrisa provocativa. Con un tono sarcástico, me dijo:

—Tranquila, princesa, no llores—. Su tono desdén y su actitud desafiante solo aumentaron mi frustración.

—Prefiero no expresar mis emociones de una forma tan intensa como lo haría un bebé que llora descontroladamente—dije pronunciando cada palabra con una voz firme y fría.

Eick se estremeció ante mis palabras, sintiendo el peso de mi tono. El ambiente del comedor del palacio, que antes estaba lleno de sombras y murmullos, se tornó gélido y en un profundo silencio, como si el aire se hubiera congelado después de que dejé escapar esa declaración.

Eick me observa con una expresión de miedo en sus ojos, mientras sus puños están cerrados con fuerza, reflejando su ira contenida. Mis padres, por otro lado, me miraban con rostros llenos de furia. A su vez, mi otro hermano Max me contempla con una expresión neutral, como si no estuviera experimentando ninguna emoción.

Antes de que mis padres pudieran expresar lo que querían decir, me dejé llevar por la ira y decidí marcharme. Caminé rápidamente hacia mi habitación, dejando atrás a mi familia, quienes me observaban con miradas cargadas de enojo y frustración en la espalda.

Entré en mi habitación y cerré la puerta de un golpe, con fuerza. Todo lo que he sufrido a lo largo de mi vida me abrumó en ese instante. Detestaba estar rodeado de mi familia, que me miraba con una expresión que hacía sentir como si fuera su esclavo, como si no tuviera valor o dignidad propia. Las miradas condescendientes y críticas me hacían sentir aún más atrapado y miserable.

Me abrazo a mí misma, mientras siento el frío suelo bajo mis pies, apoyándome contra la puerta de mi habitación. En este momento, la ausencia de Dani, mi sirvienta personal, se hace especialmente palpable. Ella siempre estuvo a mi lado, cuidándome y protegiéndome con su dedicación incondicional. Sin embargo, hoy no la tengo conmigo; ha partido, y su lugar ahora está en el cielo. Su recuerdo me envuelve, y la tristeza se apodera de mi corazón al darme cuenta de que ya no puedo contar con su apoyo.

Estoy considerando seriamente encontrar una manera de escapar de este maldito reino que tanto detesto. Me levanté y empecé a dar vueltas, uno tras otro, mientras reflexionaba sobre distintas estrategias que podría utilizar para salir de aquí.

Me preguntó si tenía la intención de saltar por la ventana para poder escapar. Negué con firmeza, consciente de que si decidía dejarme caer por esa maldita ventana, sería el final de mi vida.

-¿Cuántas veces más tendré que soportar ese tipo de trato? -

me pregunto mientras me observo en el espejo. Estoy sentada junto a la pared de la puerta, reflexionando sobre lo que estoy viviendo y sintiendo un profundo desasosiego al enfrentarme a mi propia imagen.

De repente, se me ocurrió la idea de escapar a través de la puerta de un palacio en plena noche. Para llevar a cabo este plan, pensé que lo mejor sería hacer que todos los sirvientes, guardaespaldas y miembros de mi familia cayeran en un profundo sueño. La forma en que podría lograrlo sería echándoles una bebida con un sedante, de manera que no pudieran despertarse mientras yo me escabullo. La oscuridad de la noche me brindaría la cobertura perfecta para llevar a cabo mi escape sin ser detectado.

Me dirijo hacia la biblioteca de mi palacio, sintiendo la suave brisa que entra por las ventanas. Al llegar, empujo la puerta con cuidado y la abro lentamente, permitiendo que la luz entre en la estancia repleta de estanterías llenas de libros antiguos y numerosos mapas. Una vez dentro, me detengo un momento para apreciar el lugar, lleno de conocimientos y secretos. Luego, me dispongo a buscar el mapa del palacio, con la firme intención de descubrir las rutas y escondites que me permitirían escapar en la oscuridad de la noche. Con determinación en mi corazón, comienzo a examinar los distintos documentos hasta dar con el que necesito.

-Maldita sea-

Empiezo a insultarme a mí misma al darme cuenta de que este palacio tiene casi 60 metros de altura. Será complicado, ya que tendré que bajarme de la escalera lo más rápido que pueda. Miró nuevamente el mapa del palacio, con la esperanza de que lo que veía fuera una ilusión, una falsedad. Sin embargo, para su sorpresa, la realidad era innegable, y todo lo que estaba frente a él era verdad. La frustración lo invadió y no pudo evitar sentirse enojado. Se cuestionó, lleno de indignación, acerca de quién había tenido la idea de construir ese miserable palacio.

Contempló la ventana, que ya se encuentra sumida en la oscuridad de la noche. Me levanto de la silla y me dirijo hacia la cocina. En ese lugar, tomó un frasco que contiene una bebida somnolienta, con el propósito de utilizarlo para escapar del palacio. Después de esto, me dirijo hacia un jarrón que contiene cerveza, un sitio que en el pasado solía ser el punto de encuentro donde mi familia se deleitaba con frecuencia con esta bebida. Procedo a verter una considerable cantidad del líquido somnoliento en la cerveza, con la esperanza de que esto me ayude en mi plan de evasión. , sintiendo una satisfacción siniestra mientras lo hago. Con una sonrisa maliciosa en mi rostro, me doy cuenta de que, a partir de este momento,

el juego ha comenzado.

Bajo la escalera con pasos silenciosos y medidos, tratando de hacer el menor ruido posible con el sonido casi imperceptible de mis tacones de bota. En mi hombro peso una mochila que me acompaña, y una capa oscura cubre mi rostro, ocultando mis rasgos. Continuó descendiendo cada peldaño con cautela, manteniendo un aire de misterio en el ambiente.

Continúo descendiendo la escalera, cuando de repente, en un instante, estoy a punto de caer. En ese momento, se me escapa un insulto involuntario por mi boca.

- ¡Hijo de puta! -Con frustración, levantó el dedo corazón y lo dirijo hacia la escalera, que ha estado a punto de hacerme caer.

Continué descendiendo y, al llegar a la puerta del palacio, que representaba la salida, me detuve. Respiré profundamente, sintiéndome tranquilo al saber que aquella maldita escalera que casi me hace caer había quedado atrás, dejándome con un leve susto.

Abro la puerta con cuidado y la cierro sin hacer el más mínimo sonido. En ese instante, una corazonada de libertad me impulsa a comenzar a correr, ansiosa por alejarme de este maldito palacio y de este reino opresor. La sensación de liberación inunda mi ser después de haber permanecido cautiva dentro de esos muros impasibles. Cada paso que doy me acerca más a la salvación, y por fin puedo sentir cómo la brisa fresca acariciaba mi piel, recordando que, por fin, soy dueña de mi destino.

Continúo corriendo por la oscuridad de la noche, mis tacones de botas golpean con fuerza el suelo cubierto de hierbas, y las capas que llevo puestas se agitan con el viento que me envuelve los hombros. No me detengo; sigo avanzando sin pausa hasta que finalmente he alcanzado el bosque que se conoce como la muerte. Es un lugar tenebroso, donde la atmósfera está impregnada de un silencio inquietante, como si los ecos de aquellos que han partido todavía flotaban entre los árboles. Me detengo un momento y observó con atención el interior del bosque, sintiendo que mi piel se eriza, como si una corriente fría recorriera mi cuerpo. La sensación es intensa, casi palpable, y me doy cuenta de que el miedo y la curiosidad se entrelazan en mi pecho, llevándome a cuestionar qué secretos y sombras habitan en este sombrío lugar.

Suspiró profundamente y se adentra en el bosque. La oscuridad que lo rodeaba era tan densa que le costaba distinguir lo que tenía cerca. A su alrededor, árboles altos y frondosos se erguían como sombras imponentes, mientras las hojas crujían suavemente bajo sus pies. Con cautela, avanzó a paso lento, sintiendo la humedad del aire y el murmullo distante de la naturaleza. Cada movimiento se tornaba cuidadoso, como si temiera romper el silencio reverente que envolvía el lugar.

Continúo avanzando en la penumbra, disfrutando del silencio que me rodea. De repente, en medio del sendero, siento que mi pie se encuentra con un objeto sólido. Al agacharme para inspeccionar, descubrí que había pisado un palo grande, aunque no tengo claro de qué material se trata. Intrigado, decidí sacar mi linterna y la enciendo.

En ese instante, la luz ilumina el suelo y, para mi sorpresa, me encuentro frente a un hueso humano.

—¿Qué demonios? —exclamó, horrorizado—. Acabo de pisar lo que queda de una vida humana.

En mi confusión y angustia, empiezo a rezar, suplicándole a Dios que me perdone por haber profanado la existencia de alguien que una vez fue humano. Mi corazón palpita con fuerza mientras pido clemencia, lleno de inquietud por lo que acabo de descubrir.

Sigo caminando, pero a pesar de ello, no logro olvidar lo que significó pisar el cuerpo sin vida de un ser humano. Juró que, en mi vida, sentiré el castigo de Dios por haber cometido ese acto.

De repente, llegué a un lugar que era verdaderamente aterrador. Mi mirada se encontró con una escena desoladora: a mi alrededor, las personas yacían destrozadas, con evidentes signos de sufrimiento. El aire estaba impregnado de un silencio sepulcral, interrumpido solo por el susurro del viento que parecía llevar consigo los lamentos de aquellos que ya no estaban. Algunos cuerpos yacían inertes en el suelo, mientras que otros mostraban marcas visibles de haber enfrentado una violencia indescriptible. La atmósfera estaba cargada de una tristeza abrumadora, haciendo que cada paso que daba se sintiera más pesado que el anterior. Era un panorama que helaba la sangre y hacía que el corazón se me encogiera de horror.

Voy avanzando con cautela, prestando atención a no aplastar la existencia de las personas que me rodean. Con toda mi alma, me comprometo a que jamás permitiré que la muerte de otros se vea afectada por mis acciones. Si llegara a hacerlo, me consideraría un verdadero demonio, y estoy convencido de que Dios me castigaría desde lo más alto del cielo.

Continúo observando el suelo, avanzando con paso firme y sin cometer errores. De repente, un susto me sobresaltó: un hombre emerge de la oscuridad. Tiene el cabello negro como la noche, y sus ojos brillan con un tono rubio, cálido como los rayos del sol. Su cuerpo está musculoso, lo que me provoca una extraña mezcla de admiración y deseo de devorarlo. Su mirada es seria y autoritaria, imponente. En su mano derecha sujeta una espada, y me dirige una mirada de desconfianza que me hace sentir vulnerable.

—¿Quién eres, enana? —pregunta con voz grave, su tono refleja una mezcla de curiosidad y recelo.

Me quedé en silencio por un momento, observando al chico que tenía frente a mí. Finalmente, decidí presentarme.

—Soy Roxana, vengo del reino de The Weston western —dije con una voz suave y segura, con la esperanza de que mi confianza se transmitiera.

El hombre me miró con sorpresa al escuchar mi nombre y mi procedencia. Después, sonriendo, respondió:

—Soy Joan, del reino de The Weston Gold —mientras extendía su mano hacia la mía en un saludo que era más parecido a un gesto de camaradería entre líderes.

De repente, un estruendoso sonido de alarma resonó en el aire, tan fuerte que casi me deja sorda a mí y a Joan. En medio de ese bullicio, entendí que la alarma era un aviso de que la princesa Roxana había desaparecido, y para mi sorpresa, descubrí que esa princesa era yo. Joan, al darse cuenta, me miró con el rostro lleno de sorpresa y confusión.

—¿Qué estás haciendo escapando del reino? —preguntó, con un tono que combinaba asombro y preocupación.

-No es tu problema-

le lancé una mirada que claramente expresaba que no me importaba en absoluto lo que él pensara.

Comencé a caminar y, de repente, Joan me detuvo al agarrar mi brazo con firmeza. Me miró con una expresión en su rostro que parecía reflejar su deseo de ayudarme.

