Capítulo 1: Elara - El Fantasma en los Cables
El aire nocturno de Neo-Veridia era un cóctel rancio de ozono, humedad salina del océano cercano y el hedor químico que zumbaba perpetuamente de los niveles inferiores. Para Elara Vance, era simplemente el aire que respiraba mientras sus gastadas botas golpeaban el permacreto con un ruido sordo que resonaba más pesado de lo que debería en mundos más ligeros. Un salto mal calculado aquí, en la gravedad doble de Aethelgard, no significaba un esguince; significaba huesos rotos, una caída de varios pisos, el fin. Se impulsó desde el borde de una gárgola ornamental corroída –un vestigio de una era arquitectónica más optimista– hacia la estrecha cornisa de un conducto de ventilación industrial al otro lado del callejón, a quince metros de caída libre sobre un mar de basura y sombras danzantes. Aterrizó flexionando las rodillas, absorbiendo el impacto brutal que le recorrió las piernas hasta la columna. Incluso adaptada, incluso con diecinueve años de vida bajo este peso implacable, cada aterrizaje forzoso era un recordatorio violento de las reglas del planeta. Un dron de vigilancia de bajo nivel, probablemente perteneciente a alguna corporación de tercera o a la seguridad vecinal privatizada, zumbó perezosamente en el cañón urbano de abajo. Elara se pegó a la pared metálica, fría y húmeda, conteniendo la respiración, convirtiéndose en una sombra más entre las muchas que poblaban los estratos intermedios de la ciudad. El dron pasó, su luz roja barriendo la mugre sin detectarla. Idiota programado. El tiempo apremiaba. La purga de registros en la red secundaria del Sector Gamma estaba programada para el cambio de ciclo, en menos de quince minutos locales. Si no llegaba al nodo de acceso antes de eso, la pequeña ventana para extraer los datos de tránsito –créditos, información vendible, supervivencia para otro ciclo– se cerraría. Volvió a moverse, una silueta oscura fluyendo sobre la geometría caótica de la ciudad. No era elegancia, era eficiencia nacida de la desesperación. Un agarre firme en una tubería oxidada que apenas soportaba su peso multiplicado por dos, un balanceo preciso, un salto hacia la escalera de mantenimiento oxidada de un edificio residencial decrépito. Subió los peldaños de dos en dos, sus músculos entrenados quemando energía a un ritmo voraz. La comida era un lujo; la energía, una necesidad. Y esta carrera la estaba vaciando. Finalmente, llegó. Una pequeña plataforma de servicio olvidada, oculta tras los enormes condensadores de un sistema de climatización obsoleto que apestaba a refrigerante rancio. Debajo de una placa de metal suelta y doblada, estaba el puerto. Antiguo, casi olvidado por las nuevas redes de fibra óptica que serpenteaban por los niveles superiores como venas luminosas, pero aún conectado. Aún útil para alguien como ella. Sacó de su bolsillo un datapad modificado, la carcasa rayada y unida con cinta aislante, pero la circuitería interna, un Frankenstein de piezas robadas y soldaduras cuidadosas, era funcional. Conectó un cable casero al puerto, sus dedos moviéndose con rapidez y precisión sobre la pantalla táctil del datapad. Las líneas de código y símbolos crípticos llenaron la pantalla agrietada. No era una hacker de élite capaz de derribar los firewalls corporativos de Grado Cero, pero sabía explotar las debilidades de los sistemas viejos y descuidados. Un fantasma en los cables oxidados. Mientras los paquetes de datos se transferían lentamente –una agonía bajo la presión del tiempo–, su mirada lo recorría los alrededores. Paranoia era solo otro nombre para precaución en Neo-Veridia. Ojos en las sombras, oídos atentos a cualquier sonido fuera de lo común: el zumbido de otro dron, el eco de pasos, el clic metálico de un arma preparándose. Nada. Solo el murmullo constante de la ciudad que nunca dormía del todo. Transferencia completada. Desconectó el cable con un tirón, guardó el datapad y volvió a colocar la placa de metal. Hecho. Suficientes créditos desviados de transacciones menores para pagar el "alquiler" de su agujero al matón local que controlaba el nicho, y quizás para una barra nutritiva decente. Información de movimientos de carga de bajo nivel que podría vender a algún contacto anónimo por un extra. Otro día sobrevivido. Se deslizó de la plataforma y emprendió el camino de regreso, más lento ahora, conservando energía, fundiéndose con las sombras. Su "hogar" era un cubículo de mantenimiento abandonado tres niveles más abajo, detrás de una caldera en desuso. Estrecho, húmedo, pero oculto y, lo más importante, suyo por el momento. Dentro, el aire era pesado y olía a polvo y metal frío. Se dejó caer sobre el delgado colchón de dormir, el cuerpo protestando por el esfuerzo. Sacó media barra de proteína sintética de un bolsillo –dura, con sabor a cartón y vagamente a pescado– y la mordisqueó lentamente, saboreando la simple ingesta de calorías. Mientras masticaba, su mirada se posó en un pequeño objeto metálico sobre una repisa improvisada: un fragmento retorcido y quemado de algo tecnológico, irreconocible. Lo único que había recuperado del "accidente" de sus padres, encontrado entre los escombros días después, cuando una niña de seis años buscaba desesperadamente algo, cualquier cosa, que quedara de ellos. No significaba nada lógicamente, pero era un ancla. Un recordatorio tangible de la promesa silenciosa que se había hecho a sí misma: descubrir la verdad, sobrevivir, quizás incluso... luchar. Un pensamiento peligroso. La supervivencia venía primero. Siempre.Cerró los ojos un instante, el agotamiento tirando de ella. Solo un momento de descanso antes de revisar los datos robados, antes de planificar el siguiente movimiento, la siguiente carrera por la supervivencia. Fue entonces cuando ocurrió. No hubo sonido. No hubo aviso. Simplemente... apareció. En el centro de su campo de visión, superpuesta a la penumbra del cubículo, flotaba una pequeña caja de texto translúcida, bordeada por una luz azul pálida que no parecía tener fuente. [Inicializando Sistema...]Elara se quedó inmóvil, el corazón dando un vuelco doloroso contra sus costillas. Parpadeó con fuerza. La caja seguía ahí. ¿Una migraña? ¿Agotamiento extremo causando alucinaciones? ¿Algún nuevo tipo de malware visual transmitido por el aire? Su mente lógica se aceleró, buscando explicaciones plausibles, descartándolas una por una. El texto cambió. [Bienvenida, Usuaria Elara Vance.]Su nombre. Su nombre. El frío se deslizó por su espalda, más helado que el metal del cubículo. Esto no era aleatorio. Esto no era una alucinación genérica. Esto la conocía. Instintivamente, intentó apartarlo con la mano. Sus dedos atravesaron la imagen translúcida sin resistencia. Intentó cerrar los ojos con fuerza, luego abrirlos de nuevo. Seguía ahí. Intentó enfocar su visión en la pared detrás de la caja. La caja permanecía, perfectamente nítida, flotando en el aire a medio metro de su cara." ¿Qué demonios...?", susurró al aire viciado, su voz apenas un hilo. La caja de texto no respondió. Sencillomente flotaba, imposible, presente, una intrusión inexplicable en la dura y predecible realidad de su lucha por sobrevivir. El miedo, un viejo conocido, se mezcló con algo nuevo: una profunda y desconcertante sensación de que las reglas del juego acababan de cambiar de forma irrevocable. Y no tenía ni idea de si era para bien o para mal. La pantalla azul pálido brilló suavemente en la oscuridad, esperando.Fin del Capítulo 1.