El año 1325 del Imperio Valtherion. Una grieta en el cielo. Eso fue todo lo que los habitantes del reino vieron antes de que todo cambiara.
Era una noche sin luna, cuando las estrellas brillaban más que nunca, un portal apareció. Nadie había visto algo así. Los cielos se abrieron como una herida, dejando escapar una luz cegadora. No fue un relámpago ni una tormenta mágica. Fue algo mucho más profundo, algo que no tenía lugar en este mundo. Una brecha hacia lo desconocido.
Los magos más sabios de Valtherion, que durante generaciones habían dedicado sus vidas al estudio de la magia y los reinos, sintieron la perturbación en sus corazones. Algo había cambiado. Algo había despertado.
Aethar, el Guardián de los Reinos, el dios que velaba por el equilibrio entre los mundos, se encontraba ante el mayor de los dilemas. Durante siglos, había mantenido cerradas las puertas entre las dimensiones, temeroso de lo que podría escapar de ellas. Sin embargo, su curiosidad fue más fuerte que su prudencia. Los secretos del cosmos lo llamaban, y no pudo resistirse a abrir una puerta hacia lo prohibido, un lugar más allá de cualquier comprensión.
Lo que emergió no fue lo que él esperaba. El portal no trajo conocimiento, ni poder divino. Lo que trajo fue oscuridad, pura y destructiva.
Hordas Sombrías. Monstruos cuyo único propósito era devorar todo a su paso. Criaturas nacidas de la pura oscuridad, con ojos vacíos que reflejaban el vacío mismo. No había magia que pudiera detenerlas, ni fuerza que pudiera igualarlas. Eran como un cáncer, una plaga que se extendía sin cesar.
Al abrir el portal, Aethar había desatado una catástrofe. Las tierras de Valtherion, que una vez fueron prósperas, fueron reducidas a ruinas. Las mazmorras comenzaron a aparecer, portales inestables que se multiplicaban por todo el reino, liberando más monstruos y fragmentos de esa energía maligna. Las criaturas salían de las grietas, y no solo los monstruos, sino también poderes oscuros que corrompían la magia misma, distorsionándola.
El reino entero entró en caos.
En medio de esta desesperación, cuando las fuerzas del mal parecían imbatibles, un hombre surgió del polvo. No era un mago ni un guerrero entrenado con espadas. Era un luchador, único en su tipo. Su única arma eran sus puños, su cuerpo forjado a base de años de entrenamiento y voluntad inquebrantable. Su nombre resonaba en el aire como una leyenda naciente: Jin Seokhyun.
Nadie sabía de dónde había venido, ni qué fuerzas lo habían traído hasta allí, pero todos reconocieron que, cuando el reino de Valtherion lo necesitaba más, él apareció.
Con una habilidad incomparable, Jin Seokhyun luchaba contra las hordas de monstruos, desintegrando todo lo que tocaba con sus golpes. Cada puñetazo que lanzaba parecía resonar con la energía del propio mundo, como si la tierra misma se alzara junto a él. Su poder no solo era físico; en sus puños había algo más, un poder antiguo que despertó con la llegada de los portales.
Desesperado por restaurar el equilibrio, Aethar trató de cerrar lo que había abierto, pero era demasiado tarde. Los portales seguían expandiéndose. El mundo estaba condenado.
Solo entonces, en su agonía, Aethar comprendió lo peor: los portales no se podían cerrar, ni siquiera por él. Solo los cazadores aquellos con un poder especial otorgado por la misma energía oscura podían enfrentarse a la marea de monstruos y cerrar los portales.
Y así comenzó la Unión del Portal, una alianza de reinos que juró proteger Valtherion y cerrar los portales. Pero la verdad era simple: en cada portal, en cada mazmorras, la oscuridad se fortalecía.
El tiempo no perdona, y los cazadores se convirtieron en las últimas esperanzas. Pero incluso ellos, como todos los demás, desconocen que el mayor enemigo aún se esconde en las sombras.