—¿Qué te parece si te unes a la academia de jinetes? —sugirió con entusiasmo.

Me eché a reír un poco y, tras un momento, le dirigí una mirada seria.

-¿De verdad crees que yo podría estar en la academia de jinetes siendo una mujer sin derechos?- Observé que Joan se quedó en silencio, así que decidí darme la vuelta y continuar caminando, dejándolo solo en su mutismo.

De repente, escuché que decía:<< Amiga mía, espera, te acompaño.>> Esa expresión, amiga mía, me sorprendió profundamente. Nunca había oído esas palabras antes, y en realidad, nunca había tenido amigos ni amigas.

Giré mi cabeza y, con una expresión de confusión, miré a Joan.

—¿Amiga? —pregunté, sin poder creer lo que estaba escuchando.

Joan me devolvió la mirada con una expresión que manifestaba aprobación.

—Sí, amiga, somos amigos— respondió con seguridad.

No pude evitar preguntarme desde cuándo éramos amigos, considerando que apenas nos habíamos conocido esa misma mañana.

—Pero... si apenas nos hemos conocido hoy —disparé, algo aturdido por la situación.

Parece que a Joan no le importa en absoluto que hayamos hecho amistad solo durante un día desde que nos conocimos. Es algo realmente sorprendente. Me sentía muy feliz, pero a la vez, en ocasiones, bastante nerviosa, ya que nunca he tenido un amigo o una amiga con quien compartir momentos.

—Bueno, me parece bien que seamos amigos— comentó con voz decidida, aceptando la idea de formalizar su amistad.

Joan se mostró extremadamente feliz, saltando de alegría como lo haría un niño de cinco años. Su entusiasmo era contagioso, y no pude evitar reírme. En ese momento, me di cuenta de que Joan tiene el potencial de convertirse en un gran

amigo para mí.

—bien, pero tenemos que irnos ya; no podemos desperdiciar más tiempo-

Con esas palabras, giré mi cuerpo y empecé a caminar, haciendo una señal a Joan para que me siguiera. El se colocó a mi lado mientras limpiaba su pequeño cuchillo con una expresión de concentración en el rostro. Su actitud denotaba que estaba lista para enfrentar cualquier batalla que pudiera presentarse en nuestro camino. Eso es lo que caracteriza a los jinetes: una disposición constante para enfrentar desafíos.

En contraste, me cuestioné a mí mismo: ¿qué soy yo para considerarme un jinete? No poseo ningún poder ni cuento con un animal fuerte a mi lado.

Nunca seré un jinete sin poder, pero cuento con la suficiente fuerza y agilidad para luchar. Desde pequeña, no me dejaron practicar, ya que mis padres decían que una mujer no debía hacer esas cosas. Sin embargo, he desarrollado habilidades que me permite defenderme, a pesar de las limitaciones que me impusieron.

A menudo me encuentro reflexionando sobre por qué no nací con habilidades mágicas que me permitieran ser una gran jinete y así tener la capacidad de gobernar el reino. En cambio, soy simplemente una mujer sin derechos, pensé mientras avanzaba con Joan a mi lado. En ese momento, escuchamos nuevamente la alarma que anunciaba la desaparición de una princesa.

—Vaya, esa alarma sonó dos veces —comentó Joan, su voz reflejaba incredulidad. Realmente no comprendo por qué mi familia me quiere, ya que me tratan de una manera tan cruel, como si fuera una esclava.

—Tenemos que continuar por el camino e ignorar el sonido de la alarma— dije con voz firme y fría, dirigiendo mi mirada hacia Joan, quien me observaba con una expresión de confusión en su rostro. Era consciente de que había decidido no regresar a ver a mi familia.

Con un giro decidido, moví mi cuerpo; mi capa se ondeó a mi alrededor debido al movimiento. Sin más, seguí adelante por el sendero, dejando atrás a Joan, que permanecía allí, con el semblante lleno de dudas y desconcierto.

Sentí cómo las miradas de Joan se posaban sobre mi espalda. Era consciente de que él no estaba al tanto de la situación de mi familia, lo que me hacía sentir un poco incómoda.

—¿Pero qué te pasa? —preguntó Joan, su voz revelaba preocupación y curiosidad a la vez, mientras caminaba a mi lado.

—No es asunto tuyo —dijo mientras dirigía una mirada seria hacia Joan.

—Pero, bueno, soy tu amigo —replicó Joan, tratando de justificar su interés.

—¿Amigo? , porque nos hemos conocido esta mañana. Así que, muy pronto lo sabrá, pero no ahora —respondió con una voz firme y autoritaria.

-Está bien-, dijo Joan con un tono comprensivo en su voz.

Me pareció extraño que un hombre pudiera mostrar comprensión, considerando lo que la sociedad siempre había afirmado: que los hombres nunca podrían entender a las mujeres. Me detuve en medio del camino y observé a Joan, que continuaba caminando, ignorando mi presencia.

-¿Desde cuándo eres comprensivo, siendo un hombre? - le pregunté, sorprendida.

Joan no ha dado respuesta alguna, y me frustra terriblemente. ¡Es increíble lo ignorante que puede llegar a ser! Te lo aseguro, estoy tan exasperada que me dan ganas de darle una bofetada para que entienda de una vez que no soy una fantasma. Así que corro hacia él y le propinó un fuerte golpe en la cabeza.

—¡Hazme el favor, no soy un fantasma!— le recrimino, tratando de que capte lo que estoy tratando de decirle.

—¿Pero qué demonios? —respondió Joan, frotándose la cabeza con sus mano—¡¿Cuántas fuerza tienes en tu puta mano, por Dios!?—

Realmente, Joan parece un niño de cinco años que se queja de mí. Creo que nuestra amistad podría ser una de esas que perduran en el tiempo.

—Mi mano no es como una piedra como para golpearte con tanta fuerza en la cabeza —dije con una voz firme.

—¿No te das cuenta de que casi me has partido la cabeza por tu culpa? —respondió Joan, volviendo a flotar en el aire con una expresión de niño llorón en su rostro.

—Pero si yo no tengo suficiente fuerza para golpearte —le expliqué, señalando mi mano—. No tengo la fuerza necesaria para lastimar a nadie.

Realmente, no tengo suficiente fuerza para sobrevivir. Ni siquiera comprendo si nací en una familia real, donde ellos poseen sus propias magias y sus propios animales potenciados. Un animalis potentia se refiere a la capacidad de que una persona lleve la marca de algún animal, lo que indica que ha renacido en el cuerpo de un humano. Sin embargo, yo soy la única que no posee ningún animal dentro de mí.

Joan continúa quejándose de mí, y me pregunto cuánta paciencia me queda por gastar. De repente, escucho un gruñido proveniente de alguna parte. Rápidamente giró la cabeza para ver de dónde viene el sonido, pero me doy cuenta de que no hay nada. Miro a Joan, que parece no haber notado el ruido en absoluto.

—Joan —llamo, pero no obtengo respuesta. Él sigue ignorándome. Por el amor de Dios, juro que si esto continúa, le voy a dar una patada y lo voy a mandar a volar, para que se entere de que no soy un fantasma.

—¡JOAN! —gritó con todas mis fuerzas, y lo asusté con mi voz. Su reacción es instantánea; parece sorprendido, como si nunca hubiera visto a alguien asustarlo de una manera tan dramática.

—¿Qué sucede? —preguntó Joan, con expresión de sorpresa y miedo ante el tono de mi voz.

—¿Has escuchado el gruñido de un animal? —inquirí, manteniendo una expresión seria mientras me dirigía a Joan.

—No, creo que no. ¿Por qué? —respondió él, visiblemente confundido.

En ese momento, volví a oír un gruñido, que esta vez no sonó tan bajo como antes, sino tan fuerte como el rugido de un dinosaurio. Joan se dio cuenta del ruido y me miró con una expresión que claramente decía que debía encontrar un lugar seguro para esconderme.

Salí corriendo en busca de un lugar donde pudiera esconderme mientras Joan continuaba investigando la fuente de ese inquietante ruido. Aceleré mi paso con tanta rapidez que, a pesar de que me caí varias veces, no me importó; era consciente de que no poseía ninguna habilidad mágica para enfrentar lo que pudiera venir. De repente, al mirar hacia el cielo, me di cuenta de que había un águila gigantesca volando; su tamaño era impresionante, algo que nunca había visto antes. Quedé paralizada, incapaz de moverme, me pregunto desde cuándo existe ese animal .

—Roxana, escóndete rápido —me gritó Joan con urgencia.

—¿Eso... es... real? —preguntó, con la voz temblorosa y los ojos muy abiertos, como si estuviera tratando de procesar la información que acababa de recibir.

—Sí, es real, Roxana —respondió él, con una calma que contrastaba con la incredulidad de la primera.

—¡Ve a esconderte! —preguntó él, con urgencia en su voz.

En ese momento, comencé a correr de nuevo, aterrorizada. Realmente estaba asustada por la situación en la que me encontraba. No podía creer que existiera un animal tan gigantesco; era imposible, pensaba que quizás todo esto era un sueño. Sin embargo, seguía corriendo, el pánico apoderándose de mí. Los tacones de mis botas resonaban con cada paso, pisando sin compasión los cuerpos inertes que yacían en el suelo, testigos silenciosos de una tragedia. Mis capas ondeaban a mi alrededor, añadiendo un toque de desasosiego a la escena. La sensación de peligro me seguía de cerca, instándole a encontrar un lugar seguro donde ocultarse de esa amenaza monstruosa.

Me dirigí hacia el edificio que había sido abandonado y estaba en un estado de deterioro notable. Su estructura, antes imponente, ahora mostraba grietas profundas en las paredes y algunas partes del techo se habían derrumbado, dejando al descubierto los restos de lo que alguna vez fue un lugar ocupado. Una atmósfera de desolación envolvía el sitio, y la luz del sol apenas lograba atravesar las ventanas rotas, cubiertas de polvo y telarañas. En medio de este entorno inquietante, decidí encontrar un lugar donde pudiera esconderse, buscando protección y un momento de calma en medio del caos que me rodeaba.

El suelo estaba frío bajo mis pies, y el aire olía a tierra húmeda y hierba pisoteada. Dejé mi mochila en el suelo con cuidado, como si el simple acto de soltarla pudiera romper el silencio tenso que envolvía el lugar. De su interior saqué un pequeño espejo, redondo y con el borde desgastado, que reflejaba la luz tenue del atardecer. A través de él, pude observar la batalla que se desarrollaba frente a mí: Joan y el águila, dos fuerzas titánicas en un duelo que parecía sacado de un sueño.

Joan se movía con una gracia que solo podía describirse como celestial. Sus puños volaban por el aire como si fueran guiados por las alas de un ángel, cada golpe preciso y cargado de una energía que parecía trascender lo humano. El águila, majestuosa y feroz, respondía con movimientos rápidos y letales, sus garras brillando como dagas bajo la luz del sol. Era una danza de poder y agilidad, un combate que desafiaba las leyes de la naturaleza.

Me quedé maravillado por la belleza de sus movimientos. Joan no solo luchaba; era como si estuviera pintando un cuadro en el aire, cada gesto una pincelada de fuerza y elegancia. Me pregunté si alguna vez podría ser como él, sí tendría la fuerza y la flexibilidad necesarias para entrenar y convertirse en un jinete capaz de enfrentarse a un oponente tan formidable. La idea me atraía y me aterraba al mismo tiempo.

—¡Toma eso! —gritó Joan, su voz resonando con una confianza inquebrantable.

