Cruzando La Línea

—¿Orgullo? —se burló Dante, apartándose del hombre en el espejo—. Tendrás que hacerlo mejor que eso. Ya no creo precisamente en cuentos de hadas. Y menos aún en Los Siete Pecados Capitales.

—Deberías —respondió Orgullo encogiéndose de hombros—. Nosotros creemos en ti. Además, moriste y renaciste. ¿Qué no deberías creer? Lástima que no te enviaran al Infierno; habría sido agradable conocerte en persona, por así decirlo.

Dante se dio la vuelta y estudió al hombre. Casi se parecía a...

—¿Conoces a René Lapierre? —preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado—. Cuando conocí a Lapierre por primera vez, el hombre había admitido tener voces en su cabeza. Así fue como logró encontrar al jefe de Dante en primer lugar.

—Sí —admitió Orgullo con un rígido asentimiento—. Pero digamos que tuvimos un desacuerdo. Ahora, necesito encontrar otro... recipiente.