Cinco años habían pasado desde que el caos se desató en Valtherion. Los portales seguían abriéndose, pero ahora había una esperanza. En el corazón de las mazmorras, donde los monstruos eran más fuertes y las criaturas más temibles, Jin Seokhyun y su equipo seguían luchando, cerrando uno tras otro. A su lado, su mejor amigo, Jung Minho, un guerrero cuya fuerza rivalizaba con la suya, nunca lo había dejado solo en la batalla. Juntos, habían recorrido infinidad de mazmorras, enfrentándose a monstruos que desbordaban toda lógica.
Hoy, sin embargo, se encontraba ante lo que parecía ser su última misión: la torre del Abismo, una mazmorras tan legendaria que muchos creían que era solo una leyenda. Pero no lo era. Y ellos debían ser los encargados de cerrarla, o el reino de Valtherion caería en una oscuridad aún más profunda.
Con ellos estaban dos aliados más. Rina Valderis, una maga de sangre noble, cuyo poder era suficiente para cambiar el curso de cualquier batalla, y Kane Drakson, el tanque de la expedición, un enano cuya resistencia era tan férrea como el acero que forjaba.
El grupo avanzaba, sus pasos resonando en las paredes de la torre, sus respiraciones lentas y pesadas. El aire en la mazmorras era espeso, cargado de magia oscura. Jin Seokhyun no necesitaba hablar; sus ojos lo decían todo. El enemigo estaba cerca. Cada paso era crucial. La sala del jefe se encontraba al final del pasillo, tras unas grandes puertas forjadas en un metal negro como la noche.
Mientras caminaban, las palabras de sus amigos flotaban en el aire, como un murmullo entre la tensión.
Minho fue el primero en romper el silencio.
Minho: Esta será la última. Después de esto, el reino será libre. Lo prometo, Seokhyun, terminará aquí.
Su voz era firme, pero sus ojos reflejaban una sombra de duda.
Rina caminó a su lado, la varita en su mano brillando débilmente, como si quisiera disipar la oscuridad que los rodeaba.
Rina: ¿Y si esto es solo el principio? Cada mazmorras que cerramos parece abrir otra más grande. No podemos pensar que esta es la última.
Sus palabras eran un susurro, pero todos en el grupo las escucharon.
Kane, siempre el pragmático, se adelantó un paso, su pesada armadura haciendo eco con cada movimiento.
Kane: Lo que sea que haya tras esas puertas, estamos listos. Es ahora o nunca. Si caemos, que sea luchando.
Su tono era grave, pero lleno de determinación.
El grupo llegó finalmente a las puertas de la sala del jefe. Un silencio pesado cayó sobre ellos. Jin Seokhyun miró a sus compañeros por un momento. No necesitaba palabras. Sabía lo que pensaban y sentían cada uno de ellos. Esta era la última batalla. Y aunque no lo dijeran en voz alta, todos temían que algo mucho peor esperara al otro lado de esas puertas.
Con una última mirada entre ellos, Seokhyun levantó su puño, mostrando su determinación.
Jin Seokhyun: Cerraremos el portal. No importa lo que venga. Juntos, como siempre.
La magia brilló en los ojos de Rina, Minho asintió con fuerza, y Kane apretó su hacha con ambas manos.
Con un gruñido de esfuerzo, Seokhyun empujó las puertas hacia atrás. La oscuridad se desató, pero ellos estaban listos.
El aire estaba cargado de energía oscura. Las puertas de la sala del jefe se abrieron con un crujido pesado, revelando una oscuridad impenetrable más allá de ellas. El grupo estaba listo para enfrentarse a lo que fuera que estuviera allí, pero nadie esperaba lo que sucedería a continuación.
Jin Seokhyun dio el primer paso hacia el interior, seguido de Jung Minho, Rina Valderis, y Kane Drakson. Pero al cruzar el umbral, un grito desgarrador rompió el aire. Minho giró con una rapidez inesperada, desenvainando una espada que brillaba con una energía siniestra. El filo de la espada tenía una extraña luz roja, casi como si estuviera viva.
Jin Seokhyun: ¡No!
Jin Seokhyun apenas pudo reaccionar antes de que Jung Minho lo atacara con un movimiento brutal, la espada demoniaca atravesando su abdomen. La espada brilló con un resplandor maldito, dejando que una magia oscura se desbordara en el aire.
