La suavidad de las sábanas lo envolvía como una caricia desconocida. El techo era blanco, alto, ajeno. El aroma que flotaba en el aire no era el de su casa: era más elegante, más sobrio… y cálido.
Jisoo parpadeó lentamente, la cabeza aún un poco pesada. No recordaba cómo había llegado allí. Lo último que tenía en la memoria era su escritorio, los documentos, y esa sensación de mareo que lo arrastraba como una ola silenciosa.
Se incorporó con cuidado, y fue entonces cuando lo vio: una taza de té tibio sobre la mesa de noche, un frasco de medicamentos, y un papel doblado en perfecto orden. Lo tomó con manos temblorosas.
"Descansa. No estás solo. – K. M."
Su pecho se apretó. Ese hombre… ¿de verdad se había tomado el tiempo de cuidarlo?
—¿Estás despierto? —la voz profunda rompió el silencio, como si la hubiese invocado con el pensamiento.
Kang Min-jun estaba de pie en el umbral, sin corbata, con la camisa blanca ligeramente arremangada. Parecía menos inalcanzable así, más… humano. Pero su mirada seguía teniendo ese brillo imposible de descifrar.
—S-Sí… —murmuró Jisoo—. Lo siento, no debí…
—No te disculpes —lo interrumpió él, cruzando la habitación—. Colapsaste en tu escritorio. Llamé a una ambulancia, pero no quise que despertaras en un hospital.
Jisoo bajó la mirada. Todo era tan surreal.
—¿Estoy en su casa?
Min-jun asintió.
—Mi departamento. Tenías fiebre. No iba a dejar que volvieras solo a un lugar vacío.
El silencio que siguió no fue incómodo. Fue denso. Cargado de cosas no dichas.
—Gracias, señor Kang —dijo Jisoo, apenas un susurro.
Min-jun lo observó durante unos segundos. Luego, se sentó al borde de la cama, dejando una distancia prudente.
—Jisoo… ¿te está costando adaptarte a la empresa?
—No… o sí… solo que… quiero hacerlo bien. No quiero que piense que soy débil o un problema.
—¿Eso crees que pienso de vos?
Jisoo lo miró, y por un momento, Min-jun fue incapaz de sostener la frialdad. Sus ojos, oscuros, mostraron un atisbo de algo más… ¿culpa? ¿preocupación?
—No lo sé.
Min-jun se inclinó un poco más, lo suficiente como para que sus palabras bajaran de tono y calaran más hondo.
—Me cuesta leer a la gente. Pero contigo… siento que debería entenderte. Aunque no sepa cómo.
Jisoo tragó saliva. Su corazón golpeaba como un tambor sin ritmo. Aquello no era profesional. Aquello no era correcto. Pero tampoco podía apartar la vista.
Min-jun se levantó con un suspiro, recuperando su distancia.
—Mañana podés tomarte el día libre. Pero si te sentís bien, podés volver conmigo a la oficina. Yo paso a buscarte.
Y sin esperar respuesta, salió, dejándolo solo con esa sensación extraña, como si algo invisible entre ambos acabara de cambiar de forma sin pedir permiso.
Jisoo apretó la nota entre sus dedos. Por primera vez, sintió que tal vez el jefe más frío de Corea del Sur… no era tan frío después de todo.