Su puño encontró su objetivo: el punto débil del águila, justo en la base de su cuello. El impacto fue tan potente que el aire parecía vibrar alrededor de ellos. El águila emitió un chillido agudo, seguido de un sonido sordo al caer al suelo. Su cuerpo, antes tan imponente, se desplomó como si hubiera sido derribado por un rayo. El ruido de su caída fue ensordecedor, como el estruendo de un árbol gigante al ser talado. El águila yacía inmóvil, su respiración agitada y superficial, como si estuviera sumida en un sueño profundo.

Joan se mantuvo firme, su pecho subiendo y bajando con ritmo acelerado, pero su expresión era de triunfo. Sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y respeto hacia su oponente. El silencio que siguió fue casi tan elocuente como la batalla misma, lleno de la energía residual de lo que acababa de ocurrir.

Yo me quedé allí, sosteniendo el espejo con manos temblorosas, preguntándome si algún día podría alcanzar ese nivel de maestría. La fuerza, la flexibilidad, la disciplina... todo parecía tan lejano, pero al mismo tiempo, tan tentador. La imagen de Joan, victorioso y sereno, se quedó grabada en mi mente, un recordatorio de lo que era posible con dedicación y coraje.

—¡Increíble! —dije con una voz tan llena de asombro que ni siquiera podía creer que esas palabras salían de mí.

La situación era tan inesperada, tan fuera de lo imaginable, que me sentía atrapado entre la incredulidad y la fascinación. Nunca, ni en mis sueños más descabellados, me habría imaginado algo así.

—Está muerto, no te preocupes —dijo Joan con una voz tan orgullosa que casi resonaba en el aire. Su tono era presumido, como si acabara de ganar una medalla por aquel acto. No pude evitar fijarme en cómo su pecho se inflaba ligeramente, como si esperara que alguien lo felicitara. Pero yo no estaba dispuesto a darle esa satisfacción.

Lo miré fijamente, mis ojos escudriñando los suyos con la intensidad de alguien que ha aprendido a detectar mentiras en los pliegues más pequeños de una mirada. Joan pareció incomodarse al instante; sus ojos se desviaron por un momento, y noté cómo sus dedos jugueteaban nerviosos con el borde de su chaqueta. No estaba acostumbrado a que alguien lo examinara de esa manera, y eso solo me hizo sospechar más. ¿Qué estaba ocultando? ¿Era realmente la verdad lo que decía, o solo otra manipulación más en su repertorio?

—Realmente eres un presumido —dije con una voz cargada de burla, mientras una mueca de desaprobación se dibujaba en mi rostro. Mis cejas se arqueaban ligeramente, y mi boca se torcía en una media sonrisa fría, el tipo de expresión que sabía que lo irritaba.

Joan parpadeó, claramente incómodo, y su orgullo inicial pareció desinflarse un poco bajo el peso de mi mirada crítica.

El silencio que siguió fue incómodo, cargado de tensiones no dichas. Joan ajustó su postura, como si intentara recuperar algo de su compostura, pero ya era demasiado tarde.

—Tenemos que irnos antes de que vengan esos putos guardianes.--- dijo con voz tan fría

Joan se detiene un momento, cruza los brazos, mostrando una actitud más relajada.

--Bueno, pero te das cuenta de que soy un jinete, ¿verdad?—dijo él mientras metía sus manos en sus bolsillos.

Sigo caminando, ignorando a Joan. Mis pasos son firmes, decididos, como si cada uno marcará la distancia que quiero poner entre su comentario y yo. No me importa lo que diga, ni su opinión, ni esa actitud suya de creerse superior. Pero, en el fondo, sé que él es mi nuevo amigo, alguien que acabo de conocer hoy. Y eso me desconcierta.La verdad es que no estoy acostumbrado a esto. La soledad ha sido mi compañera durante tanto tiempo que se ha convertido en una segunda piel. Mi actitud fría, esa fachada que he construido con tanto cuidado, es mi escudo. Me protege de los demás, pero también me aísla. Y ahora, con Joan aquí, caminando a mi lado, siento cómo ese escudo empieza a agrietarse, aunque sea solo un poco.Quisiera poder abrirme, demostrar mi vulnerabilidad sin miedo, dejar que alguien vea más allá de la superficie. Pero cada vez que lo intento, los recuerdos de mi pasado oscuro regresan. Son como sombras que se arrastran desde los rincones más profundos de mi mente, recordando por qué construí este muro en primer lugar. Las imágenes aparecen sin previo aviso: rostros que ya no están, palabras que nunca debieron ser dichas, decisiones que me persiguen como fantasmas.

—¿Me vas a hacer caso? —dijo Joan con una voz tan suspicaz que casi parecía una mezcla entre incredulidad y un toque de irritación. Sus cejas se arquearon, y sus labios se apretaron en una línea fina, como si estuviera intentando descifrar si yo estaba bromeando o si, por fin, había decidido tomarlo en serio.

Me detuve por un momento, respirando hondo. Sentí el peso de sus palabras, pero también el peso de mi propia resistencia. Mis ojos se encontraron con los suyos, y por primera vez, dejé que esa fría fachada se resquebrajara un poco más.

—Sí... perdón por lo que pasó antes —dije con una voz más suave, casi lastimera, que me sorprendió incluso a mí mismo. Las palabras salieron con dificultad, como si cada una tuviera que abrirse paso a través de años de aislamiento y rechazo. Noté cómo los ojos de Joan se abrieron un poco más, su expresión de suspicacia dando paso a una genuina sorpresa.

Joan se quedó quieto, observando como si no estuviera seguro de cómo reaccionar. Era la primera vez que me disculpaba con alguien, la primera vez que permitía que mi orgullo y mi miedo dieran un paso atrás. Y aunque me sentía expuesto, vulnerable, también había algo liberador en ello.

—No te preocupes —dijo Joan finalmente, su voz más suave ahora, casi comprensiva. Parecía darse cuenta de que aquel momento era importante para mí, aunque no entendiera del todo por qué.

Yo asentí, evitando su mirada por un instante. Sabía que esto era solo el principio, que mi soledad y mi rechazo no desaparecerían de la noche a la mañana. Pero también sabía que, por primera vez en mucho tiempo, había dado un paso hacia adelante. Y eso, aunque pequeño, era algo.

—¿Sabes? Cuando yo era pequeño, fui un niño travieso y grosero —dijo Joan mientras caminaba, cruzando los brazos con una actitud que parecía mezclar nostalgia y un toque de orgullo. Su voz sonaba casual, pero había algo en su tono que sugería que aquella confesión no era tan superficial como pretendía.

—Era un niño al que no le gustaba la educación, ni tampoco me importaba la opinión de la gente —continuó, mirando al frente, como si estuviera recordando esos momentos. Una sonrisa leve se dibujó en sus labios, pero no era una sonrisa de alegría, sino más bien de alguien que reflexiona sobre algo que quedó atrás.

Caminaba con paso firme, pero sus brazos cruzados delataban una cierta tensión, como si aquel recuerdo viniera acompañado de algo más, algo que no estaba dispuesto a compartir del todo. Quizás era arrepentimiento, quizás solo la aceptación de que aquel niño ya no existía.

—¿Y qué pasó? —pregunté, sin poder evitar el interés en su historia. Joan se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia, pero también como si no quisiera profundizar demasiado.

—Pues descubrí que soy adoptado —dijo finalmente Joan, con un tono más serio, casi sombrío. Sus palabras cayeron como un peso en el aire, cargadas de una mezcla de desilusión y amargura. Caminaba más lento ahora, como si cada paso requiriera un esfuerzo adicional—. De una familia real, nada menos.

Se detuvo por un momento, mirando al frente sin realmente ver nada. Sus brazos seguían cruzados, pero ahora parecían más un gesto de protección que de indiferencia.

—No sabía que era adoptado —continuó, su voz bajando un poco, como si confesara algo que nunca antes había dicho en voz alta—. Creí que era el hijo verdadero, que pertenecía a esa familia, que era parte de su sangre, de su historia. Pero no. Solo me utilizaron para la herencia.

Hubo un silencio incómodo después de sus palabras. Joan respiró hondo, como si intentara recuperar el control de sus emociones. Su rostro, usualmente tan seguro y presumido, ahora mostraba una vulnerabilidad que nunca antes había dejado ver.

—Fue como si todo lo que creía saber sobre mí mismo se derrumbara de golpe —añadió, con una voz quebrada que delataba el dolor que aún llevaba dentro—. Me criaron con lujos, sí, pero también con mentiras. Y cuando lo descubrí, ya era demasiado tarde para cambiar las cosas.

Me quedé mirándolo, sin saber muy bien qué decir. Joan siempre había parecido tan seguro de sí mismo, tan arrogante incluso, que verlo así, expuesto y frágil, era desconcertante. Pero también era un recordatorio de que todos llevamos nuestras propias batallas, nuestras propias heridas.

—Joan... —empecé a decir, pero él levantó una mano, deteniéndose.

—No hace falta que digas nada —murmuró, recuperando algo de su compostura—. Solo quería que lo supieras. Porque, bueno, supongo que ya somos amigos, ¿no?

Asentí lentamente, sintiendo el peso de su confesión. Joan volvió a caminar, esta vez con un paso más ligero, como si haber compartido aquel secreto lo hubiera liberado un poco. Y aunque no lo dijo, supe que en aquel momento había cambiado algo entre nosotros. Ya no era solo el tipo presumido y orgulloso que había conocido. Era alguien más complejo, más humano. Y, de alguna manera, eso lo hacía más real.

—Yo también tengo un pasado oscuro —dije, mientras sacaba lentamente el collar que llevaba siempre conmigo. La luna plateada colgaba de la cadena, brillando tenuemente bajo la luz. Mis dedos se cerraron alrededor de ella por un momento, como si necesitara sentir su frío contacto para continuar—. Fue horrible.

Joan se detuvo, mirándome con curiosidad. Sus ojos se fijaron en el collar, como si intuyera que aquel objeto guardaba más de lo que aparentaba. Respiré hondo, sintiendo el peso de las palabras que estaban a punto de salir.

—Este collar... —comencé, sosteniéndolo en la palma de mi mano—. No es solo un adorno. Es un recordatorio. De algo que pasó hace mucho tiempo, algo que nunca podré olvidar.

Mi voz tembló ligeramente, pero seguí adelante. Joan no dijo nada, pero su silencio era más elocuente que cualquier palabra. Sabía que estaba escuchando, y eso me dio el valor para continuar.

—Hubo un tiempo en el que no era como soy ahora —confesé, mirando fijamente el collar—. Era más débil, más vulnerable. Y esa vulnerabilidad me llevó a situaciones de las que no estoy orgulloso. Situaciones que me hicieron daño, que me cambiaron. Este collar... me lo dio alguien que creí que me entendía, alguien en quien confié. Pero al final, todo se fue al cielo.

Joan frunció el ceño, como si estuviera intentando entender, pero no interrumpió. Yo apreté el collar con más fuerza, sintiendo cómo los bordes de la luna se clavaban en mi piel.

—Fue como si me hubieran arrancado algo de dentro —continué, con una voz más baja, casi un susurro—. Algo que nunca pude recuperar. Y desde entonces, he llevado este collar como una forma de recordar. No para aferrarme al pasado, sino para no olvidar lo que aprendí. Para no volver a ser esa persona.

Hubo un silencio incómodo después de mis palabras. Joan parecía estar procesando todo lo que había escuchado, y yo me sentía expuesto, como si hubiera dejado al descubierto una parte de mí que siempre había mantenido oculta.

—No tienes que cargar con eso solo —dijo Joan finalmente, con un tono más suave del que había usado antes—. Ya no estás solo.

Sus palabras me sorprendieron. No esperaba esa respuesta, y menos de él. Pero, de alguna manera, me aliviaron. Asentí lentamente, guardando el collar de nuevo bajo mi ropa.

—Gracias —murmuré, sin mirarlo directamente.

Joan asintió, y seguimos caminando en silencio, pero ahora con una comprensión más profunda entre nosotros. Ambos teníamos nuestros demonios, nuestros pasados oscuros, pero tal vez, solo tal vez, no teníamos que enfrentarlos solos.

