Dejando escapar un largo suspiro, me dejé crecer mientras mi cabello se soltaba de las coletas en las que lo mantenía. En lugar del vestido que solía usar, me cambié al último vestido que había visto en Luci... el negro con la abertura hasta el muslo y la manga en un brazo.
No tenía sus tatuajes; en cambio, mostraba mis cicatrices y mis grapas, un testimonio de la dura vida que he vivido hasta ahora. Antes, cuando no entendía lo que estaba pasando, odiaba esas cicatrices... Las veía como una debilidad por lo que había permitido que otros me hicieran.
Pero ahora era mayor... o al menos entendía mejor las cosas.
Las cicatrices no eran señal de debilidad sino de fortaleza.
Mucha gente no habría podido sobrevivir a lo que yo había sobrevivido, y ahora llevaba mis cicatrices como trofeos, incluida la que me bisecaba el rostro.
Obispo ya no estaba mirando la versión humana de mí misma, sino la persona que era por dentro... Lucifer.