Jin Seokhyun cayó al suelo, la sangre brotando de su herida, y lo único que pudo hacer fue mirar a su mejor amigo, quien estaba ahora parado frente a él, una sonrisa torcida en su rostro.
Jin Seokhyun: Minho
La voz de Seokhyun se quebró, la incredulidad y el dolor inundándolo. Minho, su amigo de toda la vida, el que había peleado a su lado, el que había sido su hermano, lo había traicionado.
Jin Seokhyun: ¿Por qué?
Su voz era un susurro de desesperación, pero Minho solo lo miró, los ojos vacíos de cualquier remordimiento.
Jung Minho: Porque el reino está condenado. Tú no lo entiendes, Seokhyun. Los portales nunca desaparecerán. Todos caerán, incluso tú...
Las palabras de Minho fueron como dagas lanzadas directamente a su corazón, pero Seokhyun apenas tenía fuerzas para procesarlas.
Antes de que pudiera reaccionar, la sala se llenó de sombras. De las grietas oscuras en las paredes surgieron entes sombríos, criaturas que no pertenecían a este mundo. Su forma fluctuaba entre la niebla, pero sus ojos rojos brillaban como brasas, hambrientos de carne humana.
Kane y Rina, que habían estado vigilando la puerta, no pudieron hacer nada. En un abrir y cerrar de ojos, los monstruos se abalanzaron sobre ellos, desgarrando sus cuerpos con garras afiladas y colmillos. El tanque fue destrozado, su hacha cayendo inerte al suelo. Rina, la maga, apenas tuvo tiempo de levantar un hechizo antes de ser arrebatada por las sombras. Ambos cayeron, sus gritos de agonía se desvanecieron rápidamente, tragados por la oscuridad.
Jin Seokhyun, herido y al borde del colapso, miraba la escena con horror. La traición de su mejor amigo lo dejó sin palabras, y el dolor en su abdomen solo aumentaba, debilitando su cuerpo. Pero él no podía rendirse. No podía dejar que todo fuera en vano.
Con un esfuerzo sobrehumano, reunió el poco poder que le quedaba. Su puño brilló con una energía cruda, la misma que había usado tantas veces en combate. Con una explosión de furia, lanzó un golpe directo hacia Minho, haciéndolo retroceder. Minho cayó hacia atrás, sangre brotando de su boca, pero no fue suficiente.
La espada demoniaca brillaba aún en sus manos, y sus ojos, fríos y vacíos, no mostraron ni el más mínimo atisbo de arrepentimiento. Minho se levantó lentamente, riendo con amargura.
Jung Minho: Patético, pensaste que podrías detenerme con tus puños, ¿eh, Seokhyun? Pero este poder es más grande de lo que tú podrás entender... Y ahora, el reino caerá por completo.
Jin Seokhyun miró a su amigo, sintiendo la furia en su pecho, la desesperación y el odio consumiéndolo. El dolor en su abdomen palpitaba, pero nada se comparaba con la traición que sentía. Minho no era solo su compañero, había sido su hermano. ¿Cómo había llegado todo a esto? ¿Cómo había sido tan ciego?
Jin Seokhyun: Lo arruinas todo, Minho.
Dijo Seokhyun entre dientes, su voz impregnada de odio y dolor.
Jin Seokhyun: Este mundo... no será destruido por la oscuridad, incluso si tengo que morir en el intento.
Minho se acercó lentamente, la espada en su mano brillando con una energía oscura.
Jung Minho: Muere con honor, hermano.
Pero Jin Seokhyun ya no podía permitir que esto terminara así. Reuniendo el último resto de su fuerza, con sus puños levantados, lanzó un golpe lleno de toda la rabia y el amor perdido por su amigo. El impacto fue feroz, haciendo que Minho retrocediera y escupiera sangre, su cuerpo tambaleándose, pero no cayendo. El traidor sonrió una vez más, un brillo oscuro en sus ojos.
Jin Seokhyun: No puedes ganar, Seokhyun. Esta guerra no se gana con puños. Y tú... nunca comprenderás la verdadera fuerza que he alcanzado.
Con esas palabras, la oscuridad se cerró sobre ellos.