No podía creer lo que Joan había dicho. Sus palabras resonaban en mi mente, una y otra vez, como un eco que no se desvanecía. Cada sílaba, cada pausa, cada matiz de su voz se repetía en mi cabeza, atrapándola en un bucle de incredulidad y reflexión.

Mientras caminábamos, intenté concentrarme en el paisaje, en el sonido de nuestros pasos sobre el suelo, en cualquier cosa que me ayudara a distraerme. Pero no podía. La confesión de Joan se había quedado grabada en mí, como una herida recién abierta que no dejaba de sangrar.

—No podía quitármelo de la mente —murmuré para mí mismo, casi sin darme cuenta de que había hablado en voz alta. Joan me miró de reojo, pero no dijo nada. Tal vez entendía que necesitaba procesar todo aquello a mi manera.

Mi mente era un torbellino de pensamientos. ¿Cómo era posible que Joan, alguien que siempre parecía tan seguro de sí mismo, tan arrogante incluso, tuviera un pasado tan complicado? ¿Y por qué había decidido compartirlo conmigo, de todas las personas?

Pero, sobre todo, ¿por qué me afectaba tanto?

Tal vez era porque, en el fondo, me sentía identificado. Su historia, aunque diferente a la mía, resonaba con algo dentro de mí. Ese sentimiento de no pertenecer, de haber sido utilizado, de cargar con un peso que no elegiste. Era como si, al escucharlo, una parte de mí se hubiera visto reflejada en sus palabras.

—Joan... —empecé a decir, pero me detuve. No sabía cómo continuar. No sabía si debía decir algo, o si simplemente debía dejar que el silencio hablara por mí.

Él asintió, como si entendiera mi lucha interna.

—No hace falta que digas nada —dijo finalmente, con un tono más suave del que estaba acostumbrado a escuchar de él—. A veces, solo necesitamos que alguien nos escuche.

Sus palabras me dieron un poco de paz, pero la confusión seguía ahí, latente, como una sombra que no se iba del todo. Sabía que no podría quitarme sus palabras de la mente tan fácilmente, pero tal vez eso no fuera tan malo. Tal vez, solo tal vez, era un recordatorio de que no estaba solo en esto.

Y eso, aunque no lo resolviera todo, era un comienzo.

El silencio entre nosotros se alargó, pero no era incómodo. Era de esos silencios que no exigen ser llenados, que dicen más que las palabras. Seguimos caminando, sin rumbo fijo, con la confesión de Joan todavía flotando en el aire.

El sol empezaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. El viento arrastraba el olor de la tierra húmeda y las hojas crujían bajo nuestros pasos. Me pregunté si él también sentía ese mismo nudo en el pecho, esa sensación de haber dicho demasiado y al mismo tiempo no haber dicho nada.

Finalmente, me atreví a hablar:

—Gracias por confiar en mí.

No lo miré al decirlo, pero sentí su mirada sobre mí. No respondió de inmediato, como si estuviera sopesando mis palabras, decidiendo si merecían una respuesta.

—No es fácil para mí —dijo al fin, con una sinceridad que me sorprendió—. No estoy acostumbrado a... esto.

A compartir. A abrirse. A mostrarse vulnerable. No necesitó decirlo, lo entendí perfectamente.

—Lo sé.

Otra pausa. Luego, una risa baja, apenas un susurro.

—Eso es lo peor —murmuró—. Que lo sabes.

Me detuve, frunciendo el ceño. Él también se detuvo, pero no me miró. Tenía la vista fija en el horizonte, en el sol que ya casi desaparecía.

—¿Qué quieres decir?

—Que me lees demasiado bien. Como si supieras lo que estoy pensando antes de que lo diga. Como si pudieras ver más allá de lo que dejó ver.

Abrí la boca para responder, pero no tenía una respuesta. ¿Era cierto? Tal vez. Desde el principio había sentido algo en Joan, algo que no encajaba con la imagen que mostraba al mundo. Y ahora entendía por qué.

Respiré hondo y di un paso hacia él.

—No me gusta verte fingir —dije en voz baja—. No conmigo.

Joan cerró los ojos por un instante y sonrió con tristeza.

—Lo sé.

Y con esas palabras, seguimos caminando.

Porque a veces, lo único que podemos hacer es eso.

El viento cambió.

Fue apenas un susurro, una brisa helada que se deslizó entre nosotros como una advertencia silenciosa. Roxana se detuvo primero. Joan sintió su tensión antes de ver lo que ella veía.

Frente a ellos, el paisaje cambió de manera abrupta. El suelo, antes cubierto de hierba y tierra húmeda, se tornó árido, agrietado, salpicado de manchas oscuras. Sangre seca.

El hedor los golpeó de inmediato: hierro oxidado, podredumbre y algo más profundo, algo antiguo. A unos pasos de donde estaban, los esqueletos yacían dispersos, retorcidos en posiciones imposibles, como si la muerte los hubiera sorprendido en medio de un terror indescriptible. No eran solo huesos. Había restos de ropas deshilachadas, cascos rajados, armas rotas incrustadas en el suelo.

—Dioses... —murmuró Roxana, llevándose una mano a la boca.

Joan no respondió. Sus ojos recorrieron el campo de muerte con una expresión tensa, los puños apretados a los costados.

Ellos conocían este lugar.

No porque hubieran estado allí antes, sino porque las historias hablaban de él. Un campo abandonado, olvidado por el mundo, un sitio que nadie reclamaba porque nadie lo necesitaba. Las leyendas decían que era un campo de batalla perdido en el tiempo, donde ejércitos enteros se desvanecieron sin dejar testigos. Un lugar donde el pasado se negaba a morir.

—No deberíamos estar aquí —dijo Joan en voz baja.

Pero Roxana no se movió. Dio un paso más, con cuidado de no pisar los huesos. Su capa ondeó con la brisa, su cabello oscuro se sacudió con el aire gélido. Sus ojos escudriñaban el suelo, buscando algo más. Algo que explicara por qué este lugar seguía sintiéndose tan... vivo en su muerte.

Joan suspiró y la siguió. Sabía que detenerla sería inútil.

Caminaron entre los restos con cautela. A cada paso, el crujido de los huesos quebrándose bajo sus botas era un recordatorio de cuántos habían caído allí.

—Mira esto —dijo Roxana, señalando una espada clavada en el suelo.

Joan se agachó junto a ella. El arma estaba oxidada, pero el diseño de la empuñadura aún era visible: un dragón enroscado alrededor de una gema descolorida. Su corazón dio un vuelco.

—Esta es...

—Un arma de los jinetes de dragón —susurró Roxana, mirándolo con seriedad.

El aire se volvió más frío. Joan se enderezó, con la mandíbula apretada.

—Esto no es solo un campo de batalla abandonado.

Roxana asintió lentamente.

—Este lugar... pertenece a los tuyos.

Un silencio se extendió entre ellos. Joan sintió el peso de las miradas invisibles sobre él. Las sombras del pasado se aferraban a este lugar, negándose a ser olvidadas.

Algo había pasado aquí. Algo que no debía haber sido enterrado.

Y ahora, ellos estaban a punto de descubrirlo.

El viento rugió entre los esqueletos, como si la misma tierra susurrara advertencias que solo los muertos podían entender. Joan y Roxana avanzaron con cautela, sintiendo el peso de algo mucho más oscuro de lo que habían imaginado.

Y entonces, lo vieron.

A unos metros de ellos, sobre una roca oscurecida por la sangre seca, alguien había grabado un símbolo. Un círculo imperfecto con tres líneas cruzándolo en diagonal. Roxana sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—No puede ser... —murmuró.

Joan apretó la mandíbula. Lo reconocía.

El símbolo de Nigrum.

Ese nombre no se pronunciaba en vano. Nigrum no era un ejército común, ni siquiera una orden rebelde. Eran sombras, cazadores de sangre, asesinos sin piedad. No buscaban riquezas ni gloria, sino el caos puro. Atacaban sin previo aviso, arrasaban aldeas enteras y dejaban tras de sí solo muerte y vacío.

—Este no es un campo de batalla cualquiera... —susurró Joan, observando los restos con una nueva perspectiva—. Fue una masacre.

Roxana se arrodilló junto a uno de los esqueletos más completos y apartó con cuidado la capa polvorienta que aún lo cubría. Lo que vio le revolvió el estómago.

El hueso no estaba roto por espadas comunes. Había marcas de quemaduras, cortes imposibles, heridas que parecían hechas desde adentro hacia afuera.

Magia oscura.

—Esto no fue solo un ataque. Fue un sacrificio.

Joan desenvainó su espada de inmediato, sintiendo un escalofrío recorrerle los brazos. Algo o alguien había usado la energía de estos muertos para algo más.

—No estamos solos —susurró.

Roxana también lo sintió. Un hormigueo en la piel, una presión en el aire. Algo los observaba desde las sombras del pasado. Algo que aún estaba allí.

—Tenemos que seguir adelante —dijo ella, levantándose con decisión—. Si Nigrum está detrás de esto, necesitamos descubrir qué hicieron aquí.

Joan la miró con seriedad.

—Si seguimos adelante, no hay vuelta atrás.

Roxana sostuvo su mirada. Sabía el riesgo. Sabía el peligro. Pero también sabía que si no lo enfrentaban ahora, Nigrum seguiría avanzando, destruyendo todo a su paso.

—Entonces avancemos.

Los dos caminaron con cautela, dejando atrás el campo de muerte y adentrándose en la niebla que comenzaba a levantarse entre las colinas. Cada paso los acercaba más a la verdad... y al horror que los esperaba.

La niebla era espesa, como un sudario de sombras cubriendo la tierra maldita. Con cada paso que daban, el aire se volvía más denso, cargado de un hedor rancio, mezcla de sangre vieja y algo más profundo, algo antinatural. Joan mantenía su espada desenvainada, su mano firme en la empuñadura, listo para cualquier peligro. A su lado, Roxana avanzaba con la espalda recta, su capa ondeando a su paso, sus ojos oscuros brillando con determinación.

Ambos sabían que lo que estaban a punto de descubrir no les gustaría.

Los cadáveres se volvían más recientes. Al principio, solo huesos blanqueados por el tiempo, pero ahora, cuerpos aún en descomposición. Algunos aún tenían los ojos abiertos, congelados en una expresión de horror absoluto. La sangre en el suelo estaba más fresca en ciertas zonas, formando patrones extraños, símbolos tallados en la carne de los caídos.

—Magia oscura —murmuró Roxana, tocando con la punta de sus dedos un dibujo grabado en la piel de un cadáver—. No solo los mataron... extrajeron algo de ellos.

Joan frunció el ceño. Había visto rituales en el pasado, pero esto no era solo un sacrificio. Era una absorción, un drenaje completo de la esencia de estos cuerpos.

Entonces, lo escucharon.

Un sonido gutural, un susurro inhumano que se deslizó entre la niebla. Un murmullo bajo, como si muchas voces hablaran al mismo tiempo desde diferentes direcciones. Joan giró la cabeza, escudriñando la penumbra con la espada en alto.

—Nos están observando —susurró.

Roxana no necesitó que se lo dijeran. Lo sentía. La sensación de ser acechados, de que algo se movía en los bordes de su visión, de que las sombras mismas respiraban.

Y entonces, la niebla se abrió...

Y lo vieron.

A unos metros de distancia, entre los restos de un antiguo campamento destrozado, una figura estaba de pie. Un hombre... o lo que alguna vez fue uno. Su piel estaba seca, grisácea, pegada a los huesos. Sus ojos eran dos cuencas negras, profundas como pozos sin fondo. Y en su pecho, donde debería estar su corazón, había un agujero.

—Dioses... —murmuró Roxana, llevando la mano a la empuñadura de su daga.

