—No soy alguien a quien puedas comprar con tu dinero —declaró Myra en la habitación vacía. Sus ojos eran feroces y sus palabras estaban llenas de absoluta determinación.
Los «sobornos» apilados en la cama, dados por la familia Everest como «regalos», le hacían arder los ojos. Sin embargo, terminó de hacer su equipaje y salió de la habitación.
Nora, que ya la estaba esperando afuera, ya no lloraba. Pero sus ojos estaban hinchados y abultados. Debido a todo ese lamento y sollozos, su nariz tenía un ligero tono rojizo. Intentó tomar la mano de Myra para guiarla, pero esta última esquivó su movimiento, no dejó que Nora la tocara.
Simplemente levantó las cejas y dijo:
—Solo, guía el camino.
Los labios de Nora formaron una línea delgada pero se abstuvo de decir algo, obedeció y sin decir nada en respuesta comenzó a caminar delante de Myra, con la cabeza aún baja.