La criatura inclinó la cabeza de forma antinatural, como si intentara recordar cómo moverse como un humano. Y entonces habló.

—Más... ven más...

Su voz no era una sola. Era un coro de lamentos, de gritos lejanos, de ecos de aquellos que habían muerto en este lugar. Joan sintió cómo el frío le subía por la espalda. Esto no era un simple cadáver reanimado. Era algo peor. Era un recipiente de almas perdidas.

El ser dio un paso adelante. Su cuerpo se movió con un crujido seco, como ramas muertas rompiéndose.

—Nos han visto... Ahora son parte...

Y en ese instante, el suelo tembló.

Los cuerpos a su alrededor se estremecieron, sus extremidades retorciéndose en espasmos. Manos esqueléticas comenzaron a levantarse de la tierra, ojos sin vida se abrieron de golpe, bocas se desencajaron en gritos silenciosos. Los muertos despertaban.

—¡Corre! —gritó Joan, agarrando a Roxana del brazo y echando a correr entre la niebla.

Los cadáveres se levantaban uno tras otro, sus huesos crujiendo, sus bocas torcidas en expresiones de angustia y furia. Eran sombras de lo que alguna vez fueron, atrapadas en un ciclo eterno de muerte y resurrección.

Roxana y Joan esquivaron cuerpos que intentaban aferrarse a ellos, manos huesudas que se cerraban como garras. Joan giró en seco y lanzó un corte rápido con su espada, partiendo en dos a una de las criaturas, pero esta no cayó. La mitad superior de su cuerpo siguió avanzando, arrastrándose con los brazos mientras su mandíbula se abría en un grito silencioso.

—Esto no es normal —gruñó Joan, cortando otra vez, esta vez apuntando a la cabeza.

El cadáver cayó inmóvil. Esa era la clave.

—¡Apunta a la cabeza! —gritó Roxana.

Ella asintió, sacó su daga y la hundió en el cráneo de una de las criaturas. Un grito ahogado, un espasmo, y el cuerpo cayó sin vida.

Pero seguían viniendo más.

—¡Necesitamos salir de aquí! —jadeó Roxana.

Los dos corrieron, saltando sobre cadáveres, esquivando brazos esqueléticos, hasta que la niebla comenzó a disiparse. A lo lejos, distinguieron la silueta de una torre en ruinas.

Un refugio.

—¡Allí! —señaló Joan.

Corrieron con todas sus fuerzas, el sonido de los muertos siguiéndoles de cerca. Las sombras se movían como si fueran parte de un solo ente, un enjambre de cuerpos atrapados en la maldición de este lugar.

Al llegar a la torre, Joan empujó la puerta con todas sus fuerzas. La madera crujió, se astilló, pero cedió. Roxana entró primero, y Joan la siguió antes de golpear la puerta con el hombro y cerrarla de un golpe.

Un silencio profundo los envolvió.

Ambos respiraban agitadamente, sus corazones latiendo con fuerza.

Roxana deslizó la espalda contra la pared de piedra y cerró los ojos por un momento. Joan apoyó la frente contra la puerta, sintiendo la vibración de los cuerpos del otro lado, arañando la madera con insistencia.

—Esto no es solo Nigrum... —susurró Roxana—. Es algo peor.

Joan se apartó de la puerta y miró alrededor. La torre no estaba vacía. Había marcas en las paredes, runas talladas en piedra, pergaminos esparcidos por el suelo. Y en el centro de la habitación, una mesa cubierta de polvo... con un mapa extendido sobre ella.

Un mapa con el símbolo de Nigrum.

Y debajo de él... una advertencia escrita en sangre.

"No se detendrán hasta que la oscuridad lo consuma todo."

Joan y Roxana intercambiaron una mirada.

Lo que había empezado como una simple investigación se había convertido en algo mucho más grande.

Y ahora, no podían dar marcha atrás.

Las paredes de la torre temblaban con cada golpe que las criaturas daban contra la puerta de madera. El sonido de uñas rasgando la superficie y los susurros de los muertos flotaban en el aire, haciendo que la piel de Joan y Roxana se erizara.

No podían quedarse allí.

—Tenemos que salir antes de que la puerta ceda —dijo Joan, su voz tensa.

Roxana asintió y miró alrededor con rapidez. La torre era estrecha y estaba en ruinas, pero en la parte trasera notó algo: una escalera en espiral que subía a un segundo nivel.

—Por arriba —señaló.

Joan no dudó y comenzó a subir primero, pisando con rapidez los escalones de piedra cubiertos de polvo y musgo. Roxana lo siguió de cerca, sintiendo la humedad pegándose a su piel. A medida que ascendían, el aire se volvía más gélido y el sonido de los muertos se hacía más fuerte.

—Si esta torre no tiene una salida arriba, estamos muertos —gruñó Joan.

—Confía en mí —respondió Roxana, aunque su propia voz sonaba incierta.

Llegaron a la parte superior. El techo estaba parcialmente derrumbado, dejando una abertura por la que se filtraba la luz de la luna. Desde allí, podían ver el bosque oscuro que se extendía más allá del campo de batalla maldito. Era su única oportunidad.

Pero había un problema.

—Está demasiado alto —murmuró Roxana.

Joan miró alrededor con rapidez. Entonces vio algo que podría salvarlos.

Una cuerda vieja colgaba de una viga de madera que sobresalía del muro. A su lado, una estructura de piedra medio derrumbada les daría el impulso suficiente para saltar.

—Usaremos esa cuerda para descender —dijo Joan, corriendo hacia ella.

Roxana lo miró con incredulidad.

—¿Esa cosa podrida?

—Si tienes una mejor idea, dime ahora —respondió él, probando la resistencia de la cuerda con un fuerte tirón. No parecía estar en buen estado, pero era su única opción.

Abajo, la puerta crujió.

Se rompió la primera tabla.

Las criaturas entraban.

—No hay más tiempo —gruñó Joan.

Se aferró a la cuerda con ambas manos y saltó por la abertura. Su peso hizo que la viga chirriara, pero resistió. Joan descendió con rapidez, deslizando las manos por la cuerda hasta tocar el suelo cubierto de escombros.

—¡Vamos, Roxana!

Ella dudó solo un instante. Luego corrió y se lanzó al vacío, agarrándose de la cuerda con firmeza. Sus manos ardieron con el roce, pero no se detuvo. Descendió tan rápido como pudo, sintiendo la vibración de la viga sobre ella.

Cuando sus pies tocaron el suelo, la cuerda se rompió.

¡CRACK!

El trozo de viga que la sostenía se desplomó, cayendo justo donde ella estaba segundos antes. Roxana se apartó de un salto y miró hacia arriba. Las criaturas ya estaban en la abertura, sus ojos negros mirándolos con hambre.

—¡Corre! —gritó Joan.

Sin mirar atrás, se lanzaron a la carrera. El bosque era su única salvación.

Sombras entre los árboles

Las ramas les golpeaban el rostro mientras corrían entre los troncos retorcidos. Detrás de ellos, el sonido de los muertos no se detenía. Las criaturas los perseguían, moviéndose con una velocidad antinatural, sus cuerpos deformes deslizándose entre la maleza como si el bosque fuera parte de ellas.

—¡No vamos a poder mantener el ritmo! —jadeó Roxana.

Joan miró alrededor, buscando desesperadamente una salida. Entonces lo vio.

A la izquierda, entre la maleza espesa, un arroyo estrecho cortaba el camino. Si lo cruzaban, podrían confundir su rastro.

—¡Al agua!

Roxana lo entendió al instante. Cambiaron de dirección y se lanzaron al arroyo sin dudarlo. El agua estaba helada, pero no se detuvieron. Avanzaron rápido, sintiendo la corriente golpeando sus piernas.

Al otro lado, Joan trepó la orilla con esfuerzo y ayudó a Roxana a subir. Los gruñidos de los muertos sonaban cada vez más cerca.

—Escóndete —susurró él, arrastrándola tras un grupo de raíces expuestas.

Ambos se quedaron quietos, conteniendo la respiración.

Los sonidos de los muertos llegaron al arroyo. Las criaturas se detuvieron.

Se escucharon gruñidos bajos, sonidos de huesos crujiendo y respiraciones irregulares. Estaban buscando.

Roxana sintió cómo el corazón le golpeaba el pecho. Joan no se movió, su mano en la empuñadura de su espada, listo para pelear si era necesario.

Los segundos se hicieron eternos.

Las criaturas olfatearon el aire, inquietas. Uno de los espectros dio un paso en el agua. Su cuerpo se estremeció al contacto con el arroyo. El agua les afectaba.

Joan apretó los dientes. Si el agua era un problema para ellos, tal vez no podrían cruzar.

Uno de los muertos gruñó con furia y golpeó el suelo con los puños. Después de un momento, la horda comenzó a retirarse.

Esperaron hasta que los sonidos desaparecieron en la distancia. Solo entonces, Roxana se permitió soltar un suspiro tembloroso.

—Por poco... —murmuró.

Joan se pasó una mano por el cabello húmedo y miró hacia la oscuridad del bosque. Todavía no estaban a salvo.

—Tenemos que alejarnos más —dijo en voz baja.

Roxana asintió, poniéndose de pie con cuidado. Sus ropas estaban empapadas y el frío se filtraba en sus huesos, pero no había tiempo para quejarse.

Antes de seguir adelante, Joan miró hacia el campo de muerte que habían dejado atrás. La torre en ruinas aún se alzaba en la distancia, envuelta en niebla y sombras.

Lo que había ocurrido en ese lugar no había terminado.

Y de alguna manera, sabía que Nigrum no se detendría hasta encontrarlos.

—Sigamos —susurró Roxana.

Y con paso silencioso, desaparecieron en el bosque.

El sendero serpenteaba entre colinas bañadas por una luz dorada, como si el propio sol se derritiera sobre la hierba. Joan avanzaba con pasos saltarines, su cabello ondulando al viento, mientras señalaba cada detalle con entusiasmo. Roxana, en cambio, caminaba a su lado con elegancia glacial, sus ojos de hielo escudriñando el horizonte. Llevaba un abrigo azul oscuro que contrastaba con su piel pálida, y aunque su rostro era impasible, una chispa de curiosidad brillaba en su mirada al vislumbrar destellos de magia en el aire.

—¡Mira, Roxana! —exclamó Joan, deteniéndose frente a un puente de piedra arcoíris que surgía de la nada—. ¡Es el Puente de las Nubes! Dicen que lo construyeron dragones antiguos con aliento de estrellas.

Roxana alzó una ceja, estudiando la estructura que se elevaba hacia el cielo.

—¿Y si colapsa? —preguntó en voz baja, aunque sus dedos rozaron suavemente la superficie del puente, sintiendo el hormigueo de la magia ancestral.

—¡Jamás! —rió Joan, tomándola de la mano sin ceremonias—. ¡Confía! Además, los dragones vigilan desde arriba.

Al subir, el viento llevaba el aroma a azufre y flores silvestres. A lo lejos, la Academia de Jinetes de Dragones emergía entre nubes esmeralda: una fortaleza flotante con torres de cristal que reflejaban el cielo, conectadas por puentes colgantes de oro líquido. Estatuas de dragones de obsidiana custodiaban la entrada, sus ojos de rubíes siguiendo cada movimiento.

—Es... enorme —murmuró Roxana, conteniendo un suspiro. Su voz era suave, casi ahogada por el rumor de alas gigantescas. Un dragón de escamas turquesa pasó volando sobre ellas, lanzando un grito que resonó en los huesos.

Joan sonrió, notando la tensión en los hombros de su compañera.

—No temas —dijo, apoyando una mano en su espalda—. Aquí perteneces. Hasta los más fríos corazones encuentran su llama.

Al cruzar el umbral, un guardia con armadura grabada con runas las detuvo. Su dragón, una bestia de alas membranosas y ojos dorados, gruñó con curiosidad.

—¡Saludos, Kael! —saludó Joan, como si hablara con un viejo amigo—. Traigo a Roxana, la mejor hechicera de hielo que verás jamás.

El guardia asintió con respeto, y Roxana inclinó levemente la cabeza, evitando el contacto visual. Sin embargo, al pasar, susurró un "gracias" tan tenue que casi se lo llevó el viento.

Dentro, el patio central bullía de aprendices lanzando hechizos y dragones juveniles jugando con llamas controladas. Joan señaló una biblioteca flotante donde libros con alas revoloteaban, y Roxana no pudo evitar un leve asombro al ver un estanque donde nadaban serpientes de agua hechas de pura energía.

—¿Lo ves? —susurró Joan, acercándose—. Hasta el hielo tiene su lugar aquí.

Roxana esbozó una sonrisa fugaz, casi imperceptible.

—Quizás... —respondió, mientras observaba a un jinete domar un dragón de escarcha con varitas de ébano—. Pero no esperes que me ponga a cantar canciones de fogata.

Joan rió, su risa mezclándose con el eco lejano de un rugido.

—Con que dejes de fruncir el ceño cada vez que te llaman «amiga», es suficiente.

Mientras ascendían por una escalera de cristal hacia las salas de entrenamiento, el viento acarició sus rostros, llevando consigo promesas de desafíos y camaradería. Y aunque Roxana mantenía su postura impecable, algo en su corazón comenzaba a derretirse, gota a gota.

El gran portón de la Academia se cerró tras ellas con un sonido grave que resonó como un susurro de dragón dormido. Joan y Roxana se encontraron en un vestíbulo abovedado, donde las paredes de mármol negro brillaban con runas doradas que latían al ritmo de un corazón invisible. El aire olía a pergamino antiguo y a brasas humeantes, y bajo sus pies, el suelo de cristal translúcido revelaba un abismo de nubes movedizas y destellos de criaturas aladas que surcaban las profundidades.

—¡Bienvenidas al verdadero corazón de la Academia! —anunció una voz melodiosa.

Una mujer alta, vestida con una túnica plateada bordada con constelaciones, emergió de entre las sombras. Su cabello era una cascada de ceniza, y en sus hombros reposaba un pequeño dragón de escamas nacaradas, cuyos ojos brillaban con inteligencia milenaria.

—Soy Lyra, una de las Guardianas de los Archivos —dijo, inclinándose levemente—. Joan, ya conoces el camino... pero tú —sus ojos se posaron en Roxana—, eres la nueva semilla de hielo que todos esperan ver florecer.

Roxana mantuvo la compostura, aunque sus dedos se crisparon levemente.

—No soy una atracción —respondió, con voz firme pero educada—. Solo busco conocimiento.

Lyra sonrió, como si hubiera esperado esa respuesta.

—El conocimiento aquí no es estático —dijo, señalando un corredor donde libros flotantes trazaban espirales en el aire—. Te desafiará, igual que a los dragones que anhelan ser libres.

Joan, impaciente, tiró del brazo de Roxana.

—¡Espera hasta ver el Salón de los Ecos! ¡Allí los muros repiten tus pensamientos en idiomas antiguos!

Mientras avanzaban, pasaron junto a grupos de aprendices. Algunos susurraban al ver a Roxana, señalando sus ojos glaciales o el rastro de escarcha que dejaba sin querer en el suelo. Un joven con una capa verde se atrevió a acercarse:

—¿Eres la hechicera que congeló el lago de Eldoria? —preguntó, con mezcla de admiración y temor.

Roxana lo miró fríamente.

—Sí —contestó, sin detenerse—. Y todavía no lo he descongelado.

Joan soltó una carcajada, pero el silencio incómodo del aprendiz los siguió hasta que llegaron a un patio interior. Allí, un dragón de hielo, con alas translúcidas como vitrales y aliento que creaba cristales en el aire, estaba encadenado a un pilar. Su rugido era un lamento que hacía temblar los huesos.

—¿Por qué lo tienen prisionero? —preguntó Roxana, deteniéndose de golpe. Su voz, por primera vez, tembló levemente.

Lyra apareció a su lado, como si hubiera sido convocada por la pregunta.

—No es prisionero. Es un espejo —explicó—. Su furia solo se calma ante alguien que entienda su frío. ¿Te atreverías a acercarte?

Joan abrió la boca para protestar, pero Roxana ya caminaba hacia la bestia. Los aprendices contuvieron la respiración. El dragón se irguió, mostrando colmillos afilados, pero cuando Roxana extendió la mano, sin miedo, una gota de agua resbaló por su palma. No era un hechizo, sino un instinto.

El dragón inclinó su cabeza, tocando su frente con la nariz gélida de Roxana. Al contacto, un arcoíris de escarcha estalló alrededor de ambas, y las cadenas se desintegraron en polvo de diamante.

—Increíble... —murmuró Lyra—. Llevaba siglos esperando a alguien como tú.

Joan saltó de emoción, abrazando a Roxana por detrás.

—¡Lo sabía! ¡Eres un prodigio!

Roxana se liberó del abrazo con suavidad, pero esta vez, su sonrisa duró un segundo más.

—Fue... instintivo —admitió, observando sus manos, donde la escarcha danzaba como un animal domesticado.

Lyra se acercó al dragón, que ahora se enrollaba en el pilar como un gato satisfecho.

—Este lugar no solo entrena jinetes —dijo—, también cura las heridas de quienes creen no merecer ser entendidos.

Antes de que Roxana pudiera responder, un gong resonó en toda la Academia, haciendo vibrar el aire.

—Es la Ceremonia del Enlace —explicó Joan, emocionada—. ¡Donde los aprendices se unen a sus dragones! ¿Crees que...?

Roxana miró al dragón de hielo, cuyos ojos ahora reflejaban su propia determinación.

—No cantaré fogatas —advirtió, caminando hacia el sonido—. Pero quizás... acepte un compañero.

Mientras se adentraban en el salón principal, donde cientos de velas flotantes iluminaban dragones de todos los elementos, Joan susurró:

—¿Y si te toca un dragón que odie el frío?

Roxana esbozó una sonrisa casi traviesa.

—Lo descongelé.

Al fondo del salón, un anciano con una barba tejida de enredaderas levantó las manos, y el silencio cayó como un manto.

—Hoy —rugió—, el destino teje nuevos lazos. Que los dignos... den un paso al frente.

Joan empujó suavemente a Roxana hacia adelante. Y aunque el corazón de la hechicera latía con fuerza, el recuerdo del dragón de hielo le recordó que incluso el frío más intenso guarda secretos que valen la pena descubrir.

Joan, con su característica energía contagiosa, se adelantó y extendió los brazos como si estuviera presentando a una troupe de artistas. Roxana, aunque aún un tanto reservada, se mantuvo a su lado, observando con curiosidad a los cinco individuos que se acercaban. Eran un grupo diverso, cada uno con una presencia única, pero unidos por un aura de camaradería y confianza mutua.

—¡Roxana, déjame presentarte a mis compañeros! —exclamó Joan, con una sonrisa amplia—. Estos son los que me han aguantado en los entrenamientos y me han salvado de más de un lío. ¡Y créeme, hay muchos líos aquí!

El primero en acercarse fue un joven alto y delgado, con cabello castaño despeinado y ojos verdes que brillaban con una chispa de picardía. Llevaba una capa marrón con ribetes dorados y un brazalete de cuero en el que se podían ver runas grabadas.

—Este es Eamon —dijo Joan, dándole una palmada en el hombro—. Es nuestro experto en runas y estrategia. Si necesitas descifrar un texto antiguo o planear una batalla, él es tu hombre. Aunque a veces se distrae demasiado con sus propios experimentos.

Eamon sonrió con modestia y saludó a Roxana con una inclinación de cabeza.

—Un placer conocerte, Roxana. Joan no ha dejado de hablar de ti desde que llegaste. Espero que no te haya aburrido demasiado con sus historias.

—Solo un poco —respondió Roxana, con una ligera sonrisa que hizo reír al grupo.

La siguiente en presentarse fue una mujer de estatura media, con cabello negro corto y ojos oscuros que parecían penetrar hasta el alma. Su postura era firme y segura, y llevaba una armadura ligera de cuero reforzado con placas de metal. En su cintura colgaba una espada corta con una empuñadura adornada con gemas.

—Esta es Kaela —continuó Joan—. Nuestra guerrera más letal. Si hay que pelear, ella es la primera en la línea de fuego. Y no te dejes engañar por su seriedad, tiene bastante sentido del humor bastante... peculiar.

Kaela asintió con la cabeza, sin perder su expresión seria.

—Es un honor conocerte, Roxana. Joan dice que tienes un don único. Espero poder verlo en acción.

Roxana asintió, sintiendo una extraña conexión con la mirada intensa de Kaela.

El tercero en presentarse fue un hombre robusto, de hombros anchos y una sonrisa amplia que parecía iluminar su rostro. Su cabello rojizo estaba recogido en una coleta desordenada, y sus brazos musculosos estaban cubiertos de tatuajes que parecían moverse bajo la luz.

—Este es Torin —dijo Joan, dándole un golpecito en el brazo—. Nuestro experto en combate cuerpo a cuerpo y en romper cosas. Si necesitas derribar una puerta o derrotar a un ogro, él es tu mejor opción. Aunque a veces se emociona demasiado y termina rompiendo más de lo necesario.

Torin rió con una carcajada profunda y extendió una mano enorme hacia Roxana.

—¡Un placer, Roxana! Joan nos ha contado mucho de ti. Espero que no te asustes fácilmente, porque aquí las cosas pueden ponerse... intensas.

Roxana estrechó su mano con firmeza, notando la fuerza contenida en su apretón.

—No me asusto fácilmente —respondió, con una mirada desafiante que hizo reír a Torin.

La cuarta en presentarse fue una mujer de cabello rubio ondulado y ojos azules claros como el cielo. Su vestido era una mezcla de tela ligera y armadura, y llevaba un báculo de madera tallada con runas brillantes.

—Esta es Lira —dijo Joan, con un tono de admiración en su voz—. Nuestra sanadora y experta en magia curativa. Si alguien se lastima, ella es quien nos mantiene en pie. Y no te dejes engañar por su apariencia tranquila, tiene un carácter fuerte cuando es necesario.

Lira sonrió cálidamente y extendió una mano hacia Roxana.

—Es un placer conocerte, Roxana. Joan dice que tienes un don especial con el hielo. Espero que podamos aprender mutuamente.

Roxana asintió, sintiendo una extraña calma en la presencia de Lira.

Finalmente, el último en presentarse fue un joven de cabello oscuro y ojos grises, con una expresión tranquila pero alerta. Llevaba una túnica oscura con capucha y un cinturón lleno de bolsas y frascos. En su mano derecha sostenía un libro abierto, del cual parecía no querer separarse.

—Y este es Dain —dijo Joan, con un tono de complicidad—. Nuestro erudito y experto en pociones y alquimia. Si necesitas una poción para cualquier cosa, él es quien la prepara. Aunque a veces se pierde tanto en sus libros que olvida que existe el mundo exterior.

Dain sonrió tímidamente y cerró el libro con cuidado.

—Es un honor conocerte, Roxana. Joan ha hablado mucho de ti. Espero que podamos compartir conocimientos.

Roxana asintió, sintiendo una extraña afinidad con la curiosidad y la dedicación de Dain.

Joan, satisfecha con las presentaciones, se colocó en el centro del grupo y extendió los brazos.

—¡Y estos son mis compañeros! —anunció con orgullo—. Juntos hemos pasado por todo tipo de situaciones, y estoy segura de que contigo seremos aún más fuertes. ¿Qué dices, Roxana? ¿Te unes a nosotros?

Roxana miró a cada uno de ellos, sintiendo por primera vez desde su llegada a la Academia que quizás había encontrado un lugar donde podría encajar. Aunque aún guardaba cierta reserva, algo en su interior comenzaba a derretirse, como el hielo bajo el primer rayo de sol de la primavera.

—No prometo ser fácil de tratar —dijo finalmente, con una sonrisa leve pero genuina—. Pero si están dispuestos a aguantar, quizás pueda aprender algo de ustedes.

El grupo estalló en risas y comentarios animados, y Joan abrazó a Roxana con entusiasmo.

—¡Eso es lo que me gusta oír! —exclamó—. ¡Bienvenida al equipo, Roxana!

Mientras el grupo se dirigía hacia el salón principal para la Ceremonia del Enlace, Roxana sintió que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola. Y aunque el camino por delante estaría lleno de desafíos, algo le decía que, con estos compañeros a su lado, podría enfrentarlos todos.

El salón principal de la Academia estaba abarrotado de aprendices, tanto nuevos como veteranos, todos reunidos para la Ceremonia del Enlace. El ambiente era eléctrico, lleno de murmullos de emoción y expectación. Las velas flotantes iluminaban el vasto espacio, proyectando sombras danzantes en las paredes de mármol negro. Los dragones, de todos los tamaños y colores, se alineaban en los laterales del salón, observando con ojos curiosos a los aprendices que pronto podrían convertirse en sus compañeros.

Roxana, junto a Joan y su grupo, se abría paso entre la multitud. Mientras avanzaban, no pudo evitar notar la variedad de atuendos que llevaban los aprendices. Cada uno parecía representar no solo su personalidad, sino también su afiliación a diferentes grupos o especialidades dentro de la Academia.

—Joan —dijo Roxana, bajando la voz para no ser escuchada por los demás—, ¿por qué hay tantos colores y estilos diferentes en las ropas de los aprendices? ¿Significan algo?

Joan sonrió, emocionada por la pregunta.

—¡Ah, es una de las cosas más interesantes de la Academia! —exclamó—. Los colores y los diseños de las ropas indican a qué grupo o especialidad pertenece cada jinete. Es como una forma de identificación, pero también de orgullo. ¿Quieres que te explique?

Roxana asintió, intrigada. Joan señaló discretamente a varios grupos de aprendices mientras explicaba.

—Mira, aquellos con túnicas azules y plateadas, como la que llevaba Lyra, son los Guardianes de los Archivos. Son expertos en conocimiento antiguo, runas y magia teórica. Suelen ser más tranquilos y reservados, pero no te dejes engañar, son increíblemente poderosos.

Roxana observó a un grupo de aprendices con túnicas azules que conversaban en voz baja, sosteniendo libros y pergaminos. Sus ropas parecían estar tejidas con hilos que brillaban como estrellas.

—Luego están los que llevan túnicas verdes y marrones —continuó Joan, señalando a otro grupo—. Son los Exploradores y Cazadores. Son expertos en rastreo, supervivencia y combate en entornos naturales. Si necesitas encontrar algo o alguien en medio de un bosque o una montaña, ellos son los mejores.

Roxana vio a un joven con una capa verde oscuro y un arco colgado en la espalda. Sus ojos parecían estar siempre alerta, como si estuviera listo para saltar a la acción en cualquier momento.

—¿Y esos con túnicas rojas y doradas? —preguntó Roxana, señalando a un grupo que parecía estar lleno de energía y risas.

—Ah, esos son los Guerreros del Fuego —respondió Joan, con una sonrisa—. Son especialistas en combate directo y magia ofensiva. Les encanta la acción y son un poco... imprudentes, pero son leales y valientes. Torin, por ejemplo, está en ese grupo.

Roxana asintió, recordando la personalidad exuberante de Torin. No le sorprendía que perteneciera a ese grupo.

—Luego están los que llevan túnicas blancas y plateadas —continuó Joan, señalando a un grupo más pequeño y tranquilo—. Son los Sanadores y Protectores. Se especializan en magia curativa y defensiva. Lira es una de ellos. Son esenciales en cualquier misión, ya que mantienen a todos con vida.

Roxana observó a Lira, quien estaba conversando con otros sanadores. Su túnica blanca brillaba suavemente, como si estuviera impregnada de luz.

—¿Y esos con túnicas negras y grises? —preguntó Roxana, notando a un grupo que parecía mantenerse al margen, observando todo con miradas penetrantes.

—Ah, esos son los Sombras —dijo Joan, bajando la voz un poco—. Son expertos en sigilo, espionaje y magia oscura. No son muy sociables, pero son increíblemente útiles cuando se trata de obtener información o infiltrarse en lugares peligrosos. Dain tiene algunas habilidades similares, aunque no es parte de su grupo.

Roxana asintió, sintiendo una extraña fascinación por los Sombras. Su presencia era misteriosa y un tanto intimidante.

—¿Y nosotros? —preguntó Roxana, mirando su propia ropa y la de Joan—. ¿A qué grupo pertenecemos?

Joan sonrió con orgullo.

—Nosotros somos los Elementales —dijo—. Nuestras túnicas son de colores variados, dependiendo de nuestro elemento principal. Mira, yo llevo tonos dorados y naranjas porque mi dragón está vinculado al fuego. Tú, con tu conexión con el hielo, probablemente llevarás tonos azules y plateados. Los Elementales somos versátiles y nos especializamos en la magia elemental. Somos como el puente entre los diferentes grupos.

Roxana miró su propia ropa, notando los detalles azules y plateados que comenzaban a aparecer, como si estuvieran respondiendo a su presencia. Se sintió extrañamente cómoda con la idea de pertenecer a ese grupo.

—Es fascinante —murmuró Roxana, observando a todos los aprendices a su alrededor—. Cada grupo tiene su propio propósito, pero todos están conectados por un objetivo común.

—Exacto —dijo Joan, con una sonrisa—. Aquí todos tenemos un papel que desempeñar, y juntos formamos un equipo increíble. Y ahora, con tú aquí, seremos aún más fuertes.

En ese momento, el anciano con la barba tejida de enredaderas levantó las manos, y el salón se sumió en un silencio expectante.

—¡Que comience la Ceremonia del Enlace! —anunció, con una voz que resonó en todo el salón—. Que los dignos den un paso al frente.

Joan empujó suavemente a Roxana hacia adelante, y aunque su corazón latía con fuerza, Roxana sintió una determinación que no había sentido antes. Miró hacia atrás y vio a Joan y su grupo sonriendo, apoyándola. Luego, miró hacia el frente, donde el dragón de hielo la esperaba, sus ojos reflejando una confianza inquebrantable.

—Vamos —murmuró Roxana, avanzando con paso firme—. Es hora de ver qué destino nos espera

El salón, que momentos antes había sido una maraña de voces y risas, ahora estaba en un absoluto silencio. Los aprendices, de todas las edades y niveles, estaban alineados con los ojos fijos en la entrada, esperando lo que solo podían imaginar. Cuando las enormes puertas se abrieron, el aire mismo pareció tensarse, como si todo el espacio hubiera retenido la respiración. Ryuu avanzó con paso lento pero firme, su presencia tan imponente que hasta los murmullo más suave se apagaba ante su llegada. A pesar de su edad, la figura del anciano era erguida, casi majestuosa. Su barba larga y enredada no solo era de un blanco inmaculado, sino que estaba tejida con enredaderas que se movían de manera casi imperceptible, como si estuvieran vivas. Los símbolos dorados de su túnica brillaban con un resplandor suave, como si las estrellas mismas hubieran decidido reposar sobre su ropa.

Los ojos de Ryuu, de un gris tormentoso, recorrieron la sala. No se trataba solo de una mirada de observación, sino de una que parecía leer cada rincón del alma de los presentes,escudriñando sus miedos, sueños y esperanzas.

—Aprendices —dijo Ryuu con voz grave, tan profunda que parecía resonar en las paredes—, hoy no solo celebramos la Ceremonia del Enlace. Hoy, anuncio algo que pondrá a prueba vuestra valía, vuestra dedicación y vuestra conexión con las criaturas que habitan este mundo.

El silencio se volvió aún más denso. Cada aprendiz contenía la respiración, cada uno esperando las palabras que vinieran a continuación. Roxana, en la primera fila, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en Ryuu que la llenaba de respeto, pero también de una extraña inquietud.

Ryuu continuó, su voz como un trueno distante.

—Dentro de dos semanas, las criaturas más poderosas y antiguas de nuestro mundo despertarán. El Lobo de las Sombras, la Serpiente de Cristal, y otras bestias legendarias que han dormido durante siglos. Estas criaturas son diferentes a los dragones con los que estáis familiarizados. Son seres de un poder primigenio, capaces de elegir a sus compañeros con una sabiduría que trasciende el tiempo.—

Un murmullo de asombro recorrió la sala. Los aprendices se miraban unos a otros, la emoción y la incredulidad grabadas en sus rostros.

—Sin embargo —dijo Ryuu levantando una mano, y el murmullo se apagó inmediatamente—, no todos seréis elegidos. Estas criaturas son selectivas, y solo aquellos que demuestren ser dignos de su confianza recibirán su poder. Por eso, debéis entrenar como nunca antes lo habéis hecho. No solo en el manejo de vuestros poderes, sino también en la comprensión de vuestro propio ser. La fuerza bruta no es suficiente; lo que buscan es equilibrio, determinación y un corazón puro.

Las palabras de Ryuu calaron hondo en el corazón de Roxana. No podía evitar recordar la mirada del dragón de hielo que había cruzado con ella tiempo atrás.

¿Sería capaz de conectar con una criatura aún más poderosa, o su frío interior sería un obstáculo insuperable?

Joan, que estaba a su lado, apretó el puño con entusiasmo. Su rostro brillaba de emoción.—¡Esto es increíble! —susurró—. ¡Imagina ser elegido por una de esas criaturas! Sería cómo... ¡convertirse en leyenda!

Roxana asintió, aunque su mente estaba llena de dudas. Sin embargo, no pudo evitar sentir una chispa de excitación al imaginar lo que podría ser.

—Durante las próximas dos semanas —continuó Ryuu, su mirada ahora fija en todos—, los entrenamientos serán intensos. Los Guardianes de los Archivos, los Sanadores, los Guerreros del Fuego y todos los demás grupos trabajarán juntos para prepararos. No habrá lugar para la rivalidad ni la arrogancia. Solo el trabajo en equipo y la humildad os conducirán al éxito.

El anciano hizo una pausa, mirando de manera directa y profunda a Roxana. Parecía que había percibido sus pensamientos, como si pudiera leer su alma.

—Y a ti, Roxana —dijo, haciendo que todos los ojos de la sala se volvieran hacia ella—, te espera un desafío único. Tu conexión con el hielo no es solo un don, sino una responsabilidad. Las criaturas antiguas sentirán tu presencia, y algunas verán en ti un reflejo de su propia esencia. Prepárate, porque tu camino será tan glorioso como peligroso.

Roxana sintió que el peso de sus palabras caía sobre ella como una losa. Era una responsabilidad inmensa, y a la vez, un desafío que no sabía si estaba lista para afrontar. Sin embargo, algo en su interior despertó. Una chispa de determinación que la empujaba a seguir adelante.

—Entendido —respondió, con una voz más firme de lo que esperaba, incluso sorprendida por su propia seguridad.

Ryuu esbozó una ligera sonrisa, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Muy bien —dijo, volviendo a dirigirse al grupo en general—. Que comience el entrenamiento. Recordad, dentro de dos semanas el destino os llamará. Aseguraos de estar listos.

Con esas palabras, Ryuu se dio la vuelta y salió del salón, dejando tras de sí una atmósfera cargada de emoción y anticipación. Los murmullos comenzaron a levantarse nuevamente, pero esta vez no eran de desconcierto, sino de emoción contenida.

Joan, con una sonrisa ancha, se volvió hacia Roxana.— ¡Esto es increíble, Roxana! —exclamó—. ¡Tienes que entrenar con nosotros! Entre todos, te ayudaremos a prepararte. ¿Qué dices?

Roxana miró a su alrededor. Eamon, Kaela, Torin, Lira y Dain la miraban, todos con rostros que reflejaban una mezcla de entusiasmo y compromiso genuino. No solo estaban ofreciendo su apoyo, sino que querían que ella fuera parte del equipo.

Roxana, con una leve sonrisa en los labios, asintió.—Está bien —dijo, su tono más suave pero lleno de determinación—. Entrenamos juntos. Pero no esperéis que sea fácil.

Torin, con una gran carcajada, respondió rápidamente.

—¡Eso es lo que me gusta oír! —dijo—. Si no es difícil, no vale la pena.

El grupo se rió y, por un momento, Roxana sintió que estaba rodeada de amigos verdaderos. Aunque el camino que se avecinaba sería arduo, no lo afrontaba sola. Con ellos a su lado, sentía que podría enfrentarse a lo que fuera. Mientras salían del salón, rumbo a los campos de entrenamiento, Roxana levantó la mirada hacia el cielo. Las nubes comenzaban a teñirse de dorado y naranja con la puesta del sol, como si todo el universo la estuviera observando. En dos semanas, su vida podría cambiar para siempre. Pero esta vez, estaba decidida a estar lista.

El Night Oath Ceremony, o Ceremonia del Juramento Nocturno, era un evento solemne y mágico que marcaba el inicio oficial de la vida en la Academia para los nuevos aprendices. Se llevaba a cabo en el Gran Atrio, un espacio abierto bajo el cielo estrellado, iluminado por antorchas de fuego azul que flotaba suavemente en el aire. Los aprendices, vestidos con sus túnicas ceremoniales, formaban filas ordenadas mientras esperaban su turno para recibir las llaves que les asignaron sus habitaciones y, en muchos casos, a sus compañeros de cuarto.

Roxana se encontraba al final de la fila, observando cómo uno tras otro los aprendices avanzaban hacia el frente, donde un encargado de aspecto severo, con una túnica gris y un báculo de ébano, entregaba las llaves. Cada llave era única, con diseños intrincados que parecían brillar con una luz tenue, y cada una llevaba grabado el nombre del aprendiz y el número de su habitación. Algunos recibían dos llaves, lo que significaba que compartirán su espacio con otro compañero. Otros, aquellos que ya habían formado un vínculo con un dragón, recibían una llave especial, más grande y adornada con runas doradas, que simboliza su unión con su compañero alado.

Joan, que estaba unos lugares delante de Roxana, recibió su llave con una sonrisa radiante. Era una llave doble, lo que significaba que compartiría habitación con otra aprendiz. Volvió hacia atrás y le hizo un gesto animado a Roxana.

—¡No te preocupes, Roxana! —dijo en voz baja—. Seguro que te toca alguien genial. ¡O quizás te dan una habitación solo para ti!

Roxana asintió, tratando de mantener la compostura, pero en el fondo sentía una punzada de ansiedad. A diferencia de los demás, ella no tenía un dragón, ni siquiera un compañero de cuarto asignado. Era la única en la fila que parecía no encajar del todo.

Cuando finalmente llegó su turno, el encargado la miró con una expresión impasible. Sus ojos, de un gris frío como la piedra, escudriñaron a Roxana como si estuviera evaluando su valía. Luego, sin decir una palabra, revisó un pergamino que flotaba frente a él, sus dedos recorriendo los nombres y las asignaciones.

—Roxana de The Western Wastes—dijo finalmente, con una voz neutra—. No tienes asignación de habitación en este momento.

Un murmullo de sorpresa recorrió la fila detrás de ella. Roxana sintió que el calor subía a sus mejillas, pero mantuvo la cabeza en alto, tratando de no mostrar su incomodidad.

—¿Por qué? —preguntó, con una voz más firme de lo que esperaba.

El encargado la miró de nuevo, y esta vez Roxana notó un destello de algo en sus ojos. ¿Era compasión? ¿O simplemente indiferencia?

—No hay un compañero disponible para ti en este momento —explicó—. Y dado que no has formado un vínculo con un dragón, no podemos asignarte una de las habitaciones especiales. Deberás esperar hasta que llegue un nuevo aprendiz o hasta que alguien más sea reasignado. Mientras tanto, se te proporcionará un alojamiento temporal.

Roxana asintió lentamente, sintiendo un nudo en el estómago. No era que le importa compartir habitación, pero la idea de ser la única sin un lugar fijo la hacía sentir aún más fuera de lugar. Joan, que había estado escuchando, se acercó y le puso una mano en el hombro.

—No te preocupes, Roxana —dijo, con un tono reconfortante—. Seguro que pronto llegará alguien nuevo. Y mientras tanto, ¡siempre puedes pasar tiempo con nosotros!

Roxana sonrió débilmente, agradecida por el apoyo de Joan. Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de soledad al ver cómo los demás aprendices se alejaron, riendo y conversando, con sus llaves en mano y sus compañeros a su lado.

El encargado le entregó una llave sencilla, sin adornos, que brillaba con una luz tenue.

—Esta es para tu alojamiento temporal —dijo—. Está en el ala oeste, cerca de los archivos. Es un lugar tranquilo, adecuado para la reflexión y el estudio.

Roxana tomó la llave, sintiendo su peso frío en la palma de su mano. Asintió en silencio y se alejó de la fila, dirigiéndose hacia el ala oeste de la Academia. Mientras caminaba por los pasillos iluminados por la luz de la luna, no pudo evitar sentir que su camino era diferente al de los demás. No tenía un dragón, ni un compañero de cuarto, ni siquiera un lugar fijo al que llamar hogar. Pero, en lugar de dejarse abrumar por la tristeza, sintió que una determinación silenciosa crecía dentro de ella.

—Está bien —murmuró para sí misma, apretando la llave—. No necesito un dragón ni un compañero para demostrar mi valía. Lo haré por mí misma.

Cuando llegó a su habitación temporal, abrió la puerta y entró en un espacio pequeño pero acogedor. Había una cama sencilla, un escritorio con un libro abierto y una ventana que daba a los jardines de la Academia. En el aire flotaba un suave aroma a hierbas y madera vieja.

Me senté en el borde de la cama y miré por la ventana. Las estrellas brillaban en el cielo, y en la distancia podía ver las siluetas de los dragones volando en círculos, sus alas reflejando la luz de la luna.

—Quizás no tengas un dragón todavía —susurró, dirigiendo sus palabras al cielo—, pero eso no significa que no lo tendrás. Y cuando llegue el momento, estaré lista.

Con esa determinación en su corazón, Roxana se preparó para descansar, sabiendo que el camino por delante estaría lleno de desafíos, pero también de oportunidades. Y esta vez, estaba decidida a no dejar que nada ni nadie la detuviera.

La habitación de Roxana estaba sumida en un silencio reconfortante, solo interrumpido por el suave crujir de las hojas de los árboles del jardín que se mecían con la brisa nocturna. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando el espacio con un brillo plateado que hacía que todo pareciera más tranquilo, más mágico. Roxana estaba sentada en el borde de la cama, sosteniendo la llave de su habitación entre sus manos, perdida en sus pensamientos, cuando de repente escuchó un golpe suave en la puerta.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió lentamente, revelando a una anciana de cabello blanco como la nieve, recogido en un moño desordenado. Sus ojos, de un azul intenso y llenos de sabiduría, brillaban con una chispa de curiosidad. Llevaba una túnica larga de color morado oscuro, con bordados dorados que parecían moverse bajo la luz de la luna. En sus manos sostenía un rollo de pergamino y un paquete envuelto en tela negra.

—Roxana —dijo la anciana, con una voz suave pero firme—. Soy Maggie. Vengo a entregarte algo que necesitarás.

Roxana se puso de pie de inmediato, sintiendo una mezcla de respeto y curiosidad. Maggie entró en la habitación con paso tranquilo, como si flotara sobre el suelo. Colocó el paquete sobre la cama y desenrolla el pergamino, escaneando rápidamente la lista de nombres que aparecían en él.

—Sí, aquí estás —murmuró para sí misma, señalando un nombre con su dedo arrugado—. Roxana, aprendiz sin compañero de dragón, pero con un potencial que no puede ser ignorado.

Roxana arqueó una ceja, intrigada.

—¿Potencial? —preguntó, tratando de mantener la compostura.

Maggie la miró con una sonrisa astuta.

—No necesitas un dragón para demostrar tu valía, niña. A veces, el poder más grande reside en aquellos que caminan solos. Pero eso no significa que no debas estar preparada.

La anciana desató el paquete con movimientos ágiles, revelando un conjunto de ropas de jinete que brillaban bajo la luz de la luna. Roxana contuvo el aliento al verlas. Eran completamente negras, desde la camisa ajustada hasta los pantalones cortos que llegaban hasta los muslos. Las botas, de tacón alto y con calcetines negros que llegaban hasta la rodilla, parecían hechas a medida. Un cinturón ancho rodeaba la cintura, con dos correas adicionales que cruzaban los muslos, cada una con un pequeño cuchillo estratégicamente colocado. En el cinturón principal había espacio para una espada, que también estaba incluida: una hoja delgada y elegante, perfecta para movimientos rápidos y precisos.

—Esto es para ti —dijo Maggie, extendiendo las ropas hacía Roxana—. Mañana a las dos de la tarde tendrás tu primer combate de entrenamiento. Necesitarás estar preparada.

Roxana tomó las ropas con cuidado, sintiendo la textura suave pero resistente de la tela. Era un conjunto que combinaba elegancia y funcionalidad, diseñado para alguien que necesitaba moverse con libertad y precisión.

—¿Un combate? —preguntó Roxana, tratando de ocultar la sorpresa en su voz—. ¿Contra quién?

Maggie sonrió, pero esta vez había un brillo de complicidad en sus ojos.

—Eso lo descubrirás mañana. Por ahora, céntrate en probarte estas ropas y asegurarte de que te sientas cómoda. La libertad en el combate comienza con la comodidad en la vestimenta.

Sin esperar una respuesta, Maggie dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un suave chasquido. Roxana se quedó sola de nuevo, sosteniendo las ropas negras en sus manos.

Después de un momento de indecisión, decidió probarlas. Se quitó su túnica actual y comenzó a vestirse con el nuevo atuendo. La camisa ajustada se adapta perfectamente a su torso, permitiéndole moverse con facilidad. Los pantalones cortos eran cómodos y no restringen sus movimientos, mientras que las botas de tacón alto le daban una sensación de poder y elegancia. El cinturón y las correas se ajustaban como si hubieran sido hechos específicamente para ella, y los pequeños cuchillos estaban colocados en lugares estratégicos para un acceso rápido.

Roxana se miró en el espejo que colgaba de la pared y no pudo evitar sonreír. La figura que veía reflejada era la de alguien seguro, alguien listo para enfrentar cualquier desafío. Se sintió libre, sin etiquetas, sin restricciones. Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió definida por lo que le faltaba, sino por lo que podía lograr.

—Esto es increíble —murmuró, girando para admirar el conjunto desde todos los ángulos—. Me siento... diferente. Me siento yo.

Se acercó a la ventana y miró hacia el jardín, donde las sombras de los árboles bailaban bajo la luz de la luna. Mañana sería su primer combate, y aunque no sabía contra quién se enfrentaría, sabía que estaría lista. Con estas ropas, con esta sensación de libertad, sentía que podía enfrentarse a cualquier cosa.

—Mañana a las dos —dijo en voz baja, como si estuviera haciendo una promesa a sí misma—. Estaré lista.

Y con esa determinación, Roxana se preparó para la noche, sabiendo que el amanecer traería consigo un nuevo desafío, y tal vez, una nueva oportunidad para demostrar de qué estaba hecha.